Ya he escrito en diferentes ocasiones que este blog me sirve como campo de pruebas en el que trabajar temáticas, personajes y proyectos que luego cobrarán forma de libro de relatos o de novelas.
En la entrada de hoy os presento al inspector Iván Pinacho, protagonista de las novelas de la trilogía Temporada de crímenes, de la que ya ha visto la luz la primera entrega, Temporada de setas, está a punto de pasar a la corrección editorial el segundo volumen Temporada de sustos (Los crímenes del archivo) y en 2021 trataré de concluir Temporada de caza, la novela con la que se cerrará esta colección.
Charlando con la historiadora del arte y dibujante Eva Garcia, que junto al talento de su padre, el pintor y montañero Pepe García, ilustrarán esta segunda entrega, traté de explicarle un poco en profundidad la verdadera naturaleza de ese alter ego creado para vivir las aventuras que en la vida real, no se me permiten disfrutar.
Con todos ustedes, este atípico y buen rollista policía torturado por su pasado, pero deseoso de hacer de la vida el libro que le hubiera gustado leer. O escribir.
El condecorado inspector de la brigada de homicidios y desaparecidos del Cuerpo Nacional de la Policía, Iván Pinacho, destinado en la comisaria del distrito centro de la ciudad no es ni con mucho un chico malo, aunque como todos, tiene sus cositas.
Pinacho se crio en un entorno muy particular, que de alguna manera condicionó su carácter y sus valores a lo largo de la adolescencia y de la juventud, asentándose durante la madurez, y a sus más de cuarenta años, ya son difíciles de corregir. Y sinceramente, no piensa hacerlo.
De familia tradicional, de clase media acomodada, estudió en un colegio de Jesuitas donde se relacionó con otros muchachos como él, que nacidos en una capital de provincias de manifiesta tradición conservadora y afín al alzamiento militar del año treinta y seis que dio lugar a la guerra civil española, mamaron en sus casas y en sus familias el sentimiento nacional y patriótico que se vio reforzado por los docentes y educadores de un colegio de férrea educación católica.
Hombre aficionado a la literatura, a la historia, a la buena música y al mejor yantar y beber, Iván Pinacho descubrió placeres dignos de un César en las paginas de los libros, en el fondo de una copa y en las mesas de distintos restaurantes a lo largo de toda España y de un buen número de países.
Poco a poco fue educando su criterio en cuanto a lo cultural, al tiempo que fue desarrollando un paladar exquisito y muy sibarita y con los años, alcanzó frente a una copa de buen vino maneras de sumiller.
Ávido lector de cuanta prosa y poesía caía en sus manos, tiene especial preferencia por las tragedias del bardo inmortal, por la novela histórica y por los escritores del romanticismo más radical.
Victor Hugo, Poe, Byron, Walter Scott o José Zorrilla entre otros muchos, definieron su carácter y lo llevaron a buscar la evolución literaria alcanzada por Greaves, Eco, García Márquez, Vargas Llosa, Pérez Reverte y un sinfín de autores con los que alimentar su espíritu. Puede que estas lecturas fueran las que despertaron en él cierta inquietud de aventurero y caballero literario y lo que le hizo preparar su ingreso en el Cuerpo Nacional de Policía, deseoso de defender a los más débiles, de vivir aventuras y de proteger los valores que le inculcaron desde muy pequeño.
De constitución media pero capaz de aumentar de volumen y masa muscular con facilidad, Pinacho nunca ha sido un tipo alto. Digamos que los doctores del Cuerpo al ver su disposición, su entrega y la inquebrantable fe en sus posibilidades, hicieron un poco la vista gorda cuando fue tallado durante el reconocimiento médico de la Academia de Policía y se le permitió presentarse a las pruebas de acceso que superó sin problemas.
Siempre fue un tipo de naturaleza confiada, amable y particularmente enamoradiza, lo que le hizo blanco fácil de desaprensivos, aprovechados y mujeres con aviesas intenciones. Acumula un buen número de fracasos sentimentales, aunque en la segunda entrega de la trilogía ya ha conseguido encontrar a la mujer adecuada con la que compartir destino y planes de futuro.
Pero el tiempo, la experiencia y el buen puñado de desagradables circunstancias que le reservó el destino han ido haciendo de él un hombre diferente, que aunque mantiene mucho de lo que lo define como persona, ha aprendido a reservarse para quien debe y a no caer en cuantas trampas le tienden los hados.
Es un tipo simpático, educado, correcto y muy irónico y a veces esa ironía y cierta incontinencia oral lo llevan a las más inoportunas meteduras de pata, y a malentendidos que se esfuerza constantemente en aclarar para que sus interlocutores no se hagan una idea equivocada sobre lo que realmente opina de muchos de los aspectos de la sociedad actual, en la que pese a su inclinación por tiempos pasados, que para él fueron indiscutiblemente mejores, le toca vivir.
Rubio y con los ojos azules, como los príncipes de los cuentos clásicos, Pinacho no es precisamente el ideal actual de hombre atractivo y, aunque nunca será modelo de pasarela ni icono de la belleza, siempre tuvo su público. Dotado de una especial sensibilidad y de una natural labia que maneja con soltura, sabe suplir las carencias físicas con su encantadora y siempre afable personalidad.
Tiende a escapar del conflicto, pero se aplica aquello que aconsejó Polonio a su hijo Laertes en Hamlet, "si tienes enemigos, que te teman". Pinacho no tiene reparos en apretar el gatillo en caso de necesidad y cuando no queda otro remedio. Él nunca tendrá que pasar por el gabinete psicológico de la unidad después de utilizar su arma reglamentaria. Prefiere no tener que hacerlo y siempre busca una salida sin sangre, pero en más de una ocasión ha tenido que elegir entre vivir con muescas en la culata del arma o una condecoración con la que adornar el uniforme de gala para su cadáver. Y siempre se decantó por sumar muescas antes que por adecentar su mortaja.
Pinacho es un hombre bueno, pero no es perfecto, ni quiere serlo. Se considera demasiado humano para ello. No obstante va aprendiendo con cada nueva aventura, con cada dolor en el alma y con cada cicatriz en el cuerpo.