Peter respira hondo y levanta la cabeza. El juez ha pedido al jurado que haga público su veredicto y uno de los doce desconocidos que ocupan la bancada reservada a quienes decidirán sobre su final o su puesta en libertad, se acerca al estrado para leer el fallo.
El eterno adolescente traga saliva y procura que no se note que le tiemblan las piernas.
Su imponente abogado, que se pasea ante el tribunal arrastrando su sable y dándose aire con el tricornio, intenta con un alegato soberbio convencer a la sala de que Peter es tan solo un personaje nacido de la mente del escocés Matthew Barrie y, que el estar sometido a la tortura de no crecer jamás, le convierte por definición en no responsable de sus actos, pues aunque cobró vida en mil novecientos cuatro ni siquiera se afeita y mucho menos puede ser considerado un hombre adulto.
Ver a los miembros del jurado negar con la cabeza y cuchichear entre ellos antes de retirarse para deliberar asusta a los niños perdidos y al resto de presentes en la sala. El mismísimo Capitán Garfio se mesa las barbas con ansiedad sabedor de que poco se puede hacer ya por su eterno enemigo para el que la acusación particular y la fiscalía de Nunca Jamás piden que sea condenado a morir mediante la administración por vía intravenosa de un compuesto de tiopental sódico,bromuro de pancuromio y cloruro de potasio. Cuando supo que podría ser ejecutado de forma tan vil y miserable, el terrible pirata se hizo cargo de la defensa y tras prepararse el juicio con el máximo interés y con la creencia de que podría librar a Peter de morir a manos de la justicia y reservarse para si mismo el final del culpable de su miembro amputado, se dispuso a pelear como nunca, pero esta vez sin necesidad de desenvainar su acero ni de cebar sus pistolas.
El hombrecillo que sube al estrado y extiende el papel que recoge la decisión de los doce hombres sin piedad carraspea antes de hablar y adecua el volumen de la voz a lo solemne de la situación.
—Este jurado ha encontrado al señor Pan culpable de los crímenes de los que se le acusan.
Un murmullo de estupor , de incredulidad y de rabia se extiende por los juzgados. De repente una luz brillante inunda la sala, todo se ilumina y el resplandor ciega a Peter quien confundido, no sabe que está sucediendo. Campanilla revolotea junto a él y al abrir del todo los ojos, Peter se da cuenta de que está en su cama, de que el sol entra a raudales por la ventana de la casa árbol y de que tan solo ha sido un sueño. Otro sueño.
Al fin y al cabo lleva ya más de un siglo pagando el precio por los delitos de los que su subconsciente lo acusa en cuanto baja la guardia y, aunque en su interior se absuelve una y otra vez, no consigue evitar que algo dentro de él lo vuelva a llevar ante el juez de su conciencia durante las noches en las que se acuesta tras abusar del grog que roba a la tripulación del barco de Garfio.
Tras levantarse, saludar al hada diminuta que lo mira con adoración, y apurar el vaso de agua que reposa en la mesilla de noche, cacarea con orgullo y se eleva unos centímetros del suelo suspendido en el aire por el polvo de hadas y por sus ganas de comerse la vida a bocados. Aunque Garfio hizo un buen trabajo y se esmeró en su imaginaria defensa, nada le apetece más que volar hasta su nave y desafiarlo a un duelo a muerte. Sigue siendo Peter Pan y, cuando haya vencido al fiero pirata, hará escala en la laguna de las sirenas para permitirse un poquito de placer sin compromiso y sin remordimientos. Y a la mierda con la tan soñada madurez negada por las circunstancias de una vida que nunca eligió. A la mierda con crecer. A la mierda con una existencia normal y a la mierda con lo que muchos esperan de él. Lo que verdaderamente importa, es lo que lo hace ser quien es y lo que aquel escocés del demonio escribió para darle sentido a su fantástica realidad, envidiada por aquellos que ven como su inocencia se escapa con la rapidez de una sombra que no se ha cosido precavidamente a los pies.
Todo lo demás sencillamente no ha lugar.
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