Papá ¿Puedes oírme? ¿Puedes verme?¿Puedes encontrarme a través de las sombras de las noche? Esta canción de la banda sonora de la película Yentl, magistralmente interpretada por la cantante y actriz Barbra Straisand, siempre me emocionó. Y hora más que nunca. Debe de ser algo normal entre los seres humanos. Cuando nos asustamos, cuando estamos confusos, cuando tenemos miedo, recurrimos a nuestros padres. Igual que cuando nos aflige una pena muy grande o nos atormenta un dolor insoportable, entre suspiros y sollozos e intentando contener las lágrimas llamamos a nuestras madres. Todos hemos visto imágenes de soldados abatidos en diferentes conflictos a lo largo del planeta que, empapados en sangre, llamaban a sus madres desde el suelo. Hace más de cuarenta días que permanezco en casa junto a mi madre y dos de mis hermanos. Hace más de cuarenta días que trato de estar a la altura de lo que mi padre nos enseñó y hace más de cuarenta días que trató de cuidar a los míos como mi padre cuidó de mi hasta el mismo día de su muerte, Pero no voy a osar compararme. Él fue siempre un hombre inteligente, fuerte, resolutivo, justo y seguro de si mismo y yo, a veces me pregunto si a pesar de mis cuarenta y cinco primaveras, mi larga colección de historias de amor y mi afición por exponerme al dolor más intenso que es el de la traición de las personas que amas, soy ya un hombre. Intento aportar tranquilidad, seguridad, armonía, cariño y buen humor durante este confinamiento. Intento mantener la llama de la antorcha que recogí de las manos de mi padre cuando el destino decidió que ya era hora de hacer el relevo y rezo pidiendo que se me ayude a ayudar,que se me de el acierto, la inteligencia y la fortaleza para hacerlo. Pero a veces tengo miedo.A veces dudo y creo que jamás seré la sombra de lo que mi padre fue y a veces,de pie junto al árbol del jardín de casa donde se enterraron parte de sus cenizas, le pido que me asesore y me aconseje, como hizo en el pasado aunque en muchas ocasiones fui un hijo torpe y egoísta, que antepuse mi bienestar y mis caprichos al espíritu de sacrificio y al esfuerzo por el bien común y por el bien familiar que mi padre trató de inculcarme. Y a veces puedo escucharle hablarme sin palabras. A veces siento que en la distancia me reconforta y vuelve a abrazarme y a perdonar mis muchos errores. Intentaré que llegues a sentirte orgulloso de mi. Volveremos a vernos, papá. pero aún no. Aún no. Fuerza y honor.
Nada puede crecer ya en mis labios si no los riegas, si no siembras besos, si no cultivas cariño. Mi boca está yerma y abandonada. Hace más de un mes que la pusimos en barbecho y aunque la abonas cada día con llamadas telefónicas, wasaps y videoconferencias, va a ser muy difícil que la cosecha de amor vuelva a llenar nuestros silos. Trato de imaginarte a mi lado y al abrir un vino siempre saco dos copas. Al acabar la botella solo tengo que fregar una de ellas. Y me duele tanto devolver la tuya inmaculada a la vitrina que me estoy planteando seriamente dejar de beber. También voy a dejar de bailar. Arrastro los pies a ritmo de tango y las baldosas echan de menos tus zapatos de tacón. Yo echo mucho de menos poner mi mano en tu espalda y sentir tus muslos milongueros resbalando contra los míos. Como dice la canción, "me manché de tango". Lo cierto es que me he puesto perdido al escuchar a Gardel sin tomar las debidas precauciones. Cada noche regalo un abrazó al vació que dejó tu cuerpo en mi cama. Cada noche apago la luz furioso porque no siento tu aliento en mi nuca. Cada noche deseo que salga el sol lo antes posible y así habrá pasado otra noche de soledad y nostalgia. Al despertarme la luz me recordará que ya queda un día menos para volver a acariciarte y la esperanza será la semilla que esparcir en mis labios. Cómo decirte que te echo de menos. Cómo escribirte que imagino reencuentros sin mascarillas y sin guantes, sin ropa y sin tabúes, infectándonos la piel con caricias eternas. La distancia social nos curará de virus y enemigos microscópicos, pero echará a perder los hermosos campos de amantes que embellecen el paisaje de mi tierra. Y aún así y todo, resistiré.
Laertes decide aprovechar el confinamiento. En el pasado él ya vivió confinado en una prisión birmana durante exactamente dos años y un día. Aquello si que fue realmente duro. Uno de sus primeros trabajos terminó reventándole en la cara y cuando el juez birmano golpeó con su mazo al dictar sentencia, el golpe no solo se escuchó en toda la sala. Retumbó fuerte en el interior de su pecho. Aunque al haber fallecido el único testigo del crimen, solo pudieron condenarlo por tenencia ilícita de armas y asociación criminal, se juró a si mismo que nunca volvería a cometer un error y que en caso de cometerlo, no se dejaría atrapar con vida. Pero ha llovido mucho desde entonces y el atrevimiento y las prisas propias de los primeros trabajos dejaron paso a la reflexión, a la prudencia y a un meticuloso diseño de los detalles de cada plan. En aquella sucia celda de dos metros cuadrados que debía compartir con un eunuco malayo al que enseñó modales a golpes diez minutos después de que el carcelero cerrase la puerta tras él, aprendió a optimizar el tiempo, a no volverse loco, a mantener la forma física y a charlar con sus demonios. Por eso ahora este obligado confinamiento en su chalé de una urbanización casi desconocida, poco habitada y muy alejada del núcleo urbano, le resulta más un periodo vacacional que otra cosa. Tiene la despensa bien aprovisionada, tabaco de sobra, jardín y ganas de que el caos en el que se encuentra la práctica totalidad del planeta sea el estímulo que necesita para ajustar cuentas y terminar de una vez por todas con un par de cabos sueltos del pasado que aunque no pueden perjudicarlo ya de ninguna forma, está deseando ejecutar, más que nada, por darse el gusto y quitarse la espinita. Quédate en casa, le dicen a todas horas y por todos los medios, y él no será quien desobedezca a la OMS. Cada tarde a las ocho en punto sale al jardín puntualmente a aplaudir a los sanitarios y a los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado. Al margen de su trabajo, Laertes cumple estrictamente con las normas exigidas para vivir en sociedad y es un ciudadano ejemplar y modélico. Hasta que se demuestre lo contrario. En estos días de confinamiento la gente ha decidido permitir que afloren todos los buenos sentimientos frenados por la vorágine de una vida moderna que no concede apenas tiempo para pensar en uno mismo. Como para pensar en los demás. Ahora todos se echan de menos, todos se mandan wasaps, abrazos virtuales y libres de contagios, canciones, vídeos de niños que quieren salir a la calle y planean reencuentros maravillosos, Pero él no. Él tiene muy claro a quien quiere abrazar. Y a quien quiere matar, Laertes ha aprendido a vivir sin acelerarse. Ya pasó por ello, ya aprendió que si no frenas tú, te frenará la vida de la forma que sea; con un infarto, un accidente, una crisis de ansiedad en el mejor de los casos o una espantosa enfermedad degenerativa en el peor. A él ya lo frenaron con un certero disparo con agujero de entrada en el pectoral izquierdo y agujero de salida por la espalda que rozó peligrosamente su médula espinal y que de haberla alcanzado, lo hubiese dejado tetraplégico de por vida. Tras varias operaciones en la intimidad de una clínica privada regentada por una familia de la camorra napolitana y una larga y costosa recuperación en un hotel de Capri perteneciente a los mismos mafiosos, Laertes puede decir que volvió a nacer. Ahora, que sabe mantener el pie lejos del acelerador vital y que disfruta de la soledad, del tiempo y de todo lo que una mente cultivada puede sacar de él cuando sobra; pasa los días leyendo, haciendo ejercicio en el gimnasio que se instaló en la habitación junto al garaje y diseñando los dos asesinatos por los que cobrará en una moneda que no cotiza en bolsa pero vale más al cambio que el bitcoin: tranquilidad de espíritu. En realidad no los considera asesinatos, sino la demorada ejecución de la sentencia de dos condenados a muerte por el tribunal existencial, al haber cometido unos delitos tan graves que ni el mejor abogado celestial podría conseguir su absolución. Tiene a los dos objetivos perfectamente localizados desde que ya hace unos años comenzó a controlar todos sus movimientos. Sabe donde viven, donde trabajan, lo que acostumbran a comer, cuando follan y si alguno de ellos ha fingido el orgasmo o no. Ella suele fingir...siempre fue una embustera. Él sin embargo se corre a gusto sabedor de que ese coño que lo aloja dos o tres veces por semana no le pertenece y, cada vez que alcanza el zenit, sigue felicitándose por haber sido capaz de robárselo a su dueño original como tantas otras cosas que le quitó, entre ellas la inocencia. Las circunstancias se lo han puesto muy fácil, quizás demasiado. Lunes 13 de abril, diez en punto de la noche. Laertes escoge una Walther P8 con silenciador, comprueba que el cargador está completo de munición de 9 mm con la punta hueca y elije un DNI falso cuyo nombre es idéntico al que figura en un carné sanitario donde consta su especialidad como médico neumólogo. En caso de que algún control rutinario lo haga parar para comprobar si se está moviendo justificadamente, no tendrá ningún problema. Conduce hasta el barrio obrero de Valladolid donde los objetivos han fijado su residencia. Una vez aparca el coche lo más cerca del portal donde va a realizar el trabajo que por primera vez más que trabajo es ocio, se coloca una mascarilla FPP2 y unos guantes de cirujano y sonriendo, se prepara emocionalmente para ello. Va a disfrutar y no quiere que el placer lo confunda y le lleve a cometer algún error. Hace falta que no se abandone a la emoción del momento. Calma. Mucha calma. Con suma facilidad fuerza la puerta de acceso al edificio. Sube los dos pisos por las escaleras y al llegar a la puerta de un piso pequeño, barato y sin encanto alguno, tarda aproximadamente cinco segundos en abrir la cerradura sin hacer el menor ruido. Los encuentra cenando en la cocina. En ese momento ella se está llevando a la boca el tenedor con algo parecido a tortilla francesa, pero no tiene tiempo para saborearlo. El silenciador de la automática ahoga el estruendo de las dos detonaciones que la destrozan el rostro. Una bala entra por la boca rompiéndole los dientes y saliendo por la nuca, la otra le atraviesa el ojo izquierdo esparciendo por la pared azulejada sangre, huesos y trocitos de cerebro. Con él se deleita un poquito, pero lo justo para no dejarse llevar en exceso. De un culatazo le rompe la boca impidiéndole gritar y haciéndole caer al suelo de rodillas con las manos tratando de detener la hemorragia y sollozando sin poder llorar como le gustaría. Le apoya el cañón en la frente y antes de apretar el gatillo se levanta la mascarilla con la mano izquierda para que pueda saber de donde vienen los tiros(nunca mejor dicho). La víctima lo mira con sorpresa y podría decirse que con incredulidad. Está claro que no puede creerlo capaz de aquello. Y no le falta razón. El Laertes del pasado, aquel al que habían destrozado la vida, hubiera sido incapaz de esto. Pero la vida da muchas vueltas y si no te agarras bien, sales volando en una curva. O el destino se coloca a tu lado y te dispara a través de la ventanilla. Una hora después, Laertes termina de darse una ducha reponedora. Se tumba en la cama desnudo y feliz, pone la canción de Drexler "Todo se transforma" en el estéreo del dormitorio y enciende un pitillo con su mechero de gasolina. Plácido como un bebé, piensa: Hay que ver,nada tan agradecido como el acostarse feliz, satisfecho y con el deber cumplido.
Estoy convencido de que sí, lo haré. He podido con cosas peores y ahora no solo debo resistir, sino que debo colaborar en la medida de lo posible a que otros resistan. Cuando pasé por lo que resulta que se llama una ECM (experiencia cercana a la muerte) mi visión de la vida cambió por completo y a la labilidad resultante de mi lesión cerebral, se unió el cambio de percepción de la realidad y comprendí al fin la verdadera importancia de palabras como familia y amigo, que tendemos a incluir en el saco de las cosas que están ahí y que siempre van a estar. Pero no. Un día puede que no estén y la toma de conciencia de esta demoledora realidad en carne propia me llevó a considerar las cosas de una forma muy diferente. Ahora veo que ese cambio de visión está llegando también a multitud de personas que sin haber sufrido un accidente de tráfico que los llevase a la UCI en estado de coma, se dan cuenta de que la muerte está ahí y que al estar confinados, se arrepienten de no haber dicho a familia y/o a amigos que los querían tantas veces como querrían haberlo hecho. Pero nunca es tarde. Tenemos que resistir porque más allá del confinamiento, de la privación de libertad, de no poder acudir al trabajo con todo lo que eso conlleva, de no poder reunirte con pareja, amigos, familiares y de no poder disfrutar de los pequeños placeres de la vida, la vida en toda su plenitud nos está esperando si somos capaces de poner los medios, de resistir. Incluso aquellos que se infecten y que sufran el ingreso, no deben de tirar la toalla. Esto no es una sentencia de muerte. Más del 80% de los infectados salen adelante. Será muy triste ver como caen muchos vecinos, amigos, familiares, compañeros de trabajo, de estudios...pero rendirse nunca debe ser una opción. Resistir y plantar cara con las armas que tenemos a nuestro alcance es nuestra obligación y esas armas son quedarnos en casa, evitar picarescas y ardides para tratar de disfrutar de lo que ahora no nos está permitido y sobre todo evitar contagios por este tipo de imprudencias. Tenemos que tener en cuenta que quienes más están sufriendo las consecuencias médicas de esta crisis son nuestros mayores. Ellos y el personal médico y las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado que están en primera linea jugándosela por todos nosotros. Los mayores por descontado merecen toda nuestra atención y todo nuestro respeto, todo nuestro agradecimiento, nuestro cariño y nuestros cuidados y es una vergüenza que haya incluso quien haya promovido el abandono de los mayores a su suerte. Les debemos mucho, demasiado, y tenemos que hacer lo que esté en nuestra mano para que no sufran los estragos que está causando este puto bicho. Médicos, enfermeros, auxiliares y personal sanitario en general,militares, policías, guardias civiles y todos los cuerpos armados demostraron valor,compromiso y sacrificio al acudir a la llamada y servir en primera linea. No basta con aplaudirlos a las ocho de la tarde, hay que ser solidarios con ellos y respetar el confinamiento que es la única manera efectiva de echar un cable que tenemos para que vuelvan a casa sanos y salvos. Esto pasará. Está siendo muy duro, muy triste, muy problemático. Y después de que pase la crisis sanitaria vendrá la crisis económica. Y también pasará por dura y difícil que se presente la economía. Podremos con ella y saldremos adelante. Porque somos un pueblo duro y acostumbrado a enfrentar condiciones adversas y a escribir con letras de oro en los anales de la historia el nombre de España. Y por favor, no perdamos el humor. Yo pasé por circunstancias muy duras y muy difíciles. Por un ingreso hospitalario de más de mes y medio, por más de tres años de baja laboral, dedicando las jornadas a extenuantes sesiones de recuperación física y de no menos agotadoras terapias y tratamientos psicológicos, pero resistí. Conseguí recuperar la vida, el futuro y el humor. La vida siguió, pese a todo y sobre todo y durante estos años tan difíciles me golpeó con la perdida de seres muy queridos y muy importantes para mi. Pero también me regaló días muy felices con la llegada a mi historia de nuevos amigos, de una mujer maravillosa y de reconocimientos literarios, publicaciones y nuevas oportunidades en cuanto a lo profesional. Y es que esto es vivir, el dolor y la alegría son parte del trato y no siempre podemos alcanzar lo que nos proponemos, pero RENDIRSE NO ES UNA OPCIÓN. Por eso hay que armarse de valor y de paciencia y resistir. Y creerme, queridos lectores, llegará un día en el que al mirar hacia atrás, sonriamos al pensar que vivimos una pesadilla, pero conseguimos despertar.
Nunca me habría imaginado que la vida podría medirse en besos y abrazos esparcidos por el suelo de un balcón. No creí que nada pudiera separarnos, que nada pudiera alejarme de ti. Pero la nada llegó en forma de confinamiento y el miedo se hizo virus y habitó entre nosotros. No podemos tocarnos, no podemos sentirnos, no podemos olernos, no podemos besarnos. Y ahora cada segundo que paso separado de ti lo dedico a recordar lo feliz que me has hecho y lo muchísimo que mi vida mejoró cuando llegaste a mi lado. Y volveré a besarte, a olerte, a sentirte, a tocarte y a hacerte el amor. Mi esperanza, mi futuro y mis sueños se llaman como tú y se dibujan calcando tu silueta de una de esas fotos en las que abrazados disfrutábamos de los placeres cotidianos. Placeres sencillos como compartir un vino, visitar un museo, disfrutar de una cena entre amigos o caminar por las calles de una ciudad vecina. Todo eso que ahora se nos antoja una temeridad , un imposible, un desafío o incluso un exceso. La noche cayó sobre el planeta, el tiempo se detuvo y todas las estaciones se llamaron pandemia. Angustiado, enojado y molesto maldije al ser humano. Maldije su egoísmo, su avaricia y su falta de valores. Maldije a la sombra que se oculta tras la enfermedad y yo, que siempre he sido un tipo optimista, me desperté cada día poniéndome en lo peor e imaginando la extinción de mi especie. Aprendí a disimular al escribirte, fingía las sonrisas que lucía en cada foto que te enviaba por wasap y entrenaba el tono de voz adecuado para evitar que no adivinases siquiera mi ánimo decaído. Porque te echaba tanto de menos que cada bocado me sabía a lágrimas y cada trago de agua, cada sorbo, al vinagre más amargo. Pero entonces alguien soñó hágase la luz, y la luz se hizo. Las personas descubrieron que la obligada distancia los acercaba cada día más a los suyos. Y a si mismos. Que las nuevas barreras no eran sino la llave para abrir el cofre del tesoro donde ya no había diamantes, esmeraldas ni lingotes de oro, sino algo mucho más valioso, amor, solidaridad y empatia. Todo comenzó con el ejemplo de los valientes que arriesgando sus vidas decidieron frenar el caos. Y aplaudimos su coraje. Al principio en solitario, pero después aprendimos a hacerlo saliendo a ventanas y balcones. Compartimos el cariño venciendo el vértigo y el frío. Al escuchar la avalancha de aplausos en honor a esos valientes, descubrí que desde un balcón tú también aplaudías con ilusión y con rabia, con fuerza. Con fuerza para que esos aplausos llegaran hasta mi convertidos en los besos y en los abrazos que un día nos daríamos. La gente asomada a balcones y ventanas descubrió el rostro de la masa, comprendió que tras el nombre de vecino y conciudadano, se ocultaban personas que también tenían miedo, que también echaban de menos a los suyos y que también se sentían orgullosos de los que no temieron y entablaron combate con el adversario más feroz. Y llegó la música. Al principio las gargantas entonaron una misma canción y los aplausos se convirtieron en rítmicas palmadas. Luego llegó un improvisado discyóquey que nos puso a bailar desde la terraza de su casa y poco después, un artista de la comunidad chupó la lengüeta del saxo y comenzó a insuflar aire de vida a las notas de cada melodía convirtiéndolas en cantos a la vida y en la certeza de que volveremos a abrazarnos. Y volvimos a celebrar los días señalados, a cantarnos cumpleaños feliz y a besar a nuestros padres los afortunados que aún pueden tenerlos junto a ellos y echarlos de menos en su día los que los que ya no podremos abrazarlos en esta vida. Y nos empezamos a preocupar por nuestros niños y por nuestros mayores. Y volvimos a ser humanos de nuevo. Ahora sigo imaginando nuestro reencuentro pero ya no lo hago desde el dolor y la angustia, sino desde la felicidad de saber que esto ha sido un regalo, una oportunidad y un bien necesario. Cada día de aislamiento que concluye es un día más que tendremos que regalarnos cuando todo esto pase. Porque pasará, mi amor. Recuerda, todo termina llegando, incluso lo bueno.
Se veía venir. Como reza la sabiduría popular, "es mejor prevenir que curar" y conocedor de lo espantoso de la condición humana y del peligro de la desesperación y la histeria de una masa descontrolada, no dudó en aprovisionarse de víveres de todo tipo, para que llegado el caso del forzado aislamiento y de una obligada y prolongada cuarentena, la situación no le cogiera desprovisto y pudiera abastecer y garantizar la supervivencia a su familia y a la mujer con quien compartía inquietudes y miedos, El coronavirus, Covid 19, un virus que asomó la cabecita por primera vez en una pequeña provincia china hace menos de tres meses, había batido todos los récords epidemológicos y se había propagado por los cinco continentes a una velocidad de vértigo. Al principio parecía tan solo una gripe más, la sucesora de la Gripe Aviar, la Gripe A y otras enfermedades controladas en las últimas dos décadas. Los síntomas eran muy similares a las erradicadas gripes que en su momento también asustaron a la población mundial, que conocedora de la mortandad provocada a principios del siglo XX por la injustamente bautizada "Gripe Española", estableció una serie de protocolos de contención que trató de imponer con el Covid 19, pero con desigual fortuna y un demostrado fracaso. Durante el origen de la epidemia más del 80% de los infectados salían adelante y parecían superar el virus, falleciendo solo aquellos adultos con problemas médicos anteriores al contagio, pero para horror de la población mundial el virus evolucionó y mutó en el más espantoso mal al que la humanidad se había enfrentado nunca. De unos síntomas y un diagnóstico que se asemejaba bastante al de una gripe o una neumonitis, el diminuto virus infectó la sangre y los órganos de los seres humanos contagiados generando en ellos alteraciones físicas y psicológicas graves que prácticamente los convirtieron en monstruos demoníacos sin raciocinio, moral, ni escrúpulos. Los informativos comenzaron a hablar de casos de antropofagia y de horribles crímenes más propios de enfermos de rabia o de las más salvajes psicopatías. El subinspector Pinacho, coronó con cristales y clavos la alta verja que rodeaba el chalet donde vivía y preparó un acertado blindaje casero para las puertas y ventanas de seguridad que protegían su hogar desde que se instaló en él , convirtiendo su vivienda en una suerte de bunker inexpugnable. Sólo llamó a su madre y a sus hermanos cuando al haber hecho inventario, observó satisfecho que además de docenas de paquetes de arroz, legumbres y pasta, contaba con multitud de conservas, paquetes de pan de molde, embutido, carne y otros alimentos envasados al vacío, un gran número de cajas de leche, y una gran cantidad de fruta y verdura. Además del olivo de gran producción que cada año inundaba de aceitunas el césped del jardín principal y del granado que tanto gustaba a su padre y que tantas y tantas granadas dio el último verano, en el jardín trasero, junto a la piscina, manzanos, perales y ciruelos le habían abastecido en el pasado de fruta suficiente. Las dos piscinas estaban llenas de agua y en caso de necesidad extrema, hervida podría estar lista para el consumo y suponiendo que se cortase la electricidad, las chimeneas del salón y el dormitorio principal, y el horno de leña instalado en la bodega le darían un estupendo servicio para calentarse, cocinar y hervir el agua. La familia respondió en seguida a su llamada y llegó cargada de pertrechos,víveres, ropa y medicamentos de todo tipo y Bebo, su cuñado, militar de profesión, diligentemente había traído con él una Start reglamentaria de 9mm y un colt 45 automático con el que se hizo a la vuelta de una misión internacional pocos años atrás. Iván repartió por diversos armarios en los tres pisos de la casa las cajas de munición de esos calibres y las del 38 de su fiable revolver Astra, revolver que sumó a su también reglamentaria Start de 9mm, idéntica a la de su cuñado. Las cuatro armas y la abundante munición aportaron tranquilidad a ambos profesionales de la seguridad y excelentes tiradores que no dudaron en instruir a los jóvenes hijos de sus dos hermanas para que llegado el caso pudiesen colaborar en defender eficazmente el perímetro. La novia de Iván se instaló con ellos en la improvisada fortaleza, agradeciendo la hospitalidad de la unida familia con la aportación de multitud de víveres y de medicamentos de todo tipo. El sable de oficial del ejercito español, heredado de su padre por Iván, cobraría una dimensión especial en estos momentos difíciles. Se establecieron turnos de guardia que tanto hombres como mujeres realizaban desde la terraza del piso superior de la vivienda, donde podían controlar todo lo que sucedía a su alrededor en un radio superior a más de un kilómetro. Según los cálculos del subinspector Pinacho, los 11 humanos y los tres perros confinados voluntariamente en el chalé ante las espantosas y preocupantes circunstancias mundiales, podrían resistir sobradamente durante mucho tiempo, el suficiente para que científicos, epidomólogos y expertos en virus y enfermedades de rápido contagio diesen con la vacuna necesaria o al menos con el medicamento con el que fumigar desde el aire a la población para eliminar la enfermedad y erradicar de una vez por todas esta nueva plaga con la que Dios había decidido probar o castigar a sus desagradecidas, egoístas y destructivas criaturas.
137 es mucho más que un número. Es la estadística de la vergüenza, de la ignominia. De lo mucho que aún tenemos que aprender y solucionar. Cada día 137 mujeres mueren asesinadas en el mundo. Estamos en el siglo XXI y pese a que ya hemos pisado la luna, desafiamos todas las leyes físicas y coronamos las cimas más altas y más peligrosas, aún seguimos escalando una montaña cuya cumbre se nos presenta todavía lejana y borrascosa. Pero llegará el día en el que una mujer plante la bandera de la igualdad, de la razón, de la justicia. Y entonces se despeñarán por sus laderas aquellos que no sepan ver que el futuro también se escribe en femenino. Caerán los que siguen pensando que nacieron con un extra de derechos y de libertades solo por tener entre las piernas un órgano al que se le conceden más funciones de aquellas para las que fue diseñado. Aunque muchos hombres piensen con el pene, el pene no es un cerebro. No es el órgano creado para el raciocinio. Hay que fomentar la educación sexual, hay que incidir mucho en esta parte de la biología y la morfología. He escrito mucho sobre el amor. y el amor con mayúsculas, el AMOR de verdad, lo encontramos en primer lugar en la madre. Una madre está dispuesta a morir por sus crías, a renunciar a todo por ellas. Una madre es el sumun de la generosidad. Y no solo nos encontramos con estas virtudes en la especie humana. En todas las especies, las hembras llevan en el genoma la fuerza, el valor, la astucia y la generosidad con que garantizar y facilitar la vida de los frutos de sus entrañas. Nosotros tenemos pene, si, pero carecemos de ese grado de perfección en el vínculo que nos une a nuestros hijos. Mi padre ha sido mi faro. Mi luz y mi guía. Aunque han pasado ya más de cinco años desde que el farero tuvo que dejarnos, su luz aún brilla para mi guiando mis pasos. Pero puede que su más acertada elección, su mejor regalo y su más valioso legado fue mi madre. De la unión de las dos mejores personas que he conocido nunca, nacieron mis hermanos y de estas cuatro bendiciones en mi vida, mis tres hermanas me han enseñado que las mujeres saben luchar por sus objetivos y son tan merecedoras o más que los hombres de alzarse con el triunfo. Por eso, por los ejemplos que he tenido a mi lado, por el amor que he recibido siempre de las mujeres de mi entorno, por el que he sabido ganarme de la mujer compañera y pareja, no consigo entender que puede pasar por la cabeza de un hombre que mata a una mujer, Errare humanun est, está claro. pero errar demasiado y negarse a aprender de los errores es algo que pocas veces puedo escribir en femenino. Soy un hombre y pese a ello no me supone ningún problema reconocer que como género estamos excesivamente limitados por la costumbre y la prepotencia de nuestros egos. Pero basta ya. Trabajemos juntos para que este número se reduzca a cero. Para que la muerte, que es algo real y a lo que tendremos que conceder acceso cuando nos toque, llegue solo por causas naturales o por accidentes de todo tipo, pero no por deseo salvaje, por celos, posesión. egoísmo, rencor y otras formas de nombrar a la frustración. Comienza la cuenta atrás. Tenemos que llegar hasta cero.
Ya ha nacido mi tercer hijo. Esta vez ha sido una niña, una preciosa novela con las mismas proporciones que su madre, de talle fino pero de elevada estatura. Cual orgulloso padre, me he fumado todos los puros del mundo en estos años de sala de espera y mis pulmones acusarán tarde o temprano tan fasto evento, Bien es cierto que fue concebida un poco de aquella manera. Con muchas ganas, pero con poco acierto y, al obtener la primera eco grafía de mi amiga Paz Altés, editora, escritora y una autoridad en lo suyo, me disgusté mucho al escuchar su interpretación de la misma. Paz me ayudó a traer al mundo a mi primer retoño y sé que su opinión y sus recomendaciones fueron necesarias y realmente eficaces para que Temporada de setas haya podido romper a llorar después de los azotitos pertinentes. He tenido que cuidar mucho su desarrollo intrauterino y administrarle los medicamentos, las vitaminas y el alimento necesario para que consiguiese salir adelante. En este proceso, he contado con la inestimable ayuda de otra gran mujer formada y doctorada en las mismas especialidades que su prima Paz, Eva, Eva no ha reparado en chequeos, revisiones, correcciones y tratamientos oportunos para terminar además por someter a la pequeña a una cirugía plástica que ha conseguido disimular sus pequeños defectos congénitos, resaltando su belleza natural. La recién nacida es preciosa. Parece un angelito, como todos los bebés y me inspira una especial ternura, pues sus hermanos mayores me hicieron también muy feliz cuando llegaron al mundo, pero ella ha venido en el momento necesario y oportuno para ayudarme a superar pérdidas y dolencias. Este viernes día 6 de marzo tenemos su bautizo. En esa ceremonia laica conocida como "presentación", el editor Jose Luis Pastor, de Suseya Ediciones ejercerá de padrino y la propia Eva Melgar ejercerá de madrina. Como no podía ser de otra forma, el evento tendrá lugar en esa catedral de la cultura que es la sala Concha Velasco, del laboratorio de las artes de Valladolid. Al acto, abierto, público y gratuito, amenizado por amigos de la familia como Dario Martín H y Pablo Acebal y acompañado del humor y del talento de la actriz, dramaturga y poeta,Elena Pizarro (tía carnal de la homenajeada)acudiremos cuantos celebramos esta feliz noticia y juntos lo disfrutaremos. Estáis todos invitados. Durante este evento, el Gastrolava (restaurante anexo a la sala Concha Velasco, donde se sirven los boletus más ricos de Valladolid) instalará una barrita para que los asistentes puedan pedir una cerveza durante el cóctel que se ofrecerá al término de la ceremonia por cortesía del padrino. Todos disfrutaremos de un vino español junto a autoridades, prensa y familia, en el que participarán con producto los establecimientos y las bodegas y empresas que han aportado sus genes al desarrollo del feto. Todo el producto que se degustará durante este pequeño ágape, tiene su espacio en distintos momentos de la novela. Al ser el protagonista un policía vallisoletano, eran inevitables las referencias a los redondos vinos de Yllera, las más que apetecibles tapas del Vayco y del Vintage y los deliciosos bombones de Dasilva Gastronomía. Una vez soñé que podría ser un buen padre. Una vez aspiré a ser al menos la mitad de buen padre de lo que lo fue el mio y a él, al abuelo que Temporada de setas por desgracia no llegará a conocer, rendiré homenaje con cada nuevo miembro de la familia que traiga al mundo. Sé que será algo precioso. tan bonito como perpetuar mi apellido en estos pequeños que ahora duermen al cuidado de su amorosa y orgullosa abuela.
Que Spielberg es un genio del cine no es algo que vaya a desvelaros ahora, queridos lectores, pero sí quiero resaltar algo que cuando se habla de él y de su labor cinematográfica no se acostumbra a destacar: la sutileza de su arte, lo sobrecogedor de su metáforas. Supongo que la mayoría de vosotros habrá visto La lista de Schindler, esa impresionante película que narra la historia real de alguien que quiso salvar vidas en un momento y en un mundo en el que lo más fácil era arrebatarlas o simplemente mirar hacia otro lado. Dado que Spielberg es judío, muchos de los que aplaudieron su película simplemente entendieron que la denuncia del film venia tan solo de la condición semita de su director, pero al fin he entendido. Da igual la fe del cineasta, es su humanidad la que se puso tras las cámaras y nos regaló esta cinta triste, angustiosa, dura, cruel, pero con un mensaje esperanzador. Todos recordaréis a la niña del abrigo rojo. En una cinta rodada íntegramente en blanco y negro, en ocasiones podíamos ver a una pequeña niña judía con abrigo rojo que caminaba en el gueto de la mano de su padre, que corrían angustiada junto a las largas filas donde los soldados de las SS separaban a los que iban a morir de los que se iban a convertir en ,mano de obra esclava y en uno de los momentos más duros de la película, vemos su cuerpecito ataviado de rojo quemándose en la gran pira con miles de cuerpos que los nazis prenden para deshacerse de despojos humanos. Es niña sigue caminando angustiada de la mano de sus padres hoy en día. Sigue corriendo despavorida junto a otras largas hileras en distintos países del mundo. Esta pobre niña y su abrigo rojo arden en cientos de piras a lo largo del planeta. Ya no son los fanáticos soldados de las sanguinarias SS los que han encendido los fuegos. Hoy son el fanatismo islámico, los cárteles de la droga, las guerrillas que forman niños soldados, los sicarios a sueldo del capital y distintos colectivos sin alma los que prenden la hoguera arrojando a ella a un sinfín de mujeres y hombres a los que carbonizar el futuro. Vemos también ese abrigo empapado envolviendo el cadáver del cuerpecito ahogado en el Mediterráneo al tratar de escapar de las hileras de la muerte y haberse encontrado con demasiadas fronteras entre la guerra y la esperanza. Ese mismo abriguito rojo cubre otro cuerpo separado de sus padres que yace a los pies del muro que un líder norteamericano se ha empeñado en levantar en el nombre de su petroleo, del dolar y de la enmienda nosecuantos. Demasiados abriguitos rojos sobre demasiadas niñas muertas. En Bolivia, Colombia, El Congo, Venezuela, Corea, Siria, Turquía, Marruecos... El eterno sastre está harto de coser el patrón de una prenda para la muerte y la ignominia, pero sobre todo está harto de que no nos demos cuenta de que ese abrigo nunca estuvo de moda, por mucho que se venda a lo largo del globo terráqueo (ya hablaremos en otra ocasión de esa sandez del terraplanismo). Puede que a raíz de cierta ECM que me tocó vivir, me haya cambiado por completo la visión de la vida. puede que el haberme atiborrado de química durante más de cinco años con la sana intención de erradicar penas, miedos y nervios, me haya abierto algo que tenía cerrado, pero esta noche he vuelto a llorar dormido. He llorado por la niña del abrigo rojo. Por ella...por todas ellas. Algo se podrá hacer digo yo. Por favor...que además de impermeables parecemos daltónicos al sufrimiento ajeno. Por favor, empapaos de literatura, de música, de arte, teatro y de danza. Por favor, empapaos de cine.
Ya está, ya lo he dicho. Disculpen mis modales, pero entenderán ustedes que esta postura mía es bastante incómoda y que aparte de los nervios destrozados, tengo las lumbares fatal. Y es que no se porque el Ser humano ha desarrollado es habilidad tan especial para diezmar a los de mi especie. No crean que nos vamos a dejar erradicar así por las buenas. De momento ya hemos conseguido convencer al gobierno (a cambio claro, de ceder más tierras) de que reduzcan la velocidad máxima a ciento diez por hora, aunque claro, conociendo el carácter español y la natural voluntad patria para acatar las leyes, en este país el que baja de los ciento treinta, es que es tonto. Con la benemérita tenemos un acuerdo especial: ellos se hacen más visibles, (por aquello de acojonar a los infractores) y nosotros destruimos todos los documentos gráficos sobre agentes entrando en puticlubs de carretera a las diez de la mañana y saliendo de los mismos a las tres de la tarde (ya se...no me lo digan: el café del funcionario). No les basta con dejarnos sin espacios naturales con su manía de construir tanta autopista, que encima siempre hay un gilipollas que tira la colillita por la ventana y ala...a tomar por culo media familia. No se ustedes, pero a mi ese cuento de la pirámide evolutiva me parece un chorradón ¡¡si los hombres son todos idiotas!! A ver díganme ¿que especie animal se pasa el día conspirando para destrozar su propio hábitat? ¿que especie animal reelige al jefe de su manada cuando se demuestra que ya no sirve para nada? ¿que especie animal gasta los recursos del grupo en alimentar a unos pocos, dejando morir de hambre a los demás? No se, algo no va bien entre ustedes. Yo por el momento, les rogaría que extremaran la precaución al volante, porque cada día que pasa perdemos a cientos de erizos en edad de trabajar y a diferencia de ustedes españoles, que tienen a cinco millones de personas en el paro, nosotros no damos a basto. También les agradecería que trataran de trasladar los focos de prostitución de cunetas y rotondas a edificios habilitados a tal efecto, porque nuestros pequeños se pasan el día más salidos que la punta de una lanza y no ganamos para bromuro. Sería estupendo que eliminaran las cuatro ruedas y todo el mundo se moviera en Vespa, que además es más vistoso y aporta mucho glamour, pero se que eso es pedir un imposible...están cotizadísimas. Hagan el favor de poner de su parte, porque ya se nos están empezando a hinchar las gónadas y el paso siguiente va a ser aliarnos con los mineros asturianos y leoneses y empezar a cortar carreteras. No vean ustedes, lo bien que les va a sentar cuando paren en un arcén con la vejiga reventona y en medio del alivio se lleven media docena de puas en la punta del banano. El que avisa no es traidor, y les dejo, que viene un Seat León amarillo conducido por un muchacho con camiseta de tirantes y con estos hay que esmerarse. Suyo afectuosamente. Un erizo cabreado.