Al estrecharla entre sus brazos durante unos segundos, supo que ya nunca volvería a tener miedo, que jamás volvería a dudar y que sería capaz de afrontar cualquier cosa, por dura que pareciera y por imposible que resultara. Porque aquel ángel lo estaba transportando con él a un paraíso vedado a los mortales, en el que las almas sanaban, las angustias desaparecían, los corazones se recomponían y los espíritus se reconfortaban. Abrazado a ella, se permitió ser feliz durante un instante y cuando se separaron, no pudo evitar suspirar. Y sonreír.
—¿Mejor? –preguntó aquel ser celestial clavando sus ojos en los del hombre que temblaba de emoción contenida.
Él apenas podía articular las palabras. Era tal el caudal de sentimientos que le inundaba el pecho, que por un momento creyó que iba a perder el conocimiento.
—¿Acaso lo dudas?–consiguió responder con un hilo de voz–creo que jamás me he sentido tan bien. Ni incluso cuando creí haber sido feliz entre otros brazos–añadió con absoluta sinceridad.
Ella sonrió y se ruborizó un poco al percatarse de que el rubio escritor no mentía. Pero entonces la embargó la duda de que él hubiese confundido la intención de aquel abrazo, y con el valor de quien no desea herir, le dijo:
—No te confundas. No se te ocurra enamorarte de mi. Mi corazón es tuyo, pero no lo poseerás en exclusiva. Son muchas las personas que lo necesitan y al compartirlo contigo te estoy recibiendo entre aquellos que deben disfrutar de su porción.
El agradecido mortal sonrió sabedor de que aquel ángel no era solo para él. Dios escribe con renglones torcidos y el hecho de que en su infinita misericordia le hubiera permitido abrazar a uno de sus ángeles, no era más que otra muestra de la grandeza de aquello de lo que debería hacerse merecedor algún día.
—No te preocupes, Ángel. No soy tan estúpido. Eso sí, soy muy humano, mucho, y como humano que soy tiendo a desear aquello que no tengo, y que sé que no me pertenece por derecho, pero he aprendido a diferenciar las cosas y a interpretar las señales del destino. Sé, que si un día soy capaz de merecerte, tú vendrás a mi y me entregarás la ambrosía de tus labios y el maná de tu piel, pero hasta que llegue ese momento, si es que ha de llegar, deberé estar agradecido de que ocultando tus alas al resto de los mortales, me hayas reconfortado en tu pecho y sanado de aquello que no me permitía avanzar y me tenía sumergido en la más negra amargura.
—Deberías comprender que no sufres por amar y haber sido amado, sino porque el tiempo que se te concedió para ese amor se consumió. Pero créeme, volverás a amar con la misma intensidad e incluso con más y, la mujer que te aguarda te querrá tanto que el sentimiento se escapará a tu comprensión.
Ahora he de dejarte con tus libros y tus sueños, con tu esperanza y con tu necesidad de expresar cuanto te colma el pecho. La razón, te aseguro, no solo produce monstruos, y al combinarla con la imaginación y la creatividad, es un poderoso instrumento con el que dar forma a las más hermosas frases en las que volcar aquello que estás deseando regalarle a la pareja para la que llevas tanto tiempo preparándote a base de un intento tras otro, de un fracaso tras otro. Pero ya estás muy cerca, no lo dudes.
—Dios te oiga –dice él esperanzado mientras enciende un pitillo con su mechero de gasolina.
—Me está oyendo, no te quepa duda. Y por cierto –añade en un alarde de enigmática generosidad–deberías ir pensando en dejar de fumar. Como ángel de la guarda fuera de servicio, prefiero que me evites acompañarte a la UCI de un hospital para insuflarle oxígeno a tus pulmones. El tabaco te terminará ganando la partida. Cuando el huracán se encuentra un diente de león en su camino, aunque todos quisiéramos que la pequeña asterácea no sucumbiera ante el viento, hay cosas que por lógica han de suceder y suceden. Tómatelo como el consejo de una amiga.
—Todo a su momento. Dejar de fumar, morir, soñar, tal vez dormir, todo a su momento. Te garantizo que si algo he aprendido –dice expulsando el humo por la nariz en un gesto de inconformista rebeldía–es que todo termina llegando.
—Incluso lo bueno –añade ella acariciándole la mejilla a modo de despedida.
—Incluso lo bueno –repite él agradecido.
Antes de que aquella criatura celestial desapareciese entre las gotas de lluvia que acababan de comenzar a caer, le regaló un pequeño pero increíblemente sabroso beso en los labios.
Aceptando que le va a costar saber si aquello ha sido un regalo de Dios, o simplemente el producto de una mente y un corazón torturados, apura el cigarrillo y decide regresar a su casa, dando por finalizado el paseo por el monte cercano a su hogar donde suele acudir buscando inspiración para sus textos.
Es curioso...aquella adorable criatura que le ha devuelto la ilusión, se parecía demasiado a un amiga suya a la que apenas ve y a la que hoy más que nunca, tiene ganas de volver a abrazar.
2 comentarios:
Los ángeles existen. A veces se mezclan con nosotros.
No me cabe la menor duda. He conocido a uno.
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