Tal y como le habían informado los policías vallisoletanos que la agencia había puesto en nómina para que la ayudasen en su misión, a mediodía la organización de empresarios que Laertes tenía en su punto de mira ser reunirían para lo que en su tierra se denominaba brunch, y aquí "vermú torero".
Adán pudo elegir entre infiltrarse como camarera o como miembro del equipo de relaciones públicas del hotel donde tendría lugar el evento, dado que al recibir también la asistencia de empresarios estadounidenses, el hotel facilitaría traductores y personal cualificado para atender cualquier necesidad.
No le fue difícil deambular de un lado a otro de los jardines del hotel donde se había dispuesto todo para el evento y, poder controlar los accesos y las vías de escape en caso de que el tal Laertes hubiera tramado actuar allí. Y su sospecha no carecía de fundamento ni de acierto. Mientras los The Shower singers daban el relevo a la también vallisoletana formación musical Cover club, contratadas ambas no solo por su calidad musical sino también por su extenso repertorio de temas en castellano y en inglés, Adán reparó en el técnico de sonido vestido completamente de negro que parecía más interesado en los asistentes que en acertar a colocar cableado y pantallas de sonido. Susana, privilegiada cantante de los Cover Club es una mujer muy exigente con la parte técnica de sus conciertos y pese a haber cruzado unas palabras con Pablo Acebal, cantante y guitarrista del grupo que les dio paso y haber tomado nota de sus indicaciones sobre la acústica del espacio, reclamó la presencia de un técnico para seguir los consejos del artista que toca con los Shower singers y con Ultraviolet, y que además fornó el exitoso grupo de brit pop Blow, y de esto entiende un poco. Cesar, el virtuoso multiinstrumentista del grupo de Susana, llama al técnico más cercano, que no es otro que Laertes, quien en un momento de descuido de la empresa de sonido contratada para sonorizar las intervenciones musicales durante el evento, pasó al interior del hotel como un miembro más del equipo técnico. Laertes se desentiende de la llamada y abandona el lugar con sigilo y discreción parapetándose entre las columnas de altavoces al reconocer entre las personas que pululan por allí con un vaso en la mano a Adán, la agente de la CIA enviada para darle matarile. Pero no se lo va a poner tan fácil.
Adán, quien con disimulo ya ha quitado el cierre de la funda de su arma, se encamina con paso decidido hacia el último punto donde creyó ver al asesino de bigote bicolor disimulado bajo la mascarilla negra a juego con el resto de sus prendas. Laertes ya no está allí y tras dar aviso a la policía nacional destacada junto al hotel para echar una mano en caso de necesidad y realizar una ronda de inspección por los jardines, Adán asume que su objetivo ha puesto pies en polvorosa. Molesta e impaciente, deduce que no va a ser una misión sencilla y que aunque le pese, acabar con aquel tipo le va a llevar su tiempo. Pero es una mujer tan inteligente como bonita y sabe que todo termina llegando, incluso lo bueno, por lo que aprovechando su tapadera optimiza recursos y mientras disfruta de una copa de vendimia nocturna de Yllera, de la D.O Rueda, va ubicando a quienes Laertes podría haber elegido para recibir un disparo en la sien, cortesía de sus pagadores.
Poco más de hora y media después Nogueira y Pinacho la acompañan con sendas copas del mismo y delicioso vino y le proponen jugar al cazador cazado y tender una trampa al escurridizo asesino vallisoletano.
Cuando fue reclutada por la agencia para formar parte del operativo que debía terminar con la vida del eficaz asesino a sueldo español, Adán aceptó sin dudarlo. Le apetecía cambiar de aires, darse un paseo por España y disfrutar de las excelencias de la gastronomía y el enoturismo del país que financió el descubrimiento y la conquista del continente americano.
El objetivo a eliminar era un tal Laertes, un profesional de la ejecución por encargo, con una dilatada experiencia militar dentro de los comandos de operaciones militares del ejército español y una presunta larga lista de trabajos realizados a la perfección.
Al llegar al aeropuerto de Madrid, bautizado con el nombre del ex presidente del gobierno español, Adolfo Suarez, la fueron a recoger dos policías del grupo de homicidios de la Policía Nacional de Valladolid, ciudad donde supuestamente residía el objetivo. El inspector Iván Pinacho y su compañera, la subinspectora Clara Nogueira, dedicaron las cerca de dos horas que duro el trayecto en coche hasta la capital del Pisuerga en ilustrarla sobre las andanzas y el modus operandi de aquel que según la embajada de EEUU y el Ministerio del Interior español habían escogido para cargar con la culpa de un turbio asunto que había terminado con la muerte en extrañas circunstancias de un acaudalado ciudadano americano poseedor de distintas refinerías de petróleo, que sospechosamente estaba financiando la operación mediante la que un misterioso y selecto grupo de influyentes empresarios vallisoletanos se harían con el control del petróleo que abastecería todas las estaciones de distribución de gasolina a lo largo y ancho del país.
Adán echo un vistazo a las fotos del tal Laertes. No estaba mal. Se conoce que es sus años mozos debió tener su éxito con las mujeres y lo que más le llamó la atención fue ver que compartía peculiaridad física con el simpático policía vallisoletano. Ambos tenían el bigote de dos colores, de un lado del labio rubio, y del otro de un blanco nuclear. Los españoles son gente curiosa, pero tanta casualidad resulta cuando menos sospechosa para una mujer como Adán, que lleva ya unos cuantos años trabajando en la sombra y desentrañando todo tipo de enredos.
Llegaron sin complicaciones con la puesta de sol al hotel donde la agente americana se alojaría como una turista llegada para disfrutar de los muchos encantos vallisoletanos, y tras pegarse una ducha y vestirse de forma cómoda y discreta, ocultando bajo la cazadora de piel su potente revolver de seis balas del 44, Adán se dirigió a La Solana, restaurante donde la esperaban los amables policías y donde disfrutaría de un buen vino de la Ribera del Duero y de un plato de exquisito jamón ibérico entre otras delicias nacionales.
Adán interpretó a la perfección su papel de guiri entusiasmada con España, y estrechó con fuerza la mano de Luismi, el propietario del restaurante y cocinero jefe del mismo. Luismi se sorprendió de la fuerza del apretón de manos de aquella turista que le presentaron Pinacho y Nogueira, pero lo devolvió como manda la cortesía, con firmeza y decisión.
Adán había jugado al basket en la liga universitaria de joven. No era particularmente alta, apenas metro sesenta y cinco, lo que la llevó a ocupar generalmente puestos de base o alero, pero durante los años becada para estudiar gracias a ser una buena jugadora, se esforzó en entrenar a diario la parte física, tan importante en las ligas americanas. Desarrolló una potente musculatura que reforzó y completó con entrenamientos específicos en los gimnasios de la agencia y su poderío corporal le había sido muy útil en situaciones complicadas e incluso adversas.
Antes de despedirlos, Luismi los agasajó con unos chupitos de orujo casero de naranja acompañado por rosquillas de anís. Mientras levantaban los vasos no se percataron del enigmático hombre vestido de negro que los observaba desde la esquina opuesta de la barra. Laertes sonrió al estudiar a la americana que bebía con Luismi, Nogueira y Pinacho. No estaba mal, ojalá no la hubiesen enviado para acabar con él.
Antes de que descubrieran su presencia dejó un billete de 10 euros sobre el mostrador para que la morena camarera cobrase su whisky con hielo y tras guardar las monedas que esta le devolvió, se despidió amablemente y abandono el local junto a la iglesia de Santa Maria de la Antigua, joya monumental de Valladolid.
Horas después, con la salida del sol, Adán comprobó su arma antes de abandonar la habitación para comenzar su tarea e introdujo en el interior de su bota derecha la funda del afilado cuchillo que manejaba con tanta destreza, que a fuerza de eliminar un objetivo tras otro con precisión cirujana, le había granjeado el apodo en la agencia de "la cortadora".
La canción cuyo video musical encabeza esta entrada es una de mis canciones favoritas desde hace ya muchos años, cuando la escuche por primera vez, y seguramente una de esas canciones que más me definen, con las que más me identifico y cuya letra me hubiera gustado escribir a mi.
Por descontado, como canta Thom Yorke (compositor y cantante de Radiohead), quisiera tener un alma perfecta y un cuerpo perfecto, pero tan solo para poder ofrecerte la mejor versión de mi y regalarte así cuanto antes el Juan que quisiera llegar a ser, y que me obceco en conseguir. Pero bueno...todo se andará. De momento me estoy currando cuerpo y alma, y como rezaban mis calificaciones durante la E.G.B (si...yo hice la E.G.B) todo "progresa adecuadamente".
También es cierto que aunque tu piel no me haga llorar, creo que eres como un ángel, y en cuestión de ángeles ya voy teniendo algo de criterio.
Este en el que nos ha tocado vivir no es precisamente un mundo maravilloso, aunque tu sola presencia contribuya a hacer de él un mundo mucho mejor, pero al conocer tu visión de la realidad y al ver que compartimos una idea similar sobre la sociedad actual y sobre cómo debemos afrontar esta decadencia moral, me he dado cuenta de que eres muy especial y de que me gustaría ser tan especial como tú para sumar fuerzas en cuanto sea posible, pero soy un bicho raro.
Durante un tiempo realmente no he sabido que coño estoy haciendo aquí, y durante una muy difícil y excesivamente larga temporada, he sentido que no pertenezco a todo esto. Y de repente apareciste tu y todo cobró sentido.
Me gustaría tener el control, pero no sobre ti, en absoluto, porque no se puede controlar aquello que no necesita ni debe ser controlado. Me gustaría tener el control sobre mis emociones, mis sentimientos y esta terrible necesidad de vivir mi vida en dos dimensiones: la real que comparto con la inmensa mayoría de la sociedad, y esta en negro sobre blanco que comparto con personas que como tu, tienen la sensibilidad necesaria para entender que aunque a veces vivir duela, somos dueños de encontrar las herramientas para agradecer cada día en el mundo. Y es que estar vivo es un verdadero milagro y un regalo. Y es de bien nacidos ser agradecidos, y de personas inteligentes cuidar los regalos para que jamás pierdan su valor.
Puede que sea un desgraciado, pero no lo creo, por mucho que en ocasiones me haya sentido así y haya llegado a sorprenderme llorando como un niño una mañana al abrir los ojos y recordar mis más dolorosas pérdidas, y maldecir haber despertado de aquel coma que me aisló y me protegió del mundo durante un intenso y peligroso periodo de tiempo. Lo que si creo es que soy un bicho raro, pero eso como tu misma has dicho, no me convierte ni en mejor ni en peor que nadie, simplemente soy diferente. Pero soy yo mismo y así viviré el resto de mis vidas. En esta que estoy viviendo ahora y que me encantaría compartir contigo, quiero poder llegar a entregarte lo que sea que te haga feliz, lo que sea que quieras.
He comprendido que tu también eres diferente, eres un sorprendente y encantador bicho raro, y eres jodidamente especial. Y me gusta lo especial, lo diferente y lo asombroso. Me gustas...mucho. Y no es que te mire con buenos ojos, es que no sabría mirarte con otros, créeme.
Quizás mi madurez haya llegado de golpe (¡hala...a los cuarenta y tantos!) al reunir por fin el valor para identificar mis muchos defectos y mis escasas habilidades, y aunque para mi desgracia los primeros son mucho más reconocibles que las segundas, he aprendido que no me importa ser imperfecto y que realmente puedo convertir en algo interesante mi imperfección. Puedo maquillarla, vestirla de fiesta y llevarla de la mano a ese baile donde tu eres la reina. Y esperar a que me concedas acompañarte una pieza. Prometo no pisarte.
Por favor, una vez más vuelvo a pedirte que no corras, que no salgas huyendo. Sé que ya me has dicho que no vas a correr, pero en mi ADN está escrito lo de que las mujeres más increíbles con las que me cruza el destino terminen por pulverizar el record del mundo de los cien metros lisos. Y lo siento, pero yo no corro. Correr es de cobardes.
Hoy el alma (que siempre está a la gresca con mi cerebro) me pedía escribir un texto como este. Quizás porque de alguna manera cada vez que me suena el móvil, y los Radiohead interpretan Creep (al igual que en el teléfono del protagonista de mis novelas, en el mío este es también el tono de llamada) asocio esta canción a ti y a nuestras últimas conversaciones. ¿Lo ves?...soy un bicho raro. Pero ya no me importa.
Momentos como este en los que me vacío ante el teclado del ordenador, me hacen comprender que pase lo que pase y le pese a quien le pese, soy escritor y no puedo luchar contra ello. La verdad es que tampoco quiero plantar batalla a estas catarsis emocionales, son muy liberadoras. Mientras tanto, al caer cada una de las noches, intentaré soñar contigo.
Porque soñar es gratis y no cotiza. Tampoco desgrava, pero al fin y al cabo eso me importa lo que viene siendo una mi...tad de nada (que tu eres de ciencias y sabes que la mitad de nada es nada).
Así que déjame esta noche soñar contigo.
Prometo no hacerlo público, reservarlo para mi, y estarte eternamente agradecido.
Si algún día diera con la manera de hacerte mía, no solo te amaría cada día como si fuera siempre ese día, sino que sabes que me dejaría la piel en hacerte tan feliz como me fuera posible y no pararía de pedir una copa tras otra de tu veneno, que a mi se me antoja la más celestial ambrosia.
Déjame que me crea que te vuelvo loca,(cosa que entre tu y yo, me hace particular ilusión). Lo de ser yo quien te quite la ropa, ya es algo que o sale de ti, o mejor me muerdo la lengua y me evito pedirlo. Nunca reclamo amor ni mendigo cariño. Creo que valgo lo suficiente para que podamos presumir el uno del otro y nos sintamos afortunados de habernos encontrado. Permíteme eso sí, que te coma con los ojos, porque desde luego y por ahora, me conformo con lo que me provocas. Pero si te soy sincero sé que me puedes provocar incluso cosas más intensas y más hermosas. Démosle tiempo al tiempo, pero de momento por favor, déjame soñar contigo.
Es curioso, pero por alguna absurda razón he pasado una larga y muy melancólica temporada tratando de convencerme de que el cielo iba a permanecer nublado mucho tiempo más, y de que las nubes solo se abrirían para que los dioses pudieran seguir riéndose de nosotros mortales, y cebándose en mi desgracia. Ya ves...a raíz de compartir un café contigo he descubierto que las cosas serán tan horribles como yo me empeñe en verlas. Y quiero verlas tan bonitas como tu.
Ya no soy un niño ni un atolondrado chaval que confunde sentimientos y emociones y se deja llevar por las hormonas, y por arrebatos disfrazados de enamoramiento. Para mi desgracia o para mi suerte (¿chi lo sa?) todas y cada una de las mujeres que me han regalado días maravillosos y noches deliciosas, y también aquellas que me han cubierto corazón y alma de cicatrices, y memoria de recuerdos espantosos, me han ayudado a discernir lo superfluo de lo profundo, lo banal de lo transcendental y lo estéril de lo fecundo. Todas mis relaciones, las que fueron dichosas y las que no, me han servido para llegar hasta ti y aspirar al menos a soñar esta noche contigo. Ahora veremos si realmente la vida tiene sentido, si todo está escrito y si cada acto conlleva su consecuencia.
De momento y aunque solo sea por haberme devuelto la ilusión, acepta mi más sincero agradecimiento. Ya se verá que más estás dispuesta a aceptar de mi, pero quiero que sepas que lo que te ofrezca y lo que te entregue, lo haré desde lo más profundo del interior de mi pecho.
Vale...puedes pensar que mi vena literaria magnifica la realidad, la distorsiona y la transforma en la trama de una apasionada novela, pero es que yo no sé sentir de otra manera ni expresarlo de otra forma. En cualquier caso no te preocupes, porque toda mi valentía ante el teclado de un ordenador o ante un folio en blanco, desaparece cuando me enfrento en directo a una sonrisa como la tuya, y seguramente nunca llegue a decirte nada de esto. Pero si me dejas soñar contigo, puede que mañana cuando te despiertes, sientas sin saber porqué la imperiosa necesidad de agarrar el teléfono y llamarme, o el irrefrenable impulso de enviarme un wasap.
Te estaré esperando. por lo menos hasta que habrá los ojos y regrese a lo anodino de una realidad sin ti.
Como te dije una vez, mi teléfono siempre tendrá cobertura y batería para ti.
Acostumbro a escribir que todo termina llegando, incluso lo bueno. Y con esto no quiero ser presuntuoso y que parezca que ese "incluso lo bueno", se refiera a la calidad de mi nueva novela, eso no soy yo el que debe juzgarlo. Cuando hago referencia a lo bueno que termina por llegar, solamente hablo de que al final, tarde más o tarde menos, aquello en lo que has trabajado duro invirtiendo tiempo, ganas, energía e ilusión, acaba haciéndose realidad.
Esta novela, (segunda entrega de la trilogía Crímenes de temporada, que se edita bajo el sello de la editorial Suseya y a la que precedió Temporada de setas), la escribí durante el confinamiento domiciliario resultante de la pandemia producida por la Covid 19. De hecho es curioso, porque la presentación oficial de Temporada de setas, en la sala Concha Velasco de Valladolid, tuvo lugar el 6 de marzo de 2020 y Eugenia Rico, escritora que prologó la novela con un texto lleno de cariño, no pudo venir porque reside en Venecia y allí el Coronavirus ya campaba a sus anchas, y los venecianos vivían y morían entre restricciones de todo tipo. Durante el evento, alguno de los asistentes se saludaban con el codo o el pie y adelantados a su tiempo, trataban de mantener cierta distancia de seguridad. Mi hermana Elena, también escritora galardonada y actriz, no pudo realizar el monólogo que tenia previsto durante el acto al tener que quedarse en casa con febrícula y dolor muscular. Si sumamos a esos síntomas el que Elena trabajaba entonces como animadora sociocultural en residencias de mayores, creo que todo apunta a lo que apunta.
El día 1 del confinamiento domiciliario al que se sometió a los españoles para intentar minimizar los devastadores efectos de este bichito de nombre regio, comencé a escribir Temporada de sustos y la verdad es que las horas empleadas en documentarme para ser lo más preciso posible y las que emplee en desarrollar la trama durante lo siguientes ocho meses me sirvieron para evadirme en la medida de lo posible de la triste realidad que asolaba mi país y el mundo entero, realidad a la que volvía al abandonar el ordenador y darme cuenta en el acto de que todo había cambiado, que no podía salir de casa e ir a ver a la que entonces era mi pareja y, que por desgracia recibía llamadas y wasaps de familiares y amigos comunicándome ingresos hospitalarios y defunciones. Después llegaron distintas medidas que nos acercaron a la mal llamada "nueva normalidad" y poco a poco la vacunación, el uso de mascarillas, el continuo lavado de manos y el escrupuloso respeto de la distancia social, me permitieron vivir de una forma más natural las distintas vicisitudes que me reservaba el destino.
Entre nosotros, pagaría porque se borrasen todos mis recuerdos de lo vivido y sufrido este último año y medio, pero como siempre he creído en la teoría de la compensación, el ver impresa mi nueva novela y haberle puesto fecha, hora y lugar a su presentación editorial, me ayuda a disfrutar de lo que tengo y a dejar de lamentarme por lo que he perdido, que ha sido mucho.
Como escritor siento que he dado un paso adelante y que he avanzado, pues esta nueva novela se conforma de 360 distópicas paginas llenas de trepidante acción, referencias a la historia de España y a la situación política actual, amistad, enfrentamientos entre el bien y el mal y por supuesto y como no podía ser de otra forma viniendo de mi pluma, una deliciosa historia de amor.
Y ya está aquí.
Una vez más algunos de los artistas que forman la BSO de la trilogía me acompañarán durante la presentación compartiendo con los invitados su talento y su arte.
Eva García y su padre, Pepe García, autores de las ilustraciones de interior y cubierta, también participarán en el evento.
Es de bien nacidos ser agradecidos y debo reconocer y agradecer la importancia y lo fundamental del gran trabajo de mi buena amiga, la editora, correctora, diseñadora gráfica, maquetadora y novelista, Eva Melgar, quien ya me ayudó a darle la forma que quería a Temporada de setas y, con esta nueva aventura literaria se ha lucido aún más.
Estoy satisfecho de esta segunda entrega de la trilogía y, sabedor de que la literatura salva vidas, he comenzado ha escribir Temporada de caza, la última entrega, cuyo manuscrito original va por la página 52. Le debo mucho a la literatura, muchísimo y cada día escribo y leo para fortalecer mi cerebro, sanar mi alma y animar mi corazón.
Sé que no puedo vivir únicamente en negro sobre blanco, pero estoy aprendiendo a compaginar mis dos realidades, la existencial y la literaria.
Poco a poco y trabajando duro y con verdadera ilusión, conseguiré llegar a ser el escritor que quiero llegar a ser.
Espero que leáis esta nueva novela, que os haga pasar unas horas entretenidas, interesantes y placenteras y que os guste. Ese es a fecha de hoy mi mayor deseo, que los lectores disfruten con mi obra.
Ahora me estoy esforzando en escribir el posible final más adecuado para las peripecias de Juno, uno de mis asesinos preferidos. Este puede que le vaya bien, aunque me cuesta mucho matarlo. Al fin y al cabo fue el primero al que di vida en negro sobre blanco para ejecutar a aquellos a los que me hubiese gustado eliminar de mi vida y de mis recuerdos.
Nunca fue lo que comúnmente se conoce como un tipo duro, ni siquiera intentó
serlo.
Era feliz con su personalidad afable. Pero hubo quienes confundieron
cordialidad y amabilidad con debilidad y tantos fueron los confusos que, a
fuerza de tratar de aprovecharse de él, de hacerlo tropezar y cebarse en su
desgracia, consiguieron crear un monstruo. Eso sí, un monstruo de aspecto
encantador, inocente mirada y exquisita corrección en las formas. Excepto
cuando tomaba la decisión de solucionar las confusiones y explicar algunas
cosas.
Su modus operandi dejaba clara su
postura ante cada crimen. Antes de ajusticiar a sus víctimas, las sometía a un
completo proceso judicial en el que él era juez, jurado y finalmente asumía el
rol de verdugo. Pero siempre les daba la oportunidad de acceder al indulto si
admitían la falta, confesaban y mostraban arrepentimiento,
Una vez dictaba sentencia, ya no había nada que hacer.
Era una persona muy paritaria y jamás hizo distinción entre hombres y
mujeres a la hora de aplicar la ley.
Su estricto código moral y existencial perseguía una serie de delitos que
consideraba tan graves como imperdonables y él mismo trataba de conducirse por
una máxima universal que debería ser la norma básica de conducta en esta
sociedad podrida: «vive y deja vivir». Pero por desgracia se vio obligado a
hacer una interpretación de la norma y comenzó a aplicar la muerte selectiva.
Incansable lector de todo tipo de géneros y autores, con cada libro que
añadía a su completa biblioteca ratificaba la necesidad de erradicar a ciertos
tipos de individuos, por el bien de la humanidad. «Vive y deja morir», se
convirtió en su adaptación de la norma y consiguió convertirla en
consuetudinaria.
Sentía gran simpatía y admiración por el antiguo Código de Hammurabi y en
muchas ocasiones se conducía por aquella arcaica normativa.
La sociedad había avanzado, el progreso se había instalado en los
hogares y el desarrollo lo había cambiado todo, menos la mezquindad y la
infamia y, el ser humano seguía cometiendo los mismos atropellos.
Muchas eran las religiones que habían tipificado estos excesos
convirtiéndolos en pecados veniales y mortales a ojos de dioses y hombres. Pero
en este momento de la historia, matar, violar, mancillar o destrozar una vida
salía excesivamente barato. Y tenía muy claro que era hora de empezar a pagar.
Con sangre.
Él mismo había sufrido en sus propias carnes y en su maltrecho y dolorido
corazón una gran cantidad de afrentas que le habían llevado a maldecir el
momento en el que llegó a convencerse de que aún estábamos a tiempo de cambiar.
El cambio, la transformación definitiva, solo se logra a través de la muerte. Y
transformaría definitivamente a cuantos malvados trataran de arrebatarle lo
único que aún no habían podido llevarse: su dignidad.
Preparaba con esmero el lugar y el ajusticiamiento para aquellos que, en su
soberbia habían renunciado a cualquier tipo de defensa. En muchas ocasiones,
retrasó las vistas para asegurarse de que los procesados tan solo habían
cometido errores puntuales bajo eximentes como el alcohol, la juventud, la ignorancia
o el arrebato, pero había tanto reincidente que ya no valía eso de que in dubio pro reo, porque dando una
oportunidad tras otra, despejaba cuanta duda se le presentaba.
Una vez que el reo era conducido al patíbulo, trataba de que sufriese solo
lo necesario, de que no sintiese miedo o angustia y de que fuese el final menos
cruel. Mientras les explicaba lo que iba a suceder con un discurso amable,
fácilmente comprensible y casi jocoso, extraía su pequeño revolver del
interior de la funda que portaba oculta bajo la camisa y antes de atravesarles
el corazón de un certero disparo, les guiñaba un ojo sonriendo.
En la mayoría de las ocasiones trató de que, al aplicar la sentencia, el reo
no sufriese, pero en alguna ocasión, se deleitó ensañándose con más de uno. En
esta última ejecución, pensó que iba a disfrutar sobremanera al atravesar el
corazón de la más cruel, ingrata y despiadada de cuantas mujeres habían
compartido su lecho.
Juno se había concedido hacía un par de años el capricho de perdonarle la
vida y jugó a ser un magnánimo y nada rencoroso juez, pero ella volvió a
confundir su inmensa generosidad con debilidad y falta de agallas y, cometió el
terrible error de tratar de volver a engatusarlo para que cayese de nuevo en
sus redes.
Lo localizó a través de una conocida red social y comenzó su acoso y derribo
con inocentes comentarios que dejaban entrever la posibilidad de un reencuentro
y de nuevas noches de pasión. Aquel súcubo tenía la costumbre de pagar sus
caprichos con lo que muchos hombres consideran la más válida de las monedas de cambio, el
sexo.
Sabedor de las verdaderas intenciones de la indultada, Juno fingió volver
a ponerse a su disposición para cuanto necesitase y con habilidad, concertó un
encuentro en su nuevo piso en el centro, con la excusa de prepararle una cena
con una botella de su vino favorito, a lo que ella creyendo haber conseguido lo
que se proponía, aceptó encantada.
–Pasa, Jezabel, quítate la chaqueta y ponte cómoda, la puerta de enfrente,
junto al dormitorio, es la del comedor.
—Prefiero que me la quites tú, Juno. Y si te apetece puedes quitarme el
resto de la ropa. Echo de menos tenerte dentro de mí.
Juno procedió con delicadeza a desvestir a aquel demonio moreno y sensual
y cuando ya solo le quedaba la ropa interior, comenzó a besarla, a acariciarla
y tras abrir la puerta del dormitorio con el pie, a empujarla hasta la cama.
—Veo que sigues en forma, cielo. Déjame que te ayude a quitarte todo esto.
Y con la más erótica y lasciva de las miradas, se arrodilló ante él y le fue
desabrochando los pantalones muy despacio.
Juno se sorprendió a si mismo al dudar entre aplicar la sentencia o darle
una nueva oportunidad a aquella mujer de caderas hipnóticas y excelentes mañas.
Desde que comenzó a asesinar a quienes consideraba impuros y no merecedores
de vivir, todo había sido fácil para él. Sus primeras víctimas fueron más un
desahogo que una carga moral. Desde que se convirtiera en el ejecutor que la
sociedad pedía a gritos, nunca dejó de dormir del tirón y con la conciencia
tranquila. Era una desagradable labor la suya, pero alguien tenía que
desempeñar esta función y aunque hubiera preferido no verse obligado a ello, al
final creía haberle cogido gusto.
Nadie había sospechado nunca de él ni tan siquiera su círculo más cercano
había notado la más mínima alteración en su conducta. Pero ahora todo empezaba
a cambiar y aunque sabía que aquella mujer merecía la muerte más que nadie, la
duda lo hizo detenerse en el último momento.
Permitió que le bajase los pantalones y los ajustaos bóxers y que, mirándole a
los ojos, empezase a aplicarse al más suculento de los placeres que una mujer
puede darle a un hombre.
Tras unos pocos minutos de inmejorable sexo oral, vinieron muchos más de
sexo salvaje contra la pared y en el éxtasis del orgasmo, su cerebro le recordó
lo que realmente tenía en mente desde que concertó aquella cita.
Entonces, Juno, que no había dejado de mantenerle la mirada, le guiñó un
ojo, le mostró el arma y se dispuso a hacer lo que tenía que hacer.
Jezabel reaccionó con una rapidez y una fuerza que lo desconcertó y tras
propinarle un potente rodillazo en la entrepierna, le arrebató el arma.
—Siempre fuiste un pusilánime, rubito. Y si crees que ibas a poder matarme
después de vaciarte dentro de mí, es que aún no me conoces, gilipollas.
—Bueno, “cariño”—dijo el rubio asesino con cierta sorna y con la certeza de
que todo estaba a punto de concluir—haz lo que tengas que hacer, pero te
garantizo una cosa; te vas a pudrir en la cárcel. Estás bastante bien y eres
una diosa del sexo, pero nunca fuiste cuidadosa ni discreta y el que la policía
terminé deteniéndote no será más que cuestión de tiempo.
–Eso ya lo veremos, “cariño”—susurró Jezabel antes de apoyar el cañón en la
sien del iluso hombrecillo, apretar el gatillo y esparcir los sexos de Juno por la pared donde acababa de disfrutar de uno de los mejores polvos de su
dilatada vida sexual.
Tras vestirse y limpiar con esmero las huellas del arma y de todo lo que había tocado desde que entró en la casa del difunto, le colocó el revólver en la mano izquierda, pues era zurdo. Lo vistió con extremo cuidado y dispuso el cuerpo de tal forma que pareciese un suicidio.
Al salir del edificio tras cerciorarse de que nadie la había visto, se dirigió al bar más cercano y pidió un chupito de ron sin hielo. El ardiente trago le supo a gloria.
Al ver iluminarse el cielo con la luz de las bengalas disparadas por el enemigo y escuchar el sonido de los silbatos de los oficiales exhortando a sus hombres a abandonar las trincheras, el asustado recluta apostado a escasos metros de el teniente Melcreces traga saliva, introduce un cargador en el fusil, cala la bayoneta y se prepara para defender la posición y vender cara su vida. El sargento que corre pistola en mano de un lado a otro arengando al resto de los compañeros de trinchera no puede evitar que su rostro evidencie la preocupación ante lo que se avecina. Pero dando vivas a España y a la muerte, consigue disimular el temor que casi consigue atenazar sus movimientos y dejarlo en mal lugar delante de otros suboficiales que se desviven porque los soldados recién llegados del acuartelamiento del valle mantengan las posiciones y no salgan corriendo.
El comandante Ibáñez se desgañita reclamando la inmediata presencia del enlace y del operador de radio para solicitar, bueno, mejor dicho suplicar, que el mando envíe refuerzos a la mayor brevedad para contener la ofensiva de las tropas que a la bayoneta calada y gritando como cochinos en día de matanza corren hacia ellos con la decisión que imprime la certeza de que si osan detenerse o dar media vuelta sus propios oficiales los dispararán sin dudarlo.
La noche cerrada que presagiaba otra jornada de tensa calma en el frente se llena de luces y estruendo y, el fragor de la batalla no deja lugar a dudas de que al día siguiente el número de bajas confirmadas tras el recuento en la revista hará palidecer a quienes se habían despreocupado del frente noroeste errando en sus cálculos y expectativas.
Dios, patria, familia...sobran las razones para montar su arma y prepararse ante lo que se le viene encima. El teniente de infantería Oscar Melcreces ve como caen los primeros hombres alcanzados por el fuego enemigo. La cabeza de un soldado de unos diecisiete o dieciocho años, de esos que fueron reclutados a la fuerza, arrancados de los brazos de sus madres y movilizados pocas semanas atrás, estalla como una granada al recibir el disparo de un arma de gran calibre y llena de sangre, trocitos de hueso y restos de masa encefálica a otros reclutas que tiemblan y sollozan al intuir que seguramente corran igual suerte que su ya irreconocible compañero. Oscar aparta sin miramientos el cuerpo del difunto y ocupa su puesto de tirador, asoma con cierta imprudencia la cabeza para evaluar la situación y lo que ve le corta la respiración. A unos escasos cincuenta metros, miles de decididos soldados de las tropas enemigas de ocupación corren hacia ellos dispuestos a sembrar la tierra con cuantos cadáveres puedan, para aumentar la ya abundante cosecha de viudas y huérfanos. El ataque será incontenible, eso está claro. No tarda demasiado en quedarse sin munición y en abatir a cuantos enemigos le permite derribar su capacidad de fuego y justo cuando está municionando escucha un alarido y al levantar la vista se encuentra con un soldado enemigo que dirige hacia su pecho la punta de la afilada bayoneta dispuesto a ensartarlo sin piedad.
En ese instante Melcreces se despierta sudando y tras unos angustiosos segundos consigue identificar la seguridad de su dormitorio, el regalo de haber sufrido una nueva pesadilla y la certeza de que arranca un nuevo día en el que su única preocupación será llegar a la hora al trabajo, su único miedo no estar a la altura de las circunstancias que le depare la jornada y, su única pena, recordar el rostro de aquella que decidió que sus vidas deberían tomar caminos separados. Al saberse a salvo en su lecho, se sorprende al pensar que de alguna manera preferiría que no hubiese sido un sueño, que aquel soldado le hubiese atravesado el corazón con la bayoneta y de esa manera haber puesto fin a su dolor y a una vida que pese a todo, no termina de convencerlo. Se hace con un cigarrillo del paquete que encuentra sobre la mesilla de noche, lo enciende con su mechero de gasolina y sabiendo que hoy no será más que otro triste y anodino día sin ella, se levanta de la cama dispuesto a tomarse un café y pegarse una ducha. Nadie cantará sus gestas, nadie escribirá su nombre entre los de los heroes de la patria y nadie llevará flores a una trinchera abandonada.
volar es algo tan maravilloso como aterrador, pues al haberte acostumbrado a caminar afianzando los pies al suelo, solo de pensar en levantar el vuelo el miedo atenaza tus sentidos, agarrota tus músculos, hace que tu estómago se encoja y borra tu sonrisa. Pero créeme, a veces la caída más dura no es la que se produce desde lo más alto, sino esa caída absurda e inesperada al dar un traspiés durante la carrera. Tienes una sonrisa muy bonita, no la pierdas, por favor.
El vértigo es una sensación muy desagradable, pero todos tenemos vértigo en algún momento de nuestra vida y si no lo enfrentamos y tratamos de superarlo, jamás volaremos.
No estás sola. Me consta que somos muchos los que te tenderemos la mano para que te agarres con fuerza y te sientas más segura al despegar. Las previsiones meteorológicas no son nunca excesivamente fiables y aunque los mapas de isobaras apunten cielos nublados con altas presiones, el tiempo es tan cambiante como la voluntad humana. Si te sirve de consuelo, yo comencé a tomar altura en un cielo despejado y aparentemente tranquilo y, unas traicioneras, tristes y fuertes corrientes que aparecieron de la nada estuvieron a punto de derribarme en el momento más peligroso de mi vuelo. Entré en barrena, y me encomendé a mis sueños y mis deseos más profundos para que me sostuvieran en el aire. Mentiría si te dijera que no pasé miedo. Mucho. Pero apreté los dientes, tragué saliva, respiré hondo y conseguí evitar la caída. No esta siendo fácil, pero aquí estoy. Tengo vértigo, pero no me resisto a intentar surcar los cielos.
Sé que ahora lo único que te apetece es gritar, llorar y mandarlo todo a tomar por el culo. Eso es normal. Es muy humano y pese a todo y por voluntad propia has decidido ser muy humana. Renunciaste a tu condición angelical para habitar entre nosotros y hoy te preguntas en qué momento el ser humano creyó estar hecho a imagen y semejanza de Dios sí él, a diferencia de su creación, no teme, no sufre y no se arrepiente de ninguno de sus actos.
Conozco bien esa sensación tan angustiosa de creer que la vida no tiene el menor sentido. Estás en ese punto en el que todos tus sueños parecen haberse convertido en las más espantosas pesadillas y todo aquello por lo que merecía la pena levantarse cada mañana ha perdido la magia. Pero la magia está en ti, en tu ilusión, en tu sonrisa, en tus ganas de regalarte al mundo y en tu valor. Volverás a brillar porque recuerda, nunca has dejado de hacerlo ni aún con el alma rota. Y eso es lo que te hará sanar y tomar altura de nuevo. Y nos encontraremos ahí arriba, puede que mucho más alto y más lejos de lo que piensas. Puede que nos veamos en una estrella y desde ella contemplemos este universo que creíamos terrible, pero que habremos sido capaces de conquistar.
Y no lo escribo, lo hago. Si no te gusta tu vida sé que podré escribirte aquella con la que soñaste cuando eras niña y estoy seguro de que sabrás vivirla. Agárrate a mi mano, permíteme que me sujete entre tus brazos. Convirtámonos en los acróbatas del aire y ayudémonos a planear y a aprovechar el viento a nuestro favor.
Parece difícil, tenemos miedo, tenemos vértigo, pero estamos juntos en esto. No te dejaré sola.
Abrígate bien. Allí arriba hace mucho frio y aunque lleguemos a rozar el sol, el calor que verdaderamente necesitamos y evitará que nos congelemos durante el vuelo no vendrá del poderoso astro que ilumina a los soñadores, sino de dentro de nuestros pechos ahora llenos de angustia y de temor, pero en el que hemos podido salvar un rinconcito para que florezca la esperanza.
Seguramente esta será la entrada más corta de mi blog.
Podría utilizar miles de frases ingeniosas, de palabras acertadas y de metáforas precisas, pero no lo necesito. Te dije que siempre sería absolutamente sincero y la sinceridad absoluta no necesita adornos.
Llévame contigo al espacio, aquí no se nos permite ser felices. Este planeta ya no tiene nada que ofrecernos.
No siempre el destino reparte los naipes más favorables y, en esta mano, Laertes sabe que tendrá que jugar muy bien sus cartas o se verá obligado a abandonar la partida.
Revisa la munición que le queda y al margen de la bala alojada en la recámara y las cuatro que aún conserva el cargador del arma, tan solo cuenta con otro cargador completo en el bolsillo interior de la chupa de cuero. Pocas botellas para una fiesta en la que los invitados sorpresa se han presentado en manada. Pero qué se le va a hacer, la vida es así y como jugador, sabe bien que hasta que no están todas las cartas boca arriba aún queda mucha partida.
Duda por unos segundos entre abandonar su posición de seguridad tras el enorme y macizo contenedor de obra y enfrentarse al descubierto a la media docena de sicarios que han enviado para eliminarlo, o si por el contrario tratar de hacerse fuerte allí y resistir hasta que el tiroteo atraiga a las fuerzas del orden, con todo lo que eso conlleva. Finalmente descarta esa opción por lo arriesgado de las consecuencias aún en el caso de que pudiese mantenerse con vida hasta la irrupción de los agentes de la ley. Dos y dos son cuatro de toda la vida, aún con las últimas reformas educativas, la LOGSE y todas esas mierdas en la que debes subrayar la palabra patata y comentarla con tus compañeros, por lo que hasta el más garrulo de los uniformados procedería a su inmediata detención, o incluso puede que un agente precavido con un poco de experiencia en las calles se asegurase la vuelta a casa metiéndole un tiro en la sesera tras el correspondiente disparo al aire.
Traga saliva, cambia el cargador sustituyendo el mediado por el completo, se persigna encomendando su alma a Dios y calcula la distancia hasta la columna más cercana de los soportales que engalanan la plaza del pueblo al que se desplazó para completar su último trabajo. Si no lo aciertan al salir de su puesto de tirador, puede que aun tenga una oportunidad.
Como último capricho se permite el lujo de dedicar unos segundos al recuerdo de la mujer que de un tiempo a esta parte lo trae por la calle de la amargura y a la que llama cariñosamente ángel, pues realmente se lo parece. Pensar en su sonrisa, en lo intenso de sus abrazos y en lo hermoso de su boca le aporta la energía suficiente para echar un repentino órdago a los pares abandonando su segura posición y enfrentándose a cuerpo descubierto con los que pensó eran sicarios colombianos. Se conoce que estos deben de ser de Móstoles o de Cuenca, pues al verlo avanzar hacia ellos apuntando con precisión y abatiendo un blanco tras otro, los matones que aún siguen en pie se dejan llevar por los nervios y evidenciando su falta de profesionalidad y su afición por el cine de serie B, los que no salen corriendo abren fuego sin molestarse siquiera en apuntar y vaciando los cargadores como los niños que aburridos y hartos de todo despilfarran gusanitos en un cumpleaños infantil.
Uno a uno va acabando con los matones de saldo y tras tomarse su tiempo y apoyar el cañón de su Pietro Beretta sobre el dorso de la mano izquierda, fija la espalda del último que aún corre tratando de salvar la vida entre el alza y la mira del arma, y tras mantener la respiración efectúa un único disparo que da en el blanco poniendo fin a la carrera. Ya está. Todos han caído. Ahora lo inteligente es abandonar la plaza donde se ha celebrado la improvisada verbena lo antes posible, porque por pequeño que sea el pueblo, los paisanos que lo espían a través de los visillos tras las ventanas cercanas no tardarán en dar su descripción y en contar lo sucedido a la Guardia Civil con todo lujo de detalles y algún dato de propia cosecha.
Al volante del pequeño y fiable descapotable automático con el pitillo humeante entre los labios, Laertes reparte sus pensamientos entre la forma de acabar con la vida del cliente que le encargó el trabajo, y que sospecha está en nómina de cierto rencoroso y tuerto criminal que se la tiene jurada, y el ángel al que sin lugar a dudas entregará lo mejor de cuanto anida en su pecho. Porque pese a todo y para sorpresa de aquellos que lo han podido conocer bien, Laertes sigue siendo un romántico empedernido. Y un excelente jugador de Mus.