lunes, 6 de julio de 2020

Memorias

Este mes cumpliré los cuarenta y seis años oficiales de la serie de mi vida. Poco más de seis de esta segunda temporada que milagrosamente aprobaron los productores cuando parecía que todo quedaría en una mini serie.
Es pronto para hacer un repaso de mi vida, de mis vidas, pero al escuchar la canción de Residente, a quien considero el mejor letrista de latinoamerica, una cosa ha llevado a la otra y sin quererlo me he dado un paseo por la historia de mi vida.
Y no ha estado tan mal, pese a todo.
El hacedor quiso nacerme en Valladolid, Castilla la vieja. Ciudad donde todo funciona por apellidos y donde si un día te equivocas, al día siguiente los mentideros públicos le han dado una dimensión sobrenatural y te has convertido en personaje de leyenda. Pero aún así y todo, amo mi ciudad y estoy orgulloso de mis orígenes.
Pertenezco a  una familia de apellidos ilustres y compromiso con la sangre, a la que no debo defraudar ni dejar en mal lugar. Y estoy orgulloso de ello.
Mi padre fue ante todo un hombre bueno. Un profesional de reconocido prestigio y una persona cabal, comedida, justa, trabajadora y muy honrada. Mi madre es una mujer maravillosa que llora desde hace ya seis años  la ausencia de su único y verdadero amor, compañero de viaje, padre de sus hijos y abuelo de sus nietos.
Mis hermanos me acompañan a cada momento, muy presentes aún en la historia de mi vida. Solo tengo un hermano varón, el mayor de la prole. No nos parecemos en nada y a veces discrepamos, pero lo quiero y en ocasiones me he sentido muy orgulloso de su talento, pues es un poeta laureado y el primero de los hermanos que ganó un premio literario y publicó un libro.
Después de él nació una hermana  a la que siempre describo como cincuenta por ciento de corazón, treinta por ciento de buena voluntad y veinte por ciento de cabra loca. Ella también ganó premios literarios y también ha publicado libros. Y siempre hemos estados muy unidos y hemos luchado juntos.
Después voy yo, pero luego os cuento alguna cosa de mi historia.
Tras de mi nació otra hermana a quien considero la viva imagen de mi padre, pues además de haber seguido sus pasos profesionalmente, es una mujer cabal, comedida, justa, trabajadora y muy honrada.
Siempre he estado muy unida a ella y es a quien acudo cuando las cosas se tuercen.
En último lugar nació ese angelito de alitas de plumón blanco del que ya os he hablado y a quienes los médicos al nacer disagnosticaron el síndrome de Down, pues no encontraron otra justificación para un espíritu tan puro. Es la eterna niña feliz y sirvió de argamasa para mantener unida siempre a esta familia.
Yo fui un niño muy bueno y muy cariñoso, formal, alegre, estudioso y correcto hasta los catorce años, en los que al pasar a B.U.P me encontré de repente con que en mi colegio para chicos, de curas, de los de toda la vida, admitieron chicas en clase. Y eso me trastocó. Muté. Mis hormonas ganaron la batalla al sentido común y me convertí en un Peter Pan confundido y terriblemente enamoradizo.
No supe gestionarlo.
Comencé a suspender, a faltar a clase, a portarme mal en casa. A salir de juerga, a pelearme con otros chicos, a meterme en líos y a probar las mieles de los labios de una mujer.
Desde los cuatro años me convertí en un lector insaciable, con seis comencé a escribir para expresar mis emociones, mis miedos y mis anhelos y, la literatura y la música, fomentadas por mis padres quienes siempre pusieron a nuestra disposición libros, discos e instrumentos musicales, ocuparon un lugar fundamental en mi vida.
Pero rechacé todas las oportunidades que mis padres me dieron y me empeñé en arruinar mi vida, para sufrimiento de quienes más me han querido.
Por motivos profesionales de mi padre, la familia se traslado a vivir en Madrid y allí, a  trancas y barrancas, conseguí llegar a la universidad, comenzando los estudios de Derecho para intentar seguir la estela familiar, pero no supe centrarme y Peter seguía muy presente en mi.
Volví a defraudar a mis padres, quienes pese a todo y fruto de su generosidad desmedida, seguían consintiendo mis errores y regalándome vacaciones en la playa, ropa de marca y dinero de bolsillo,Como punto de inflexión  anulé la prorroga por estudios y solicité incorporación inmediata en el ejército español. Con mi escaso metro sesenta serví en la Policía Militar, donde el resto de soldados no bajaba del metro ochenta. Y conseguí sobrevivir.
Al termino de la aventura castrense, decidí irme a trabajar a Inglaterra para aprender el idioma. Pero allí encontré también mujeres, españolas. Y me enamoré hasta las trancas de una chavala vasca muy jovencita y regresé a España para intentar mantener aquel amor en el ostracismo. No pudo ser. y volví a poner tiritas en el músculo de la desgracia.
Me matriculé en Educación Musical y pasé unos años maravillosos tocando y cantando con los compañeros de clase. A veces incluso estudiaba. Sazoné estos años con diferentes historias de amor, de esas que para mi siempre eran la mujer de mi vida y el único amor verdadero. Y seguí escribiendo.
Muy jovencito comencé a ganar premios literarios y la escritura fue siempre la única adicción de la que no pude ni quise desengancharme.
Me independicé con una gran mujer y con ella me trasladé a vivir a Granada, donde compartí estudios, trabajo y conciertos en las calles de una ciudad culturalmente viva y disfruté de muchas noches de blanco satén.
Con esta mujer, tan importante en mi vida, me marche a terminar la carrera con una beca Erasmus a Italia, donde pasé casi un año disfrutando de su cultura, de sus vinos y de sus tradiciones. Mi pareja aprobó todo con unas notas excelentes. Yo volví a España creyendo haber traído conmigo el título universitario, pero como de costumbre, Peter se resistió a crecer y fruto de su insensatez, no pude convalidar una asignatura. 
Una vez instalado en Valladolid, donde habían regresado ya los míos, comencé a trabajar como intermediario en operaciones inmobiliarias, aprovechando mi experiencia y mis dotes teatrales, muy útiles para vender pisos.
El veneno del teatro había infectado la sangre de mis venas muchos años atrás y en Valladolid aposté por las tablas y tas montar una pequeña compañía salí a escena. Me enamoré hasta las cejas de la primera actriz del elenco y estúpido de mi,abandoné a la mujer con la que nací a la madurez, y me casé con la traidora farandulera. Al poco me demostró que lo suyo era en verdad puro teatro y me adjudicó el papel de eterno secundario cómico, mancillando nuestros votos con un bufón al que yo consideraba buen amigo, pero que me demostró su falta de moral y de escrúpulos acostándose son mi mujer y exigiendo mi aprobación. El divorcio no se hizo esperar y con él llegaron mis mejores y más dolorosos textos. Publiqué mi primer libro y comencé una cadena de relaciones fallidas en las que traté de curar la herida, pero tan solo me hice más daño.
Me reinventé de nuevo y conseguí un trabajo perfecto, escribiendo, viajando, asistiendo a eventos de todo tipo y promocionando las excelencias culturales, turísticas, gastronómicas y enológicas de mi ciudad. Me volví a enamorar, y compartí lecho y sueños con una mujer muy especial de irresistible caída de ojos y pasión por la moda. Fue la única vez que hubiera querido se padre, pero tuve que conformarme con el amor incondicional que me profesaba un adorable gato que me eligió como su humano de compañía. Un buen día a mi pareja y a mi se nos rompió el amor de tanto usarlo. Y yo me quería morir. A la semana me concedieron el deseo y me morí. Peter se puso al volante de mi Vespa y condujo bajo los efectos del grog del capitán Garfio, estrellándome contra el asfalto y enviándome una semana al país de nunca jamás, al que los médicos denominaron primero muerte clínica y después estado de coma.
Desperté de aquel viaje maltrecho y dolorido y con diversas secuelas físicas, cerebrales y emocionales. Pero en aquella vuelta a la vida real descubrí al fin la verdadera importancia de las cosas que nos hacen especiales. Palabras como familia y amigo cobraron su verdadero significado y me ayudaron a volver al combate.
Tras más de mes y medio de ingreso pude volver a casa en una silla de ruedas y con la ayuda de diversos especialistas, entre los que destaco a mi queridísima Teresa Arteche, volví a caminar, a sonreír y a plantarle cara al destino. Pero el destino es un adversario cruel y al verme desafiarlo, me arrebató a mi padre, llevándoselo de pronto sin haber podido reunir las fuerzas aún para decirle lo mucho que lo quería.
Volví a caer y confundido, sin su luz y sin su guía, recobré la vieja costumbre de cometer un error tras otro. Me volví a independizar, volví a compartir lecho con unas adorables caderas que resultaron ser  aguijones venenosos y traté de ser el Juan profesional, capaz y activo que fui antes del incidente vespero. Un fracaso absoluto. En esta etapa seguí ganado premios literarios y publicando libros. A nivel cognitivo estaba bien, pero a nivel emocional y psicológico no era ni la sombra del que fui.
Regrese junto a mi madre y junto a ella poco a poco fui cogiendo fuerza. Aprendí a vivir de nuevo, a tomar las decisiones correctas a ignorar a Peter y al resto de los niños perdidos y a construir los cimientos del Juan que quiero llegar a ser. En el trascurso de mi lucha por superar la adversidad, perdí a una gran amiga que durmió para siempre y no pude despertar con un beso de amor. Y perdí también al animal que más me ha querido y que me demostró que el amor no entiende de especies.
Conocí a la única mujer de mi vida que lo único que quiere de mi es a mi. Y conseguí ganarme sus labios y su pecho, sus caricias y su apoyo, su risa y su respeto.
Introduje en mis oraciones nocturnas la plegaria en la que cada noche pido que se me ayude a ayudar como a mi se me ha ayudado. Y trato de ser feliz, cultivando la paciencia y trabajando el acierto.
Sigo leyendo, escribiendo y buscando las respuestas en las páginas de un libro, bien ajeno o propio.
Y ya no me cuesta decir que quiero a la gente que quiero. Y ya no me cuesta diferenciar el amor de todas sus copias baratas y tóxicas.
Soy un poco el que fui, pero soy mucho más el que me han permitido ser  y poco a poco conseguiré ser quien quiero llegar a ser por derecho y convicción.
No obstante disto mucho de ser perfecto y todavía cometo errores, como todo hijo de vecino, pero al menos estos errores no nacen de la falta de sensatez ni de juicio, sino de la falta de acierto.
Y eso es todo, amigos.
No olviden mineralizarse y vitaminarse.



3 comentarios:

CeliaMS dijo...

Me emocionó leerte.
Supongo que la vida son muchas vidas...
Yo tengo tu libro de "Historias para según qué días"....de casualidad no sé por qué estuve en tu presentación del libro, te escuché, me emocioné, lo compré y lo sigo releyendo de vez en cuando. Y del mismo modo me gusta seguir leyendo tus cosas,gracias por escribir y compartirlo,compartir-te. Cada uno, al menos yo, cuandi te leo me identifico en alguna de las partes que narras,algunas veces por mis vivencias propias, otras por las de gente muy cercana. Un abrazo Juan.

lacantudo dijo...

Hola, Celia.
Gracias a ti por leerme y por empatizar con mis textos. Historias para según qué días es quizás el libro más duro que podía haber escrito en el momento en el que lo escribí. Disfracé el dolor de relatos de todo tipo, pero estoy seguro de que habrás sabido interpretar muchas de sus metáforas y analogías.
No sé vivir sin escribir. Gracias al cielo me enseñaron que todo está en los libros y cada día busco en ellos respuestas. Si no las encuentro me esmero en escribir yo mismo las páginas donde pueda identificar soluciones.
Un placer escribir para personas sensibles y empáticas.

CeliaMS dijo...

Gracias a ti...