viernes, 13 de noviembre de 2020

Futuro


 A veces y sin darte cuenta te encuentras con la persona adecuada y descubres en sus ojos que el futuro lleva su nombre y sabe como sus labios. Entonces te descubres escribiendo los pasajes más tiernos en una novela que nada tiene que ver con el romanticismo y los finales más felices para relatos cuyos giros de guion sorprenden al autor antes que a nadie y, te das cuenta de que algo ha pasado, algo está pasando y algo va a pasar.

La vida es una enorme piñata de la que caen caramelos, regalos, confetis y escorpiones en igual cantidad, pero cuando aprendes a sortear las picaduras de los peligrosos artrópodos, llegas a disfrutar de los regalos más originales y  a saborear los dulces más deliciosos. Con la edad y la experiencia te vas haciendo inmune al veneno de los aguijones que buscan alcanzarte durante la caída, pero todos sabemos que un día al acertar el golpe con los ojos vendados, del interior del recipiente sorpresa caerá ese escorpión para cuya picadura no hay antídoto ni inmunidad que valga, y se terminará la fiesta.

Lo sorprendente de todo esto es que uno se empeña inútilmente en encontrar a la persona que te hará verdaderamente feliz y después de llevarte una desilusión tras otra, un desengaño tras otro y otra herida en el alma que se acomoda entre las anteriores; el día que dejas de buscarla, ella se presenta en el baile y de entre todos los hombres presentes que llevan el ritmo con el pie y asumen que la noche terminará en la barra rodeado de vasos vacíos y recordando las mejores piezas que bailó en el pasado, eres el afortunado al que se acerca y con una sonrisa invita a bailar. Y pierdes el miedo. Y bailas. Y al dejarte llevar por la cadencia de sus caderas, esas a las que te agarras con tanta dulzura como firmeza por si de repente la pisas y sale corriendo, descubres que no quieres que termine nunca el baile y que no concibes el futuro sin llevar el ritmo junto a ella.

Con el pasar de los años he aprendido a escribir sentimientos encriptados, sensaciones camufladas, deseos mimetizados y personalidades ficticias para no dejar al descubierto las identidades de quienes se instalaron en  el interior de mi pecho, aunque algunas salieran de él como aquel octavo pasajero que destrozaba la caja torácica del iluso que lo había acomodado en su interior, sin saber la clase de monstruo que se alimentaba y respiraba a través de él, creciendo a su costa hasta dejar ver su terrorífica y destructiva realidad. Incluso de esos monstruos no he permitido que ningún lector (excepto aquellos que conocen la historia de mi vida y mis circunstancias de primera mano) pudiese siquiera intuir el nombre o a quien me refería.

Puede que haya podido ser menos discreto al escribir sobre las mujeres que me enseñaron lo que es el amor en todas sus variedades y en su máxima expresión, pero aún así y todo la vida me ha enseñado que más allá de la ilusión del enamoramiento, lo íntimo no debe exhibirse, que la información es poder y, que en las manos equivocadas, puede ser un arma de destrucción masiva.

Por eso de un tiempo a esta parte cuido tanto de mi pareja de baile, de aquella que se acercó hasta mi cuando ya estaba a punto de salir de la pista haciendo el paso lunar y así llegar disimuladamente hasta la barra más cercana donde tragar un recuero tras otro a base de whisky, hielo y unas gotas de amargura. Esa mujer que para mi sorpresa lo único que quiere de mi es a mi y, que me regala a diario besos de verdad y caricias de sinceridad absoluta .

Es curioso, pero ahora sé que solo seré plenamente feliz si ella lo es y eso me lleva a extremar las precauciones porque cuando expones una joya en el puesto de un bazar callejero, corres el riesgo de que alguien la robe, la ensucie o simplemente te discuta su valor. Esta joya es de un valor incalculable y cada mañana me despierto agradeciendo a los hados la suerte y las circunstancias que me han hecho el más rico de los hombres.

Y eso...que tenía que escribirlo y anudarlo a mi existencia en negro sobre blanco.




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