Pensé que podrías soportarlo todo y forcé tanto la máquina que hubo que desfibrilarte con los labios adecuados y recuperar tu latido.
Te entregué sin pedir nada a cambio, te regalé y te prostituí, pero nunca me atreví a poner yo el precio, nunca supe valorarte lo suficiente y jamás llegue a entender que eras el tesoro más valioso, la pertenencia más preciada, mi joya de la corona. Te cambié por baratijas, me dejé embaucar como un confiado indígena al que deslumbran con espejos y collares de cuentas. Abusé del agua de fuego para dormir tus reproches y te empeñé tantas veces, que coleccionas los recibos de cientos de relaciones.
Te vestí con versos que moldeaban tus curvas y te hacían irresistible a las mantis religiosas que no dudaron en masticarte entre sus patas después de cada coito y te eché sobre los hombros las abrigadas metáforas de mil y un textos que te protegían del frío de otros corazones, pero que no cubrían tus pies y siempre tiritabas. Y aún así y todo la gelidéz de los falsos amores que se acostaron junto a ti te resultó placentera en tu inocencia. Hasta que volvían a despellejarte y comenzaba de nuevo el puto bucle sin fin al que te empujé cuando descubrí la adorable y deseada diferencia entre ellas y yo.
Te creíste todas las mentiras, te convencí de argumentos imposibles. Ayudé en tu confusión seducido por placeres que a ti te resultan innecesarios, pero que fueron la moneda de cambio en demasiadas transacciones.
Y ahora he entendido que te debo una vida. La vida.
Debo esforzarme en la búsqueda de tu felicidad, debo asumir que no hay besos en el mundo que puedan pagar ese trabajo que desempeñas infatigable veinticuatro horas al día siete días a la semana.
He entendido que tu y yo somos uno y que cuando tu sufres yo me quiero morir y que cuando yo muera habré ignorado tu constante y mal recompensado esfuerzo.
Te prometo que solo te compartiré con aquella que esté a la altura de todo lo que me aportas y que no volveré a permitir que te maltraten, que te mientan, que te ensucien.
Te prometo que cuidaré de ti. Y para ello lo siento, pero debo arrebatarte el control.
Ya no mandas, ya no decides, ya no manipularás mi mente ni condicionarás mi razón.
Perdóname. Creo que al fin he entendido las reglas del juego. Creo que por fin me he hecho mayor.
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