Es domingo, hace frio ahí fuera, los caminantes blancos acechan detrás de cada esquina y me he dejado la daga de obsidiana en el hotel donde me refugié la noche previa a la presentación de mi último libro. Porque cada vez que presento un libro, la noche anterior tengo que dormir fuera de casa y suelo olvidar lo más importante en habitaciones individuales con baño propio y el desayuno incluido. Ya es una tradición y eso me ayuda a sentirme escritor. Ya ves...que gilipollas.
Hoy me ha dado por hacer un breve repaso de mi vida, de mis sueños, de los conseguidos y de los que se quedaron en el camino. Que son la inmensa mayoría.
Y soy lo más parecido al hombre feliz que creo que puedo llegar a ser. Sobre todo cuando mis seres queridos piensan que ya tengo bastante con seguir aquí y que debería estar agradecido. Y lo estoy, pero me niego a pensar que ya está. Porque no, no está.
Siendo un niño soñaba con ser escritor. Pensaba que escribir libros y que la gente me leyera y me entendiera, me haría muy feliz porque yo era feliz leyendo. Y en parte he cumplido mi sueño. He publicado libros y la gente me lee, pero algo me dice que un alto porcentaje de los lectores no me entienden. Que coño...creo que no me entiendo ni yo.
Me he empeñado en llenar mi vida de otras vidas. He leído muchas vidas en libros de todos los géneros y he escrito un montón de ellas inspiradas en mi realidad y en mis deseos, pero no consigo sacarle a la mía todo el jugo. Vivo. Contra todo pronóstico sigo vivo, pero no sé si estoy viviendo bien. No sé si lo hago bien. no sé si se puede hacer mejor o si se debe hacer mejor. Y no sé si debo vivir agradeciendo constantemente la oportunidad y volviendo al momento del reseteo vital una y otra vez. Me cansa, me aburre, me termina por cabrear y a veces me despierto llorando.
Cuando era pequeño soñaba con ser el héroe que rescataba a la chica, que acababa con los malos y que con el cigarrillo en la comisura de los labios, le guiñaba un ojo a la cámara mientras fundía en negro. Y en parte lo conseguí. Le guiñé un ojo a la cámara sonriendo mientras fundía en negro y la música llenó la sala ahogando los aplausos, pero ni terminé con los malos ni rescaté a la chica. Ni mucho menos fui un héroe, solo un tipo con suerte. La chica me ha rescatado a mi. Después de haber sucumbido a los encantos de diversos súcubos lujuriosos y de haber caído en las garras de alguna arpía vestida de terciopelo negro, al fin llegó la que tenía que rescatarme. Lo hizo al optar por ignorar mis miserias, mis rarezas y mis muchísimos defectos. Y por perdonar mis continuos errores y aceptar mis besos de disculpa y mis caricias de promesa. Me rescató al ser sincera al decirme que me quería y al enseñarme que decirlo si se siente es algo liberador y reconfortante.
Escribo y leo. Leo y escribo. Vivo tanto en negro sobre blanco, tanto, que cuando me decido a saborear unos bocados de la vida real a veces busco el índice, las notas del autor y la eterna fe de erratas que debería ser visible a pie de página, de cada página, para ayudarme a entender la puta realidad que me ha tocado en suerte.
Me desespero intentando escribir el texto perfecto y el poema perfecto, pero creo que para llegar a eso primero he de abandonar el disfraz de artista prometedor y desnudarme por completo, despojándome de este ego que siempre me queda demasiado grande y algo ridículo, aunque me coja los bajos y me remangue por encima del codo. Cuando saque del armario mi abandonado traje de aspirante a ser alguien, lo planche, le quite las manchas con cebraline moral y me atreva a ponérmelo y a salir a la calle con él, puede que sea capaz de hilvanar adecuadamente las palabras para coser versos y bordar párrafos con acierto.
No sé si voy a ser capaz de cumplir mis deseos más ocultos. No sé si voy a ser capaz de alcanzar mis objetivos, de llegar a la meta y de colocar mi bandera en lo alto del promontorio. No sé si podré silbar We are the chanpions desde el borde del acantilado sin perder el equilibrio y volver a estrellarme contra las rocas. No sé si aguantaré el fuego enemigo y conseguiré calar la bayoneta y saltar de la trinchera cuando las bengalas iluminen el cielo en la noche más larga y más oscura.
Hace cuarenta y seis primaveras que salí a escena llorando y sonriendo a la vez. Hace cuarenta y seis primaveras que comenzó la turné, y mucho me temo que ya no lleno salas, que el público comienza a aburrirse y que la clac se ha cansado de aplaudir mis ocurrencias.
Realmente me asusta no saber quien soy, pero lo que más miedo me da es no saber lo que quiero. Creo que ese es el verdadero problema, ya que la respuesta solo está dentro de mi y, dentro de mi hay cosas que no quisiera volver a ver al bajar al sótano de mi alma y revolver entre los baúles de mi conciencia.
Pero me niego a sucumbir al desaliento. Soy peleón y rendirse nunca es una opción, así que cogeré a mi chica por la cintura, me armaré de valor y le pediré que me preste un par de cargadores del calibre de mi pluma y devolveré el fuego con metáforas, alegorías y algún hipérbaton. Arrojaré granadas de onomatopeya y llenaré de versos de arte mayor la bandera blanca que desesperado me pregunto si debe izarse ya, de tal forma que nunca pueda enarbolarse en señal de rendición.
Hala...a vivir, que son dos días. A ver si empiezo a hacerlo mejor y consigo convencerme de que realmente ha merecido la pena. A ver si consigo dejar de defraudar a la gente que quiero. Y dejar de defraudarme, que es algo muy doloroso.
Laertes sabe que perfectamente podría morir mañana. Incluso esta misma noche. Mañana es un futuro distante e incierto en su vida y dada su profesión, cada noche al acostarse bien solo o bien acompañado, le da gracias a Dios.
Y es que Laertes es un asesino de lo más atípico. Católico practicante devoto de la Virgen de La Fuencisla y de San Juan Pablo segundo, pese a toda la mierda que traga en su trabajo y la variedad de los encargos que recibe, cree en el amor verdadero y en la pareja para toda la vida. Nunca mejor dicho, para toda la vida. A veces esa vida termina con las indicaciones de un marido celoso que no repara en gastos para lavar su honor, o con la llamada telefónica de una acaudalada mujer harta de que su marido le cruce la cara cada vez que se ha tomado un clarete de más.
Eligió esta profesión porque la sociedad terminó de asquearle y de sacar lo peor de él. También es cierto que su formación en las fuerzas especiales del ejército español y las misiones "de paz" en la antigua Yugoslavia, en Irak o en Afganistán ayudaron en su decisión y, tras licenciarse como capitán de las C.O.E. comenzó su nueva vida. Una vida en la que él y solo él marcaría los objetivos, tomaría la decisión final y sacaría rentabilidad a cada bala empleada.
Su pequeño apartamento en el centro de una capital de provincias conocida por el frio de sus inviernos, lo excepcional de sus caldos y la impresionante oferta gastronómica, está lleno de libros. Laertes lee cuanto cae en su manos y emplea buena parte de sus ingresos en abarrotar de volúmenes las estanterías de obra que se extienden a lo largo de los cincuenta metros de vivienda, cuarto de baño incluido. A veces también gusta de escribir, pero no puede evitar que su trabajo influya en su autocomplaciente y privada obra literaria. Los crímenes por encargo son el leit motiv de la mayoría de sus textos, Y el amor.
Es un romántico empedernido, aunque tiene serías dificultades para decirle a una mujer de viva voz que la quiere. Puede que eso se deba a heridas del pasado que llenaron su alma y su corazón de cicatrices. Puede que en el fondo, sea tímido y que con el tiempo haya llegado a convencerse de que no lo es, de que simplemente es un hombre discreto por deformación profesional.
Guarda en el trastero una completa y mortífera colección de armas de fuego cortas y largas, munición suficiente para todas ellas y también una maleta con diversas navajas, con cuchillos de todo tipo e incluso con una pequeña espada japonesa llamada Tanto, con la que un samurái del siglo XIX cometió seppuku al deshonrar a sus antepasados. En ocasiones el trabajo debe ser realizado con la discreción más absoluta y entonces el uso de armas blancas se vuelve necesario.
Es bueno en lo suyo, seguramente el mejor en toda España. Pero no es tan imbécil como para creerse invencible o para suponer que no ha nacido aún el policía capaz de atraparlo, el sicario capaz de alojarle una bala en el cráneo o la más estúpida circunstancia que lo lleve a cometer un error.
Nunca fue un tipo alto. Entro por los pelos en el ejército y es de esos que tiene que hacerse con un hueco en las barras abarrotadas o nunca conseguirá que le sirvan el whisky con hielo que lo acompaña en su esporádico ocio nocturno. Es un hombre fuerte, eso si. Desde muy joven trabajó sus músculos con ejercicios diarios aprendidos de un buen amigo deportista de élite, Huye de los gimnasios. Detesta el rollito cachitas poligonero o "tronista tatuado". En ocasiones recibe heridas de bala o de arma blanca y no acostumbra a exponer su anatomía en lugares públicos para no despertar sospechas y no generar preguntas indiscretas movidas por la curiosidad de quienes no comprenden que el vecino del quinto pueda aparecer con una cicatriz de un balazo del 38 en la espalda o al mes siguiente con la de un tajo de albaceteña en las tripas.
Si hay algo que le pierde es una mujer inteligente, bonita y sexy. Tonto del todo resulta que no va a ser. Bueno, puede que sí, porque suele cometer la torpeza de enamorarse hasta las trancas de cada una de las mujeres con las que ve amanecer y si ha habido algo capaz de desarmarlo ha sido una mujer presa de un sincero llanto.
En menos de una hora caerá el sol y Laertes tendrá que salir a ocuparse de un encargo que le reportará más de cien mil euros. Hoy ha sido contratado para terminar con la vida de un conocido empresario al que su socio intentó convencer para acometer un arriesgado proyecto que no le gustó lo suficiente. Tras varias reuniones infructuosas todo terminó en una llamada a la persona adecuada, una transferencia y un correo electrónico con indicaciones para ocuparse del empresario al salir del club de golf donde acostumbra a jugar unos hoyos al terminar la jornada cada día. Como única exigencia para recibir la segunda transferencia que completará el pago por sus servicios, Laertes deberá hacer que parezca un accidente y no deberá dejar el menor indicio que pueda relacionarlo con la parte contratante.
El rubio asesino acaricia al gato que ronronea en su regazo, se pone una cazadora de cuero negro y saca de la caja de herramientas lo necesario para manipular el flamante deportivo de la víctima que morirá en un trágico accidente de tráfico este viernes de enero.
Lo de que el campo de golf se encuentre al final del complicado tramo de curvas de una carretera convencional de doble sentido y sin arcén, lo convenció por completo tras el primer estudio de la zona que el potentado golfista recorre a diario y de los movimientos y hábitos del objetivo, quien gusta de pisar un poquito el acelerador que hace rugir los más de trescientos caballos de potencia de su descapotable.
Laertes conduce en dirección al campo donde su objetivo estará sin duda disfrutando de un buen Ribera de Duero en el hoyo diecinueve junto a sus compañeros de recorrido. Todo saldrá bien. Todo tiene que salir bien. Mañana será otro día.
No quiere verte marchar, pero eres libre de hacer lo que te plazca. Por supuesto.
Quédate a mi lado, sigue sumando sonrisas a la cuenta de mi vida y aportando gemidos de placer al banco de mi felicidad. Haz de nuestro texto el paraíso del punto y seguido y sube conmigo a la cima del título de nuestra historia para contemplar allá en la lejanía esa triste cordillera de puntos y aparte que gracias a Dios ya se divisa muy a lo lejos. Porque después de haber escrito los dolorosos finales de otras historias que nada tienen que ver con esta, estamos inspirados por las musas y la trama de lo nuestro se desenvuelve armoniosa y completa entre copas de vino, caricias generosas y miradas cómplices al despuntar el alba.
Sigue peleando a mi lado, hombro con hombro, espalda contra espalda y labio con labio. Afronta conmigo todo lo que nos echen y desarma con una finta al enemigo que acecha siempre y se esconde en la sombra, y nos teme, aunque no podamos ni necesitemos verlo.
Si hemos podido con este año que por fin hoy dejaremos atrás, seremos capaces de superar cualquier treta del destino. Si hemos sobrevivido a la angustia, al miedo y a la distancia obligada, seremos capaces de arrancarle latidos a la muerte y arena a la clepsidra. Juntos.
Volverán los días de vino y rosas, volverán las canciones y los paseos al sol, la brisa en nuestros rostros y el salitre en nuestros cuerpos desnudos.
Dibujemos el futuro, ilustremos nuestra epopeya y que sea homérica en los logros y en los viajes. Que los rapsodas del mañana canten nuestra hazaña que no es otra que habernos nutrido de amor y de esperanza para avanzar y nadar contra corriente cuando todo parecía perdido.
Que la poesía que vive en ti se instale junto a la necesidad de rimar los versos de arte mayor de tus caderas que mueve mi corazón.
Vamos, no temas, sigue a mi lado. Prometo tatuarme la brújula en el pecho y que las agujas del alma nos marquen ese norte en el que ambos encontraremos Ítaca y seremos coronados como inmortales amantes.
Al llegar el día ven conmigo, te abriré las puertas del Valhala y compartiremos camarote en el crucero de lujo por la laguna Estigia. Porque no habrá muerte ni adiós hasta que decidamos escribirnos un final a medida en el que sigamos comiendo perdices por los siglos de los siglos.
Saca a bailar a los hados que abarrotan esta pista de baile y que sé que matarían y morirían por estrecharte entre sus brazos al son de la orquesta del mañana de arcoíris. Eres la más bonita de entre todas las presentes y sigues bailando mejor que nadie. Yo he aprendido a dejarme llevar y a camuflar mi mediocridad y mis defectos para no restarle luz a tu figura. Apenas te piso y apenas cambio el paso ya.
Quédate a mi lado, pero eres libre de hacer lo que te plazca, por supuesto.
Estaba claro
que esta sería una Navidad muy diferente, pero al fin y al cabo Navidad.
Carmelo
aguarda la llegada de sus primos de Cuenca como quien espera una inspección de
Hacienda, con esa mezcla de miedo, nervios, esperanza y sentimiento de culpa. Los
primos y él nunca se llevaron bien, pero son sus únicos parientes vivos y por
imperativo legal no le queda otro remedio que cenar con ellos. El abuelo se
empeñó en que se reuniesen cada año en Nochebuena, y así lo hizo constar en su
testamento en una cláusula en la que esta era una última voluntad de obligado
cumplimiento so pena de que en caso de no cenar juntos en esa fecha en los diez
años posteriores a su muerte, sus tres nietos herederos perderían la cuantiosa
herencia que les correspondía legítimamente en tres partes exactamente iguales
y, toda la fortuna pasaría a manos de una sociedad protectora de gatos de la
confianza del finado y designada por el difunto a tal efecto. Desde luego es
una vergüenza que en pleno siglo XXI aún haya notarios que consientan
semejantes estupideces. Puede que lo hagan únicamente por divertirse y hacer
apuestas sobre si los herederos perderán las herencias o no al incumplir las estrambóticas
cláusulas de algunos testamentos de los que dan fe.
Las nueve
menos cuarto y aún no tiene noticia de los primos. Puede que con un poco de
suerte se hayan matado en la carretera. Su primo Fermín lo primero que hizo al
conocer la muerte del abuelo fue entregar la entrada del deportivo descapotable
con el que pensó que deslumbraría a la mujer de la que se había enamorado hasta
las cejas y quien tras un corto coqueteo decidió plantarlo. Todos en la empresa
sabían que aquella ambiciosa e interesada advenediza lo largó en el momento en
el que el socio del primo Fermín se compró el avión privado, y subió un peldaño
más en la escala social de la capital de provincias en la que tenían
domiciliada la empresa. Qué bonito es el amor. Sobre todo, cuando lleva detrás
muchos ceros.
La prima
Olga es una mujer decididamente mala. Lo que viene siendo una mala mujer de
esas de las que cantan las coplillas populares. Rabiosamente atractiva y en esa
edad tan difícil que son los cuarenta años, Olga había decidido invertir parte
de su herencia en retoques de todo tipo para devolver a sus pechos y a sus
glúteos la turgencia y la lozanía de veinte años atrás, cuando todos los mozos
del entorno se morían por sus huesos y por sus ojazos verdes. Dicen en los
mentideros populares que los cirujanos plásticos de Cuenca descorcharon
botellas de espumoso al conocer la noticia del fallecimiento del poderoso
magnate y del testamento a favor de sus nietos, entre los que se encontraba
aquella reina de la noche destronada por los años tras un largo y fructífero
reinado.
Carmelo
descorcha y decanta el carísimo reserva de la Ribera del Duero con el que
piensa agasajar a sus primos. Se sirve una copa y bebe un largo trago delicioso
y reponedor. En el buen vino aún encuentra matices de felicidad y de ausencia
de problemas. Seguramente la propiedad ansiolítica del vino sea compatible con
su deseo de cerrar los ojos, beberse la botella entera y despertar mañana tras
haber cumplido con su obligación. Pero las cosas nunca son tan fáciles. En el
mismo momento en el que apura la copa suena el telefonillo y al acercarse a la
pantalla del portero automático instalado junto a la puerta de entrada, ve a
sus primos fingiendo sonrisas ante la cámara. Abre y se resigna, alea jacta
est.
Tras los
forzados e incómodos besos y abrazos de rigor, Carmelo sirve las copas de sus
primos y levanta la suya en un brindis por la memoria del abuelo. Los primos
beben y en la boca de Olga descubre una pequeña mueca irónica, casi
imperceptible a ojos de quien no sabe reconocer la oscuridad de los corazones
en un pequeño gesto fisionómico.
Fermín se
acomoda en su puesto y anuncia que tiene hambre y que mejor comenzar la cena
tras haber enviado al oficial de la notaria la foto de rigor que servirá de
prueba de su obligada reunión. Los torturados comensales tratan de vestir de
alegría el rictus de sus rostros ante el selfie y una vez cumplida la primera
parte del testimonio, que deberá ratificarse con un vídeo a los postres por los
menos noventa minutos después de la primera imagen enviada, se conjuran para
hacer de aquel capricho del abuelo algo al menos llevadero.
Carmelo
descubre las fuentes colocadas sobre la mesa y deja que sus primos se deleiten
con el aroma de los platos encargados al restaurante más caro de la ciudad,
donde las estrellas Michelín han conseguido convertir la factura de una cena
para tres en algo realmente prohibitivo para un bolsillo de la clase media.
Gracias al cielo desde que murió el abuelo esos lujos son simple calderilla
para él.
Sirve con
esmero el primer plato y una vez a atendido a sus primos se entrega a disfrutar
de aquella ensalada de caviar y angulas aliñada con reducción de Moet
Chandony vinagre balsámico de Módena.
Olga le
felicita por la elección del plato mientras se limpia los recauchutados labios
con una servilleta que pasa al instante del blanco inmaculado al rojo pasión
extraído de los varios kilos de barra de labios con los que pretende potenciar
su atractivo.
La velada es
tensa. Fermín y Olga no se llevan precisamente como hermanos, pero ambos
parecen haber decidido cerrar filas en contra de Carmelo y si bien no hay más
que algún reproche velado y alguna recriminación esporádica, la conversación
durante la cena brilla por la frialdad y da el contraste perfecto al calor de
los platos elegidos para la ocasión.
Al servir el
segundo plato, el anfitrión aprovecha para cambiar las copas. Ha elegido un verdejo
de vendimia nocturna de Bodegas Yllera para maridar el rodaballo con patatas
asadas y en un alarde de ingenio, horas antes de la cena vertió un incoloro,
inodoro e insípido veneno mortal de necesidad en el fondo de las copas para el
blanco en las que serviría el vino a sus invitados. Al verlos comer y vaciar
una copa tras otra del exquisito caldo, Carmelo respira tranquilo sabedor de
que sus primos seguramente ni llegarían a ver amanecer y de que, además, el
potente veneno no dejará rastro alguno en las autopsias y nadie podrá
relacionarlo con la muerte de sus odiosos primos.
Tras la
tradicional sopa de almendra, los turrones y el cascajo, a eso de las doce y
media Fermín se levanta y excusa su marcha. Inmediatamente es arropado por su hermana, quien dice que claro, primero tendría que dejarla en su casa y le haría dar un buen rodeo.
Carmelo se despide de buen grado mostrándose comprensivo con las circunstancias
y emplazándolos a futuras quedadas y a más tardar, a la próxima Noche buena.
Efectivamente
Fermín y Olga no llegaron a despertar. La muerte los alcanzó durante el sueño y
no llegaron a saber que Laertes, el asesino profesional al que habían pagado
una suma considerable, se había ganado el salario al entrar en casa de Carmelo
y dispararle una única bala entre ceja y ceja que le causó una muerte
inmediata. El disparo fue amortiguado por el silenciador que colocó a su Piettro
Beretta de 9 mm y por los petardos que los chavales de la urbanización salían arrojar
las noches de fiestas navideñas con el condescendiente beneplácito de su padres. Antes de irse
y según lo acordado, se hizo con unos cuantos objetos de valor, con cuanto
dinero encontró en casa y con las tarjetas de crédito del difunto, dejando
claro a los agentes de homicidios de la Policía Nacional que se ocuparon del
caso, que aquel había sido el típico asalto a la vivienda de un millonario.
Esta Noche
buena, el abuelo se revolvió en su tumba y la figura del angel custodio que
corona el panteón familiar en el cementerio de la villa, se desprendió y se
rompió en mil pedazos al estrellarse contra el suelo.
No entiendo
que está pasando con este mundo pero cada vez me gusta menos.
Llevo
semanas tratando de llevar a mi familia a un lugar seguro donde establecernos
lejos de los bombardeos y en este viaje he descubierto que para aquellos que llevan
una vida normal, como la que yo mismo disfrutaba antes de la guerra, nos hemos convertido
en un problema que prefieren ignorar mirando para otro lado.
Tengo dos
hijas muy pequeñas que mi mujer y yo llevamos en brazos o a hombros durante
cientos de kilómetros yhan sido muy
pocas las personas que nos han ofrecido ayuda.
Hoy he visto
como el mismo europeo orondo y rubicundo que ayer se alejó al vernos llegar
por si le pedíamos limosna, lloraba ante la visión de dos cachorritos que
trataban de amamantar de su madre atropellada por un coche. Mi mujer se
arrodilló ylos alimentó con el biberón
que había preparado para la pequeña y entonces pude ver como aquel hombre
enrojecía de vergüenzay se llevaba la
mano a la cartera para limpiar su conciencia.
Solo pareció
capazde afligirse ante la desgracia de
unos cachorritos y al arrojar un billete de cinco euros a los pies de mi mujer,
parecía estar alimentando así a nuestras cachorritas aunque evitando ensuciarse
las manos.
Somos tan
humanos como vosotros pero con peor fortuna y aviso, la vida da muchas vueltas,
ojalá no os alcance la guerra.
Es curioso, pero me paso la vida aprendiendo lecciones, se conoce que el destino es ese maestro exigente que anota en su gran libro del cosmos con la estela de un cometa las veces que te ha mandado que copies una frase en la pizarra del inconsciente .
Muchas de las lecciones aprendidas han dolido, lo que me lleva a ratificar esa gran verdad de que la letra con sangre entra. Y no solo con sangre, también con lágrimas. Puede que las cicatrices del alma no se aprecien a primera vista excepto en la mirada o en la expresión del rostro, pero al no dejar marcas en el cuerpo como las cicatrices de otras muchas heridas que han dolido menos, parece que puedes acumular tantas como los hados quieran reservarte y no por ello ir llamando la atención cuando te desnudas para sumergirte en el agua, o en una mujer.
Lo que está claro es que la vida es un continuo aprendizaje y todas las lecciones tienen un único fin: enseñarte a vivir. Creo que a mis cuarenta y seis primaveras podrían licenciarme ya en esta escuela, pero no, aquí las clases no terminarán hasta que el médico forense certifique las causas de mi defunción. Y espero que aún tarde mucho en hacerlo. O por lo menos que me dejen disfrutar de las vacaciones y de los recreos.
Al parecer el saber no ocupa lugar, pero yo discrepo, porque ocupa lugar, tiempo y espacio. Espacio en tu cerebro, en tu corazón y en tu conciencia y tiempo, mucho tiempo, miles de horas si sumamos todas las de las noches que he pasado en vela preguntándome que hice mal y que podría hacer bien para no volver a llevarme un desengaño.
Pues al fin parece que voy aprendiendo y empiezo a dormir del tirón, disfrutando del sueño junto a ella y, de los más agradables despertares en los que al sentir su respiración sobre mi pecho y al disfrutar con su sonrisa juguetona que vaticina grandes placeres, reconozco que todo el dolor ha tenido sentido y que para llegar hasta ella tenía que perder muchas ellas.
Y es que todo esto va de pérdidas, también he perdido la inocencia y la confianza en mi estrella. Parece ser que los astros se alinean cuando les conviene y no cuando te conviene a ti. Parece ser que la suerte es un artículo de lujo y que es mejor actuar siempre con cautela y sopesando los pros y los contras de cada acto, porque ser atrevido solo te lleva a que el eterno maestro crea que has levantado la mano para ofrecerte voluntario y salir al encerado donde te utilizará como ejemplo para el resto de la clase y no dudará en castigarte con dureza si no eres capaz de resolver los complicados ejercicios que configuran el resultado de la ecuación de tu vida.
Por eso a veces agradeces tanto recibir una lección sin más, sin dolor, sin cicatrices, sin castigo corporal ni emocional. Pero ojo, no nos confiemos. No hay lección que no requiera de esfuerzo y el esfuerzo es la parte fundamental del aprendizaje. Adquisición de conocimientos, más esfuerzo y propósito de superación es lo que te llevará a superar los exámenes del septiembre de tu vida, porque todos, absolutamente todos, suspenderemos en junio. Y a alguno se nos permitirá incluso repetir curso, cosa a la que llaman segunda oportunidad y que te obligará además de a agradecer su generosidad al creador, a esforzarte desde el primer momento para ser merecedor de la convocatoria extra.
Así que nada, vivamos, amemos, perdamos, suframos y al aprender a superar las derrotas y a ignorar el dolor de cada pérdida terminemos por vencer.
No. Lo último que se pierde es la vida, y esa se va cuando ya has perdido toda esperanza, entre otras muchas cosas.
Agarrarse a la esperanza como a un clavo ardiendo es lo que te da fuerzas para agarrarte a la vida y es que morir es tan solo una suma de perdidas. La muerte llega con la pérdida de la esperanza, de la ilusión, de la fe, de la energía y de la fuerza. Morir es perder. Continuar vivo pese a todo es una victoria, por lo que, queridos lectores, todos somos ganadores dado que ahora mismo estamos aquí, yo escribiendo estas líneas y vosotros leyéndome. Escribir cada día es para mí esa bombona de oxígeno con la que alimento mis pulmones y me permite respirar. Sé que de no vomitar en negro sobre blanco mis inquietudes, mis reflexiones, mis miedos, ms angustias, mis alegrías y mis deseos no me sentiría realmente vivo y perdería la ilusión, la esperanza, la fe, la energía y la fuerza, lo que irremediablemente me llevaría a la muerte en vida o definitivamente a cerrar los ojos para siempre y así no ver lo que me destroza el alma. Porque a veces la muerte es un acto supremo de cobardía y te dejas morir al no atreverte a enfrentar aquello que el destino ha decidido que se cruce en tu camino.
La esperanza es algo maravilloso y en la mayoría de las ocasiones se escapa a toda lógica y nace de la fantasía y del deseo, de negar la realidad y buscar grietas en lo racional, para que entre ellas puedas enfocar ese rayo de luz que ilumine lo más oscuro y así atreverte a seguir caminando.
En demasiadas ocasiones la esperanza es esa gran mentira que nos obcecamos en creer porque mentir es mucho más fácil cuando dices la verdad o cuando crees estar haciéndolo. Tener esperanza cuando todo parece perdido es un ejercicio de fe y de autocomplacencia a partes iguales. Y cuando se alinean los astros y esa esperanza muta de mentira ideal a verdad absoluta, te sientes el ser más afortunado de la creación.
Da igual en que depositemos las esperanzas, eso es tan solo una cuestión de necesidades. Nadie nos puede culpar por tener esperanzas en la vida perfecta, la mujer ideal, el futuro seguro, o en una vacuna infalible contra los males que acechan a la humanidad. La esperanza es soñar, es volver a la infancia y recuperar esa rebeldía contra la razón, contra las fórmulas exactas y las leyes de la ciencia. Es una enajenación mental casi siempre transitoria que traspasa la frontera de la cordura, y te instala cómoda y plácidamente en la locura más amable.
Pero lo siento. La esperanza no es lo último que se pierde. Mi esperanza ya se habrá esfumado por completo justo un segundo antes de que llegue el latido final y el corazón interrumpa definitivamente su trabajo y corte el suministro de sangre al cerebro.
Y entonces volveré a morir y en la muerte recuperaré la esperanza de nacer de nuevo en otra realidad, en otro ser y en otras páginas.
Ya he escrito en diferentes ocasiones que este blog me sirve como campo de pruebas en el que trabajar temáticas, personajes y proyectos que luego cobrarán forma de libro de relatos o de novelas.
En la entrada de hoy os presento al inspector Iván Pinacho, protagonista de las novelas de la trilogía Temporada de crímenes, de la que ya ha visto la luz la primera entrega, Temporada de setas, está a punto de pasar a la corrección editorial el segundo volumen Temporada de sustos (Los crímenes del archivo) y en 2021 trataré de concluir Temporada de caza, la novela con la que se cerrará esta colección.
Charlando con la historiadora del arte y dibujante Eva Garcia, que junto al talento de su padre, el pintor y montañero Pepe García, ilustrarán esta segunda entrega, traté de explicarle un poco en profundidad la verdadera naturaleza de ese alter ego creado para vivir las aventuras que en la vida real, no se me permiten disfrutar.
Con todos ustedes, este atípico y buen rollista policía torturado por su pasado, pero deseoso de hacer de la vida el libro que le hubiera gustado leer. O escribir.
El condecorado inspector de la brigada de homicidios y desaparecidos del Cuerpo Nacional de la Policía, Iván Pinacho, destinado en la comisaria del distrito centro de la ciudad no es ni con mucho un chico malo, aunque como todos, tiene sus cositas.
Pinacho se crio en un entorno muy particular, que de alguna manera condicionó su carácter y sus valores a lo largo de la adolescencia y de la juventud, asentándose durante la madurez, y a sus más de cuarenta años, ya son difíciles de corregir. Y sinceramente, no piensa hacerlo.
De familia tradicional, de clase media acomodada, estudió en un colegio de Jesuitas donde se relacionó con otros muchachos como él, que nacidos en una capital de provincias de manifiesta tradición conservadora y afín al alzamiento militar del año treinta y seis que dio lugar a la guerra civil española, mamaron en sus casas y en sus familias el sentimiento nacional y patriótico que se vio reforzado por los docentes y educadores de un colegio de férrea educación católica.
Hombre aficionado a la literatura, a la historia, a la buena música y al mejor yantar y beber, Iván Pinacho descubrió placeres dignos de un César en las paginas de los libros, en el fondo de una copa y en las mesas de distintos restaurantes a lo largo de toda España y de un buen número de países.
Poco a poco fue educando su criterio en cuanto a lo cultural, al tiempo que fue desarrollando un paladar exquisito y muy sibarita y con los años, alcanzó frente a una copa de buen vino maneras de sumiller.
Ávido lector de cuanta prosa y poesía caía en sus manos, tiene especial preferencia por las tragedias del bardo inmortal, por la novela histórica y por los escritores del romanticismo más radical.
Victor Hugo, Poe, Byron, Walter Scott o José Zorrilla entre otros muchos, definieron su carácter y lo llevaron a buscar la evolución literaria alcanzada por Greaves, Eco, García Márquez, Vargas Llosa, Pérez Reverte y un sinfín de autores con los que alimentar su espíritu. Puede que estas lecturas fueran las que despertaron en él cierta inquietud de aventurero y caballero literario y lo que le hizo preparar su ingreso en el Cuerpo Nacional de Policía, deseoso de defender a los más débiles, de vivir aventuras y de proteger los valores que le inculcaron desde muy pequeño.
De constitución media pero capaz de aumentar de volumen y masa muscular con facilidad, Pinacho nunca ha sido un tipo alto. Digamos que los doctores del Cuerpo al ver su disposición, su entrega y la inquebrantable fe en sus posibilidades, hicieron un poco la vista gorda cuando fue tallado durante el reconocimiento médico de la Academia de Policía y se le permitió presentarse a las pruebas de acceso que superó sin problemas.
Siempre fue un tipo de naturaleza confiada, amable y particularmente enamoradiza, lo que le hizo blanco fácil de desaprensivos, aprovechados y mujeres con aviesas intenciones. Acumula un buen número de fracasos sentimentales, aunque en la segunda entrega de la trilogía ya ha conseguido encontrar a la mujer adecuada con la que compartir destino y planes de futuro.
Pero el tiempo, la experiencia y el buen puñado de desagradables circunstancias que le reservó el destino han ido haciendo de él un hombre diferente, que aunque mantiene mucho de lo que lo define como persona, ha aprendido a reservarse para quien debe y a no caer en cuantas trampas le tienden los hados.
Es un tipo simpático, educado, correcto y muy irónico y a veces esa ironía y cierta incontinencia oral lo llevan a las más inoportunas meteduras de pata, y a malentendidos que se esfuerza constantemente en aclarar para que sus interlocutores no se hagan una idea equivocada sobre lo que realmente opina de muchos de los aspectos de la sociedad actual, en la que pese a su inclinación por tiempos pasados, que para él fueron indiscutiblemente mejores, le toca vivir.
Rubio y con los ojos azules, como los príncipes de los cuentos clásicos, Pinacho no es precisamente el ideal actual de hombre atractivo y, aunque nunca será modelo de pasarela ni icono de la belleza, siempre tuvo su público. Dotado de una especial sensibilidad y de una natural labia que maneja con soltura, sabe suplir las carencias físicas con su encantadora y siempre afable personalidad.
Tiende a escapar del conflicto, pero se aplica aquello que aconsejó Polonio a su hijo Laertes en Hamlet, "si tienes enemigos, que te teman". Pinacho no tiene reparos en apretar el gatillo en caso de necesidad y cuando no queda otro remedio. Él nunca tendrá que pasar por el gabinete psicológico de la unidad después de utilizar su arma reglamentaria. Prefiere no tener que hacerlo y siempre busca una salida sin sangre, pero en más de una ocasión ha tenido que elegir entre vivir con muescas en la culata del arma o una condecoración con la que adornar el uniforme de gala para su cadáver. Y siempre se decantó por sumar muescas antes que por adecentar su mortaja.
Pinacho es un hombre bueno, pero no es perfecto, ni quiere serlo. Se considera demasiado humano para ello. No obstante va aprendiendo con cada nueva aventura, con cada dolor en el alma y con cada cicatriz en el cuerpo.
Hace mucho tiempo que sigo a Residente, el alias bajo el que se esconde el cantante y compositor portorriqueño René Pérez Joglar, quien a mi juicio es el mejor letrista del continente americano.
Hace escasos días su tema autobiográfico René ha recibido el galardón de los premios Grammy latinos a la mejor canción. Y es cierto que esta es una de esas canciones que si escuchas poniéndote en el pellejo de quien la compuso, te emocionas de verdad.
Su biografía es dura y triste, pero tiene lugar para la esperanza y destaca su amor por la familia y su amor por su patria y por sus amigos. Algo con lo que me siento muy identificado. También me identifico con él cuando habla de su necesidad de escribir y de esa necesidad de llenar vacíos por medio de la literatura.
Así que hoy he decidido, queridos lectores, hablaros de mi historia y compartir con vosotros las circunstancias que me han hecho quien soy y lo que soy.
Nací por primera vez en Valladolid un veinticuatro de julio de mil novecientos setenta y cuatro, en el seno de una familia de clase media. Mi padre, quien falleció hace ahora seis años dejándome un enorme vacío y la terrible sensación de haberme dejado muchas cosas en el tintero, fue un abogado militar, oficial superior del ejército español que tras pasarse a la reserva transitoria ejerció como abogado especializado en la rama de empresa. Pero ante todo y por encima de todo fue un intelectual amante de la cultura que me enseñó que todo está en los libros y me concedió una oportunidad tras otra por mucho que lo decepcionase y lo fallase una y otra vez. Fue un hombre bueno, honrado, correcto y sabio que destacó principalmente por su humanidad, su saber estar y su ejemplo, mostrándome el camino a seguir para evitar perderme y la importancia de cosas como el respeto o el valor de la palabra empeñada. Y siempre lo querré, aunque me duela no habérselo dicho lo suficiente en vida.
Mi madre es una mujer muy especial, entregada por completo a su familia y al cuidado de aquellos que la necesitan. En su tiempo se formó y trabajó como secretaria de empresa y después al casarse con mi padre, como secretaría de este, puesto que abandonó porque mis hermanos y yo la reclamamos a nuestro lado a jornada completa y dado que somos una familia numerosa bastante movidita, no se negó a renunciar a su vida profesional para dedicarse por completo a la vida familiar.
Mi madre además cantaba, tocaba la guitarra y pintaba con acierto, de hecho muchos de sus cuadros decoran distintas estancias de la casa junto a otras pinturas de más renombre, pero no más hermosas.
Del amor de mis padres, que aún a fecha de hoy se mantiene intacto, nacimos cinco hijos, tres hembras y dos varones.
Yo ocupo el tercer lugar en cuanto a nacimientos, lo que es maravilloso pues para algunas cosas soy de los mayores y para otras de los pequeños. En el término medio está la virtud, dicen.
Mi hermano, el mayor de la prole, fue el primero en ganar premios literarios y en publicar libros y aunque somos muy distintos tanto físicamente (el es más alto y más delgado, pero yo tengo este pelazo) como en cuanto a personalidad (yo soy mucho más extrovertido y no concibo vivir sin reírme y sin compartir cada día con amigos y parejas), nos llevamos bien y nos queremos.
A mi hermano le sigue la mayor de las chicas, a quien siempre defino como un cincuenta por ciento de corazón, un treinta por ciento de creatividad y talento y un veinte por ciento de cabeza loca. También ha ganado premios literarios y ha publicado libros.
Después de ella va el que suscribe, y a mi me sigue por debajo la hermana más cabal, más consciente y mas resuelta, en quien siempre he visto reflejados los valores de mi padre y su profesionalidad y acierto a la hora de afrontar un problema o de tomar decisiones. Ella también escribe, pero demandas, recursos, alegatos y en general todo tipo de literatura jurídica. Su trabajo concienciudo y peleón le ha reportado un gran número de sentencias a su favor, algunas de gran calado social y que han sentado jurisprudencia reportándole no solo el agradecimiento y el reconocimiento de sus clientes, sino también el de multitud de juristas que han visto en ellas la luz que alumbra las zonas de penumbra del Derecho.
En último lugar nació ese angelito de alitas de plumón blanco del que ya he hablado en este blog y cuya adorable presencia sirvió de argamasa para mantener a la familia unida. Es la niña eterna que con su inocencia y su sonrisa perenne es capaz de endulzar los momentos más duros y más difíciles por los que inevitablemente pasa una familia extensa,
Desde bien pequeño he crecido con animales en casa, generalmente perros, aunque al independizarme compartí vida y espacio también con gatos, especie con la que creo que tengo mucho en común y que me sedujo desde que entró en mi vida.
Mi vida...
Fui un niño de mi generación , de colegio de curas y aficiones normales como leer, escribir, juegos de mesa y naipe; deportes como tenis, judo o rugby, que aprendió a montar a caballo y a asistir en una misa y que aunque nunca destaqué por unas notas brillantes, muchos docentes me consideraban especialmente culto e instruido (devoraba novelas y libros desde los cuatro años) y por eso me duele haber decepcionado tanto a mis padres que vieron mi potencial y se dolieron horrores de que lo desperdiciase al llegar a B.U.P y empezar a faltar a clase, a repetir cursos y a estropear mi expediente académico. Y es que al pasar a bachillerato sucedió algo que me cambió la vida por completo: las clases pasaron a ser mixtas y la mujer llegó a mi vida.
Siempre he sido un tipo particularmente enamoradizo y obsesionado con la pareja como vínculo perfecto al que dedicar la existencia al completo. Así de iluso soy y así de mal entendía a autores como García Márquez, Benedetti o Neruda.
Desde los 14 años he pasado de una relación a otra sin que haya habido a lo largo de mi vida "adulta" un periodo superior a cinco meses sin estar emparejado. Obviamente he sufrido multitud de desengaños, he sentido romperse el alma y el corazón en numerosas ocasiones y he llorado lo que no está escrito. pero también he disfrutado de lo mejor de amar y sentirse amado, de la experiencia del amor carnal y de la sensación de que eres lo más importante para alguien (aunque muchas veces no fuese cierto). Muchas veces me enamoré o creí estar enamorado de quien no debía. Y no solo porque no fuesen las mujeres adecuadas para mi, sino porque yo no era el hombre adecuado para ellas. Me confundí y confundí en igual medida y ya que me desnudo (literariamente claro, no os voy a someter a semejante tortura) ante vosotros, reconoceré que también me porté mal en alguna ocasión y no respeté las reglas del juego, no supe ser fiel y no fui sincero. Pero he aprendido de ello y la vida ya se ha ocupado de lo de la justicia kármica y me ha devuelto con creces lo que di. Lo bueno y lo malo. Cono canta Drexler, "todo se transforma".
Tras renunciar a quien creí durante muchos años que era el único y verdadero amor de mi vida, me enamoré de otra mujer y pensando que hacía lo correcto, me casé con ella. Craso error. Al dolor de su traición y de su falta de respeto tuve que sumar el producido por aquel a quien consideré un amigo excepcional y que con su intrusismo y expolio, me destrozó el alma.
Pero lo que no te mata te hace más fuerte y gracias al cariño y al apoyo de mi vieja guardia, de mis verdaderos amigos y de mi familia, conseguí levantarme una vez más. Volví a enamorarme y a compartir ilusión, cama y proyectos de futuro con una adorable castañita de ojos tristes con quien me sentí en paz con Dios y con los hombres, pero se nos rompió el amor de tanto usarlo y con el corazón completamente destrozado, me quise morir. Y se me concedió. Sufrí un completamente evitable accidente de moto y pasé por unos minutos de muerte clínica y por unos cuantos días en coma, del que desperté volviendo a nacer en el año dos mil catorce confundido y hemipléjico perdido, pero con un increíble deseo de vivir. La neuróloga jefe del hospital donde estuve un mes y medio ingresado ,me dijo que no se explicaban como con la lesión cerebral resultante del accidente había despertado así de enérgico, de capaz y de recuperado. Y sinceramente, si no lo sabe ella que es neuróloga, yo tampoco lo sé. Soy católico y creo que de alguna manera se me concedió una segunda oportunidad y los santos a los que rezaron mis familiares se inclinaron a interceder por mi ante un Dios que es todo bondad y sabiduría y que sus razones tendrá para haber levantado el pulgar en este coliseo que es la vida. Pero también creo en las energías positivas y sé que hubo mucha, mucha gente, que deseó de corazón que despertase y regresase de aquella oscuridad.
Por unos motivos u otros he tenido mucha, demasiada suerte y me considero un tipo muy afortunado. Sé que esta oportunidad no ha sido gratuita y que algo tendré que hacer, pero estoy dispuesto a ello, si bien es cierto que aunque estoy bien, no he vuelto igual de aquel viaje. Con la ayuda de la fisioterapeuta y amiga que se esforzó por sacarme adelante, de multitud de médicos, psiquiatras, psicólogos y coatchs, aparento completa recuperación, pero las secuelas de aquello me limitan bastante en mis relaciones con los demás y sufro miedos y angustias que antes desconocía, pues era un auténtico animal social y ahora no soy capaz de acudir solo a lugares donde no sé qué me puedo encontrar, e incluso me cuesta mucho caminar solo por la calle. En cualquier caso rendirse no es una opción y sigo pelando a diario. Como acostumbro a escribir, sé que todo terminará llegando, incluso lo bueno.
En los pocos años de esta nueva temporada de mi serie he sufrido con la muerte de mi padre, la de una gran amiga a la que el destino se llevó antes de tiempo y la del mejor y más adorable y sinvergüenza felino que se ha cruzado en mi camino.
A nivel cognitivo y a base de trabajo y esfuerzo, he conseguido recuperarme sorprendentemente y he vuelto a ganar premios literarios, a publicar libros y a colocarme detrás de un micrófono en un programa de radio que llegué a dirigir y presentar, y en el que me sentía cómodo y a gusto, puesto que no me suponía un trato directo y presencial con nadie.
Me duele mucho haber perdido algo que alimentaba mi alma con deliciosos y suculentos manjares: el teatro. Antes de este dichoso accidente actué, formé y dirigí mi propia compañía de teatro llegando a recibir un premio a la ciudadanía por una de mis iniciativas teatrales y, por desgracia, ahora ya no soy capaz de enfrentarme al público a cara descubierta. pero quien sabe, la vida da muchas vueltas y he aprendido que hay que agarrarse bien en las curvas para no salir despedido y estrellarse contra el asfalto de la realidad más insoportable.
Las circunstancias me han llevado a vivir precavido y observando el devenir de las cosas desde ese burladero tras el que me pongo a salvo de los peligros que me acechan, ese burladero que es vivir en negro sobre blanco. A veces me atrevo a salir y recibo como premio nuevas oportunidades para aspirar a una vida normal y, cosas tan formidables como no cesar en mi empeño de encontrar a la mujer que lo único que quiera de mi sea a mi, y con la que compartir una relación basada en el respeto, la buena comunicación y la confianza. Estuve muy cerca de haberla encontrado al fin, pero por desgracia, volví a fracasar y durante un tiempo dejé de creer en el amor. Pero el que nace lechón, muere cochino, y renace más lechón que nunca. Así que nunca abandonaré la ilusión de que el destino termine cruzándome con la persona adecuada. Sé que está en algún lado esperándome.
René me ha hecho pensar, me ha llevado a realizar una fuerte introspección y he descubierto que ahora hacer introspección no es un autocastigo, aunque al hacerla identifique mis muchos defectos y mis muchos errores, como en el pasado cuando escribí que cuando quería hacerme daño hacia introspección. De hecho de un tiempo a esta parte me he propuesto mejorar en todos los terrenos y ofrecerme y ofrecerle al mundo la mejor versión del Juan que vive, reza, ama y evoluciona con la experiencia. Y creo que si no me desvío del camino que me he trazado, puede que un día llegue a ser el Juan que quiero llegar a ser.
Espero no haberos cansado con estas líneas, pero así, antes de juzgarme, sabréis a quien condenáis o a quien aplaudís.
Peter respira hondo y levanta la cabeza. El juez ha pedido al jurado que haga público su veredicto y uno de los doce desconocidos que ocupan la bancada reservada a quienes decidirán sobre su final o su puesta en libertad, se acerca al estrado para leer el fallo.
El eterno adolescente traga saliva y procura que no se note que le tiemblan las piernas.
Su imponente abogado, que se pasea ante el tribunal arrastrando su sable y dándose aire con el tricornio, intenta con un alegato soberbio convencer a la sala de que Peter es tan solo un personaje nacido de la mente del escocés Matthew Barrie y, que el estar sometido a la tortura de no crecer jamás, le convierte por definición en no responsable de sus actos, pues aunque cobró vida en mil novecientos cuatro ni siquiera se afeita y mucho menos puede ser considerado un hombre adulto.
Ver a los miembros del jurado negar con la cabeza y cuchichear entre ellos antes de retirarse para deliberar asusta a los niños perdidos y al resto de presentes en la sala. El mismísimo Capitán Garfio se mesa las barbas con ansiedad sabedor de que poco se puede hacer ya por su eterno enemigo para el que la acusación particular y la fiscalía de Nunca Jamás piden que sea condenado a morir mediante la administración por vía intravenosa de un compuesto de tiopental sódico,bromuro de pancuromio y cloruro de potasio. Cuando supo que podría ser ejecutado de forma tan vil y miserable, el terrible pirata se hizo cargo de la defensa y tras prepararse el juicio con el máximo interés y con la creencia de que podría librar a Peter de morir a manos de la justicia y reservarse para si mismo el final del culpable de su miembro amputado, se dispuso a pelear como nunca, pero esta vez sin necesidad de desenvainar su acero ni de cebar sus pistolas.
El hombrecillo que sube al estrado y extiende el papel que recoge la decisión de los doce hombres sin piedad carraspea antes de hablar y adecua el volumen de la voz a lo solemne de la situación.
—Este jurado ha encontrado al señor Pan culpable de los crímenes de los que se le acusan.
Un murmullo de estupor , de incredulidad y de rabia se extiende por los juzgados. De repente una luz brillante inunda la sala, todo se ilumina y el resplandor ciega a Peter quien confundido, no sabe que está sucediendo. Campanilla revolotea junto a él y al abrir del todo los ojos, Peter se da cuenta de que está en su cama, de que el sol entra a raudales por la ventana de la casa árbol y de que tan solo ha sido un sueño. Otro sueño.
Al fin y al cabo lleva ya más de un siglo pagando el precio por los delitos de los que su subconsciente lo acusa en cuanto baja la guardia y, aunque en su interior se absuelve una y otra vez, no consigue evitar que algo dentro de él lo vuelva a llevar ante el juez de su conciencia durante las noches en las que se acuesta tras abusar del grog que roba a la tripulación del barco de Garfio.
Tras levantarse, saludar al hada diminuta que lo mira con adoración, y apurar el vaso de agua que reposa en la mesilla de noche, cacarea con orgullo y se eleva unos centímetros del suelo suspendido en el aire por el polvo de hadas y por sus ganas de comerse la vida a bocados. Aunque Garfio hizo un buen trabajo y se esmeró en su imaginaria defensa, nada le apetece más que volar hasta su nave y desafiarlo a un duelo a muerte. Sigue siendo Peter Pan y, cuando haya vencido al fiero pirata, hará escala en la laguna de las sirenas para permitirse un poquito de placer sin compromiso y sin remordimientos. Y a la mierda con la tan soñada madurez negada por las circunstancias de una vida que nunca eligió. A la mierda con crecer. A la mierda con una existencia normal y a la mierda con lo que muchos esperan de él. Lo que verdaderamente importa, es lo que lo hace ser quien es y lo que aquel escocés del demonio escribió para darle sentido a su fantástica realidad, envidiada por aquellos que ven como su inocencia se escapa con la rapidez de una sombra que no se ha cosido precavidamente a los pies.