miércoles, 16 de junio de 2021

Agarrarse en las curvas


 Esto es algo que he aprendido bien, la vida da tantas tantas vueltas, que si no te agarras fuerte en las curvas un día saldrás despedido y te reventarás contra el asfalto del mañana, aunque lleves protección integral, pues contra el destino no hay ni casco ni protecciones que valgan. Si el destino caprichoso te quiere destrozar, simplemente lo hará.

Y nos empeñamos en creer que nosotros somos los que configuramos nuestro porvenir, y que si planteamos con acierto la estrategia adecuada, alcanzaremos nuestros objetivos y seremos felices. ¿Felices? Y una mierda. Nuestros planes, nuestro esfuerzo, nuestra ilusión  y nuestros proyectos nos pueden ayudar eso sí, a soportar este puto valle de lágrimas, pero realmente la felicidad, como la persona adecuada, aparece un día de repente y sin buscarla. Simplemente alguien o algo decide que te topes con el instante más hermoso y con la persona que hará que lo disfrutes. Porque la felicidad son instantes maravillosos y punto. La felicidad la puedes encontrar al descubrir una desconocida e inolvidable sonrisa que te aguarda en una estación de tren, al compartir un café y un abrazo después de un largo paseo, o simplemente al cerrar los ojos y pensar en el tacto de su piel, en lo dulce de sus besos o en lo seductor de su mirada. También la puedes encontrar al conseguir alcanzar una meta, al deleitarte con una melodía que te acaricia el alma o al sumergirte en un libro que te descubre el paraíso en negro sobre blanco. O incluso en la inmediatez y en la escueta contundencia de la entrada de un blog. Pero que la felicidad no perdura demasiado en el tiempo, también es algo que aprendes al vivir y al fracasar tras esforzarte en conseguir que esos increíbles momentos que llenan tu pecho no se terminen marchando. Cuando asumes que la felicidad es algo tan efímero como la fama te fortaleces y aprendes a exprimir cada uno de esas gotas de éxtasis existencial y a convertirlas en imborrables recuerdos. Y a veces, al transportarte a ese momento maravilloso que compartiste con ella, vuelves a ser feliz por unos segundos y al abrir los ojos y regresar a la realidad del momento, nadie puede borrarte la sonrisa de la cara.

Por eso hay que agarrarse en las curvas, porque la vida da muchas vueltas y un día, sin saber cómo ni porqué, el fatum te devuelve a la persona que un día te dijo adios con los ojos llorosos, la canción que bailaste una noche mágica a la luz de las velas, el vino que descubriste en una enoteca granadina y del que no recordabas el nombre, y ese poema que escuchaste en un recital y que pensaste que nunca volvería a emocionarte con sus versos . Entonces tienes que extremar las precauciones y agarrarte fuerte, o si no el golpe contra la realidad te destrozará el corazón.

Tenemos que aprender a tolerar la frustración que nos invade cuando descubrimos que ni todo tiene que salir como nos gustaría, ni hay nada eterno. Y mucho menos el amor tal y como lo describen los poetas o los más románticos escritores, entre los que yo mismo me incluyo. Pero aunque el amor no sea eterno, también existe. Y al igual que la felicidad, se alimenta de momentos puntuales y entonces, amor y felicidad van de la mano y juntos llaman a tu puerta. Obviamente hay que dejar que entren, hay que ser el perfecto anfitrión y ofrecerles todo lo bueno que haya en ti, pero debes saber que no han venido para quedarse, sino de visita, y tienes que disfrutar cuanto puedas el tiempo que decidan permanecer a tu lado y saber acompañarlos a la puerta y despedirlos con un abrazo y una sonrisa invitándolos a volver cuando deseen, y recordándoles que tu puerta siempre estará abierta para los dos.

De igual manera hay que aprender a despedir con el mayor de los cariños y de los agradecimientos a esas personas que un día el destino decidió cruzar contigo y permitió que te ayudaran a crecer, que enriquecieran tus días con su presencia y que te mostraran que siempre habrá una persona que merezca ser amada. Y que aunque un día, debido a circunstancias y a factores que simplemente no puedes controlar, se irá, puede que en el futuro simplemente vuelva, o no. Pero en tu recuerdo siempre vivirá y en lo más profundo de tu alma siempre tendrá su lugar y una placa con su nombre en letras de oro.

Obcecarte en ser feliz a toda costa aun renunciando al esfuerzo en ser merecedor de esa felicidad al creer que te pertenece por el mero hecho de haberla disfrutado ya, puede arruinarte la vida. Obcecarte en retener a esa persona tan especial por el mero hecho de haberla disfrutado ya, también puede arruinarte la vida. Así que relájate, aprende a disfrutar de lo caduco, a soñar con todo lo bueno y a celebrar que los hados a veces se pongan de tu lado y te permitan acostarte con la satisfacción de haber recibido el abrazo más sincero, la caricia más oportuna y el beso más profundo.

Y eso es todo amigos.

No olviden vitaminarse y  supermineralizarse.


domingo, 13 de junio de 2021

Al margen de la ley


 Mientras aprieta las bridas en torno a las muñecas y los tobillos de su víctima, Laertes se felicita por haber tomado la decisión acertada al haber optado por realizar el trabajo a primera hora de la mañana y no haberlo demorado. De haber llegado cinco minutos más tarde seguramente la policía encontraría dos cadáveres en lugar de uno.

Se aseguró de que el hombre no pudiera moverse y haciendo caso omiso de las súplicas de este, apenas comprensibles al haberle sellado los labios con cinta adhesiva, sacó la afilada navaja automática que siempre llevaba en el interior de la bota izquierda y le realizó un primer corte longitudinal en el antebrazo derecho. Sangraría, pero no sería más que el principio. Y quería que sufriera por lo menos la mitad de lo que estaba sufriendo su cliente.

Antes de seguir con el festival de la venganza que le aportaría una cifra considerable a su cuenta corriente, Laertes tomó en brazos el cuerpo del niño de once años que yacía inconsciente en el suelo del garaje y lo traslado cuidadosamente al asiento trasero de su coche, donde lo acomodó asegurándose de que no sufriera el menor peligro durante el trayecto hasta el centro de salud más cercano, en cuyo parking lo abandonaría para avisar de inmediato a la policía indicando donde podrían encontrarlo. Una vez se cercioró de que el pequeño seguía respirando, aunque inconsciente por los efectos de la considerable dosis de Lexatín que le había administrado su padre, el rubio asesino de bigote bicolor se preparó para realizar un trabajo impecable.

Su cliente contactó con él tras haber agotado todas las vías legales. La policía llevaba tres semanas buscando a su ex marido y al hijo de ambos y pese a que realmente se habían tomado muchas molestias, no habían conseguido dar con ellos. A Laertes tan solo le costó unas horas, un cuerpo de mujer abandonado en el fondo del Pisuerga y un incremento en el precio final por su trabajo.

La noche anterior esperó a que la nueva novia de su víctima saliera de la oficina de comunicación donde trabajaba, la siguió hasta el chalé donde residía y tras acceder al interior a través de una ventana mal cerrada, no tardó ni diez minutos en conseguir la información que buscaba. Un disparo en el muslo izquierdo de la mujer y la promesa de vaciarle el cargador en el abdomen fueron más que suficientes para que la explosiva morena de pechos operados y exceso de toxina botulínica en los labios cantase como la Callas. Al parecer su nuevo ligue le había ofrecido una vida de lujo en las playas de la  República Dominicana si lo ayudaba a vengarse de su mujer, a desaparecer del país sin dejar rastro y si le ayudaba a ocultar los más de doce millones de euros que había obtenido como pago del rescate del ficticio secuestro del niño.  Laertes a cambio le regaló una muerte rápida efectuando un único disparo en la nuca de aquella mujer que había sentido simpatía por el diablo.

Lo cierto es que el hijo de puta que iba a morir desangrado mientras él se fumaba un pitillo y se tomaba un guisqui disfrutando del show, era de todo menos idiota. Se lo había montado lo suficientemente bien para que su ex mujer, la policía, los medios de comunicación y la opinión pública, creyesen la historia del secuestro del futuro heredero de una de las mayores fortunas de España. Se las ingenió para que no hubiera duda de que una banda internacional especializada en cometer secuestros a lo largo de todo el planeta se había hecho con el niño poco después de que como cada quince días, el secretario de su madre lo hubiese recogido de casa del exmarido y amantísimo padre y lo hubiera llevado a su clase de equitación de los domingos. El pequeño nunca llegó a montar el tordo semental árabe que le regaló su abuelo materno por su undécimo cumpleaños.

Como el hombre silenciado con cinta adhesiva que se desangraba poco a poco en el garaje había planeado, desoyendo las indicaciones de los cuerpos de seguridad del estado y de todos los expertos implicados en este caso, el abuelo ocultó la llamada recibida en su teléfono móvil personal y accedió al pago del rescate con la única condición de que le devolvieran a su nieto sin un solo rasguño. Debía haber matizado su petición. El cuerpo del niño no presentaría el menor rasguño. La fuerte dosis  de ansiolíticos con el que lo sedaría haría que la muerte por asfixia lo encontrase dormido y cuando la policía hallara el cuerpo que sería abandonado en un punto estratégico, discreto a la par que frecuentado por deportistas y gente de vida sana, la autopsia demostraría que no sufrió lo más mínimo. Y su venganza se habría completado. Su hijo no llamaría papá al nuevo marido de su caprichosa, mimada e  infiel ex mujer.

Pero no contaba con que al igual que el abuelo de la criatura, su ex había decidido actuar al margen de la ley y al tener suficiente dinero en efectivo como para comprar almas y voluntades a placer, dio con el número del mejor asesino que el dinero pudiese comprar y tras una conversación de dos minutos escasos, cerró el trato.

Al regresar junto al asustado y dolorido canalla que iba a matar a su propio hijo para infligir el mayor daño posible a su ex mujer, Laertes le realizó un preciso corte en cada muñeca, provocando una abundante hemorragia, sacó la pequeña petaca con escocés de doce años que guardaba en el bolsillo interior de su chaqueta y le dio un largo trago que le calentó el gaznate y el alma y le ayudó a disfrutar del espectáculo. Pero él no es un sádico, sino un profesional, y aunque le encantaría ver como su víctima se desesperaba y lloraba de angustia y dolor, optó por ir bajando el telón y apagando las luces del escenario. Se encendió un pitillo con su mechero de gasolina y fumó con placer y relax, sabedor de que al terminarlo todo estaría consumado. El último corte efectuado en la garganta de su víctima con precisión cirujana, era mortal de necesidad y la fuerte hemorragia, sumada a las anteriores, ayudó a que el telón cayese en menos de tres minutos poniendo al público en pie y cosechando aplausos y grandes ovaciones.

Horas después, al recibir el aviso desde un teléfono público, la policía encontró al pequeño en el lugar indicado y tras realizarle un lavado de estómago y el tratamiento médico adecuado, su familia pudo llevárselo a casa donde crecería sano y feliz. Y a salvo de todo peligro.

Un par de días más tarde, el inspector del grupo de homicidios de la Policía Nacional, Iván Pinacho, comenzó a cotejar informes sobre los cadáveres que lo esperaban en la  sala del anatómico forense. Algo despertó su instinto y lo preparó para volver a enfrentarse a lo que sospechaba podría tratarse de un nuevo trabajo de cierto asesino con el que guardaba una extraña relación y muchas similitudes.

Desde luego con tanto secuestro, crimen y violencia en su ciudad, lo aguardaba una verdadera temporada de mierda.


domingo, 6 de junio de 2021

Musas




 No busco musas, nunca lo he hecho. He cometido muchos errores, demasiados, pero jamás he necesitado perseguir fuentes de inspiración para mis textos o mis poemas. La vida me ha enseñado que todo arde si le aplicas la chispa adecuada y que es una tontería escupir el exceso de alcohol sobre las llamas de un fuego que arde o sobre las ascuas o los rescoldos de aquel que ardió con intensidad en el pasado , pero que nunca conseguirá apagarse.

Mi problema ( o puede que más bien no sea un problema, sino la solución a muchos de ellos o mi forma de afrontarlos), es que acostumbro a escribir mojando la pluma en el tintero de mis emociones y de mi realidad cotidiana. Y he concedido gustoso el acceso a mi vida a musas, ángeles, valquirias, presencias recurrentes y mujeres que han sido un regalo, una bendición o por el contrario, la maldición más cruel o el peor de los castigos. Y he llenado páginas con el recuerdo de sus besos, la sinceridad de sus abrazos, el ritmo de sus caderas al hacerme el amor y el inmenso dolor que me produjeron sus uñas arrancándome el alma a jirones, y sus colmillos hincándose en lo más profundo de mi corazón y saciando su sed con los litros de sentimientos que bombea ese músculo lleno de remiendos y de parches, pero que pese a todo, aún resiste.
No he necesitado buscar quien me inspirase lo más hermoso ni lo más desagradable, porque para mi suerte y al tiempo mi desgracia, a los quince años descubrí que había nacido para sentir, para amar y para sufrir, y como un cordero en pascua me entregué a ello solícito y deseoso de ofrecer un buen sacrificio.
Cada vez que me adormecieron el inconsciente con caricias y con guiños de ojos y pestañeos logrando subirme al altar donde me abrirían el pecho para ofrecer mi  aún latente víscera sanguinolenta a los dioses, me entregué por completo a la catarsis literaria y dependiendo de lo que se buscase conseguir con aquel sangriento, dulce y en ocasiones placentero ritual, alcancé plasmar en negro sobre blanco las frases más hermosas, las palabras más acertadas y las metáforas más sinceras. Y con ellas di forma a los versos más reales y a las páginas más completas y sorprendentes de esta tragicomedia que es mi vida.
Todas y cada una de las mujeres que han pasado por mi existencia, que me han permitido beber de sus labios, que me han acariciado la mejilla y me han revuelto el cabello clavando sus pupilas en mis azules pupilas, han sido adorables sacerdotisas del templo del amor o demoniacas guardianas de las puertas del más tenebroso de los infiernos. Y todas ellas me han inspirado una y otra vez y han alimentado esta creatividad necesitada de pasiones donde se gestan mis obras. Al llegar y al quedarse unas, y al despedirse para marcharse tan lejos como desee  que se fueran otras, y en algunas ocasiones, al regresar a mi aquellas que volvieron tras haber escuchado el destino mis plegarias, todas, absolutamente todas, han dado sentido a mi vida y me han ayudado a crecer. Y a no perder la esperanza, ni la ilusión. Porque a pesar de todo sigo creyendo en el amor.
No necesito buscar la inspiración en esas deidades hijas de Zeus nacidas para alimentar las artes. El propio Dios se esmeró en facilitarme el camino para que aún tropezando en ocasiones, llegase allí donde he querido llegar. Y el camino es sinuoso y muchas veces duro, pero la compañía puede llegar a hacer que parezca una alfombra roja extendida para que la recorra descalzo, y puede también confundirte y desviarte hacía el túnel más oscuro y el precipicio más alto.
En cualquier caso y aunque no siempre sea fácil, buscaré alcanzar mi destino y escribir con letras de oro el final de este libro que es vivir.

martes, 1 de junio de 2021

Esa es la cuestión


 "Ser o no ser, esa es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza?... Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir... y tal vez soñar."

Una vez más el bardo inmortal me lleva a la reflexión y me ayuda a entender muchas cosas que hasta que no me adentro en el significado de lo leído no soy capaz de comprender.

Recuerdo que hace tan solo unos pocos años, atravesé el momento más duro que he sufrido en mis vidas, al despertar una mañana en mi cama, y darme cuenta de que mi padre y mi querida Blancanieves habían fallecido, que mi vida había cambiado por completo, que había perdido mi trabajo y a la mujer a la que había amado. Que aún estaba en pleno proceso de recuperación de las secuelas de una lesión cerebral que podía haber evitado de haber escuchado a los amigos que trataron de impedir que subiera a la moto, y de no haber creído que las cosas solo les pasan a los demás y que yo era más listo o más hábil que el resto de los mortales. 

Aún medio dormido y con el agujero más grande que jamás he sentido en el alma, me di cuenta que que pese a todo estaba despierto. Y no pude evitar llorar al descubrirme deseando no haber despertado de aquel coma  que abandoné milagrosamente.

Pero ahora, y después de haber cerrado otra etapa, me doy cuenta de que ese "ser o no ser", es lo que a fecha de hoy conduce y motiva mi existencia. Porque quiero ser el mejor Juan que pueda llegar a ser. 

¿Quién soy? Hasta hace poco me definía como un tipo que ha tenido mucha suerte, y al que se le ha concedido una segunda oportunidad, un indulto (palabra de moda que acapara todos los titulares). 

Hoy sé que soy un ser incompleto e imperfecto, que después de soñar y dormir decidió vivir y puestos a ello, quiere hacerlo de la mejor de las maneras posibles, que no es otra que comprometiéndose con los valores en los que fue educado y con el sincero deseo de aportar cuanto pueda a aquellos a los que quiere, a la sociedad y a su propia realidad.

Es por ello que tras dejar sobre la mesa la calavera de aquel Yorik que fui, me pregunto en voz alta (al igual que hizo el príncipe de Dinamarca) "qué fue de mis burlas, mis brincos y mis cantares y chistes que animaban la mesa con alegre estrépito". Y por fin he encontrado la respuesta : Yorik aún vive en mi, al igual que Polonio, Ofelia y Laertes. Todo mi ser es una obra en construcción de sorprendente dramaturgia y muy original puesta en escena. 

Y ahora que he aceptado que algo huele a podrido en Dinamarca, quiero llegar a ser el personaje perfecto para terminar esta función. Y no para levantar al público de sus butacas entre aplausos y grandes ovaciones, no, eso no son más que efímeras rosas. Me debo la mejor de las representaciones y el mayor de los aciertos al llevar a escena todo aquello que se ha escrito para mi, aunque a veces el apuntador celestial tenga que pasarme texto y recordarme que aunque trate de escribir algunos pasajes de mi historia, debo ceñirme al libreto original.

Y en ello estoy, nervioso y asustado entre bambalinas, pero deseando que se abra el telón para ofrecerle al mundo la velada más increíble de la que hablará la crítica y el público con la misma admiración.

¿Quién podría tolerar tanta opresión, sudando, gimiendo bajo el peso de una vida molesta si no fuese que el temor de que existe alguna cosa más allá de la Muerte?

Y allí volveré a abrazar a quienes tanto echo de menos, y podré decirles que pese a todo, fui un hombre bueno.

lunes, 24 de mayo de 2021

Darte mi amor


 Escuchar ayer en directo esta impresionante versión del tema de Blow, "To give you my love", interpretada por ellos mismos con la colaboración especial de Miguel Vaquero, quien aportó su voz y su talento para hacer de esta canción algo así de especial y potente, como no podía ser de otra forma, me llevó a escribir un relato. Espero que os guste.


Un romántico

El rubio asesino de bigote bicolor leyó en algún sitio que la luna, testigo mudo de millones de declaraciones de amor, se encuentra saturada de miradas perdidas y de besos que no llegaron a darse. Y tras superar su dolor, Laertes se ha propuesto no colaborar en la saturación del satélite con basura emocional.

Se siente vacío, siente que por el enorme agujero de su herido corazón, se escapan los restos de todo el amor que tenía para ofrecer, y va a contener la fuga. Se aplica una espesa pomada que tapona el orificio, en la que ha mezclado y emulsionado esperanza, ilusión, amor, cariño y futuro y, la extiende por la dolorida zona abierta.

Ha hecho muchas cosas mal, ha sido un verdadero desastre y se ha expuesto sobremanera al capricho de ese puto angelote ciego, al que no entiende porqué le dejan jugar con un arco y unas flechas. Pero ya está.

Durante toda su vida se ha entregado a ese peligroso juego de compartir con otra persona lo más hermoso que encontró en su camino, y siempre terminó perdiéndolo y esforzándose en buscar nuevos motivos para sonreír, para besar a la mujer adecuada y para dormir satisfecho al saber que su corazón no estaba solo, que alguien velaba por él y que en lo más oscuro de la noche, allí donde los monstruos se juegan sus despojos a la carta más alta, una mano amiga le transmitiría el consuelo adecuado y la paz que tanto necesita.

Hoy sabe que esa paz no vendrá de otra persona, por bonita y especial que piense que pueda ser. Esa paz y ese consuelo solo puede conseguirlos él por sus medios, como ha conseguido otras tantas cosas cuando todo parecía perdido y nadie apostó una moneda por él.

Y sin embargo siente que de nuevo, tiene mucho amor que dar. Y de nuevo quiere recibir amor, pase lo que pase y le pese a quien le pese.

Después de darse una reponedora ducha fría escoge la ropa de trabajo que lo permitirá pasar desapercibido en su nueva misión. Unos vaqueros oscuros, una camiseta negra de pico y una chaqueta de cuero del mismo color, bajo la que oculta la funda sobaquera en la que porta su Pietro Beretta de nueve milímetros, le dan cierto aspecto juvenil que complementa con unas cómodas y prácticas zapatillas de deporte también negras, aunque con bandas blancas para aportar un toque de color a su indumentaria, escogiendo como cinturón, en un alarde de buen gusto, un ceñidor blanco a juego con las bandas de las zapatillas. Comprueba que su arma tiene el cargador completo y una bala en la recámara, guarda otro cargador de repuesto en el bolsillo interior de la chaqueta, elige una mascarilla negra con unas simpáticas palabras bordadas en blanco para cumplir con los protocolos sanitarios de cara a la pandemia que hace ya más de un año se apoderó de la vida sobre la tierra, se aplica un poco de su colonia favorita en el cuello y en las muñecas y tras hacerse con las llaves del coche, se encamina al lugar adecuado donde  acabar con la vida de su objetivo.

Como es su costumbre, pone un disco en el equipo del vehículo para acompañar el trayecto y ayudarle a dar a su trabajo cierto toque de normalidad y, de repente, la canción To give you my love de los Blow, acompañados esta vez por Miguel Vaquero, otro talentoso cantante vallisoletano, se apodera del coche. Y de su cabeza.

Laertes es un asesino a sueldo, un profesional de la muerte, pero tiene mucho amor que dar y el amor y la muerte siempre se han repartido a partes iguales la razón de su existencia.

Hace tiempo que conoció a una persona muy especial a la que terminó perdiendo la pista, pero al reencontrarse de nuevo, ha descubierto que  esa mujer es quizás el ángel que necesita para realizar un verdadero intercambio de amor, de felicidad y de futuro.

Mientras dispara un único proyectil al corazón de su objetivo tras asegurarse de que como había calculado, estaban solos y alejados de cualquier mirada indiscreta, Laertes sigue pensando en ella. Puede que hoy la llame, que le diga que necesita verla, que tiene algo que regalarle. Y si consigue reunirse con ella le entregue lo que tan solo unos días antes pensó que jamás volvería a compartir con nadie. Su corazón.

Recoge el casquillo expulsado por el arma al realizar el disparo, se asegura de que el cuerpo que yace en el suelo desangrándose no tiene pulso y, por  si acaso, (cosas más raras se han visto) efectúa otro disparo en la cabeza que ratifica que ya está todo el pescado vendido y que en el más allá, en su próxima reencarnación o donde sea que termine el alma del difunto, se lo pensará dos veces antes de mezclarse con según qué gente y de comerciar con según que sustancias. 

Al regresar a la seguridad de su casa, Laertes vuelve a poner la misma canción que lo acompañó en su camino poco más de hora y media antes. Si es que en el fondo siempre ha sido un romántico.

Busca su número entre los contactos del teléfono y la llama.


jueves, 20 de mayo de 2021

Rodeado de libros




 La razón es muy peligrosa, aunque te ayude a entender las cosas y te explique claramente que nada pasa porque sí, sino porque tiene que pasar.

Agarrado a la razón exploras el devenir de los acontecimientos, identificas los errores y los triunfos y aprendes a asumir que cada acto tiene una consecuencia y que, al no poder viajar en el tiempo, rebobinar, o dar marcha atrás, el reconocer los fallos cometidos ayer, te servirá al menos para aprender de ellos, intentar corregirlos y si es posible y hay verdadero acto de contrición y propósito de enmienda, no volver a repetirlos.

Identificar con acierto los errores sea quizás la mejor de las formas de aprender de ellos y sobre todo de conocer las razones que te han llevado a cometerlos  y el porqué de cada motivo que te hizo errar. 

Supongo que todo esto es parte del asfalto que se pisa en el camino hacía la felicidad, ese asfalto pegajoso y negro que supuestamente nos facilitará el viaje, aunque harto y extenuado de poner un pie detrás de otro, a veces solo quieras buscar una sombra y detenerte a descansar. 

Errare humanum est y dejar de errar es la parte recta del sendero, aunque es fácil perderse o desviarse si no se pone la suficiente atención a las señales que nos indican las curvas peligrosas que nos llevan hasta él, las zonas de moral mal iluminada e incluso el peligro de desprendimiento emocional, de animales sueltos que están deseando devorarte y el de un paso a nivel sin barrera donde puedes resultar atropellado por las circunstancias más absurdas. 

Y cada vez que cometes un error, recibes el justo castigo existencial, a veces más leve, a veces más severo, pero siempre doloroso. El destino es un maestro muy exigente y no duda en corregir a los alumnos descarriados o poco aplicados. Aunque intentes aprender de los errores y te esfuerces en no volver a repetirlos, sabes que vas a sufrir al no haber hecho lo correcto. Y más allá de pagar con sangre, con miserias, con pérdidas o con abandonos, el menor de los sufrimientos es esa pena que te devora por dentro, que se te aloja en el interior del pecho y del cerebro, y que no se irá por mucho que quieras que se vaya, que te deje, que desaparezca. La tristeza duele porque cuando le abres la puerta tiende a pasar y a ponerse cómoda y es jodidamente difícil conseguir que se retire. Hay diversas formas de combatirla y de enfrentarla manteniendo la dignidad, pero todas ellas suponen esfuerzo, sacrificio, desgaste, lágrimas y noches sin dormir. Todas, incluso hacer uso de la razón para ponerle fin a su estancia y pedirle amable, pero seriamente que se vaya. Y mientras ves que se dispone a marcharse, aún te dolerá el alma y seguirás teniendo ganas de llorar, sin saber porqué.

Entonces hay que agarrarse a los restos de coraje que aún conserves y utilizar las últimas reservas de fuerza y honor, y plantarle cara a la vida decidido a superar cada escollo, a calentarte las manos en la hoguera del reproche y a pelear sin tregua hasta que consigas derribar al adversario o por lo menos que suene la campana y te permitan retirarte a tu rincón.

Estoy triste, sí. Pero estoy triste porque quiero ser feliz y cuanto más lo intento más difícil parece conseguirlo y más sé que me va a costar hacerlo. Y esta tristeza nace de haber utilizado la razón, de haber reconocido mis limitaciones y mi recurrente falta de acierto, y de haberme regalado momentos de bajón, de excesiva introspección y de luto.

Ahora toca pedirle a esta desagradable ocupa vestida de gris que se vaya por donde ha venido, que deje sitio a todo lo bueno que está por venir, a todo lo que quiero en mi vida  y a todo lo que voy a conseguir, porque cada dolor me hace más fuerte y cada error más sabio, cada castigo más libre, cada recompensa más inteligente y cada abrazo de uno de esos ángeles con los que los hados permiten que te cruces, más seguro de mi mismo.

Y siempre, siempre tendré la literatura como medicina, como tratamiento y como terapia y siempre, siempre, podré realizar la necesaria catarsis a través de los textos que brotan sin contención y que me permiten dejar salir todo lo que mana por dentro aumentando el caudal de los sentimientos hasta que peligra la presa que los contiene, y que de no abrir estas ocasionales esclusas terminaría por reventar, destruyéndolo todo.

Una vez más tengo muy claro que la literatura salva vidas y una vez más le agradezco a mis padres el haberme educado rodeado de libros, de lapiceros y de folios en blanco.


domingo, 16 de mayo de 2021

Vivir y permitir morir


 Laertes se siente mal.

El tiempo pasa y pesa, como la vida, y su vida comienza a ser una cuenta atrás demasiado rápida. Antes apenas pensaba en la muerte, pero la muerte, su muerte, se ha convertido en el recurrente pensamiento que le vuelve una y otra vez a la cabeza aunque trate de llenarla con mil y una cosas, con una novela tras otra, con multitud de películas, de canciones, de cualquier cosa que consiga distraerlo de ese negro pensamiento. Pero no es capaz. La continua introspección le atenaza el corazón por las noches y le impide conciliar el sueño y descansar. Descansar. Tan solo quiere descansar.

Tras echar un par de cubitos de hielo en el vaso, vuelve a llenarlo de whisky escoces y tras sostenerlo unos segundos frente a sus ojos, se lo lleva a los labios y lo apura de un solo trago. Intenta embotar su cerebro con el delicioso brebaje de malta para matar el veneno de la conciencia, pero no hay antídoto que pueda acabar con este mal que lo devora y lo desespera. El escocés resbala por su gaznate quemando las raíces del grito de auxilio que lucha por florecer, y calienta su estómago expandiendo esa  destilada y efímera sensación de confort por todo su cuerpo.

Apenas le queda un cuarto de litro en la botella de Cardhu gold reserve y cuando se sentó en la cama con la cabeza entre las manos estaba llena. Apenas le quedan sentimientos en el interior del pecho y cuando aparcó junto a la puerta de la casa de su última víctima, hace tan solo unos días, estaba lleno.

Fue algo rápido, discreto, efectivo y muy profesional. Abrió la puerta con una llave maestra, localizó a su víctima en su dormitorio y antes de que pudiera suplicar clemencia siquiera, le descerrajó dos balazos en la frente con su Walter PK con silenciador. Hasta ahí hubiera sido un trabajo más, un éxito más, unos cuantos ceros más en su cuenta bancaria, pero al escuchar un ruido a su espalda la cosa cambió por completo. Mierda. No contaba con que el marido de su víctima no se hubiera llevado al pequeño al colegio como cada mañana. El niño no debería haber estado en casa. No debería haber visto morir a su madre. No debería haberle visto la cara. Supo lo que como profesional debía hacer y antes de que el niño rompiera a llorar le apoyó el cañón en el pecho y cerrando los ojos apretó el gatillo. Murió en el acto. Y el alma de Laertes también. Acababa de saltarse una de sus reglas de oro, nada de menores. Esa norma, junto a la de solo eliminar a aquellas mujeres que se hubiera demostrado con pruebas reales  que habían participado a su vez en un crimen, eran las dos premisas que habían marcado su carrera. y que le habían permitido dormir y vivir con la culata llena de muescas.

Nunca se había visto en la tesitura de tener que eliminar a un niño, pero no le había quedado más remedio. Aquel pequeño lo habría identificado en una rueda de reconocimiento sin dudarlo. A los niños siempre les había llamado la atención su bigote bicolor, y aunque había pensado un millón de veces en afeitárselo, el poderoso ego que le hacía conservar esa seña de identidad como algo mucho más allá que un rasgo de distinción, siempre se había opuesto a ello. Y el niño había muerto. Su madre merecía morir. Aquella arpía ambiciosa había contratado a dos sicarios colombianos para acabar con los socios de su marido y que este obtuviera el pleno control de la empresa y las acciones familiares subieran como la espuma permitiendo pagar sus caprichos más absurdos, su deportivo descapotable, su yate de recreo con helipuerto y su residencia en la costa azul. Pero el niño tan solo tenía seis años y hoy debería haber estado en ese colegio elitista en el que lo matricularon sus padres, donde en el recreo jugaba al futbol con los hijos de los delanteros del Real Madrid. Y ya no volverá a jugar al futbol. Ni a nada.

Apuró el contenido de la botella bebiendo directamente de ella hasta que tragó solamente aire y al vaciarla la arrojó furioso contra la pared rompiéndola en mil pedazos.

Laertes es un asesino a sueldo. Eligió esa profesión como medio de vida al estar muy capacitado para ella y al haber demostrado que podía vivir y permitir morir sin el menor reparo. Pero siempre había jugado según sus propias reglas y eso le había llevado a construirse un código de honor en el que terminar con otras vidas estaba justificado, siempre y cuando sus víctimas fuesen escoria de la sociedad. Y hasta este trabajo lo habían sido todas.

Había estrangulado, apuñalado, disparado y envenenado a cerca de ochenta blancos en total. Y cada noche dormía como un niño pequeño. Un niño pequeño. La razón es muy irónica. Y produce monstruos.

El rubio asesino cogió la el revólver que guardaba en el cajón de la mesilla de noche. Un Astra del 38, el arma que utilizaban las fuerzas de seguridad del estado y que estaba completamente limpio y no dejaría pistas en caso de tener que utilizarlo. y se planteó usarlo. Contra él mismo.

Se dio cuenta de que esta era la segunda vez que había empuñado un arma con la idea de quitarse la vida. Y en ambas ocasiones se debía a que se le había roto el corazón. La primera vez fue por una mujer a la que había querido hasta la saciedad y no supo demostrárselo, perdiéndola sin remedio. Poco antes de volarse los sesos recibió la llamada de un ángel que lo salvó, y le permitió seguir existiendo, pero en esta ocasión no habría ángel capaz de salvarlo. Cinco días antes había perforado el corazón de un simpático querubín con los ojos llenos de lágrimas al ver a su madre muerta en la cama y al atravesarlo con una bala de nueve milímetros, impidiéndole desplegar sus alas y salir volando, Laertes se había convertido en lo que nunca quiso ser.

Sin pensarlo más abrió la boca e introdujo el cañón del revolver en ella, provocándose una arcada salvaje que a punto estuvo de hacer que vomitase por toda la cama el whisky de a cien euros la botella, pero pudo controlarla y amartilló el arma con el pulgar de su mano derecha.

En ese instante, justo antes de que terminase con todo, los Radio Head volvieron a cantar Creep  en el teléfono móvil que había abandonado junto a la almohada. Su felina curiosidad lo hizo girar la cabeza con el arma aún en la boca y lo que vio en la pantalla estuvo a punto de hacerle perder el conocimiento.

En efecto la vida pasa y pesa, pero a veces también sabe sorprender y compensarte de todo lo malo.

Tenía que llamarlo ahora, justo ahora. Se sacó el arma de la boca y descolgó tragando saliva. 

—Pensé que nunca volvería a saber de ti –dijo con un hilo de voz.

—Pues aquí me tienes –contestó la voz al otro lado del teléfono –y te necesito.

 

viernes, 14 de mayo de 2021

Dejármelas largas


 Hace ya unos cuantos años que llevé a escena en un par de ocasiones el espectáculo que diseñé y protagonicé junto al pianista internacional Oscar Lobete, en el que él revisaba las partituras y yo las letras de aquellas canciones que nos torturaban a lo largo de muchas noches sin dormir.

Yo, que he creído morir de amor millones de veces, tenía tendencia a querer cortarme las venas cada vez que se terminaba una historia de amor. Y ahora he aprendido a dejármelas largas, porque con el tiempo he descubierto que la vida, o el destino, o Supergato o quien sea el que dirija este show, te cruza a veces con la persona adecuada que te apoya, te ayuda, te inspira y te regala su tiempo, su cariño y su ternura, y como Mary Poppings, un día coge su paraguas y su bolsa de viaje y tiene que irse a ayudar a otras personas. Pero si has sabido estar a la altura de todo lo que te ha aportado, y has correspondido con la misma actitud y con los mismos sentimientos, siempre seguiréis juntos aunque ya no compartáis cama ni divertidos y placenteros roces. He aprendido que de una verdadera historia de amor se puede alcanzar una gran amistad y que de una gran amistad se puede llegar a disfrutar de una verdadera historia de amor. A veces compartes rellano con la persona adecuada y un día decidís subir juntos un escalón, para con el tiempo volver a bajarlo de la mano y compartir de nuevo conversación, cariño, apoyo y abrazos en el rellano.

Hace ya unos meses que una gran mujer y yo bajamos el escalón, y a fecha de hoy más allá de querer cortarme las venas o llorar por las esquinas, me siento feliz y con muchas ganas de vivir, porque la vida sigue y sé que aún nos unen muchas cosas, precisamente aquellas que no se desvirtúan con la falsa idea de posesión (pues nadie pertenece a nadie), con las peligrosas rutinas o con las incompatibilidades de proyectos de futuro.

Aquí os dejo el texto que escribí para acompañar a la revisada partitura de Oscar durante ese espectáculo. Cómo podréis ver, aun tenía mucho que aprender.

Frente a frente


Queda, que poco queda de nuestro amor.
Como hemos consentido esto, apenas queda nada.
Solo el silencio en la noche fría y larga en la noche que no acaba, en la noche que me destroza el alma y me viste de fría oscuridad y me cala los huesos con lágrimas dulces y espesas.
Frente a frente bajamos la mirada, pues ya no queda nada de que hablar, pero te juro que hay tanto que quisiera decirte…y no me atrevo.
Queda Algo más que las ganas de llorar al ver que nuestro amor se aleja, pero ten un gesto amable, uno de esos tan tuyos, de los de antes, de los que me hacían la vida soportable.
A cambio prometo ayudarte a buscar lo que quede, que siempre que se ha amado como nos hemos amado nosotros, queda algo, te lo aseguro.
Quedará algo de ternura, la justa para la locura de un beso, aunque sea a la fuerza, por Dios…haz el esfuerzo.
No vuelvas a decir que solo quedan las ganas de llorar, no quiero oírlo, no quiero oír como te rindes a la pena.
Te quiero, y me quieres, lo sé.
No te vayas.

martes, 11 de mayo de 2021

¿Bailas?


 Me he hartado de parafrasear al genial Norman Mailer diciendo y escribiendo una y otra vez que "los tipos duros no bailan". Y me he hartado de esperar en la barra, y de sujetar las consumiciones mientras mis parejas y mis amigas bailaban y daban rienda suelta a su necesidad de expresar la libertad y la alegría por medio de rítmicos movimientos en las pistas de baile, o en cualquier rincón de una discoteca, una sala, un bar musical o incluso en el salón de casa.

Siempre he amado la música. Toco diferentes instrumentos (aunque no sea un virtuoso de ninguno) tengo ritmo (entre los instrumentos que toco se encuentran distintos instrumentos de percusión) canto, y en verdad se me van solos los pies cuando escucho una melodía, pero algo me lleva a contenerme y ha impedido siempre lanzarme a la pista de baile, y solo lo he hecho en ocasiones contadas, bien por haberme dopado con unos cuantos vinos o con un buen whisky de malta, o bien por haberme dejado arrastrar por las caderas adecuadas.

Y esta es otra de esas cosas que quiero mejorar en mi vida. Voy a aprender a renunciar a esa estúpida vergüenza (o timidez) que me lleva a pensar que todos los ojos del local estarán fijos en mis movimientos y a esa absurda idea de que si me muestro al son de la música como alguien natural, alegre y divertido, seré el objetivo de aquellos que creerán identificar en mi un blanco fácil para las burlas o las provocaciones.

El baile es algo atávico y desde que el ser humano comenzó a enseñorearse del planeta, las danzas eran parte importante de todos los rituales. Nuestros ancestros bailaban invocando a la lluvia, a la fertilidad, a la abundancia, e incluso al valor y a la destreza al cargar contra sus enemigos o al defender al clan.

Es curioso el que nosotros mismos castremos muchas posibilidades de disfrutar y nos privemos de ellas voluntariamente, sujetándonos a estúpidas escusas y a justificaciones banales. Pero solo hay que ver las sonrisas y observar los rostros de aquellos que bailan y permiten que la música se adueñe de sus movimientos.

Y por descontado debo aprender a eliminar todas las connotaciones machistas que me impiden dejarme llevar por la música. Bailar no es cosa de chicas y de afeminados, es cosa de personas sin perjuicios y con ganas de disfrutar, Y quiero unirme a ese club.

Puede que al principio me cueste abandonar ciertas rutinas, pues soy un animal de costumbres y ya comienzo a peinar canas, por lo que permitirme ciertas licencias no será demasiado fácil al principio, pero sé que una vez rompa con las poses de tiempos más limitados, todo fluirá.

Bueno, pues eso...que hoy solo quiero bailar. Y quizás un día llegar a ser la mejor pareja de baile para aquella que de forma felina (cual pantera de la selva o lince de la montaña) no puede contenerse al escuchar una canción y, con elegancia, elasticidad y una enorme sonrisa, regale sus movimientos más hermosos.


viernes, 7 de mayo de 2021

Cosas que pasan


 Hoy os dejo aquí el relato con el que gané el premio del certamen literario Literatura Exprés en el año 2017, celebrado en la Casa Museo de José Zorrilla de Valladolid. Acudes al lugar indicado por la organización del certamen armado de un bolígrafo y tu DNI, te entregan un número, pasas a una sala con otros escritores y la organización escoge un tema  para el relato que debe servirte como motor de creatividad. Te dan unos folios en blanco con el sello de la institución, y te dicen el tiempo con el que cuentas para escribir el relato. Te permiten utilizar un diccionario y un libro de sinónimos que generosamente dejan en la sala para su consulta y, si así lo deseas, puedes servirte un café o un zumo cortesía del certamen.

Aquella noche, en apenas una hora (siempre me levanto mucho antes de que termine el plazo para la entrega) salió esto, y parece que al jurado le resultó cuando menos interesante. 

Espero que a vosotros también.


Relato Nº 26  (No le puse título ni lo firmé, tan solo el número de participación)


26: [SIN TÍTULO]

Desde el mismo instante en que se acercaron a mí, intuí que aquella noche tan sólo sería otra de las peores noches de mi vida.

Las dos amigas eran francamente bonitas (hermosas, podría afirmarse). Como canta la zarzuela: “una morena y una rubia, hijas de…” No del pueblo de Madrid, precisamente. Más bien hijas predilectas del infierno más espantoso. Dos besos de rigor para comenzar (uno por mejilla) y la primera ronda de cubatas, maridados con unos demenciales chupitos de queimada gallega. Habían comenzado el aquelarre como mandan los cánones. Jugaron sus cartas con destreza, con maestría de tahúr. Cinco minutos después de aquellos primeros besos inocentes, castos, puros y respetuosos, la lengua del diablo rubio exploraba la profundidad de mi boca, mientras la mano derecha de la morena acariciaba mi entrepierna. No soy precisamente un timorato y aquello despertó de inmediato en mí un ansia desmedida por acabar el gin-tónic e invitarlas a acompañarme a casa para dar rienda suelta a los instintos más salvajes. Lo tenían todo calculado. Habían acertado al elegir su presa. Mi mirada turbia y lujuriosa se lo puso demasiado fácil. La muchacha rubia abandonó mi boca y se enfrentó al camarero con audacia, haciendo caso omiso del gesto con el que aquel hercúleo barman le pidió paciencia.

La joven morena aprovechó la ausencia de su amiga para lamer mi labio inferior y para succionar el lóbulo de mi oreja izquierda, mientras sus manos expertas me sometieron a un completo reconocimiento físico. Esto, o algo parecido, lo había soñado yo a los quince años. Pero con un final diferente y mucho más placentero.

La rubia regresó con la segunda ronda de cubatas y, cuando la morena me liberó de su beso de ron con coca-cola, me bebí el gin-tónic de dos tragos.

Me apetecía fumar. No veía el momento de encender un cigarrillo. Pero tenía un serio problema. Los ceñidos pantalones “pitillo” que me había puesto aquella noche evidenciaban de manera casi grosera el grado de calor que alcanzaba mi entrepierna. Desde la esquina de la barra donde nos encontrábamos hasta la salida más cercana, había por lo menos cuarenta metros repletos de gente bebiendo y manteniendo esas absurdas conversaciones de bar musical en las que el mensaje se pierde entre los graves de los altavoces repartidos por todo el establecimiento. Sólo de imaginarme abriéndome paso entre aquella multitud, con una erección de campeonato, noté cómo el mono de nicotina desaparecía rápidamente. No era una mala forma de dejar de fumar.

Entonces, la rubia propuso que las acompañase a la habitación del hotel donde pasaban el fin de semana.

Aquel hotel debía de estar distribuido en círculos, como el infierno de Dante. Pero accedí de inmediato y utilicé el trasero de la morena como parapeto tras el que ocultar la demostración carnal del deseo más feroz.

Conseguimos llegar a la salida sin problemas y aún tuve tiempo de despedirme con un guiño de los seguratas del local, a quienes conocía por ser un cliente asiduo. Uno de aquellos gorilas uniformados no pudo evitar comentar en voz alta lo mal repartido

que está el mundo. Los demás le rieron la gracia aportando sentencias de gusto menos refinado.

Al doblar la primera esquina, la noche vallisoletana nos regaló una de esas nieblas espesas y demoledoras nacidas del Pisuerga. Las dos se abrazaron a mí con fuerza. Yo me sentía como una especie de superhéroe. “Súper-gilipollas” o “Capitán iluso”.

De entre las sombras aparecieron tres seres amenazadores y con muy aviesas intenciones. De no ser por sus enormes pectorales y sus cabezas rapadas de guerreros teutones, podría haberlos confundido con los jorobados que acosaban a “Maciste” en una de aquellas películas de los años ochenta.

El primer puñetazo lo recibí en el pecho y me cortó la respiración en el acto. La morena se hizo rápidamente con mi Iphone y con las llaves del coche. Después le dijo a la rubia en qué bolsillo del pantalón llevaba la cartera y el demonio disfrazado de Marilyn me despojó de ella antes de que uno de aquellos matones me propinase un rodillazo en la entrepierna, que deshizo lo poco que quedaba de aquella gloriosa erección.

Como soy un tipo tan cobarde como lujurioso, accedí de inmediato a darles las claves de mis tarjetas de crédito. Antes de abandonarme en el suelo con el orgullo tan maltrecho como el magullado cuerpo, me regalaron una potente patada en la cabeza y lo siguiente que recuerdo, es que como dice el libro sagrado, la luz se hizo.

Desperté en una cama del Hospital Clínico Universitario, entubado, sondado y con una vía en el antebrazo derecho, a través de la que me administraban calmantes.

De todo se aprende y creo que nunca volveré a cometer el error de considerar que un tipo de metro setenta y setenta y cinco kilos, con el mismo atractivo que “Copito de nieve”, el gorila albino, pueda ser objeto del deseo de dos bellezas como aquellas que hicieron de mí el más estúpido de los mortales.