-Siéntese y pruebe la cerveza de Hans. Sé bien que los españoles sois más aficionados al vino que a nuestra bebida, pero os garantizo que dará vigor a vuestra lengua, así que contadme lo que habéis descubierto. Lo que digáis quedará entre nosotros, aquí nadie podrá oírnos. No os preocupéis, caballero.
Tras decir esto el editor, impresor y librero, Crostobal Plantino, bebió un trago de su jarra de cerveza y tomó acomodo como pudo en una de las toscas sillas de madera sin labrar que amablemente había colocado en aquel sótano de su establecimiento su amigo Hans, el dueño de aquel tugurio. La taberna de Hans era el lugar donde había decidido citar al espía para pasar desapercibidos entre los soldados y burgueses de la zona.
Plantino se dispuso a escuchar el relato de su interlocutor, el mercenario español Tomás de Ronda. Tomás era el típico caballero español de mediados del siglo XVI. Orgulloso, extremadamente susceptible y con un turbio pasado que le había llevado a alejarse de su patria y a poner su vida y su espada al servicio de quien estuviese dispuesto a entregarle una buena bolsa. El español era lento con la lengua, pero ágil y habilidoso con la espada, como bien podrían confirmar allá en la cruel y cálida España unos cuantos maridos cornudos de seguir con vida.
-Vuestro yerno os ha traicionado, señor impresor. Llegó a su conocimiento que se os había escogido por su majestad, Felipe II, para imprimir con exclusividad todos los textos religiosos y en uno de vuestros viajes a Paris tomó los tipos de vuestra nueva tipografía y colocándolos en la imprenta imprimió con ellos las tesis de Lutero. Al disponer de vuestro sello y ser una tipografía única en el mundo, hizo llegar lo impreso a la Santa Inquisición y el inquisidor supremo de Flandes lo ha enviado a Madrid. En cuanto llegue a las manos de su majestad el rey se os privará de ese contrato en exclusiva y vuestro yerno optará a él, con el beneplácito y el apoyo del santo oficio.
El flamenco editor apuró la jarra de rubia cerveza y se secó los húmedos bigotes con la manga del jubón. Haciendo un tremendo esfuerzo, mantuvo la compostura.
-Jan, perro traidor. Desconfié de él desde que comenzó a cortejar a mi Claudia, mi hija, mi tesoro más preciado. Por desgracia su dote era más que generosa y los costes de la imprenta, la linotipia, los tipos y todo el material eran muy elevados, por lo que prostituí su amor y lo vendí por un cofre lleno de monedas de oro. El diablo acuñó esas monedas, no lo dudo. -
-La mano ociosa es el instrumento del diablo- dijo Don Tomás de Ronda santiguándose al tiempo- y vuestro yerno pasa demasiado tiempo mesándose las barbas y prestando oídos a esas nuevas doctrinas, que para él se traducirían en más propiedades y joyas, si consiguiese hacerse con el favor del rey de España y lo que es más importante aún si cabe, con el de la única y verdadera fe. -
-Tendré que esconderme, buen caballero. Si la inquisición ha puesto sus ojos en mí, no tardará en poner también sus manos. Ya no tengo edad para el potro. - gimió lastimero el editor- Las falsas acusaciones de mi yerno me podrían costar la vida por lo que quiero agradecerle el favor pagándole con la misma moneda. Matadlo, Don Tomás, atravesadle el pecho de lado a lado con vuestro acero, poned el precio que más os acomode, lo pagaré con gusto. No escatiméis en el tamaño de la bolsa que pidáis por su vida. Os la entregaré gustoso y por adelantado. -
Cristobal Plantino notó por el gesto de alarma del caballero andaluz que estaba comenzando a hablar demasiado alto y se obligó a si mismo a controlar la rabia y a bajar la voz.
-Partid de inmediato. Seguramente lo encontraréis preparando la marcha, pues mi hija y él tienen costumbre en estas fechas en visitar a unos parientes de Jan que viven en la costa. Matadlo y me haréis justicia.
- No os cobraré por ello, señor impresor. - Dijo Don Tomás
- De ninguna manera. Insisto en el pago-añadió interrumpiendo Cristobal Plantino
El caballero de Ronda le hizo un gesto con el dedo índice pidiéndole silencio y mirándole fijamente a los ojos y con la mano derecha apoyada sobre el pomo de su acero toledano, dijo con voz sensiblemente afectada por la desesperación y la tristeza del impresor belga: - Los españoles somos hombres de honor y vuestro yerno se ha comportado como el más rastrero y avaro de los judíos que entregaron a Cristo. Este trabajo correrá de mi cuenta y será un placer y una satisfacción personal quitarle la vida a tan vil serpiente. Sin embargo sí que os agradecería que llamaseis a vuestro amigo Hans y le pidieseis otras jarras de este brebaje. No es como nuestros caldos españoles, pero está francamente delicioso. Bebamos y brindemos por la reparación de vuestro honor y vuestro nombre. Mi espada se ocupará de ello, no os preocupéis. Y ya que dejaré viuda a vuestra hermosa hija Claudia, para mí sería el más hermoso pago por los servicios prestados.
Cristobal Plantino accedió a su pretensión con una enorme sonrisa y un fuerte apretón de manos con el que selló el acuerdo.
Pocos días después, Jan Moretus, yerno y heredero de Cristobal Plantino, fue encontrado muerto junto a las caballerizas de su casa, al parecer víctima de un robo. El ladrón lo había despojado de la bolsa tras haberle atravesado el corazón de parte a parte. Recibió cristiana sepultura y su suegro, el impresor y editor Cristobal Plantino, pagó generosamente más de un centenar de misas por su alma.