miércoles, 12 de agosto de 2020

Por fin

 

Como acostumbro a escribir muy a menudo al haberlo aprendido de la experiencia personal, todo termina llegando, incluso lo bueno.

Este libro es un proyecto solidario con los animales. Mi forma de decirles que los respeto y quiero ayudarlos.

La editorial Cuatro y el gato se sumó desde el primer momento a la publicación de este libro de relatos, cuyos beneficios íntegros irían destinados a la asociación Entre huellas y bigotes. Ni la editorial, ni los prologuistas (Ivana La piana y Javier Seoane), la epiloguista (ángela Hernandez beito), la ilustradora y maquetadora (Eva Melgár) ni yo mismo (servidor de ustedes), veremos un euro por nuestro trabajo y nuestro tiempo. Todos hemos querido aportar nuestro saber hacer a este proyecto y hemos querido también reflejar en él  nuestro cariño por el mundo animal.

La impresión de ejemplares se ha financiado con aportaciones particulares a cambio de ejemplares impresos y esta primera tirada ha podido ver la luz gracias a la generosidad y a la confianza de familiares y amigos.

Y precisamente con familiares y amigos comparten ( o por desgracia, algunos  compartían)vida los animales que aparecen en este libro.

Perros, gatos, loros, cobayas y burros zamoranos son las especies animales que conforman este volumen de relatos. Muchos están escritos en primera persona, pues creo haber comprendido lo que transmite la mirada de los animales que me han permitido compartir vida con ellos.

Desgraciadamente el proyecto se ha retrasado mucho pues Raquel, la ilustradora que se unió a esta iniciativa desde que se le propuso formar parte de ella, cayó enferma. Esperamos a que se recuperase con ilusión y paciencia, pero hay dolencias que llevan mucho, mucho tiempo y al final ella misma decidió pasar el testigo a alguien que pudiese afrontar el trabajo y no retrasara más algo que debería servir para ayudar a los voluntarios de una asociación de valientes y generosos ciudadanos, que sin apenas medios, ayudan a gatos y perros abandonados. Y Eva (quien ya estuvo a mi lado con Temporada de setas) se ató al timón de la nave dispuesta a hundirse con ella si hiciera falta. Pero no la ha hecho y tras un azaroso trayecto, el hermoso velero ha llegado a buen puerto. Esta semana los ejemplares estarán en Valladolid y la próxima semana se presentarán en televisión.

Algunos de los lectores de este blog podrán disfrutar de las andanzas en negro sobre blanco de los animales con los que  comparten vida.

Este libro son relatos; bien basados en hechos reales, bien ficticios, pero inspirados en la realidad de sus protagonistas, o bien dictados al oído (como hizo mi querido y difunto Gatete, quien también tiene su espacio entre estas páginas).

Espero que os guste y que os ayude a permanecer fuertes en la lucha contra la injusticia que padecen muchos animales. Yo no pienso rendirme.

Rendirse nunca es una opción.

lunes, 10 de agosto de 2020

Me enfado y no respiro

 

 Se estaba acercando el momento y el pequeño Hugo aún no tenía claro si quería salir de allí y abandonar el confort de la placenta, aunque fuese de alquiler.

Hace tan solo unas semanas comenzó a descifrar los sonidos que le llegaban desde el exterior y aprendió a interpretar la voz de la mujer que lo alojaba en el interior de sus entrañas y lo alimentaba a través del cordón umbilical.

Al principio le encantó escuchar la voz de su madre,pero todo cambió al oírla explicar a un tal “mi abogado” las condiciones de cesión del fruto de su vientre de alquiler. Hugo aún no había nacido y ya aprendió lo triste que puede ser la condición humana y lo desesperado de algunas situaciones.

Al parecer su madre estaba arruinada o algo así (no entendía muy bien esa palabra) y había alquilado su vientre a un matrimonio que no podía concebir de forma natural a sus propios hijos y necesitaban instalar los óvulos fecundados en el vientre de una mujer para que los gestase. Aquel descubrimiento lo llevó a patear con fuerza la placenta en señal de protesta tratando de que su madre se lo pensase mejor y cambiase de decisión, pero no debió de servir para nada pues escuchó a su madre gritar de alegría cuando comprobó que se había efectuado un ingreso en su cuenta corriente. Hugo buscó la forma de que su enfado llegase hasta esa desnaturalizada e interesada mujer y a fuerza de provocarle antojos de lo más absurdos consiguió que sufriese de un exceso de acidez que la hacía gritar de dolor y encogerse con las manos sobre el abultado vientre.

Y llegó el día.

Llevaron a su madre hasta el paritorio de un centro de salud donde la atendió el personal especializado que se esforzó para que aquel parto que en un principio parecía normal y luego se fue complicando, no se les fuese de las manos.

Hugo no quería salir, estaba muy bien allí y no le apetecía lo más mínimo que lo entregasen a unos desconocidos. Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer y aunque aquella señora que le había gestado lo hubiese hecho únicamente por interés económico lo cierto es que le gustaba la calidez de su voz y esas noches en las que se tumbaba junto a la chimenea del salón y ponía un disco de jazz tras otro. La música amansa a las fieras y Hugo se relajaba escuchando aquellos discos y abandonaba su fijación por castigar a la madre a base de patadas.

El ginecólogo que atendía el parto no podía explicarse porqué costaba tanto que aquel niño terminase de nacer. Hugo tenía ya la cabeza fuera, pero se agarraba fuertemente al interior de su madre con las manitas y hacía palanca con los pies apoyándolos en las paredes de la placenta. Cuando la enfermera le aproximó el fórceps al doctor Hugo se asustó.

La joven madre no paró de resoplar y jadear durante las horas que duró el parto y no pudo evitar gritar de dolor en más de una ocasión.

Cuando el doctor acercó aquel aparato quirúrgico al pequeño Hugo, este decidió dejar de oponer resistencia y entregarse a su destino.

En pocos minutos una enfermera limpió el cuerpecito del recién nacido y ya libre del cordón umbilical, cortado con precisión por el ginecólogo que lo trajo al mundo, fue depositado en brazos de la llorosa y extenuada madre.

Al tener a su hijo junto a ella algo cambió en su interior. No quería desembarazarse de aquel hermoso chiquitín que la miraba con gesto contrariado, como si conociese sus intenciones.

Ese niño era especial y algo la llevó a pensar en llamar a su abogado para que comenzase a realizar los trámites pertinentes, para que no la separasen de su hijo.

Clavo su mirada en los azules ojos del pequeño y sabiendo en su corazón que ese niño la entendería le dijo: te quiero.

Hugo sonrió y para sorpresa y asombro de los presentes, le guiño un ojo a su madre.

miércoles, 5 de agosto de 2020

Ensayo sobre su ceguera


De una forma o de otra este blog está lleno de relatos y textos sobre ratas, aunque casi siempre bípedas, de atractivas caderas y generosos labios, o de traicioneros abrazos y bocas embusteras.
Hoy os dejo un relato que escribí al leer una noticia publicada en un periódico norteamericano. Espero que os guste. Como pone a veces en las películas de sobremesa de A3, "BASADO EN HECHOS REALES"


Aquella mañana Diana Casperson redactora del informativo nacional del canal Fox, abandonó la oficina del director de informativos dando un portazo. Diana odiaba los reportajes sensacionalistas en los que la obligaban a jugarse el tipo o a pasar por situaciones extremadamente desagradables y la última ocurrencia de los jefes del canal era que realizase un repor sobre la proliferación de ratas en el subsuelo de la ciudad y los peligros aparejados por el crecimiento de la colonia de roedores. Debería bajar al subsuelo con Michael, su cámara y con John, el técnico de iluminación y sonido. Hubiera preferido bajar con un escuadrón de Marines pero los medios del canal aunque impresionantes, siguen siendo limitados.

Los tres periodistas descendieron por la escalerilla que terminaba a ras del hueco para la tapadera de la alcantarilla que retiró amablemente el agente de la unidad de subsuelo de la Policía Metropolitana que les facilitó el acceso tras presentarle los correspondientes permisos.

El sistema de cloacas de Nueva York era una inmensa red de galerías y túneles que se extendía por casi medio centenar de kilómetros bajo la ciudad y que estaba sometido al mantenimiento y las esporádicas revisiones del personal del servicio de limpieza municipal. La Unidad de Subsuelo de la Policía              Metropolitana realizaba tareas de reconocimiento y seguridad en aquel desagradable lugar y se cuidaba de que aquellos túneles y pasadizos no fuesen utilizados por delincuentes comunes, narcotraficantes o incluso por terroristas para moverse con libertad de cara a cometer sus fechorías. La iluminación era bastante pobre. Unas bombillas en los techos y repartidas estratégicamente para evitar la oscuridad total ahorrando la mayor cantidad posible de dinero al presupuesto municipal alumbraban tenuemente aquel entramado de estrechos pasillos junto al caudaloso rio de aguas fecales.

No tardaron mucho en descubrir un gran número de ratas que entre grititos nerviosos por su presencia se acercaron a curiosear. Eran roedores de gran tamaño, larga cola y poderosos incisivos. El mordisco de una de aquellas ratas podía transmitir docenas de enfermedades al Ser humano.

Diana tragó saliva y se colocó entre los cientos de ratas y el objetivo de la cámara dispuesta a terminar lo antes posible el trabajo y salir de allí. En el momento en el que John encendió los focos las ratas salieron corriendo con gran algarabía. El equipo de periodistas siguió a los roedores y cuando encontraron la ocasión de grabar con un buen ángulo y con planos decentes Diana comenzó de nuevo. Las ratas volvieron a salir corriendo cuando a Michael se le cayó una batería al suelo, revotando sobre el cemento con algo de estrépito.

En aquel momento Diana observó con curiosidad que una enorme rata gris se había quedado allí sin moverse del sitio mientras el resto del grupo escapaba enloquecido. Aquella rata permaneció frente a ellos con la boca abierta y olisqueando con intensidad el aire. Diana le pidió a Michael que la hiciese un buen primer plano por si no volvían a arrinconar al grupo y tenían que tirar de aquellas imágenes para montar el reportaje. Obedeciendo  a Diana , Michael comenzó a grabar cuando sucedió algo que le sorprendió sobremanera. Otra gran rata gris se acercó prudentemente hasta la que se había quedado allí. Esta rata portaba un palo en la boca asomando entre los dientes y cuando llegó junto a la rata que estaba grabando el cámara de la Fox, esta mordió también un extremo del palo que le acercó aquel miembro de su manada y sorprendentemente ambas comenzaron a caminar abandonando el lugar.Aquella rata que se había quedado allí debía de ser ciega y siguiendo algún tipo de costumbre en casos como aquel, se quedó en el mismo sitio hasta que acudieron en su busca y la ayudaron a volver con el grupo.

Aquellas imágenes sin duda pasarían a la historia de la televisión y puede que llegaran a optar al premio de periodismo de la National Geografic.

Diana, Michael y John regresaron al exterior con la sensación de que algo había cambiado en su interior. Incluso los animales más odiados por el hombre se rigen por nobles normas de comportamiento.Cuando se emitió e reportaje con la crónica de Diana sobre el subsuelo de la ciudad, numerosos investigadores de la fauna newyorkina, coparon la centralita del canal solicitando hablar con algún miembro del equipo que lo había realizado.

Desde aquel día incluso yo mismo miro a las ratas de otra manera.


miércoles, 29 de julio de 2020

Gracias a ti

La vida nos mantuvo separados más tiempo del que me hubiera gustado, pero ahora has vuelto y eso es lo único que importa.
En ese viaje que has recorrido por el interior de tu alma, enfrentándote a tus demonios y conquistando las fortalezas más duras e inexpugnables donde el destino se empeñaba en oponer una feroz resistencia, has recuperado la sonrisa, la magia de tu mirada y el calor de los abrazos.
Este ha sido un camino que debías recorrer en solitario y mi único mérito es haberte esperado. Tan solo pude reservar la sombra de un enorme pino junto a las aguas cristalinas de un río para que al llegar descansases, te refrescases y recuperases fuerzas.
Aunque siempre he sido un tipo con tendencia a confundirme y a convertir el cariño sincero en edulcoradas historias de amor, entre tus brazos aprendí a interpretar el mensaje que la rosa le dio al principito: amar es querer sin posesión y sin ataduras. Y en efecto, me enseñaste que te amo porque te quiero libre, te quiero feliz y te quiero dueña de tu destino, sin otra pretensión que poder ser tu amigo el resto de mis vidas. Y todavía me quedan seis.
Eres uno de esos seres humanos que más allá de pertenecer a una especie animal que se considera la superior por derecho, se te puede clasificar como humana en el sentido más hermoso de la palabra, el que hacer referencia a la humanidad como valor y no como especie.
Con cada paso, con cada palabra y con cada guiño de ojos te colocas en pie con el puño en alto desafiando todo lo que quieran enviarte y plantando cara a una vida dura y complicada, pero ¿quien dijo que iba a ser fácil?
Ya estás aquí. Yo sigo aquí. Y ahora que has vuelto no pienso irme a ningún lado. Mi corazón ha terminado de llenarse. Si bien aquella que supo ver lo bueno que habita en mi, que quiso aceptar mi más sincero y romántico ofrecimiento, me colma de amor y de felicidad, el poder compartir nuestro camino y nuestro futuro con amigos de tu calibre hace que el sendero se convierta en una alfombra segura y mullida donde por muchas veces que tropiece y caiga, sé que no volveré a dañarme.
Y me hace muy feliz formar parte de tu tribu y compartir pinturas de guerra y danzas alrededor de la hoguera. Juntos no habrá ni rostros pálidos ni guerreros de la pradera que puedan con nosotros.
Pero no me des las gracias por sentarme junto a ti a escuchar el son de los tambores y a compartir la sangre del tatanka. Si estoy es porque es lo que me hace feliz y porque siento que debo estar. Y porque me enseñaste que amar, no implica por fuerza rodilla en tierra y necesidad de labios. Es un verbo tan hermoso y tan amplio que abarca mucho más. 


domingo, 12 de julio de 2020

Lehaim

Hoy es tu cumpleaños, pero no estás aquí para soplar las velas querida Blancanieves.
No despertaste de aquel sueño y no hubo beso capaz de rescatarte y devolverte a este valle de lágrimas, que desborda lágrimas desde que una voz amiga me llamó para decir que al final te habías ido.
"Ya nunca más volverás a sentarte a mirar el color de los días, ni la vida". Desde luego Robe imprime una belleza a sus letras que hasta tiene una preciosa canción para recordarte.
"He llorado tanto. He llorado tan adentro. He llorado tanto tanto que he apagado hasta el infierno". No me digas que no es precioso.
Sé que allí donde estés me seguirás leyendo. Eras una ferviente lectora de este blog, de mis libros y de todo lo que escribía. Por eso cuando los wasaps que te mandaba y que siempre leías y contestabas de inmediato comenzaron a quedarse perdidos por la red, me asaltó la duda y me invadió el miedo más profundo. Y en efecto, cuando me puse en contacto con tu familia me dijeron que habías mordido la manzana y que dormías en una cama de hospital.
Los animales del bosque, los enanitos y los aspirantes a príncipe azul no podíamos entender que hubieras sucumbido a los ardides de la malvada bruja. No supiste decir que no a la manzana envenenada y diste el bocado que te quitó la vida y que llenó de tristeza las de todos los que te queríamos.
Sabes que te quise mucho, sé que me quisiste mucho. Lo nuestro no fue una maravillosa historia de amor. En alguna ocasión probamos a darle forma física a lo que sentíamos el uno por el otro, pero no tardamos en comprender que era algo tan bonito y tan puro, que si nos confundíamos podríamos arruinarlo y decidimos ser simplemente buenos amigos y compartir alegrías y dolores sin ponerle nombre ni regalarnos anillos.
Te echo mucho de menos. Echo mucho de menos tu voz y tu sonrisa, tu belleza de hada diminuta y grácil que revoloteaba junto a mi cuando me obcequé en creer que era un niño perdido y no era más que un hombre que se negaba a crecer. Y tu me ayudaste a hacerlo y con tu último acto me regalaste algo que ya forma parte de mi código: rendirse nunca será una opción.
No supe apreciar cuan desgraciada eras. No supe aportarte la fuerza necesaria tal y como tu habías hecho por mi en mi momento más duro y no supe estar a la altura de tu cariño y tu limpia amistad. 
Siento muchísimo haberte fallado y agradezco tu enseñanza. Desde tu partida me prometí que nunca permitiría a un amigo comprar billetes para el tren que cogiste el día que decidiste viajar muy lejos.
Te debo muchas cosas. El oxígeno que me daban tus besos cuando necesitaba respirar en relaciones clasutrofóbicas que me ahogaban. Tu imparable energía esos días en que el cerebro decidía que podías con todo y los ratos de peli/pizza que compartimos cuando el mejor de los planes era quemar el tiempo juntos.
Te debo que me explicaras el porqué de la reacción de la gente ante mi desgracia con una canción de Drexler que desde que me la pusiste pasó de inmediato a formar parte de la BSO de mis vidas. Y es verdad, todo se transforma. Cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da. Pero no supe darte lo que necesitabas. No supe darte ese beso que te rescatará del oscuro sueño y después de varios meses de letargo te fuiste al paraíso. 
Imagino que hoy estarás celebrando allí tu día. No puedo verte, no puedo oirte, pero sé que a veces te acercas a darte una vuelta por aquí y a seguir cuidándome. Hoy brindaré por ti y levantaré mi copa al cielo diciendo "Lehaim", a la vida, por la vida.
Vivirás en mi y en todos los que te queremos y te echamos de menos.
Un beso muy grande, Blancanieves.

lunes, 6 de julio de 2020

Memorias

Este mes cumpliré los cuarenta y seis años oficiales de la serie de mi vida. Poco más de seis de esta segunda temporada que milagrosamente aprobaron los productores cuando parecía que todo quedaría en una mini serie.
Es pronto para hacer un repaso de mi vida, de mis vidas, pero al escuchar la canción de Residente, a quien considero el mejor letrista de latinoamerica, una cosa ha llevado a la otra y sin quererlo me he dado un paseo por la historia de mi vida.
Y no ha estado tan mal, pese a todo.
El hacedor quiso nacerme en Valladolid, Castilla la vieja. Ciudad donde todo funciona por apellidos y donde si un día te equivocas, al día siguiente los mentideros públicos le han dado una dimensión sobrenatural y te has convertido en personaje de leyenda. Pero aún así y todo, amo mi ciudad y estoy orgulloso de mis orígenes.
Pertenezco a  una familia de apellidos ilustres y compromiso con la sangre, a la que no debo defraudar ni dejar en mal lugar. Y estoy orgulloso de ello.
Mi padre fue ante todo un hombre bueno. Un profesional de reconocido prestigio y una persona cabal, comedida, justa, trabajadora y muy honrada. Mi madre es una mujer maravillosa que llora desde hace ya seis años  la ausencia de su único y verdadero amor, compañero de viaje, padre de sus hijos y abuelo de sus nietos.
Mis hermanos me acompañan a cada momento, muy presentes aún en la historia de mi vida. Solo tengo un hermano varón, el mayor de la prole. No nos parecemos en nada y a veces discrepamos, pero lo quiero y en ocasiones me he sentido muy orgulloso de su talento, pues es un poeta laureado y el primero de los hermanos que ganó un premio literario y publicó un libro.
Después de él nació una hermana  a la que siempre describo como cincuenta por ciento de corazón, treinta por ciento de buena voluntad y veinte por ciento de cabra loca. Ella también ganó premios literarios y también ha publicado libros. Y siempre hemos estados muy unidos y hemos luchado juntos.
Después voy yo, pero luego os cuento alguna cosa de mi historia.
Tras de mi nació otra hermana a quien considero la viva imagen de mi padre, pues además de haber seguido sus pasos profesionalmente, es una mujer cabal, comedida, justa, trabajadora y muy honrada.
Siempre he estado muy unida a ella y es a quien acudo cuando las cosas se tuercen.
En último lugar nació ese angelito de alitas de plumón blanco del que ya os he hablado y a quienes los médicos al nacer disagnosticaron el síndrome de Down, pues no encontraron otra justificación para un espíritu tan puro. Es la eterna niña feliz y sirvió de argamasa para mantener unida siempre a esta familia.
Yo fui un niño muy bueno y muy cariñoso, formal, alegre, estudioso y correcto hasta los catorce años, en los que al pasar a B.U.P me encontré de repente con que en mi colegio para chicos, de curas, de los de toda la vida, admitieron chicas en clase. Y eso me trastocó. Muté. Mis hormonas ganaron la batalla al sentido común y me convertí en un Peter Pan confundido y terriblemente enamoradizo.
No supe gestionarlo.
Comencé a suspender, a faltar a clase, a portarme mal en casa. A salir de juerga, a pelearme con otros chicos, a meterme en líos y a probar las mieles de los labios de una mujer.
Desde los cuatro años me convertí en un lector insaciable, con seis comencé a escribir para expresar mis emociones, mis miedos y mis anhelos y, la literatura y la música, fomentadas por mis padres quienes siempre pusieron a nuestra disposición libros, discos e instrumentos musicales, ocuparon un lugar fundamental en mi vida.
Pero rechacé todas las oportunidades que mis padres me dieron y me empeñé en arruinar mi vida, para sufrimiento de quienes más me han querido.
Por motivos profesionales de mi padre, la familia se traslado a vivir en Madrid y allí, a  trancas y barrancas, conseguí llegar a la universidad, comenzando los estudios de Derecho para intentar seguir la estela familiar, pero no supe centrarme y Peter seguía muy presente en mi.
Volví a defraudar a mis padres, quienes pese a todo y fruto de su generosidad desmedida, seguían consintiendo mis errores y regalándome vacaciones en la playa, ropa de marca y dinero de bolsillo,Como punto de inflexión  anulé la prorroga por estudios y solicité incorporación inmediata en el ejército español. Con mi escaso metro sesenta serví en la Policía Militar, donde el resto de soldados no bajaba del metro ochenta. Y conseguí sobrevivir.
Al termino de la aventura castrense, decidí irme a trabajar a Inglaterra para aprender el idioma. Pero allí encontré también mujeres, españolas. Y me enamoré hasta las trancas de una chavala vasca muy jovencita y regresé a España para intentar mantener aquel amor en el ostracismo. No pudo ser. y volví a poner tiritas en el músculo de la desgracia.
Me matriculé en Educación Musical y pasé unos años maravillosos tocando y cantando con los compañeros de clase. A veces incluso estudiaba. Sazoné estos años con diferentes historias de amor, de esas que para mi siempre eran la mujer de mi vida y el único amor verdadero. Y seguí escribiendo.
Muy jovencito comencé a ganar premios literarios y la escritura fue siempre la única adicción de la que no pude ni quise desengancharme.
Me independicé con una gran mujer y con ella me trasladé a vivir a Granada, donde compartí estudios, trabajo y conciertos en las calles de una ciudad culturalmente viva y disfruté de muchas noches de blanco satén.
Con esta mujer, tan importante en mi vida, me marche a terminar la carrera con una beca Erasmus a Italia, donde pasé casi un año disfrutando de su cultura, de sus vinos y de sus tradiciones. Mi pareja aprobó todo con unas notas excelentes. Yo volví a España creyendo haber traído conmigo el título universitario, pero como de costumbre, Peter se resistió a crecer y fruto de su insensatez, no pude convalidar una asignatura. 
Una vez instalado en Valladolid, donde habían regresado ya los míos, comencé a trabajar como intermediario en operaciones inmobiliarias, aprovechando mi experiencia y mis dotes teatrales, muy útiles para vender pisos.
El veneno del teatro había infectado la sangre de mis venas muchos años atrás y en Valladolid aposté por las tablas y tas montar una pequeña compañía salí a escena. Me enamoré hasta las cejas de la primera actriz del elenco y estúpido de mi,abandoné a la mujer con la que nací a la madurez, y me casé con la traidora farandulera. Al poco me demostró que lo suyo era en verdad puro teatro y me adjudicó el papel de eterno secundario cómico, mancillando nuestros votos con un bufón al que yo consideraba buen amigo, pero que me demostró su falta de moral y de escrúpulos acostándose son mi mujer y exigiendo mi aprobación. El divorcio no se hizo esperar y con él llegaron mis mejores y más dolorosos textos. Publiqué mi primer libro y comencé una cadena de relaciones fallidas en las que traté de curar la herida, pero tan solo me hice más daño.
Me reinventé de nuevo y conseguí un trabajo perfecto, escribiendo, viajando, asistiendo a eventos de todo tipo y promocionando las excelencias culturales, turísticas, gastronómicas y enológicas de mi ciudad. Me volví a enamorar, y compartí lecho y sueños con una mujer muy especial de irresistible caída de ojos y pasión por la moda. Fue la única vez que hubiera querido se padre, pero tuve que conformarme con el amor incondicional que me profesaba un adorable gato que me eligió como su humano de compañía. Un buen día a mi pareja y a mi se nos rompió el amor de tanto usarlo. Y yo me quería morir. A la semana me concedieron el deseo y me morí. Peter se puso al volante de mi Vespa y condujo bajo los efectos del grog del capitán Garfio, estrellándome contra el asfalto y enviándome una semana al país de nunca jamás, al que los médicos denominaron primero muerte clínica y después estado de coma.
Desperté de aquel viaje maltrecho y dolorido y con diversas secuelas físicas, cerebrales y emocionales. Pero en aquella vuelta a la vida real descubrí al fin la verdadera importancia de las cosas que nos hacen especiales. Palabras como familia y amigo cobraron su verdadero significado y me ayudaron a volver al combate.
Tras más de mes y medio de ingreso pude volver a casa en una silla de ruedas y con la ayuda de diversos especialistas, entre los que destaco a mi queridísima Teresa Arteche, volví a caminar, a sonreír y a plantarle cara al destino. Pero el destino es un adversario cruel y al verme desafiarlo, me arrebató a mi padre, llevándoselo de pronto sin haber podido reunir las fuerzas aún para decirle lo mucho que lo quería.
Volví a caer y confundido, sin su luz y sin su guía, recobré la vieja costumbre de cometer un error tras otro. Me volví a independizar, volví a compartir lecho con unas adorables caderas que resultaron ser  aguijones venenosos y traté de ser el Juan profesional, capaz y activo que fui antes del incidente vespero. Un fracaso absoluto. En esta etapa seguí ganado premios literarios y publicando libros. A nivel cognitivo estaba bien, pero a nivel emocional y psicológico no era ni la sombra del que fui.
Regrese junto a mi madre y junto a ella poco a poco fui cogiendo fuerza. Aprendí a vivir de nuevo, a tomar las decisiones correctas a ignorar a Peter y al resto de los niños perdidos y a construir los cimientos del Juan que quiero llegar a ser. En el trascurso de mi lucha por superar la adversidad, perdí a una gran amiga que durmió para siempre y no pude despertar con un beso de amor. Y perdí también al animal que más me ha querido y que me demostró que el amor no entiende de especies.
Conocí a la única mujer de mi vida que lo único que quiere de mi es a mi. Y conseguí ganarme sus labios y su pecho, sus caricias y su apoyo, su risa y su respeto.
Introduje en mis oraciones nocturnas la plegaria en la que cada noche pido que se me ayude a ayudar como a mi se me ha ayudado. Y trato de ser feliz, cultivando la paciencia y trabajando el acierto.
Sigo leyendo, escribiendo y buscando las respuestas en las páginas de un libro, bien ajeno o propio.
Y ya no me cuesta decir que quiero a la gente que quiero. Y ya no me cuesta diferenciar el amor de todas sus copias baratas y tóxicas.
Soy un poco el que fui, pero soy mucho más el que me han permitido ser  y poco a poco conseguiré ser quien quiero llegar a ser por derecho y convicción.
No obstante disto mucho de ser perfecto y todavía cometo errores, como todo hijo de vecino, pero al menos estos errores no nacen de la falta de sensatez ni de juicio, sino de la falta de acierto.
Y eso es todo, amigos.
No olviden mineralizarse y vitaminarse.



sábado, 20 de junio de 2020

Cartas desde el desván

No soy un monstruo. No soy malo. Simplemente soy diferente y me niego a seguir escondiéndome.Me escondo detrás de un millón de excusas, de un montón de disculpas y de un generalmente sincero arrepentimiento, aderezado con esa amarga salsa que es el propósito de enmienda.
Pero he decidido salir a la luz y que todos los espectadores del patio de butacas, del anfiteatro, los palcos y el gallinero contemplen mi rostro modelado con el bisturí de las traiciones, los desengaños y los continuos fracasos, y cincelado con el escarpelo de la culpa que por mucho que lo intente, no consigo purgar. No creo que vayan a horrorizarse al verlo. De hecho en este tiempo de retiro en el desván, he observado que el mundo está lleno de monstruos de amplias sonrisas, agraciadas facciones y rostros amables.
El sufrimiento me llevó a ocultarme de una vida que solo habitaba en cada texto escrito desde el fondo de mi alma, pero a consta de esforzarme he aprendido que la alegría que me obcecaba en sepultar bajo las penas, brilla con fuerza, imprime carácter y sirve de llave maestra para abrir todas las puertas que me devuelvan a la tan temida y sobre valorada realidad.
Salto de un lado a otro aferrándome a la compleja tramoya que cambia los decorados con los que la función resulta espectacular a ojos de todos los ignorantes que prefieren obviar que viven en un inmenso teatro, en el que la taquillera ha colgado el cartel de completo y el empresario ha decidido reducir el aforo para el resto de la temporada.
Por eso ha llegado el momento de descubrirme ante todos y de desafiar al destino. Nunca volveré a sufrir por aquello cuya solución  no esté en mi mano y nunca volveré a consentir que se me atribuya lo que no me corresponde. Aprenderé a dejar de decir lo siento como principio de cada frase.
No es soberbia, no es orgullo. Es supervivencia.
Pagaré mis deudas y cumpliré mis promesas, procuraré vivir siempre con los valores que rigen mi conciencia y ser fiel a los principios que me inculcó el mejor maestro al que sometí a una continua desilusión.
Me esforzaré en trabajar mis habilidades y en pulir mis defectos, que son muchos, pero jamás soportaré un desprecio ni una falsa acusación sin medir con la vara de mi palabra la espalda de quien se atreva a hacerlo.
Llevo años rezando para que se me ayude a ayudar, para que se me den las herramientas y el acierto para hacerlo, pero no estoy aquí únicamente para eso. También tengo la complicada misión de ser feliz y de hacer feliz a las personas que quiero.

La ópera ha comenzado. Disfruten del espectáculo. 

lunes, 15 de junio de 2020

De las mieles más amargas

Libé el néctar de aquella flor venenosa y pagué la imprudencia por lo peligroso de la orgía de la pandemia universal que me llevó a descorchar la botella. Pero de aquel mal trago salió algo hermoso y, la borrachera de emociones confinadas que encontraron la vía de escape al convertirse en cadena de versos, tomó forma una vez más en negro sobre blanco. 
Viajó a través de la red invisible hasta las manos de los pescadores de estrofas que decidieron que destacaba sobre muchas de las capturas que agonizaban en cubierta, y colocaron el trofeo en la pared de la cabaña junto a otras hermosas capturas.
Del akelarre poeta celebrado en una jaula de oro nació un poema inmediato y salvaje que consideré no tan débil como otros muchos que escribí en el pasado, y aposté por la fortaleza del deseo intrínseco que ocultaba y que sabia a ella, olía a ella y besaba como ella.
Juzguen ustedes si he de abandonar el parnaso. O si por el contrario, debo luchar por mi puesto en él, junto a los que un día lo convirtieron en el lugar de encuentro en el que quisiera acomodarme para siempre.

En un beso
Antes de la herida que nos desangró de versos llegó al galope la duda,
mentirosa de cariño y amazona de la desgracia universal,
orillada la esperanza en una cala perdida y varada junto a pecios de otras condenas,
rezábamos inconscientes de que Él ya había dictado plaga y justo castigo.
Discutimos el precio del pasaje y escogimos camarotes con enormes ojos de buey,
espaciosos para aplausos y canciones que hablan de contratos impagados a la vida,
subimos a bordo inocentes de todo mal infligido sin quererlo a nuestro mundo,
culpables de habernos amado despacito y con cautela como aquellos que se temen.
Ocultamos cada beso detrás de una mascarilla teñida de pasado.
no quisimos darnos cuenta de que perdimos el tiempo y olvidamos lo vivido,
fingimos ser especiales por desearnos de lejos y amarnos por videollamada,
impostores del orgasmo conseguido en la cubierta batida por las olas,
Negándonos el sabor de los fluidos del alma que emergen con cada beso.
admitimos el castigo de no volver a besarnos como antes cuando era habitual,
discípulos de un maestro que nos arruinó la vida y nos cercenó el futuro,
orgullosos de habernos regalado este último beso de la nueva normalidad.

jueves, 11 de junio de 2020

Estirpe de tinta.

Son mis criaturas, mis hijos. Son carne de mi carne, tinta de mi tinta. 
Yo les di la vida y ellos contribuyen a que la mía tenga sentido.
El primogénito, Iván, es absolutamente igual que yo. No puede negar que es idéntico a su padre y si por arte de magia llegara a volverse de carne y hueso, nos confundirán por la calle. Pero él lleva placa y pistola. Le regalé ambas cosas al nacer, con la única obligación de que hiciese buen uso de ellas. Y es un buen hijo. Nunca saca su arma sino se ve obligado a ello y jamas dispara contra alguien desarmado, ni contra niños. Contra mujeres ha aprendido a hacerlo porque es un hombre de su tiempo, y considera que en efecto, ellas tienen los mismos derechos y obligaciones que ellos y son igual de susceptibles de recibir un balazo entre los ojos que les arranque la luz, o en el corazón que detenga su latido. Mi criatura es tan paritaria, que como veis, la puedo escribir en femenino.
Nació con una misión, con la misión de resarcirme de mis fracasos en el amor y después de haberle hecho pasar por una muy complicada situación en su primera novela, lo estoy empujando a otra más complicada aún. Y ni siquiera se queja. Simplemente se deja llevar por mi, se entrega a mis caprichos y a veces me sugiere soluciones a los líos en los que le meto.
En este segundo jaleo al que se ha visto conducido por las teclas de mi ordenador, le he regalado la compañía de la mujer que lo ama y que lo único que quiere de él es a él. Y hay páginas en las que los permito disfrutar de su amor y de su felicidad, envidiando al escribir lo sencillo que es dejar que fluya.
También le he escrito una  buena amiga, compañera en el cuerpo, con la que enfrentarse a cuanto desalmado quiera terminar con su vida de personaje literario. Y además le he creado un personaje sorpresa, antagónico, pero aún así amigo. Una mujer, carente de mis debilidades, de mis imitaciones y de mis traumas, que se unirá a ellos en la resolución del enigma y en la superación de las pruebas. La mujer que hubiera querido que fuera mi criatura si hubiese nacido con distinto género, si hubiese llegado de otra forma. Si no lo hubiese inspirado en mi.
Todos ellos van cobrando fuerza, van respirando en negro sobre blanco y se van haciendo un hueco en una familia muy especial que se nutre de hijos adorables basados en la realidad más inmediata que colma mi día a día  y, de caines sin corazón y con el alma podrida, inspirados de igual forma en otros personajes cotidianos con los que he tenido la desgracia de coincidir.
Por eso escribir es algo tan maravilloso. Por eso necesito hacerlo, por eso no puedo vivir sin sentarme ante un teclado, porque ante él, yo soy Dios y soy el destino. Yo castigo y recompenso, yo decido quien puede lavar sus culpas y quien debe resarcirme de lo sufrido.
La literatura, como todas las manifestaciones artísticas, se nutre de ego y el ego es  muy poderoso. Y está muy presente en Los crímenes del archivo
Al escribir soy el padre que no he llegado a ser en la vida real. Al escribir soy el brazo de la justicia moral que no he sabido aplicar.
Trataré de ser el mejor escritor que pueda llegar a ser, al igual que trato de ser la mejor persona que pueda llegar a ser. Me lo debo. Os lo debo.
   

domingo, 7 de junio de 2020

Corazón

Durante mucho tiempo te he maltratado, he intentado silenciar tus quejas y he ignorado tu sufrimiento.
Pensé que podrías soportarlo todo y forcé tanto la máquina que hubo que desfibrilarte con los labios adecuados y recuperar tu latido.
Te entregué sin pedir nada a cambio, te regalé y te prostituí, pero nunca me atreví a poner yo el precio, nunca supe valorarte lo suficiente y jamás llegue a entender que eras el tesoro más valioso, la pertenencia más preciada, mi joya de la corona. Te cambié por baratijas, me dejé embaucar como un confiado indígena al que deslumbran con espejos y collares de cuentas. Abusé del agua de fuego para dormir tus reproches  y te empeñé tantas veces, que coleccionas los recibos de cientos de relaciones.
Te vestí con versos que moldeaban tus curvas y te hacían irresistible a las mantis religiosas que no dudaron en masticarte entre sus patas después de cada coito y te eché sobre los hombros las abrigadas metáforas de mil y un textos que te protegían del frío de otros corazones, pero que no cubrían tus pies y siempre tiritabas. Y aún así y todo la gelidéz de los falsos amores que se acostaron junto a ti te resultó placentera en tu inocencia. Hasta que volvían a despellejarte y comenzaba de nuevo el puto bucle sin fin al que te empujé cuando descubrí la adorable y deseada diferencia entre ellas y yo.
Te creíste todas las mentiras, te convencí de argumentos imposibles. Ayudé en tu confusión seducido por placeres que a ti te resultan innecesarios, pero que fueron la moneda de cambio en demasiadas transacciones.
Y ahora he entendido que te debo una vida. La vida. 
Debo esforzarme en la búsqueda de tu felicidad, debo asumir que no hay besos en el mundo que puedan pagar ese trabajo que desempeñas infatigable veinticuatro horas al día siete días a la semana. 
He entendido que tu y yo somos uno y que cuando tu sufres yo me quiero morir y que cuando yo muera habré ignorado tu constante y mal recompensado esfuerzo.
Te prometo que solo te compartiré con aquella que esté a la altura de todo lo que me aportas y que no volveré a permitir que te maltraten, que te mientan, que te ensucien.
Te prometo que cuidaré de ti. Y para ello lo siento, pero debo arrebatarte el control.
Ya no mandas, ya no decides, ya no manipularás mi mente ni condicionarás mi razón.
Perdóname. Creo que al fin he entendido las reglas del juego. Creo que por fin me he hecho mayor.