A veces me quedo callado observándote y disfrutando de tu presencia. Al percatarte de ello te pones un poco nerviosa y en seguida preguntas si pasa algo. No. No pasa nada. Simplemente no soy capaz de despojarme de esta ridícula timidez, de este miedo infantil que me obliga a permanecer callado y de estos absurdos reparos que me condicionan desde niño, y me impiden decirte que eres absolutamente maravillosa, y que soy el hombre más afortunado del mundo por compartir el aire que respiras, por besar los labios con los que me dices que me quieres y por sentir tu calor y el roce de tu piel en la cama.
Pertenezco a una generación que se educó en la estupidez de que demostrar públicamente los sentimientos era cosa de mujeres, de afeminados y de débiles. No soy ninguna de las tres cosas, pero haber llegado a la madurez rodeado de tanto prejuicio, condiciona mi natural instinto de elegir las palabras adecuadas con las que tratar de hacerte saber que simplemente al mirarte, acepto y comprendo que debe de existir un Dios para haberle dado vida a una criatura tan deliciosa y completa. Y no consigo que ni una de esas palabras abandone mi boca, por lo que debo conformarme con pensarlo, con saborearlo y con darle forma por escrito, para que un día si te apetece, lo leas.
Entiendo que no termines de asumir que soy incapaz de dejarlo salir de viva voz. No creas que es un problema de falta de confianza o de comunicación entre nosotros, ambas cosas son fantásticas y sumadas al mutuo respeto, a la ilusión y a la atracción, han hecho que esta relación crezca; que la semilla del amor que sembramos florezca y de los mejores frutos y, que pese a lo difícil de las circunstancias, hayamos conseguido devolvernos la fe en el ser humano.
Plasmar esto en negro sobre blanco es parte de la necesaria catarsis emocional que me lleva a escribir novelas en las que abundan asesinos y criminales a los que quitar de en medio con la munición adecuada, y relatos en los que el héroe baja al inframundo, charla con Caronte y navega por la laguna Estigia decidido a enfrentar sus miedos.
No busco la complicidad de los lectores, el apoyo de seguidores, la aprobación de los críticos ni el aplauso de aquellos que vivan o sientan algo parecido. No pretendo que te contentes con hacerlo público, porque nadie sabrá por mi quien eres, a que dedicas tu tiempo libre ni en que lugar me enamoré de ti. Solo pretendo decirte que te quiero, que eres lo más hermoso que hay en mi vida y que me siento realmente feliz a tu lado, sin levantar la voz ni hacer el menor ruido.
No cuidamos las palabras, no medimos las miradas ni sujetamos los reproches. Evitamos las caricias y renunciamos a los besos. Y eso es lo que nos ha traído hoy aquí.
Hace frio, el hielo se ha trasladado desde nuestros dolidos corazones a un paisaje que vuelve gélidas las disculpas y los cisnes intentan entrar en calor nadando incansables en esa piscina natural llena de muertes y de desgracias arrojadas desde los puentes que es el Pisuerga a su paso por Valladolid.
Pensé que apenas debería navegar para regresar hasta aquello que nos hizo creer en el amor verdadero, en eso del lo que hablan los rapsodas, pero he tenido que cruzar océanos de tiempo y la travesía me ha dejado exhausto.
Te quiero. No hace falta que me lo preguntes. Te sigo queriendo y confío, espero y deseo que tú me quieras a mí.
Han sido semanas muy difíciles. Hemos tenido que enfrentarnos a demasiados enemigos. Hemos tenido que combatir un virus asesino, rechazar los embistes de la miseria y afrontar las brutales cargas de la incertidumbre más feroz. Pero nos creíamos tan fuertes que en ningún momento nos paramos a pensar que debíamos cerrar filas y pelear espalda con espalda sin bajar ni un segundo la guardia. Permitimos que la cama perdiera su calor y se convirtiera en un lugar de descanso donde arrojarnos agotados al terminar la jornada y olvidamos que no hace mucho era nuestro santuario particular, nuestra pista de baile y nuestro altar de sacrificios.
Quiero escucharte cantar junto a mi. Quiero sentir tu canción muy dentro de mi pecho y quiero volver a hacerte los coros. Quiero que perdones mis continuos errores, quiero que admitas que me asustaron las circunstancias y quiero que comprendas que el temor al ver los arrecifes me llevó a abandonar el timón y a arrojarme al agua tratando de sobrevivir al oleaje,
Podemos arreglarlo. El amor no es mirarse embobados a los ojos, el amor es que ambos miremos en la misma dirección. Mira junto a mi, enfoca el futuro conmigo y acepta mis disculpas.
Yo omitiré los recuerdos en los que apenas te reconozco, olvidaré que apostataste de lo nuestro y me arrancaré uno a uno los dardos afilados con los que me atravesaste el alma para arrojarlos a la hoguera donde aún perduran las ascuas de nuestra pasión.
Los océanos de tiempo no son más que los ríos que van a dar a la mar, que es vivir sin ti, o lo que es lo mismo, morir,
Ven. Canta conmigo, coge mis manos, convénceme de que no ha pasado nada y de que mañana volverá a salir el sol.
Un soldado con uniforme del cuerpo de artillería se acerca hasta la posición y me pregunta en algo parecido a mi idioma si necesito municionar o si aún tengo suficiente munición. Reviso los bolsillos del chaleco y al encontrar tres cargadores completos declino su ofrecimiento y le pido que continúe preguntando a los compañeros de trinchera.
Los del ejército regular no suelen ser demasiado amables con nosotros, los brigadistas. Al parecer agradecen la iniciativa de haber venido desde muy lejos para ayudarlos en la lucha por la democracia, pero de alguna manera les toca los cojones que nuestros mandos quieran tomar decisiones y se opongan a utilizarnos como carne de cañón, como esas ovejas que sin rechistar son enviadas al matadero.
Las brigadas internacionales solemos ser punta de lanza en todas las ofensivas, defender las posiciones más difíciles de defender y atacar las inexpugnables en las que las pilas de cadáveres caídos en la ofensiva sirven de parapeto a la siguiente oleada de voluntarios enviada para conquistar el emplazamiento. Desde que llegué a esta tierra y me incorporé a la brigada ya he visto caer a demasiados compañeros y sé que en cualquier momento, con suerte una mano amiga me cerrará los ojos y recogerá mi identificación para entregarla al suboficial encargado del recuento de bajas. En mi pueblo seré considerado un héroe y un valiente, pero eso es porque no han visto como me he meado encima al escuchar los alaridos de las hordas de decididos y encarnizados enemigos cargar contra nosotros.
La ciudad es bonita, mucho más bonita de lo que había visto en las fotos de los libros o en el cine. Por supuesto me hubiera encantado descubrirla con mi mujer y en tiempos de paz, cuando las calles estaban llenas de personas dirigiéndose al trabajo o a los bares, restaurantes, teatros y cines. Y con los plazas y los parques abarrotados de niños jugando sin miedo a la explosión de un obús o a las balas perdidas. Pero el mundo se estremeció con el caos creado por la insurrección de civiles y militares descontentos con los últimos resultados electorales y desde muchos países se levantó la voz, alarmados con las cifras de muertos y represaliados por ambos bandos en lo que degeneró en una guerra fratricida.
Decenas de miles de hombres y mujeres habían caído ya enarbolando la misma bandera y gimiendo y llamando a sus madres en el mismo idioma.
Enfrascado en mis pensamientos apenas me doy cuenta de que el enemigo avanza, y solo salgo de mi ensimismamiento al notar como una bala impacta en el saco terrero donde trato de parapetarme y responder al fuego. Al accionar el cerrojo de mi fusil de precisión, una bala del cargador se aloja en la recámara y tras fijar el objetivo con la mira telescópica y asegurarme de que será un buen disparo , contengo la respiración durante un segundo y aprieto el gatillo.
La bala da en el blanco y el extraño personaje ataviado con un penacho de guerra, típico de nativo americano, y con el rostro pintado con las barras y estrellas, se lleva las manos al corazón y se desploma sobre las escaleras de El capitolio.
Puede que reconquistemos el edificio y logremos hacer retroceder al enemigo al ver como el símbolo de su revolución vuelve a estar en manos de los amantes de la democracia. Una vez que la facción republicana se avenga a parlamentar y se firme el alto el fuego, podré regresar a España, a intentar que nuestra clase política aprenda de lo sucedido aquí y contenga a los más exaltados para evitar que la democracia conseguida con tanto sacrificio, no se quede en un intento de convivencia torpedeado por nostálgicos de un pasado convulso y por supuestos progresistas que ya están dejando ver lo negro y falso de sus corazones y lo imposible de sus promesas electorales.
La guerra se alimenta de guerra y crece en campos abonados por la mentira, la miseria y el descontento popular. La guerra es esa maldición que afecta por igual al que maldice y al maldito.
Sinceramente me encantaría volver a ver mi tierra llena de extranjeros, pero dejándose la pasta en restaurantes y chiringuitos, emborrachándose en las fiestas populares y tratando de seducir a las chicas del pueblo; no pasando a cuchillo a mis paisanos, ni muriendo junto a la tapia del cementerio de la villa.
Una granada de mano hace explosión a escasos metros de mi posición esparciendo peligrosa metralla entre mis compañeros y yo. Una esquirla de mármol me atraviesa el pecho y se aloja junto a mi corazón. Creo que estoy listo de papeles. Se acabó.
Espero que me entierren en los campos de Castilla.
Es domingo, hace frio ahí fuera, los caminantes blancos acechan detrás de cada esquina y me he dejado la daga de obsidiana en el hotel donde me refugié la noche previa a la presentación de mi último libro. Porque cada vez que presento un libro, la noche anterior tengo que dormir fuera de casa y suelo olvidar lo más importante en habitaciones individuales con baño propio y el desayuno incluido. Ya es una tradición y eso me ayuda a sentirme escritor. Ya ves...que gilipollas.
Hoy me ha dado por hacer un breve repaso de mi vida, de mis sueños, de los conseguidos y de los que se quedaron en el camino. Que son la inmensa mayoría.
Y soy lo más parecido al hombre feliz que creo que puedo llegar a ser. Sobre todo cuando mis seres queridos piensan que ya tengo bastante con seguir aquí y que debería estar agradecido. Y lo estoy, pero me niego a pensar que ya está. Porque no, no está.
Siendo un niño soñaba con ser escritor. Pensaba que escribir libros y que la gente me leyera y me entendiera, me haría muy feliz porque yo era feliz leyendo. Y en parte he cumplido mi sueño. He publicado libros y la gente me lee, pero algo me dice que un alto porcentaje de los lectores no me entienden. Que coño...creo que no me entiendo ni yo.
Me he empeñado en llenar mi vida de otras vidas. He leído muchas vidas en libros de todos los géneros y he escrito un montón de ellas inspiradas en mi realidad y en mis deseos, pero no consigo sacarle a la mía todo el jugo. Vivo. Contra todo pronóstico sigo vivo, pero no sé si estoy viviendo bien. No sé si lo hago bien. no sé si se puede hacer mejor o si se debe hacer mejor. Y no sé si debo vivir agradeciendo constantemente la oportunidad y volviendo al momento del reseteo vital una y otra vez. Me cansa, me aburre, me termina por cabrear y a veces me despierto llorando.
Cuando era pequeño soñaba con ser el héroe que rescataba a la chica, que acababa con los malos y que con el cigarrillo en la comisura de los labios, le guiñaba un ojo a la cámara mientras fundía en negro. Y en parte lo conseguí. Le guiñé un ojo a la cámara sonriendo mientras fundía en negro y la música llenó la sala ahogando los aplausos, pero ni terminé con los malos ni rescaté a la chica. Ni mucho menos fui un héroe, solo un tipo con suerte. La chica me ha rescatado a mi. Después de haber sucumbido a los encantos de diversos súcubos lujuriosos y de haber caído en las garras de alguna arpía vestida de terciopelo negro, al fin llegó la que tenía que rescatarme. Lo hizo al optar por ignorar mis miserias, mis rarezas y mis muchísimos defectos. Y por perdonar mis continuos errores y aceptar mis besos de disculpa y mis caricias de promesa. Me rescató al ser sincera al decirme que me quería y al enseñarme que decirlo si se siente es algo liberador y reconfortante.
Escribo y leo. Leo y escribo. Vivo tanto en negro sobre blanco, tanto, que cuando me decido a saborear unos bocados de la vida real a veces busco el índice, las notas del autor y la eterna fe de erratas que debería ser visible a pie de página, de cada página, para ayudarme a entender la puta realidad que me ha tocado en suerte.
Me desespero intentando escribir el texto perfecto y el poema perfecto, pero creo que para llegar a eso primero he de abandonar el disfraz de artista prometedor y desnudarme por completo, despojándome de este ego que siempre me queda demasiado grande y algo ridículo, aunque me coja los bajos y me remangue por encima del codo. Cuando saque del armario mi abandonado traje de aspirante a ser alguien, lo planche, le quite las manchas con cebraline moral y me atreva a ponérmelo y a salir a la calle con él, puede que sea capaz de hilvanar adecuadamente las palabras para coser versos y bordar párrafos con acierto.
No sé si voy a ser capaz de cumplir mis deseos más ocultos. No sé si voy a ser capaz de alcanzar mis objetivos, de llegar a la meta y de colocar mi bandera en lo alto del promontorio. No sé si podré silbar We are the chanpions desde el borde del acantilado sin perder el equilibrio y volver a estrellarme contra las rocas. No sé si aguantaré el fuego enemigo y conseguiré calar la bayoneta y saltar de la trinchera cuando las bengalas iluminen el cielo en la noche más larga y más oscura.
Hace cuarenta y seis primaveras que salí a escena llorando y sonriendo a la vez. Hace cuarenta y seis primaveras que comenzó la turné, y mucho me temo que ya no lleno salas, que el público comienza a aburrirse y que la clac se ha cansado de aplaudir mis ocurrencias.
Realmente me asusta no saber quien soy, pero lo que más miedo me da es no saber lo que quiero. Creo que ese es el verdadero problema, ya que la respuesta solo está dentro de mi y, dentro de mi hay cosas que no quisiera volver a ver al bajar al sótano de mi alma y revolver entre los baúles de mi conciencia.
Pero me niego a sucumbir al desaliento. Soy peleón y rendirse nunca es una opción, así que cogeré a mi chica por la cintura, me armaré de valor y le pediré que me preste un par de cargadores del calibre de mi pluma y devolveré el fuego con metáforas, alegorías y algún hipérbaton. Arrojaré granadas de onomatopeya y llenaré de versos de arte mayor la bandera blanca que desesperado me pregunto si debe izarse ya, de tal forma que nunca pueda enarbolarse en señal de rendición.
Hala...a vivir, que son dos días. A ver si empiezo a hacerlo mejor y consigo convencerme de que realmente ha merecido la pena. A ver si consigo dejar de defraudar a la gente que quiero. Y dejar de defraudarme, que es algo muy doloroso.
Laertes sabe que perfectamente podría morir mañana. Incluso esta misma noche. Mañana es un futuro distante e incierto en su vida y dada su profesión, cada noche al acostarse bien solo o bien acompañado, le da gracias a Dios.
Y es que Laertes es un asesino de lo más atípico. Católico practicante devoto de la Virgen de La Fuencisla y de San Juan Pablo segundo, pese a toda la mierda que traga en su trabajo y la variedad de los encargos que recibe, cree en el amor verdadero y en la pareja para toda la vida. Nunca mejor dicho, para toda la vida. A veces esa vida termina con las indicaciones de un marido celoso que no repara en gastos para lavar su honor, o con la llamada telefónica de una acaudalada mujer harta de que su marido le cruce la cara cada vez que se ha tomado un clarete de más.
Eligió esta profesión porque la sociedad terminó de asquearle y de sacar lo peor de él. También es cierto que su formación en las fuerzas especiales del ejército español y las misiones "de paz" en la antigua Yugoslavia, en Irak o en Afganistán ayudaron en su decisión y, tras licenciarse como capitán de las C.O.E. comenzó su nueva vida. Una vida en la que él y solo él marcaría los objetivos, tomaría la decisión final y sacaría rentabilidad a cada bala empleada.
Su pequeño apartamento en el centro de una capital de provincias conocida por el frio de sus inviernos, lo excepcional de sus caldos y la impresionante oferta gastronómica, está lleno de libros. Laertes lee cuanto cae en su manos y emplea buena parte de sus ingresos en abarrotar de volúmenes las estanterías de obra que se extienden a lo largo de los cincuenta metros de vivienda, cuarto de baño incluido. A veces también gusta de escribir, pero no puede evitar que su trabajo influya en su autocomplaciente y privada obra literaria. Los crímenes por encargo son el leit motiv de la mayoría de sus textos, Y el amor.
Es un romántico empedernido, aunque tiene serías dificultades para decirle a una mujer de viva voz que la quiere. Puede que eso se deba a heridas del pasado que llenaron su alma y su corazón de cicatrices. Puede que en el fondo, sea tímido y que con el tiempo haya llegado a convencerse de que no lo es, de que simplemente es un hombre discreto por deformación profesional.
Guarda en el trastero una completa y mortífera colección de armas de fuego cortas y largas, munición suficiente para todas ellas y también una maleta con diversas navajas, con cuchillos de todo tipo e incluso con una pequeña espada japonesa llamada Tanto, con la que un samurái del siglo XIX cometió seppuku al deshonrar a sus antepasados. En ocasiones el trabajo debe ser realizado con la discreción más absoluta y entonces el uso de armas blancas se vuelve necesario.
Es bueno en lo suyo, seguramente el mejor en toda España. Pero no es tan imbécil como para creerse invencible o para suponer que no ha nacido aún el policía capaz de atraparlo, el sicario capaz de alojarle una bala en el cráneo o la más estúpida circunstancia que lo lleve a cometer un error.
Nunca fue un tipo alto. Entro por los pelos en el ejército y es de esos que tiene que hacerse con un hueco en las barras abarrotadas o nunca conseguirá que le sirvan el whisky con hielo que lo acompaña en su esporádico ocio nocturno. Es un hombre fuerte, eso si. Desde muy joven trabajó sus músculos con ejercicios diarios aprendidos de un buen amigo deportista de élite, Huye de los gimnasios. Detesta el rollito cachitas poligonero o "tronista tatuado". En ocasiones recibe heridas de bala o de arma blanca y no acostumbra a exponer su anatomía en lugares públicos para no despertar sospechas y no generar preguntas indiscretas movidas por la curiosidad de quienes no comprenden que el vecino del quinto pueda aparecer con una cicatriz de un balazo del 38 en la espalda o al mes siguiente con la de un tajo de albaceteña en las tripas.
Si hay algo que le pierde es una mujer inteligente, bonita y sexy. Tonto del todo resulta que no va a ser. Bueno, puede que sí, porque suele cometer la torpeza de enamorarse hasta las trancas de cada una de las mujeres con las que ve amanecer y si ha habido algo capaz de desarmarlo ha sido una mujer presa de un sincero llanto.
En menos de una hora caerá el sol y Laertes tendrá que salir a ocuparse de un encargo que le reportará más de cien mil euros. Hoy ha sido contratado para terminar con la vida de un conocido empresario al que su socio intentó convencer para acometer un arriesgado proyecto que no le gustó lo suficiente. Tras varias reuniones infructuosas todo terminó en una llamada a la persona adecuada, una transferencia y un correo electrónico con indicaciones para ocuparse del empresario al salir del club de golf donde acostumbra a jugar unos hoyos al terminar la jornada cada día. Como única exigencia para recibir la segunda transferencia que completará el pago por sus servicios, Laertes deberá hacer que parezca un accidente y no deberá dejar el menor indicio que pueda relacionarlo con la parte contratante.
El rubio asesino acaricia al gato que ronronea en su regazo, se pone una cazadora de cuero negro y saca de la caja de herramientas lo necesario para manipular el flamante deportivo de la víctima que morirá en un trágico accidente de tráfico este viernes de enero.
Lo de que el campo de golf se encuentre al final del complicado tramo de curvas de una carretera convencional de doble sentido y sin arcén, lo convenció por completo tras el primer estudio de la zona que el potentado golfista recorre a diario y de los movimientos y hábitos del objetivo, quien gusta de pisar un poquito el acelerador que hace rugir los más de trescientos caballos de potencia de su descapotable.
Laertes conduce en dirección al campo donde su objetivo estará sin duda disfrutando de un buen Ribera de Duero en el hoyo diecinueve junto a sus compañeros de recorrido. Todo saldrá bien. Todo tiene que salir bien. Mañana será otro día.
No quiere verte marchar, pero eres libre de hacer lo que te plazca. Por supuesto.
Quédate a mi lado, sigue sumando sonrisas a la cuenta de mi vida y aportando gemidos de placer al banco de mi felicidad. Haz de nuestro texto el paraíso del punto y seguido y sube conmigo a la cima del título de nuestra historia para contemplar allá en la lejanía esa triste cordillera de puntos y aparte que gracias a Dios ya se divisa muy a lo lejos. Porque después de haber escrito los dolorosos finales de otras historias que nada tienen que ver con esta, estamos inspirados por las musas y la trama de lo nuestro se desenvuelve armoniosa y completa entre copas de vino, caricias generosas y miradas cómplices al despuntar el alba.
Sigue peleando a mi lado, hombro con hombro, espalda contra espalda y labio con labio. Afronta conmigo todo lo que nos echen y desarma con una finta al enemigo que acecha siempre y se esconde en la sombra, y nos teme, aunque no podamos ni necesitemos verlo.
Si hemos podido con este año que por fin hoy dejaremos atrás, seremos capaces de superar cualquier treta del destino. Si hemos sobrevivido a la angustia, al miedo y a la distancia obligada, seremos capaces de arrancarle latidos a la muerte y arena a la clepsidra. Juntos.
Volverán los días de vino y rosas, volverán las canciones y los paseos al sol, la brisa en nuestros rostros y el salitre en nuestros cuerpos desnudos.
Dibujemos el futuro, ilustremos nuestra epopeya y que sea homérica en los logros y en los viajes. Que los rapsodas del mañana canten nuestra hazaña que no es otra que habernos nutrido de amor y de esperanza para avanzar y nadar contra corriente cuando todo parecía perdido.
Que la poesía que vive en ti se instale junto a la necesidad de rimar los versos de arte mayor de tus caderas que mueve mi corazón.
Vamos, no temas, sigue a mi lado. Prometo tatuarme la brújula en el pecho y que las agujas del alma nos marquen ese norte en el que ambos encontraremos Ítaca y seremos coronados como inmortales amantes.
Al llegar el día ven conmigo, te abriré las puertas del Valhala y compartiremos camarote en el crucero de lujo por la laguna Estigia. Porque no habrá muerte ni adiós hasta que decidamos escribirnos un final a medida en el que sigamos comiendo perdices por los siglos de los siglos.
Saca a bailar a los hados que abarrotan esta pista de baile y que sé que matarían y morirían por estrecharte entre sus brazos al son de la orquesta del mañana de arcoíris. Eres la más bonita de entre todas las presentes y sigues bailando mejor que nadie. Yo he aprendido a dejarme llevar y a camuflar mi mediocridad y mis defectos para no restarle luz a tu figura. Apenas te piso y apenas cambio el paso ya.
Quédate a mi lado, pero eres libre de hacer lo que te plazca, por supuesto.
Estaba claro
que esta sería una Navidad muy diferente, pero al fin y al cabo Navidad.
Carmelo
aguarda la llegada de sus primos de Cuenca como quien espera una inspección de
Hacienda, con esa mezcla de miedo, nervios, esperanza y sentimiento de culpa. Los
primos y él nunca se llevaron bien, pero son sus únicos parientes vivos y por
imperativo legal no le queda otro remedio que cenar con ellos. El abuelo se
empeñó en que se reuniesen cada año en Nochebuena, y así lo hizo constar en su
testamento en una cláusula en la que esta era una última voluntad de obligado
cumplimiento so pena de que en caso de no cenar juntos en esa fecha en los diez
años posteriores a su muerte, sus tres nietos herederos perderían la cuantiosa
herencia que les correspondía legítimamente en tres partes exactamente iguales
y, toda la fortuna pasaría a manos de una sociedad protectora de gatos de la
confianza del finado y designada por el difunto a tal efecto. Desde luego es
una vergüenza que en pleno siglo XXI aún haya notarios que consientan
semejantes estupideces. Puede que lo hagan únicamente por divertirse y hacer
apuestas sobre si los herederos perderán las herencias o no al incumplir las estrambóticas
cláusulas de algunos testamentos de los que dan fe.
Las nueve
menos cuarto y aún no tiene noticia de los primos. Puede que con un poco de
suerte se hayan matado en la carretera. Su primo Fermín lo primero que hizo al
conocer la muerte del abuelo fue entregar la entrada del deportivo descapotable
con el que pensó que deslumbraría a la mujer de la que se había enamorado hasta
las cejas y quien tras un corto coqueteo decidió plantarlo. Todos en la empresa
sabían que aquella ambiciosa e interesada advenediza lo largó en el momento en
el que el socio del primo Fermín se compró el avión privado, y subió un peldaño
más en la escala social de la capital de provincias en la que tenían
domiciliada la empresa. Qué bonito es el amor. Sobre todo, cuando lleva detrás
muchos ceros.
La prima
Olga es una mujer decididamente mala. Lo que viene siendo una mala mujer de
esas de las que cantan las coplillas populares. Rabiosamente atractiva y en esa
edad tan difícil que son los cuarenta años, Olga había decidido invertir parte
de su herencia en retoques de todo tipo para devolver a sus pechos y a sus
glúteos la turgencia y la lozanía de veinte años atrás, cuando todos los mozos
del entorno se morían por sus huesos y por sus ojazos verdes. Dicen en los
mentideros populares que los cirujanos plásticos de Cuenca descorcharon
botellas de espumoso al conocer la noticia del fallecimiento del poderoso
magnate y del testamento a favor de sus nietos, entre los que se encontraba
aquella reina de la noche destronada por los años tras un largo y fructífero
reinado.
Carmelo
descorcha y decanta el carísimo reserva de la Ribera del Duero con el que
piensa agasajar a sus primos. Se sirve una copa y bebe un largo trago delicioso
y reponedor. En el buen vino aún encuentra matices de felicidad y de ausencia
de problemas. Seguramente la propiedad ansiolítica del vino sea compatible con
su deseo de cerrar los ojos, beberse la botella entera y despertar mañana tras
haber cumplido con su obligación. Pero las cosas nunca son tan fáciles. En el
mismo momento en el que apura la copa suena el telefonillo y al acercarse a la
pantalla del portero automático instalado junto a la puerta de entrada, ve a
sus primos fingiendo sonrisas ante la cámara. Abre y se resigna, alea jacta
est.
Tras los
forzados e incómodos besos y abrazos de rigor, Carmelo sirve las copas de sus
primos y levanta la suya en un brindis por la memoria del abuelo. Los primos
beben y en la boca de Olga descubre una pequeña mueca irónica, casi
imperceptible a ojos de quien no sabe reconocer la oscuridad de los corazones
en un pequeño gesto fisionómico.
Fermín se
acomoda en su puesto y anuncia que tiene hambre y que mejor comenzar la cena
tras haber enviado al oficial de la notaria la foto de rigor que servirá de
prueba de su obligada reunión. Los torturados comensales tratan de vestir de
alegría el rictus de sus rostros ante el selfie y una vez cumplida la primera
parte del testimonio, que deberá ratificarse con un vídeo a los postres por los
menos noventa minutos después de la primera imagen enviada, se conjuran para
hacer de aquel capricho del abuelo algo al menos llevadero.
Carmelo
descubre las fuentes colocadas sobre la mesa y deja que sus primos se deleiten
con el aroma de los platos encargados al restaurante más caro de la ciudad,
donde las estrellas Michelín han conseguido convertir la factura de una cena
para tres en algo realmente prohibitivo para un bolsillo de la clase media.
Gracias al cielo desde que murió el abuelo esos lujos son simple calderilla
para él.
Sirve con
esmero el primer plato y una vez a atendido a sus primos se entrega a disfrutar
de aquella ensalada de caviar y angulas aliñada con reducción de Moet
Chandony vinagre balsámico de Módena.
Olga le
felicita por la elección del plato mientras se limpia los recauchutados labios
con una servilleta que pasa al instante del blanco inmaculado al rojo pasión
extraído de los varios kilos de barra de labios con los que pretende potenciar
su atractivo.
La velada es
tensa. Fermín y Olga no se llevan precisamente como hermanos, pero ambos
parecen haber decidido cerrar filas en contra de Carmelo y si bien no hay más
que algún reproche velado y alguna recriminación esporádica, la conversación
durante la cena brilla por la frialdad y da el contraste perfecto al calor de
los platos elegidos para la ocasión.
Al servir el
segundo plato, el anfitrión aprovecha para cambiar las copas. Ha elegido un verdejo
de vendimia nocturna de Bodegas Yllera para maridar el rodaballo con patatas
asadas y en un alarde de ingenio, horas antes de la cena vertió un incoloro,
inodoro e insípido veneno mortal de necesidad en el fondo de las copas para el
blanco en las que serviría el vino a sus invitados. Al verlos comer y vaciar
una copa tras otra del exquisito caldo, Carmelo respira tranquilo sabedor de
que sus primos seguramente ni llegarían a ver amanecer y de que, además, el
potente veneno no dejará rastro alguno en las autopsias y nadie podrá
relacionarlo con la muerte de sus odiosos primos.
Tras la
tradicional sopa de almendra, los turrones y el cascajo, a eso de las doce y
media Fermín se levanta y excusa su marcha. Inmediatamente es arropado por su hermana, quien dice que claro, primero tendría que dejarla en su casa y le haría dar un buen rodeo.
Carmelo se despide de buen grado mostrándose comprensivo con las circunstancias
y emplazándolos a futuras quedadas y a más tardar, a la próxima Noche buena.
Efectivamente
Fermín y Olga no llegaron a despertar. La muerte los alcanzó durante el sueño y
no llegaron a saber que Laertes, el asesino profesional al que habían pagado
una suma considerable, se había ganado el salario al entrar en casa de Carmelo
y dispararle una única bala entre ceja y ceja que le causó una muerte
inmediata. El disparo fue amortiguado por el silenciador que colocó a su Piettro
Beretta de 9 mm y por los petardos que los chavales de la urbanización salían arrojar
las noches de fiestas navideñas con el condescendiente beneplácito de su padres. Antes de irse
y según lo acordado, se hizo con unos cuantos objetos de valor, con cuanto
dinero encontró en casa y con las tarjetas de crédito del difunto, dejando
claro a los agentes de homicidios de la Policía Nacional que se ocuparon del
caso, que aquel había sido el típico asalto a la vivienda de un millonario.
Esta Noche
buena, el abuelo se revolvió en su tumba y la figura del angel custodio que
corona el panteón familiar en el cementerio de la villa, se desprendió y se
rompió en mil pedazos al estrellarse contra el suelo.
No entiendo
que está pasando con este mundo pero cada vez me gusta menos.
Llevo
semanas tratando de llevar a mi familia a un lugar seguro donde establecernos
lejos de los bombardeos y en este viaje he descubierto que para aquellos que llevan
una vida normal, como la que yo mismo disfrutaba antes de la guerra, nos hemos convertido
en un problema que prefieren ignorar mirando para otro lado.
Tengo dos
hijas muy pequeñas que mi mujer y yo llevamos en brazos o a hombros durante
cientos de kilómetros yhan sido muy
pocas las personas que nos han ofrecido ayuda.
Hoy he visto
como el mismo europeo orondo y rubicundo que ayer se alejó al vernos llegar
por si le pedíamos limosna, lloraba ante la visión de dos cachorritos que
trataban de amamantar de su madre atropellada por un coche. Mi mujer se
arrodilló ylos alimentó con el biberón
que había preparado para la pequeña y entonces pude ver como aquel hombre
enrojecía de vergüenzay se llevaba la
mano a la cartera para limpiar su conciencia.
Solo pareció
capazde afligirse ante la desgracia de
unos cachorritos y al arrojar un billete de cinco euros a los pies de mi mujer,
parecía estar alimentando así a nuestras cachorritas aunque evitando ensuciarse
las manos.
Somos tan
humanos como vosotros pero con peor fortuna y aviso, la vida da muchas vueltas,
ojalá no os alcance la guerra.
Es curioso, pero me paso la vida aprendiendo lecciones, se conoce que el destino es ese maestro exigente que anota en su gran libro del cosmos con la estela de un cometa las veces que te ha mandado que copies una frase en la pizarra del inconsciente .
Muchas de las lecciones aprendidas han dolido, lo que me lleva a ratificar esa gran verdad de que la letra con sangre entra. Y no solo con sangre, también con lágrimas. Puede que las cicatrices del alma no se aprecien a primera vista excepto en la mirada o en la expresión del rostro, pero al no dejar marcas en el cuerpo como las cicatrices de otras muchas heridas que han dolido menos, parece que puedes acumular tantas como los hados quieran reservarte y no por ello ir llamando la atención cuando te desnudas para sumergirte en el agua, o en una mujer.
Lo que está claro es que la vida es un continuo aprendizaje y todas las lecciones tienen un único fin: enseñarte a vivir. Creo que a mis cuarenta y seis primaveras podrían licenciarme ya en esta escuela, pero no, aquí las clases no terminarán hasta que el médico forense certifique las causas de mi defunción. Y espero que aún tarde mucho en hacerlo. O por lo menos que me dejen disfrutar de las vacaciones y de los recreos.
Al parecer el saber no ocupa lugar, pero yo discrepo, porque ocupa lugar, tiempo y espacio. Espacio en tu cerebro, en tu corazón y en tu conciencia y tiempo, mucho tiempo, miles de horas si sumamos todas las de las noches que he pasado en vela preguntándome que hice mal y que podría hacer bien para no volver a llevarme un desengaño.
Pues al fin parece que voy aprendiendo y empiezo a dormir del tirón, disfrutando del sueño junto a ella y, de los más agradables despertares en los que al sentir su respiración sobre mi pecho y al disfrutar con su sonrisa juguetona que vaticina grandes placeres, reconozco que todo el dolor ha tenido sentido y que para llegar hasta ella tenía que perder muchas ellas.
Y es que todo esto va de pérdidas, también he perdido la inocencia y la confianza en mi estrella. Parece ser que los astros se alinean cuando les conviene y no cuando te conviene a ti. Parece ser que la suerte es un artículo de lujo y que es mejor actuar siempre con cautela y sopesando los pros y los contras de cada acto, porque ser atrevido solo te lleva a que el eterno maestro crea que has levantado la mano para ofrecerte voluntario y salir al encerado donde te utilizará como ejemplo para el resto de la clase y no dudará en castigarte con dureza si no eres capaz de resolver los complicados ejercicios que configuran el resultado de la ecuación de tu vida.
Por eso a veces agradeces tanto recibir una lección sin más, sin dolor, sin cicatrices, sin castigo corporal ni emocional. Pero ojo, no nos confiemos. No hay lección que no requiera de esfuerzo y el esfuerzo es la parte fundamental del aprendizaje. Adquisición de conocimientos, más esfuerzo y propósito de superación es lo que te llevará a superar los exámenes del septiembre de tu vida, porque todos, absolutamente todos, suspenderemos en junio. Y a alguno se nos permitirá incluso repetir curso, cosa a la que llaman segunda oportunidad y que te obligará además de a agradecer su generosidad al creador, a esforzarte desde el primer momento para ser merecedor de la convocatoria extra.
Así que nada, vivamos, amemos, perdamos, suframos y al aprender a superar las derrotas y a ignorar el dolor de cada pérdida terminemos por vencer.
No. Lo último que se pierde es la vida, y esa se va cuando ya has perdido toda esperanza, entre otras muchas cosas.
Agarrarse a la esperanza como a un clavo ardiendo es lo que te da fuerzas para agarrarte a la vida y es que morir es tan solo una suma de perdidas. La muerte llega con la pérdida de la esperanza, de la ilusión, de la fe, de la energía y de la fuerza. Morir es perder. Continuar vivo pese a todo es una victoria, por lo que, queridos lectores, todos somos ganadores dado que ahora mismo estamos aquí, yo escribiendo estas líneas y vosotros leyéndome. Escribir cada día es para mí esa bombona de oxígeno con la que alimento mis pulmones y me permite respirar. Sé que de no vomitar en negro sobre blanco mis inquietudes, mis reflexiones, mis miedos, ms angustias, mis alegrías y mis deseos no me sentiría realmente vivo y perdería la ilusión, la esperanza, la fe, la energía y la fuerza, lo que irremediablemente me llevaría a la muerte en vida o definitivamente a cerrar los ojos para siempre y así no ver lo que me destroza el alma. Porque a veces la muerte es un acto supremo de cobardía y te dejas morir al no atreverte a enfrentar aquello que el destino ha decidido que se cruce en tu camino.
La esperanza es algo maravilloso y en la mayoría de las ocasiones se escapa a toda lógica y nace de la fantasía y del deseo, de negar la realidad y buscar grietas en lo racional, para que entre ellas puedas enfocar ese rayo de luz que ilumine lo más oscuro y así atreverte a seguir caminando.
En demasiadas ocasiones la esperanza es esa gran mentira que nos obcecamos en creer porque mentir es mucho más fácil cuando dices la verdad o cuando crees estar haciéndolo. Tener esperanza cuando todo parece perdido es un ejercicio de fe y de autocomplacencia a partes iguales. Y cuando se alinean los astros y esa esperanza muta de mentira ideal a verdad absoluta, te sientes el ser más afortunado de la creación.
Da igual en que depositemos las esperanzas, eso es tan solo una cuestión de necesidades. Nadie nos puede culpar por tener esperanzas en la vida perfecta, la mujer ideal, el futuro seguro, o en una vacuna infalible contra los males que acechan a la humanidad. La esperanza es soñar, es volver a la infancia y recuperar esa rebeldía contra la razón, contra las fórmulas exactas y las leyes de la ciencia. Es una enajenación mental casi siempre transitoria que traspasa la frontera de la cordura, y te instala cómoda y plácidamente en la locura más amable.
Pero lo siento. La esperanza no es lo último que se pierde. Mi esperanza ya se habrá esfumado por completo justo un segundo antes de que llegue el latido final y el corazón interrumpa definitivamente su trabajo y corte el suministro de sangre al cerebro.
Y entonces volveré a morir y en la muerte recuperaré la esperanza de nacer de nuevo en otra realidad, en otro ser y en otras páginas.