El gran Scott Fitzgerald escribió una vez que nuestras vidas se definen por las oportunidades, incluso por las que perdemos, y no puedo estar más de acuerdo con él.
En el cómputo de oportunidades en mi vida he perdido muchas, demasiadas, pero también se me han dado más de las que he merecido y de un tiempo a esta parte he aprendido a agradecerlas y a no hacerme daño al echar la vista atrás y ser consciente de aquello que dejé escapar.
Quizás y como me dijo una amiga, debo recurrir a mi niño interior y no permitir su huida empujado por la madurez y por aquello que realmente lo único que hace es lastrarme e impedirme volar.
Cito sus palabras textualmente :"Los niños no se rinden, escapan con rapidez a la dificultad, buscan siempre la salida y la encuentran, tienen plasticidad, se adaptan. Pregúntale a un niño qué haría frente a tus problemas y te dará una solución simple y rápida. No tienen elaborado el sufrimiento, solo las ganas de volar."
Esta es una verdadera lección vital y creo que en esa búsqueda de algo parecido a la felicidad a la que me estoy entregando en cuerpo y alma, debo armonizar con juicio lo infantil que aún vive en mi y lo maduro que se está implantando, y si consigo que ambas posiciones existenciales sepan convivir sin problemas, estaré más cerca de despegar tras haber recorrido la pista y recogido el tren de aterrizaje.
Últimamente parece que al margen de mis relatos sobre Laertes y sus crueles aventuras, y de mis textos de desamor escritos con la tinta de la amargura, solo escribo textos de autoayuda. Os aseguro que no es mi intención aconsejar ni dar lecciones de vida, ni plasmar aquí una moralina del todo innecesaria. Siempre he sido un puto desastre. Creo que aquellos que me conocen estarán conmigo en que no tengo mal corazón y siempre me empeñé en echar una mano a aquellos de mi entorno que pudieran necesitar de mi ayuda, pero igualmente fui incapaz de dedicarme tiempo, de pensar un poco en mis necesidades reales, más allá de las elementales y algún capricho vital, y de coger el toro por los cuernos cuando las cosas se ponían difíciles. Se me han dado tantas oportunidades que mi leit motiv cotidiano era: "Ya apañaré" y para mi desgracia habitualmente terminaba apañando y si no, alguien me lo apañaba. Y eso no es más que una brutal falta de madurez que nada tiene que ver con el niño interior que quiero recuperar. A ese niño lo quiero para que aporte ilusión y ganas, diversión y esperanza, deseos de volar. Y del madurito de bigote bicolor que se está adueñando de mis actos, solo quiero que sepa escuchar la voz que desde dentro del pecho y el laberinto cerebral le grita, "Vuela".
Al intentar cuadrar a ambos yos sin desvirtuar el conjunto, identifico las oportunidades perdidas y veo que las hay de todo tipo. Desde la oportunidad de convertirme en un buen profesional al haber aprovechado todas las opciones de formación que se me brindaron generosamente, a la oportunidad de compartir vida, sueños y proyectos de futuro con distintas mujeres a las que dejé escapar por creer que entregando solo aquello que no necesitaba de mi sería suficiente para hacerlas felices y, cuando he aprendido que no es así, esos trenes ya habían pasado y cambiado de vía. Y aquí estoy con mi inútil billete arrugado entre las manos y sentado en el andén, lamentándome de no haber sabido subir a bordo y haber perdido un expreso tras otro.
Pero nunca es tarde si realmente se quiere volar. Mi niño me dice que caja impulso, que me olvide de las miserias, que suelte lastre y que me lance al vacío. Y creo que voy a hacerlo. Total...¿Qué puedo perder?. Como me dijo ayer mi amiga ese niño no ha elaborado el sufrimiento, solo las ganas de volar. Y voy a volar, pase lo que pase y le pese a quien le pese. Eso si, no os preocupéis, informaré a los controladores de mis rutas de vuelo para evitar colisiones innecesarias y fatales.
Que el destino y la vida nos sean propicios, os sean propicios.
En la próxima entrada Laertes se enfrentará a otra de esas situaciones complicadas que tanto le gustan, y que al ser yo el dios de su universo, podrá solucionar y salir airoso, sonreír, fumarse un pitillo y tomarse un escocés con hielo. O un buen vino de la Ribera del Duero.
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