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sábado, 20 de junio de 2020

Cartas desde el desván

No soy un monstruo. No soy malo. Simplemente soy diferente y me niego a seguir escondiéndome.Me escondo detrás de un millón de excusas, de un montón de disculpas y de un generalmente sincero arrepentimiento, aderezado con esa amarga salsa que es el propósito de enmienda.
Pero he decidido salir a la luz y que todos los espectadores del patio de butacas, del anfiteatro, los palcos y el gallinero contemplen mi rostro modelado con el bisturí de las traiciones, los desengaños y los continuos fracasos, y cincelado con el escarpelo de la culpa que por mucho que lo intente, no consigo purgar. No creo que vayan a horrorizarse al verlo. De hecho en este tiempo de retiro en el desván, he observado que el mundo está lleno de monstruos de amplias sonrisas, agraciadas facciones y rostros amables.
El sufrimiento me llevó a ocultarme de una vida que solo habitaba en cada texto escrito desde el fondo de mi alma, pero a consta de esforzarme he aprendido que la alegría que me obcecaba en sepultar bajo las penas, brilla con fuerza, imprime carácter y sirve de llave maestra para abrir todas las puertas que me devuelvan a la tan temida y sobre valorada realidad.
Salto de un lado a otro aferrándome a la compleja tramoya que cambia los decorados con los que la función resulta espectacular a ojos de todos los ignorantes que prefieren obviar que viven en un inmenso teatro, en el que la taquillera ha colgado el cartel de completo y el empresario ha decidido reducir el aforo para el resto de la temporada.
Por eso ha llegado el momento de descubrirme ante todos y de desafiar al destino. Nunca volveré a sufrir por aquello cuya solución  no esté en mi mano y nunca volveré a consentir que se me atribuya lo que no me corresponde. Aprenderé a dejar de decir lo siento como principio de cada frase.
No es soberbia, no es orgullo. Es supervivencia.
Pagaré mis deudas y cumpliré mis promesas, procuraré vivir siempre con los valores que rigen mi conciencia y ser fiel a los principios que me inculcó el mejor maestro al que sometí a una continua desilusión.
Me esforzaré en trabajar mis habilidades y en pulir mis defectos, que son muchos, pero jamás soportaré un desprecio ni una falsa acusación sin medir con la vara de mi palabra la espalda de quien se atreva a hacerlo.
Llevo años rezando para que se me ayude a ayudar, para que se me den las herramientas y el acierto para hacerlo, pero no estoy aquí únicamente para eso. También tengo la complicada misión de ser feliz y de hacer feliz a las personas que quiero.

La ópera ha comenzado. Disfruten del espectáculo.