domingo, 25 de julio de 2021

Sobran las razones


 Al ver iluminarse el cielo con la luz de las bengalas disparadas por el enemigo y escuchar el sonido de los silbatos de los oficiales exhortando a sus hombres a abandonar las trincheras, el asustado recluta apostado a escasos metros de el teniente Melcreces traga saliva, introduce un cargador en el fusil, cala la bayoneta y se prepara para defender la posición y vender cara su vida.  El sargento que corre pistola en mano  de un lado a otro arengando al resto de los compañeros de trinchera no puede evitar que su rostro evidencie la preocupación ante lo que se avecina. Pero dando vivas a España y a la muerte, consigue disimular el temor que casi consigue atenazar sus movimientos y dejarlo en mal lugar delante de otros suboficiales que se desviven porque los soldados recién llegados del acuartelamiento del valle mantengan las posiciones y no salgan corriendo.

El comandante Ibáñez  se desgañita reclamando la inmediata presencia del enlace y del operador de radio para solicitar, bueno, mejor dicho suplicar, que el mando envíe refuerzos a la mayor brevedad para contener la ofensiva de las tropas que a la bayoneta calada y gritando como cochinos en día de matanza corren hacia ellos con la decisión que imprime la certeza de que si osan detenerse o dar media vuelta sus propios oficiales los dispararán sin dudarlo.

La noche cerrada que presagiaba otra jornada de tensa calma en el frente se llena de luces y estruendo y, el fragor de la batalla no deja lugar a dudas de que al día siguiente el número de bajas confirmadas tras el recuento en la revista hará palidecer a quienes se habían despreocupado del frente noroeste errando en sus cálculos y expectativas.

Dios, patria, familia...sobran las razones para montar su arma y prepararse ante lo que se le viene encima. El teniente de infantería Oscar Melcreces ve como caen los primeros hombres alcanzados por el fuego enemigo. La cabeza de un soldado de unos diecisiete o dieciocho años, de esos que fueron reclutados a la fuerza, arrancados de los brazos de sus madres y movilizados pocas semanas atrás, estalla como una granada al recibir el disparo de un arma de gran calibre y llena de sangre, trocitos de hueso y restos de masa encefálica a otros reclutas que tiemblan y sollozan al intuir que seguramente corran igual suerte que su ya irreconocible compañero. Oscar aparta sin miramientos el cuerpo del difunto y ocupa su puesto de tirador, asoma con cierta imprudencia la cabeza para evaluar la situación y lo que ve le corta la respiración. A unos escasos cincuenta metros, miles de decididos soldados de las tropas enemigas de ocupación corren hacia ellos dispuestos a sembrar la tierra con cuantos cadáveres puedan, para aumentar la ya abundante cosecha de viudas y huérfanos. El ataque será incontenible, eso está claro. No tarda demasiado en quedarse sin munición y en  abatir a cuantos enemigos le permite derribar su capacidad de fuego y justo cuando está municionando escucha un alarido y al levantar la vista se encuentra con un soldado enemigo que dirige hacia su pecho la punta de la afilada bayoneta dispuesto a ensartarlo sin piedad.

En ese instante Melcreces se despierta sudando y tras unos angustiosos segundos consigue identificar la seguridad de su dormitorio, el regalo de haber sufrido una nueva pesadilla y la certeza de que arranca un nuevo día en el que su única preocupación será llegar a la hora al trabajo, su único miedo no estar a la altura de las circunstancias que le depare la jornada y, su única pena, recordar el rostro de aquella que decidió que sus vidas deberían tomar caminos separados. Al saberse a salvo en su lecho, se sorprende al pensar que de alguna manera preferiría que no hubiese sido un sueño, que aquel soldado le hubiese atravesado el corazón con la bayoneta y de esa manera haber puesto fin a su dolor y a una vida que pese a todo, no termina de convencerlo.  Se hace con un cigarrillo del paquete que encuentra sobre la mesilla de noche, lo enciende con su mechero de gasolina y sabiendo que hoy no será más que otro triste y anodino día sin ella, se levanta de la cama dispuesto a tomarse un café y pegarse una ducha.  Nadie cantará sus gestas, nadie escribirá su nombre entre los de los heroes de la patria y nadie llevará flores a una trinchera abandonada.

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