lunes, 15 de junio de 2020

De las mieles más amargas

Libé el néctar de aquella flor venenosa y pagué la imprudencia por lo peligroso de la orgía de la pandemia universal que me llevó a descorchar la botella. Pero de aquel mal trago salió algo hermoso y, la borrachera de emociones confinadas que encontraron la vía de escape al convertirse en cadena de versos, tomó forma una vez más en negro sobre blanco. 
Viajó a través de la red invisible hasta las manos de los pescadores de estrofas que decidieron que destacaba sobre muchas de las capturas que agonizaban en cubierta, y colocaron el trofeo en la pared de la cabaña junto a otras hermosas capturas.
Del akelarre poeta celebrado en una jaula de oro nació un poema inmediato y salvaje que consideré no tan débil como otros muchos que escribí en el pasado, y aposté por la fortaleza del deseo intrínseco que ocultaba y que sabia a ella, olía a ella y besaba como ella.
Juzguen ustedes si he de abandonar el parnaso. O si por el contrario, debo luchar por mi puesto en él, junto a los que un día lo convirtieron en el lugar de encuentro en el que quisiera acomodarme para siempre.

En un beso
Antes de la herida que nos desangró de versos llegó al galope la duda,
mentirosa de cariño y amazona de la desgracia universal,
orillada la esperanza en una cala perdida y varada junto a pecios de otras condenas,
rezábamos inconscientes de que Él ya había dictado plaga y justo castigo.
Discutimos el precio del pasaje y escogimos camarotes con enormes ojos de buey,
espaciosos para aplausos y canciones que hablan de contratos impagados a la vida,
subimos a bordo inocentes de todo mal infligido sin quererlo a nuestro mundo,
culpables de habernos amado despacito y con cautela como aquellos que se temen.
Ocultamos cada beso detrás de una mascarilla teñida de pasado.
no quisimos darnos cuenta de que perdimos el tiempo y olvidamos lo vivido,
fingimos ser especiales por desearnos de lejos y amarnos por videollamada,
impostores del orgasmo conseguido en la cubierta batida por las olas,
Negándonos el sabor de los fluidos del alma que emergen con cada beso.
admitimos el castigo de no volver a besarnos como antes cuando era habitual,
discípulos de un maestro que nos arruinó la vida y nos cercenó el futuro,
orgullosos de habernos regalado este último beso de la nueva normalidad.

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