Esto es algo que he aprendido bien, la vida da tantas tantas vueltas, que si no te agarras fuerte en las curvas un día saldrás despedido y te reventarás contra el asfalto del mañana, aunque lleves protección integral, pues contra el destino no hay ni casco ni protecciones que valgan. Si el destino caprichoso te quiere destrozar, simplemente lo hará.
Y nos empeñamos en creer que nosotros somos los que configuramos nuestro porvenir, y que si planteamos con acierto la estrategia adecuada, alcanzaremos nuestros objetivos y seremos felices. ¿Felices? Y una mierda. Nuestros planes, nuestro esfuerzo, nuestra ilusión y nuestros proyectos nos pueden ayudar eso sí, a soportar este puto valle de lágrimas, pero realmente la felicidad, como la persona adecuada, aparece un día de repente y sin buscarla. Simplemente alguien o algo decide que te topes con el instante más hermoso y con la persona que hará que lo disfrutes. Porque la felicidad son instantes maravillosos y punto. La felicidad la puedes encontrar al descubrir una desconocida e inolvidable sonrisa que te aguarda en una estación de tren, al compartir un café y un abrazo después de un largo paseo, o simplemente al cerrar los ojos y pensar en el tacto de su piel, en lo dulce de sus besos o en lo seductor de su mirada. También la puedes encontrar al conseguir alcanzar una meta, al deleitarte con una melodía que te acaricia el alma o al sumergirte en un libro que te descubre el paraíso en negro sobre blanco. O incluso en la inmediatez y en la escueta contundencia de la entrada de un blog. Pero que la felicidad no perdura demasiado en el tiempo, también es algo que aprendes al vivir y al fracasar tras esforzarte en conseguir que esos increíbles momentos que llenan tu pecho no se terminen marchando. Cuando asumes que la felicidad es algo tan efímero como la fama te fortaleces y aprendes a exprimir cada uno de esas gotas de éxtasis existencial y a convertirlas en imborrables recuerdos. Y a veces, al transportarte a ese momento maravilloso que compartiste con ella, vuelves a ser feliz por unos segundos y al abrir los ojos y regresar a la realidad del momento, nadie puede borrarte la sonrisa de la cara.
Por eso hay que agarrarse en las curvas, porque la vida da muchas vueltas y un día, sin saber cómo ni porqué, el fatum te devuelve a la persona que un día te dijo adios con los ojos llorosos, la canción que bailaste una noche mágica a la luz de las velas, el vino que descubriste en una enoteca granadina y del que no recordabas el nombre, y ese poema que escuchaste en un recital y que pensaste que nunca volvería a emocionarte con sus versos . Entonces tienes que extremar las precauciones y agarrarte fuerte, o si no el golpe contra la realidad te destrozará el corazón.
Tenemos que aprender a tolerar la frustración que nos invade cuando descubrimos que ni todo tiene que salir como nos gustaría, ni hay nada eterno. Y mucho menos el amor tal y como lo describen los poetas o los más románticos escritores, entre los que yo mismo me incluyo. Pero aunque el amor no sea eterno, también existe. Y al igual que la felicidad, se alimenta de momentos puntuales y entonces, amor y felicidad van de la mano y juntos llaman a tu puerta. Obviamente hay que dejar que entren, hay que ser el perfecto anfitrión y ofrecerles todo lo bueno que haya en ti, pero debes saber que no han venido para quedarse, sino de visita, y tienes que disfrutar cuanto puedas el tiempo que decidan permanecer a tu lado y saber acompañarlos a la puerta y despedirlos con un abrazo y una sonrisa invitándolos a volver cuando deseen, y recordándoles que tu puerta siempre estará abierta para los dos.
De igual manera hay que aprender a despedir con el mayor de los cariños y de los agradecimientos a esas personas que un día el destino decidió cruzar contigo y permitió que te ayudaran a crecer, que enriquecieran tus días con su presencia y que te mostraran que siempre habrá una persona que merezca ser amada. Y que aunque un día, debido a circunstancias y a factores que simplemente no puedes controlar, se irá, puede que en el futuro simplemente vuelva, o no. Pero en tu recuerdo siempre vivirá y en lo más profundo de tu alma siempre tendrá su lugar y una placa con su nombre en letras de oro.
Obcecarte en ser feliz a toda costa aun renunciando al esfuerzo en ser merecedor de esa felicidad al creer que te pertenece por el mero hecho de haberla disfrutado ya, puede arruinarte la vida. Obcecarte en retener a esa persona tan especial por el mero hecho de haberla disfrutado ya, también puede arruinarte la vida. Así que relájate, aprende a disfrutar de lo caduco, a soñar con todo lo bueno y a celebrar que los hados a veces se pongan de tu lado y te permitan acostarte con la satisfacción de haber recibido el abrazo más sincero, la caricia más oportuna y el beso más profundo.
Y eso es todo amigos.
No olviden vitaminarse y supermineralizarse.