Aquellos que me leéis con regularidad, habréis notado que estos últimos meses he reducido la intensidad de las publicaciones en el blog. Esto no solo se debe a que estoy enfrascado en Los crímenes del archivo y a que vuelco en la novela tanto caudal creativo como puedo volcar, reservando a las musas para un libro que aún sin estar acabado, ya me hace sentir muy orgulloso.
Ayer mismo compartí un texto a mi estilo, en el que desde la sinceridad de un alma tan agradecida como atormentada, hablaba de mi experiencia en el amor, pero como también sabéis, para mi escribir es mucho más que un ejercicio intelectual, es una catarsis emocional y al ver esta fotografía de Pilar Pizarro Pizarro (si...somos parientes, pero no de primer grado), el paisaje retratado me inspiró súbitamente un aluvión de emociones muy relacionadas con el texto con el que unas horas antes había sacado del interior del pecho retales de mi vida.
Y es que si ya de por sí ,el otoño invita a la nostalgia, un rio inmóvil flanqueado en sus orillas por árboles vestidos de otoñal belleza, me lleva a poner un disco de Erik Satie, hacer café, encender un pitillo y preguntarme qué es lo que hice tan mal antes para fracasar con ellas, y qué coño es lo que he hecho tan bien ahora para triunfar con ELLA. Así que voy a hacer trampas, echaré un chorrito de guisqui escoces en la taza para mezclarlo con el café, pondré a Extremoduro en el equipo de música y escribiré este texto en el que lejos de llevarme por la nostalgia, os contaré lo inmensamente feliz que me hace el haber llegado hasta una mujer que lo único que quiere de mi, es a mi. Es cierto que ha sido un triste recorrido con multitud de canciones para las noches en vela, pero al mismo tiempo hubo otras muchas noches en las que no dormí, al emplear su horas en un arte que combina el ejercicio físico con el intelectual, el emocional y el sicológico: hacer el amor hasta perder el conocimiento. Esas placenteras noches pasaron con su cortejo de estrellas y sus inoportunos amaneceres, pero al alejarse en el tiempo han servido para orientar mi camino y llevarme hasta la montañesa adecuada. Ahora ha comenzado otra etapa y el otoño y sus colores me hacen sentir vivo, porque a ella le gustan y le evocan sus montañas, unas impresionantes montañas de exuberante vegetación en las que da gusto perderse y aprovechar que solo nos miran los osos y los jabalíes y que son animales discretos que no saldrán corriendo a contarle al resto del mundo que han visto a dos humanos apareándose. El otoño es solo una temporada, y quiero pasarlas todas junto a ella.
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