viernes, 13 de agosto de 2021
Dulces sueños
sábado, 7 de agosto de 2021
Ya está aquí
Acostumbro a escribir que todo termina llegando, incluso lo bueno. Y con esto no quiero ser presuntuoso y que parezca que ese "incluso lo bueno", se refiera a la calidad de mi nueva novela, eso no soy yo el que debe juzgarlo. Cuando hago referencia a lo bueno que termina por llegar, solamente hablo de que al final, tarde más o tarde menos, aquello en lo que has trabajado duro invirtiendo tiempo, ganas, energía e ilusión, acaba haciéndose realidad.
Esta novela, (segunda entrega de la trilogía Crímenes de temporada, que se edita bajo el sello de la editorial Suseya y a la que precedió Temporada de setas), la escribí durante el confinamiento domiciliario resultante de la pandemia producida por la Covid 19. De hecho es curioso, porque la presentación oficial de Temporada de setas, en la sala Concha Velasco de Valladolid, tuvo lugar el 6 de marzo de 2020 y Eugenia Rico, escritora que prologó la novela con un texto lleno de cariño, no pudo venir porque reside en Venecia y allí el Coronavirus ya campaba a sus anchas, y los venecianos vivían y morían entre restricciones de todo tipo. Durante el evento, alguno de los asistentes se saludaban con el codo o el pie y adelantados a su tiempo, trataban de mantener cierta distancia de seguridad. Mi hermana Elena, también escritora galardonada y actriz, no pudo realizar el monólogo que tenia previsto durante el acto al tener que quedarse en casa con febrícula y dolor muscular. Si sumamos a esos síntomas el que Elena trabajaba entonces como animadora sociocultural en residencias de mayores, creo que todo apunta a lo que apunta.
El día 1 del confinamiento domiciliario al que se sometió a los españoles para intentar minimizar los devastadores efectos de este bichito de nombre regio, comencé a escribir Temporada de sustos y la verdad es que las horas empleadas en documentarme para ser lo más preciso posible y las que emplee en desarrollar la trama durante lo siguientes ocho meses me sirvieron para evadirme en la medida de lo posible de la triste realidad que asolaba mi país y el mundo entero, realidad a la que volvía al abandonar el ordenador y darme cuenta en el acto de que todo había cambiado, que no podía salir de casa e ir a ver a la que entonces era mi pareja y, que por desgracia recibía llamadas y wasaps de familiares y amigos comunicándome ingresos hospitalarios y defunciones. Después llegaron distintas medidas que nos acercaron a la mal llamada "nueva normalidad" y poco a poco la vacunación, el uso de mascarillas, el continuo lavado de manos y el escrupuloso respeto de la distancia social, me permitieron vivir de una forma más natural las distintas vicisitudes que me reservaba el destino.
Entre nosotros, pagaría porque se borrasen todos mis recuerdos de lo vivido y sufrido este último año y medio, pero como siempre he creído en la teoría de la compensación, el ver impresa mi nueva novela y haberle puesto fecha, hora y lugar a su presentación editorial, me ayuda a disfrutar de lo que tengo y a dejar de lamentarme por lo que he perdido, que ha sido mucho.
Como escritor siento que he dado un paso adelante y que he avanzado, pues esta nueva novela se conforma de 360 distópicas paginas llenas de trepidante acción, referencias a la historia de España y a la situación política actual, amistad, enfrentamientos entre el bien y el mal y por supuesto y como no podía ser de otra forma viniendo de mi pluma, una deliciosa historia de amor.
Y ya está aquí.
Una vez más algunos de los artistas que forman la BSO de la trilogía me acompañarán durante la presentación compartiendo con los invitados su talento y su arte.
Eva García y su padre, Pepe García, autores de las ilustraciones de interior y cubierta, también participarán en el evento.
Es de bien nacidos ser agradecidos y debo reconocer y agradecer la importancia y lo fundamental del gran trabajo de mi buena amiga, la editora, correctora, diseñadora gráfica, maquetadora y novelista, Eva Melgar, quien ya me ayudó a darle la forma que quería a Temporada de setas y, con esta nueva aventura literaria se ha lucido aún más.
Estoy satisfecho de esta segunda entrega de la trilogía y, sabedor de que la literatura salva vidas, he comenzado ha escribir Temporada de caza, la última entrega, cuyo manuscrito original va por la página 52. Le debo mucho a la literatura, muchísimo y cada día escribo y leo para fortalecer mi cerebro, sanar mi alma y animar mi corazón.
Sé que no puedo vivir únicamente en negro sobre blanco, pero estoy aprendiendo a compaginar mis dos realidades, la existencial y la literaria.
Poco a poco y trabajando duro y con verdadera ilusión, conseguiré llegar a ser el escritor que quiero llegar a ser.
Espero que leáis esta nueva novela, que os haga pasar unas horas entretenidas, interesantes y placenteras y que os guste. Ese es a fecha de hoy mi mayor deseo, que los lectores disfruten con mi obra.
jueves, 29 de julio de 2021
Mientras guiña un ojo
Nunca fue lo que comúnmente se conoce como un tipo duro, ni siquiera intentó
serlo.
Era feliz con su personalidad afable. Pero hubo quienes confundieron
cordialidad y amabilidad con debilidad y tantos fueron los confusos que, a
fuerza de tratar de aprovecharse de él, de hacerlo tropezar y cebarse en su
desgracia, consiguieron crear un monstruo. Eso sí, un monstruo de aspecto
encantador, inocente mirada y exquisita corrección en las formas. Excepto
cuando tomaba la decisión de solucionar las confusiones y explicar algunas
cosas.
Su modus operandi dejaba clara su
postura ante cada crimen. Antes de ajusticiar a sus víctimas, las sometía a un
completo proceso judicial en el que él era juez, jurado y finalmente asumía el
rol de verdugo. Pero siempre les daba la oportunidad de acceder al indulto si
admitían la falta, confesaban y mostraban arrepentimiento,
Una vez dictaba sentencia, ya no había nada que hacer.
Era una persona muy paritaria y jamás hizo distinción entre hombres y
mujeres a la hora de aplicar la ley.
Su estricto código moral y existencial perseguía una serie de delitos que
consideraba tan graves como imperdonables y él mismo trataba de conducirse por
una máxima universal que debería ser la norma básica de conducta en esta
sociedad podrida: «vive y deja vivir». Pero por desgracia se vio obligado a
hacer una interpretación de la norma y comenzó a aplicar la muerte selectiva.
Incansable lector de todo tipo de géneros y autores, con cada libro que
añadía a su completa biblioteca ratificaba la necesidad de erradicar a ciertos
tipos de individuos, por el bien de la humanidad. «Vive y deja morir», se
convirtió en su adaptación de la norma y consiguió convertirla en
consuetudinaria.
Sentía gran simpatía y admiración por el antiguo Código de Hammurabi y en
muchas ocasiones se conducía por aquella arcaica normativa.
La sociedad había avanzado, el progreso se había instalado en los
hogares y el desarrollo lo había cambiado todo, menos la mezquindad y la
infamia y, el ser humano seguía cometiendo los mismos atropellos.
Muchas eran las religiones que habían tipificado estos excesos
convirtiéndolos en pecados veniales y mortales a ojos de dioses y hombres. Pero
en este momento de la historia, matar, violar, mancillar o destrozar una vida
salía excesivamente barato. Y tenía muy claro que era hora de empezar a pagar.
Con sangre.
Él mismo había sufrido en sus propias carnes y en su maltrecho y dolorido
corazón una gran cantidad de afrentas que le habían llevado a maldecir el
momento en el que llegó a convencerse de que aún estábamos a tiempo de cambiar.
El cambio, la transformación definitiva, solo se logra a través de la muerte. Y
transformaría definitivamente a cuantos malvados trataran de arrebatarle lo
único que aún no habían podido llevarse: su dignidad.
Preparaba con esmero el lugar y el ajusticiamiento para aquellos que, en su
soberbia habían renunciado a cualquier tipo de defensa. En muchas ocasiones,
retrasó las vistas para asegurarse de que los procesados tan solo habían
cometido errores puntuales bajo eximentes como el alcohol, la juventud, la ignorancia
o el arrebato, pero había tanto reincidente que ya no valía eso de que in dubio pro reo, porque dando una
oportunidad tras otra, despejaba cuanta duda se le presentaba.
Una vez que el reo era conducido al patíbulo, trataba de que sufriese solo
lo necesario, de que no sintiese miedo o angustia y de que fuese el final menos
cruel. Mientras les explicaba lo que iba a suceder con un discurso amable,
fácilmente comprensible y casi jocoso, extraía su pequeño revolver del
interior de la funda que portaba oculta bajo la camisa y antes de atravesarles
el corazón de un certero disparo, les guiñaba un ojo sonriendo.
En la mayoría de las ocasiones trató de que, al aplicar la sentencia, el reo
no sufriese, pero en alguna ocasión, se deleitó ensañándose con más de uno. En
esta última ejecución, pensó que iba a disfrutar sobremanera al atravesar el
corazón de la más cruel, ingrata y despiadada de cuantas mujeres habían
compartido su lecho.
Juno se había concedido hacía un par de años el capricho de perdonarle la
vida y jugó a ser un magnánimo y nada rencoroso juez, pero ella volvió a
confundir su inmensa generosidad con debilidad y falta de agallas y, cometió el
terrible error de tratar de volver a engatusarlo para que cayese de nuevo en
sus redes.
Lo localizó a través de una conocida red social y comenzó su acoso y derribo
con inocentes comentarios que dejaban entrever la posibilidad de un reencuentro
y de nuevas noches de pasión. Aquel súcubo tenía la costumbre de pagar sus
caprichos con lo que muchos hombres consideran la más válida de las monedas de cambio, el
sexo.
Sabedor de las verdaderas intenciones de la indultada, Juno fingió volver
a ponerse a su disposición para cuanto necesitase y con habilidad, concertó un
encuentro en su nuevo piso en el centro, con la excusa de prepararle una cena
con una botella de su vino favorito, a lo que ella creyendo haber conseguido lo
que se proponía, aceptó encantada.
–Pasa, Jezabel, quítate la chaqueta y ponte cómoda, la puerta de enfrente,
junto al dormitorio, es la del comedor.
—Prefiero que me la quites tú, Juno. Y si te apetece puedes quitarme el
resto de la ropa. Echo de menos tenerte dentro de mí.
Juno procedió con delicadeza a desvestir a aquel demonio moreno y sensual
y cuando ya solo le quedaba la ropa interior, comenzó a besarla, a acariciarla
y tras abrir la puerta del dormitorio con el pie, a empujarla hasta la cama.
—Veo que sigues en forma, cielo. Déjame que te ayude a quitarte todo esto.
Y con la más erótica y lasciva de las miradas, se arrodilló ante él y le fue
desabrochando los pantalones muy despacio.
Juno se sorprendió a si mismo al dudar entre aplicar la sentencia o darle
una nueva oportunidad a aquella mujer de caderas hipnóticas y excelentes mañas.
Desde que comenzó a asesinar a quienes consideraba impuros y no merecedores
de vivir, todo había sido fácil para él. Sus primeras víctimas fueron más un
desahogo que una carga moral. Desde que se convirtiera en el ejecutor que la
sociedad pedía a gritos, nunca dejó de dormir del tirón y con la conciencia
tranquila. Era una desagradable labor la suya, pero alguien tenía que
desempeñar esta función y aunque hubiera preferido no verse obligado a ello, al
final creía haberle cogido gusto.
Nadie había sospechado nunca de él ni tan siquiera su círculo más cercano
había notado la más mínima alteración en su conducta. Pero ahora todo empezaba
a cambiar y aunque sabía que aquella mujer merecía la muerte más que nadie, la
duda lo hizo detenerse en el último momento.
Permitió que le bajase los pantalones y los ajustaos bóxers y que, mirándole a
los ojos, empezase a aplicarse al más suculento de los placeres que una mujer
puede darle a un hombre.
Tras unos pocos minutos de inmejorable sexo oral, vinieron muchos más de
sexo salvaje contra la pared y en el éxtasis del orgasmo, su cerebro le recordó
lo que realmente tenía en mente desde que concertó aquella cita.
Entonces, Juno, que no había dejado de mantenerle la mirada, le guiñó un
ojo, le mostró el arma y se dispuso a hacer lo que tenía que hacer.
Jezabel reaccionó con una rapidez y una fuerza que lo desconcertó y tras
propinarle un potente rodillazo en la entrepierna, le arrebató el arma.
—Siempre fuiste un pusilánime, rubito. Y si crees que ibas a poder matarme
después de vaciarte dentro de mí, es que aún no me conoces, gilipollas.
—Bueno, “cariño”—dijo el rubio asesino con cierta sorna y con la certeza de
que todo estaba a punto de concluir—haz lo que tengas que hacer, pero te
garantizo una cosa; te vas a pudrir en la cárcel. Estás bastante bien y eres
una diosa del sexo, pero nunca fuiste cuidadosa ni discreta y el que la policía
terminé deteniéndote no será más que cuestión de tiempo.
–Eso ya lo veremos, “cariño”—susurró Jezabel antes de apoyar el cañón en la sien del iluso hombrecillo, apretar el gatillo y esparcir los sexos de Juno por la pared donde acababa de disfrutar de uno de los mejores polvos de su dilatada vida sexual.
Tras vestirse y limpiar con esmero las huellas del arma y de todo lo que había tocado desde que entró en la casa del difunto, le colocó el revólver en la mano izquierda, pues era zurdo. Lo vistió con extremo cuidado y dispuso el cuerpo de tal forma que pareciese un suicidio.
Al salir del edificio tras cerciorarse de que nadie la había visto, se dirigió al bar más cercano y pidió un chupito de ron sin hielo. El ardiente trago le supo a gloria.
domingo, 25 de julio de 2021
Sobran las razones
Al ver iluminarse el cielo con la luz de las bengalas disparadas por el enemigo y escuchar el sonido de los silbatos de los oficiales exhortando a sus hombres a abandonar las trincheras, el asustado recluta apostado a escasos metros de el teniente Melcreces traga saliva, introduce un cargador en el fusil, cala la bayoneta y se prepara para defender la posición y vender cara su vida. El sargento que corre pistola en mano de un lado a otro arengando al resto de los compañeros de trinchera no puede evitar que su rostro evidencie la preocupación ante lo que se avecina. Pero dando vivas a España y a la muerte, consigue disimular el temor que casi consigue atenazar sus movimientos y dejarlo en mal lugar delante de otros suboficiales que se desviven porque los soldados recién llegados del acuartelamiento del valle mantengan las posiciones y no salgan corriendo.
El comandante Ibáñez se desgañita reclamando la inmediata presencia del enlace y del operador de radio para solicitar, bueno, mejor dicho suplicar, que el mando envíe refuerzos a la mayor brevedad para contener la ofensiva de las tropas que a la bayoneta calada y gritando como cochinos en día de matanza corren hacia ellos con la decisión que imprime la certeza de que si osan detenerse o dar media vuelta sus propios oficiales los dispararán sin dudarlo.
La noche cerrada que presagiaba otra jornada de tensa calma en el frente se llena de luces y estruendo y, el fragor de la batalla no deja lugar a dudas de que al día siguiente el número de bajas confirmadas tras el recuento en la revista hará palidecer a quienes se habían despreocupado del frente noroeste errando en sus cálculos y expectativas.
Dios, patria, familia...sobran las razones para montar su arma y prepararse ante lo que se le viene encima. El teniente de infantería Oscar Melcreces ve como caen los primeros hombres alcanzados por el fuego enemigo. La cabeza de un soldado de unos diecisiete o dieciocho años, de esos que fueron reclutados a la fuerza, arrancados de los brazos de sus madres y movilizados pocas semanas atrás, estalla como una granada al recibir el disparo de un arma de gran calibre y llena de sangre, trocitos de hueso y restos de masa encefálica a otros reclutas que tiemblan y sollozan al intuir que seguramente corran igual suerte que su ya irreconocible compañero. Oscar aparta sin miramientos el cuerpo del difunto y ocupa su puesto de tirador, asoma con cierta imprudencia la cabeza para evaluar la situación y lo que ve le corta la respiración. A unos escasos cincuenta metros, miles de decididos soldados de las tropas enemigas de ocupación corren hacia ellos dispuestos a sembrar la tierra con cuantos cadáveres puedan, para aumentar la ya abundante cosecha de viudas y huérfanos. El ataque será incontenible, eso está claro. No tarda demasiado en quedarse sin munición y en abatir a cuantos enemigos le permite derribar su capacidad de fuego y justo cuando está municionando escucha un alarido y al levantar la vista se encuentra con un soldado enemigo que dirige hacia su pecho la punta de la afilada bayoneta dispuesto a ensartarlo sin piedad.
En ese instante Melcreces se despierta sudando y tras unos angustiosos segundos consigue identificar la seguridad de su dormitorio, el regalo de haber sufrido una nueva pesadilla y la certeza de que arranca un nuevo día en el que su única preocupación será llegar a la hora al trabajo, su único miedo no estar a la altura de las circunstancias que le depare la jornada y, su única pena, recordar el rostro de aquella que decidió que sus vidas deberían tomar caminos separados. Al saberse a salvo en su lecho, se sorprende al pensar que de alguna manera preferiría que no hubiese sido un sueño, que aquel soldado le hubiese atravesado el corazón con la bayoneta y de esa manera haber puesto fin a su dolor y a una vida que pese a todo, no termina de convencerlo. Se hace con un cigarrillo del paquete que encuentra sobre la mesilla de noche, lo enciende con su mechero de gasolina y sabiendo que hoy no será más que otro triste y anodino día sin ella, se levanta de la cama dispuesto a tomarse un café y pegarse una ducha. Nadie cantará sus gestas, nadie escribirá su nombre entre los de los heroes de la patria y nadie llevará flores a una trinchera abandonada.
miércoles, 21 de julio de 2021
Más alto, más lejos...
Hola, amiga,
volar es algo tan maravilloso como aterrador, pues al haberte acostumbrado a caminar afianzando los pies al suelo, solo de pensar en levantar el vuelo el miedo atenaza tus sentidos, agarrota tus músculos, hace que tu estómago se encoja y borra tu sonrisa. Pero créeme, a veces la caída más dura no es la que se produce desde lo más alto, sino esa caída absurda e inesperada al dar un traspiés durante la carrera. Tienes una sonrisa muy bonita, no la pierdas, por favor.
El vértigo es una sensación muy desagradable, pero todos tenemos vértigo en algún momento de nuestra vida y si no lo enfrentamos y tratamos de superarlo, jamás volaremos.
No estás sola. Me consta que somos muchos los que te tenderemos la mano para que te agarres con fuerza y te sientas más segura al despegar. Las previsiones meteorológicas no son nunca excesivamente fiables y aunque los mapas de isobaras apunten cielos nublados con altas presiones, el tiempo es tan cambiante como la voluntad humana. Si te sirve de consuelo, yo comencé a tomar altura en un cielo despejado y aparentemente tranquilo y, unas traicioneras, tristes y fuertes corrientes que aparecieron de la nada estuvieron a punto de derribarme en el momento más peligroso de mi vuelo. Entré en barrena, y me encomendé a mis sueños y mis deseos más profundos para que me sostuvieran en el aire. Mentiría si te dijera que no pasé miedo. Mucho. Pero apreté los dientes, tragué saliva, respiré hondo y conseguí evitar la caída. No esta siendo fácil, pero aquí estoy. Tengo vértigo, pero no me resisto a intentar surcar los cielos.
Sé que ahora lo único que te apetece es gritar, llorar y mandarlo todo a tomar por el culo. Eso es normal. Es muy humano y pese a todo y por voluntad propia has decidido ser muy humana. Renunciaste a tu condición angelical para habitar entre nosotros y hoy te preguntas en qué momento el ser humano creyó estar hecho a imagen y semejanza de Dios sí él, a diferencia de su creación, no teme, no sufre y no se arrepiente de ninguno de sus actos.
Conozco bien esa sensación tan angustiosa de creer que la vida no tiene el menor sentido. Estás en ese punto en el que todos tus sueños parecen haberse convertido en las más espantosas pesadillas y todo aquello por lo que merecía la pena levantarse cada mañana ha perdido la magia. Pero la magia está en ti, en tu ilusión, en tu sonrisa, en tus ganas de regalarte al mundo y en tu valor. Volverás a brillar porque recuerda, nunca has dejado de hacerlo ni aún con el alma rota. Y eso es lo que te hará sanar y tomar altura de nuevo. Y nos encontraremos ahí arriba, puede que mucho más alto y más lejos de lo que piensas. Puede que nos veamos en una estrella y desde ella contemplemos este universo que creíamos terrible, pero que habremos sido capaces de conquistar.
Y no lo escribo, lo hago. Si no te gusta tu vida sé que podré escribirte aquella con la que soñaste cuando eras niña y estoy seguro de que sabrás vivirla. Agárrate a mi mano, permíteme que me sujete entre tus brazos. Convirtámonos en los acróbatas del aire y ayudémonos a planear y a aprovechar el viento a nuestro favor.
Parece difícil, tenemos miedo, tenemos vértigo, pero estamos juntos en esto. No te dejaré sola.
Abrígate bien. Allí arriba hace mucho frio y aunque lleguemos a rozar el sol, el calor que verdaderamente necesitamos y evitará que nos congelemos durante el vuelo no vendrá del poderoso astro que ilumina a los soñadores, sino de dentro de nuestros pechos ahora llenos de angustia y de temor, pero en el que hemos podido salvar un rinconcito para que florezca la esperanza.
miércoles, 14 de julio de 2021
Intenso
Podría utilizar miles de frases ingeniosas, de palabras acertadas y de metáforas precisas, pero no lo necesito. Te dije que siempre sería absolutamente sincero y la sinceridad absoluta no necesita adornos.
Llévame contigo al espacio, aquí no se nos permite ser felices. Este planeta ya no tiene nada que ofrecernos.
domingo, 11 de julio de 2021
Órdago a los pares
No siempre el destino reparte los naipes más favorables y, en esta mano, Laertes sabe que tendrá que jugar muy bien sus cartas o se verá obligado a abandonar la partida.
Revisa la munición que le queda y al margen de la bala alojada en la recámara y las cuatro que aún conserva el cargador del arma, tan solo cuenta con otro cargador completo en el bolsillo interior de la chupa de cuero. Pocas botellas para una fiesta en la que los invitados sorpresa se han presentado en manada. Pero qué se le va a hacer, la vida es así y como jugador, sabe bien que hasta que no están todas las cartas boca arriba aún queda mucha partida.
Duda por unos segundos entre abandonar su posición de seguridad tras el enorme y macizo contenedor de obra y enfrentarse al descubierto a la media docena de sicarios que han enviado para eliminarlo, o si por el contrario tratar de hacerse fuerte allí y resistir hasta que el tiroteo atraiga a las fuerzas del orden, con todo lo que eso conlleva. Finalmente descarta esa opción por lo arriesgado de las consecuencias aún en el caso de que pudiese mantenerse con vida hasta la irrupción de los agentes de la ley. Dos y dos son cuatro de toda la vida, aún con las últimas reformas educativas, la LOGSE y todas esas mierdas en la que debes subrayar la palabra patata y comentarla con tus compañeros, por lo que hasta el más garrulo de los uniformados procedería a su inmediata detención, o incluso puede que un agente precavido con un poco de experiencia en las calles se asegurase la vuelta a casa metiéndole un tiro en la sesera tras el correspondiente disparo al aire.
Traga saliva, cambia el cargador sustituyendo el mediado por el completo, se persigna encomendando su alma a Dios y calcula la distancia hasta la columna más cercana de los soportales que engalanan la plaza del pueblo al que se desplazó para completar su último trabajo. Si no lo aciertan al salir de su puesto de tirador, puede que aun tenga una oportunidad.
Como último capricho se permite el lujo de dedicar unos segundos al recuerdo de la mujer que de un tiempo a esta parte lo trae por la calle de la amargura y a la que llama cariñosamente ángel, pues realmente se lo parece. Pensar en su sonrisa, en lo intenso de sus abrazos y en lo hermoso de su boca le aporta la energía suficiente para echar un repentino órdago a los pares abandonando su segura posición y enfrentándose a cuerpo descubierto con los que pensó eran sicarios colombianos. Se conoce que estos deben de ser de Móstoles o de Cuenca, pues al verlo avanzar hacia ellos apuntando con precisión y abatiendo un blanco tras otro, los matones que aún siguen en pie se dejan llevar por los nervios y evidenciando su falta de profesionalidad y su afición por el cine de serie B, los que no salen corriendo abren fuego sin molestarse siquiera en apuntar y vaciando los cargadores como los niños que aburridos y hartos de todo despilfarran gusanitos en un cumpleaños infantil.
Uno a uno va acabando con los matones de saldo y tras tomarse su tiempo y apoyar el cañón de su Pietro Beretta sobre el dorso de la mano izquierda, fija la espalda del último que aún corre tratando de salvar la vida entre el alza y la mira del arma, y tras mantener la respiración efectúa un único disparo que da en el blanco poniendo fin a la carrera. Ya está. Todos han caído. Ahora lo inteligente es abandonar la plaza donde se ha celebrado la improvisada verbena lo antes posible, porque por pequeño que sea el pueblo, los paisanos que lo espían a través de los visillos tras las ventanas cercanas no tardarán en dar su descripción y en contar lo sucedido a la Guardia Civil con todo lujo de detalles y algún dato de propia cosecha.
Al volante del pequeño y fiable descapotable automático con el pitillo humeante entre los labios, Laertes reparte sus pensamientos entre la forma de acabar con la vida del cliente que le encargó el trabajo, y que sospecha está en nómina de cierto rencoroso y tuerto criminal que se la tiene jurada, y el ángel al que sin lugar a dudas entregará lo mejor de cuanto anida en su pecho. Porque pese a todo y para sorpresa de aquellos que lo han podido conocer bien, Laertes sigue siendo un romántico empedernido. Y un excelente jugador de Mus.
martes, 6 de julio de 2021
¿Un regalo de Dios?
Al estrecharla entre sus brazos durante unos segundos, supo que ya nunca volvería a tener miedo, que jamás volvería a dudar y que sería capaz de afrontar cualquier cosa, por dura que pareciera y por imposible que resultara. Porque aquel ángel lo estaba transportando con él a un paraíso vedado a los mortales, en el que las almas sanaban, las angustias desaparecían, los corazones se recomponían y los espíritus se reconfortaban. Abrazado a ella, se permitió ser feliz durante un instante y cuando se separaron, no pudo evitar suspirar. Y sonreír.
—¿Mejor? –preguntó aquel ser celestial clavando sus ojos en los del hombre que temblaba de emoción contenida.
Él apenas podía articular las palabras. Era tal el caudal de sentimientos que le inundaba el pecho, que por un momento creyó que iba a perder el conocimiento.
—¿Acaso lo dudas?–consiguió responder con un hilo de voz–creo que jamás me he sentido tan bien. Ni incluso cuando creí haber sido feliz entre otros brazos–añadió con absoluta sinceridad.
Ella sonrió y se ruborizó un poco al percatarse de que el rubio escritor no mentía. Pero entonces la embargó la duda de que él hubiese confundido la intención de aquel abrazo, y con el valor de quien no desea herir, le dijo:
—No te confundas. No se te ocurra enamorarte de mi. Mi corazón es tuyo, pero no lo poseerás en exclusiva. Son muchas las personas que lo necesitan y al compartirlo contigo te estoy recibiendo entre aquellos que deben disfrutar de su porción.
El agradecido mortal sonrió sabedor de que aquel ángel no era solo para él. Dios escribe con renglones torcidos y el hecho de que en su infinita misericordia le hubiera permitido abrazar a uno de sus ángeles, no era más que otra muestra de la grandeza de aquello de lo que debería hacerse merecedor algún día.
—No te preocupes, Ángel. No soy tan estúpido. Eso sí, soy muy humano, mucho, y como humano que soy tiendo a desear aquello que no tengo, y que sé que no me pertenece por derecho, pero he aprendido a diferenciar las cosas y a interpretar las señales del destino. Sé, que si un día soy capaz de merecerte, tú vendrás a mi y me entregarás la ambrosía de tus labios y el maná de tu piel, pero hasta que llegue ese momento, si es que ha de llegar, deberé estar agradecido de que ocultando tus alas al resto de los mortales, me hayas reconfortado en tu pecho y sanado de aquello que no me permitía avanzar y me tenía sumergido en la más negra amargura.
—Deberías comprender que no sufres por amar y haber sido amado, sino porque el tiempo que se te concedió para ese amor se consumió. Pero créeme, volverás a amar con la misma intensidad e incluso con más y, la mujer que te aguarda te querrá tanto que el sentimiento se escapará a tu comprensión.
Ahora he de dejarte con tus libros y tus sueños, con tu esperanza y con tu necesidad de expresar cuanto te colma el pecho. La razón, te aseguro, no solo produce monstruos, y al combinarla con la imaginación y la creatividad, es un poderoso instrumento con el que dar forma a las más hermosas frases en las que volcar aquello que estás deseando regalarle a la pareja para la que llevas tanto tiempo preparándote a base de un intento tras otro, de un fracaso tras otro. Pero ya estás muy cerca, no lo dudes.
—Dios te oiga –dice él esperanzado mientras enciende un pitillo con su mechero de gasolina.
—Me está oyendo, no te quepa duda. Y por cierto –añade en un alarde de enigmática generosidad–deberías ir pensando en dejar de fumar. Como ángel de la guarda fuera de servicio, prefiero que me evites acompañarte a la UCI de un hospital para insuflarle oxígeno a tus pulmones. El tabaco te terminará ganando la partida. Cuando el huracán se encuentra un diente de león en su camino, aunque todos quisiéramos que la pequeña asterácea no sucumbiera ante el viento, hay cosas que por lógica han de suceder y suceden. Tómatelo como el consejo de una amiga.
—Todo a su momento. Dejar de fumar, morir, soñar, tal vez dormir, todo a su momento. Te garantizo que si algo he aprendido –dice expulsando el humo por la nariz en un gesto de inconformista rebeldía–es que todo termina llegando.
—Incluso lo bueno –añade ella acariciándole la mejilla a modo de despedida.
—Incluso lo bueno –repite él agradecido.
Antes de que aquella criatura celestial desapareciese entre las gotas de lluvia que acababan de comenzar a caer, le regaló un pequeño pero increíblemente sabroso beso en los labios.
Aceptando que le va a costar saber si aquello ha sido un regalo de Dios, o simplemente el producto de una mente y un corazón torturados, apura el cigarrillo y decide regresar a su casa, dando por finalizado el paseo por el monte cercano a su hogar donde suele acudir buscando inspiración para sus textos.
Es curioso...aquella adorable criatura que le ha devuelto la ilusión, se parecía demasiado a un amiga suya a la que apenas ve y a la que hoy más que nunca, tiene ganas de volver a abrazar.
domingo, 4 de julio de 2021
Una bala en la cabeza
Laertes espera en el rellano de la escalera con su Walter PK montada y sin seguro en la mano derecha. Para su sorpresa identificó al rubio policía de homicidios en el club de golf donde debía reunirse con el cliente que le había solicitado que eliminase a su socio en una conocida empresa inmobiliaria, de forma que pareciese un accidente y nadie pudiera relacionarlo con su muerte. Tras recibir una copia de la llave del coche de empresa del objetivo y un talón al portador por setecientos mil euros, Laertes abandonó el complejo deportivo cercano al hermoso pueblo de Peñafiel y enfiló rumbo a su casa. Entonces vio como el concienzudo y metódico policía lo seguía con disimulo, esta vez sin la compañía de su compañera, la subinspectora Clara Nogueira, una atractiva y resuelta agente de la ley de la que Laertes sabe a ciencia cierta que podría llegar a enamorarse si antes no termina metiéndole una bala en la cabeza.
No le cae nada mal el tal Pinacho, incluso le recuerda mucho a su yo del pasado. hubo un tiempo en el que Laertes cumplía escrupulosamente la ley, hubiera dado sin dudar hasta la última gota de sangre por España e incluso en un par de ocasiones había colaborado en misiones secretas con el CNI, que lo reclutó para que dada su valía como tirador de élite y su impecable expediente donde destacaban las misiones internacionales y la capacidad del joven capitán de bigote bicolor para pasar desapercibido, alcanzase los blancos señalados sin implicar a su país y sin generar conflictos diplomáticos.
El bigote bicolor. La falta de pigmentación en el lado derecho del rostro hacía que le creciera el bigote de un blanco impoluto, mientras en el lado izquierdo le crecía del mismo tono rubio pajizo del abundante pelo que poblaba su cabeza y que acostumbraba a cortar al cepillo. Durante años se sintió un tipo original y tomó aquella anomalía como un rasgo de distinción y de identidad personal, pero aquel madero que estaba a puntito de entrar en el edificio lucia un bigote exactamente igual al suyo, y también consideraba aquella falta de pigmentación conocida técnicamente como vitíligo, como la particular marca de la casa que lo hacía distinto al resto de maduritos rubios con barba y bigote.
¡Manda cojones. lo que es la vida! Quizás aquella extraña particularidad física de alguna manera los hermanaba y quizás eso, más el saber que aquel poli era un honrado servidor público fiel a sus valores morales, a sus principios vitales y a su patria, le llevará a perdonarle la vida hoy.
Pinacho abrió la cerradura del portal con una llave maestra que siempre lo acompañaba entre sus herramientas habituales de trabajo y entró en el portal del edificio decimonónico de la céntrica calle vallisoletana que moría en la Plaza de José Zorrilla. No tardó en encontrar la luz y al presionar el botón apenas tuvo tiempo para reaccionar antes de que el asesino de bigote idéntico al suyo le apoyase el cañón de su automática en la sien y le arrebatase el arma oculta inútilmente bajo la chaqueta de ante, regalo de su última ex novia.
—Hazlo rápido, Laertes –pide Pinacho sabedor de que con este tipo de profesionales no hay segundas oportunidades.
—Hoy es tu día de suerte, Pinacho –responde en voz queda el asesino a sueldo –no voy a matarte. Tu y yo –añade convencido de la veracidad de su discurso –somos dos caras de la misma moneda, y nos necesitamos.
—Pues ya me dirás para qué –suelta Iván sorprendido de seguir aún con vida.
—Yo sigo al igual que tú un código ético que marca mi profesión y que me impide acabar con la vida de nadie que no lo merezca y que no haya cometido crímenes o importantes delitos aprovechando su posición, su poder, su belleza personal o cualquiera de las armas con los que fue dotado por el destino. De hecho mi próximo objetivo acaba de arruinar a docenas de jóvenes parejas que confiaron en sus promesas tras entregarle todos sus ahorros, créeme, la sociedad ganará con su muerte. Yo también ganaré, pero entiende que el buen vino de la Ribera, el whisky escocés y el tabaco rubio se han subido al guindo y de alguna manera tengo que costearme los vicios.
—Joder, Laertes...hasta en eso nos parecemos –contesta Iván sorprendido–ahora dime que te gustan las mujeres creativas y te invito a una copa en el bar más cercano.
—Bueno –responde Laertes–lo cierto es que me gustan prácticamente todas. Eso si –añade sincero –todas las que no utilicen el sexo como moneda de cambio para conseguir lo que desean y todas las que sean sinceras y fieles. Y ahora, si no te parece mal –dice entre risas –voy a tener que golpearte esa cabeza rubita para que pierdas el conocimiento y pueda abandonar este edificio sin que insistas en llevarme detenido o cualquier otra cosa que tuvieras en mente. Y piénsalo bien –concluye antes de golpear a Pinacho con su arma y dejarlo inconsciente en el suelo– si tu me dejas tranquilo yo te dejaré tranquilo a ti, e incluso podré ayudarte cuando necesites de apoyo extra legal.
Pinacho apenas tiene un segundo para pensar su respuesta antes de perder el conocimiento por el golpe, pero al despertar en una camilla del hospital donde lo traslado la UCI móvil a la que llamó una asustada vecino tras encontrar su cuerpo y su arma en el portal de casa, ni duda en contarle a su compañera y al comisario Estévez, su superior directo, que tras haber entrado en aquel portal tras una elegante señora a la que creyó que seguían dos hombres con intención de robarla el bolso o incluso obligarla a dejarlos entrar en su casa para desvalijarla a gusto, bajó la guardia pensando que los habría ahuyentado y al darse la vuelta recibió un inesperado golpe en la cabeza. Puede –concluyó en el relato de los hechos –que hubiera un tercer hombre implicado en el asunto y que al ver que un policía de paisano había tomado cartas en el asunto no se lo pensara dos veces. No obstante hablaría con el Inspector Roldán, de la unidad de delitos contra la propiedad y le daría las descripciones de los hombres de aspecto caucásico que pudo ver .
Aunque Clara no terminaba de creer que su compañero y amigo hubiera bajado la guardia hasta el extremo de ser puesto fuera de combate por unos vulgares ladrones, es cierto que con la llegada de delincuentes del este de Europa, las cosas estaban cambiando, y el trabajo se estaba volviendo mucho más peligroso.
Laertes y Pinacho habían firmado un convenio de colaboración con aquel golpe en la cabeza. La cicatriz de los doce puntos de sutura que adornarían para siempre el cuero cabelludo de Iván Pinacho así lo ratificaba.
jueves, 1 de julio de 2021
¿Volar?
El gran Scott Fitzgerald escribió una vez que nuestras vidas se definen por las oportunidades, incluso por las que perdemos, y no puedo estar más de acuerdo con él.
En el cómputo de oportunidades en mi vida he perdido muchas, demasiadas, pero también se me han dado más de las que he merecido y de un tiempo a esta parte he aprendido a agradecerlas y a no hacerme daño al echar la vista atrás y ser consciente de aquello que dejé escapar.
Quizás y como me dijo una amiga, debo recurrir a mi niño interior y no permitir su huida empujado por la madurez y por aquello que realmente lo único que hace es lastrarme e impedirme volar.
Cito sus palabras textualmente :"Los niños no se rinden, escapan con rapidez a la dificultad, buscan siempre la salida y la encuentran, tienen plasticidad, se adaptan. Pregúntale a un niño qué haría frente a tus problemas y te dará una solución simple y rápida. No tienen elaborado el sufrimiento, solo las ganas de volar."
Esta es una verdadera lección vital y creo que en esa búsqueda de algo parecido a la felicidad a la que me estoy entregando en cuerpo y alma, debo armonizar con juicio lo infantil que aún vive en mi y lo maduro que se está implantando, y si consigo que ambas posiciones existenciales sepan convivir sin problemas, estaré más cerca de despegar tras haber recorrido la pista y recogido el tren de aterrizaje.
Últimamente parece que al margen de mis relatos sobre Laertes y sus crueles aventuras, y de mis textos de desamor escritos con la tinta de la amargura, solo escribo textos de autoayuda. Os aseguro que no es mi intención aconsejar ni dar lecciones de vida, ni plasmar aquí una moralina del todo innecesaria. Siempre he sido un puto desastre. Creo que aquellos que me conocen estarán conmigo en que no tengo mal corazón y siempre me empeñé en echar una mano a aquellos de mi entorno que pudieran necesitar de mi ayuda, pero igualmente fui incapaz de dedicarme tiempo, de pensar un poco en mis necesidades reales, más allá de las elementales y algún capricho vital, y de coger el toro por los cuernos cuando las cosas se ponían difíciles. Se me han dado tantas oportunidades que mi leit motiv cotidiano era: "Ya apañaré" y para mi desgracia habitualmente terminaba apañando y si no, alguien me lo apañaba. Y eso no es más que una brutal falta de madurez que nada tiene que ver con el niño interior que quiero recuperar. A ese niño lo quiero para que aporte ilusión y ganas, diversión y esperanza, deseos de volar. Y del madurito de bigote bicolor que se está adueñando de mis actos, solo quiero que sepa escuchar la voz que desde dentro del pecho y el laberinto cerebral le grita, "Vuela".
Al intentar cuadrar a ambos yos sin desvirtuar el conjunto, identifico las oportunidades perdidas y veo que las hay de todo tipo. Desde la oportunidad de convertirme en un buen profesional al haber aprovechado todas las opciones de formación que se me brindaron generosamente, a la oportunidad de compartir vida, sueños y proyectos de futuro con distintas mujeres a las que dejé escapar por creer que entregando solo aquello que no necesitaba de mi sería suficiente para hacerlas felices y, cuando he aprendido que no es así, esos trenes ya habían pasado y cambiado de vía. Y aquí estoy con mi inútil billete arrugado entre las manos y sentado en el andén, lamentándome de no haber sabido subir a bordo y haber perdido un expreso tras otro.
Pero nunca es tarde si realmente se quiere volar. Mi niño me dice que caja impulso, que me olvide de las miserias, que suelte lastre y que me lance al vacío. Y creo que voy a hacerlo. Total...¿Qué puedo perder?. Como me dijo ayer mi amiga ese niño no ha elaborado el sufrimiento, solo las ganas de volar. Y voy a volar, pase lo que pase y le pese a quien le pese. Eso si, no os preocupéis, informaré a los controladores de mis rutas de vuelo para evitar colisiones innecesarias y fatales.
Que el destino y la vida nos sean propicios, os sean propicios.
En la próxima entrada Laertes se enfrentará a otra de esas situaciones complicadas que tanto le gustan, y que al ser yo el dios de su universo, podrá solucionar y salir airoso, sonreír, fumarse un pitillo y tomarse un escocés con hielo. O un buen vino de la Ribera del Duero.