domingo, 16 de mayo de 2021

Vivir y permitir morir


 Laertes se siente mal.

El tiempo pasa y pesa, como la vida, y su vida comienza a ser una cuenta atrás demasiado rápida. Antes apenas pensaba en la muerte, pero la muerte, su muerte, se ha convertido en el recurrente pensamiento que le vuelve una y otra vez a la cabeza aunque trate de llenarla con mil y una cosas, con una novela tras otra, con multitud de películas, de canciones, de cualquier cosa que consiga distraerlo de ese negro pensamiento. Pero no es capaz. La continua introspección le atenaza el corazón por las noches y le impide conciliar el sueño y descansar. Descansar. Tan solo quiere descansar.

Tras echar un par de cubitos de hielo en el vaso, vuelve a llenarlo de whisky escoces y tras sostenerlo unos segundos frente a sus ojos, se lo lleva a los labios y lo apura de un solo trago. Intenta embotar su cerebro con el delicioso brebaje de malta para matar el veneno de la conciencia, pero no hay antídoto que pueda acabar con este mal que lo devora y lo desespera. El escocés resbala por su gaznate quemando las raíces del grito de auxilio que lucha por florecer, y calienta su estómago expandiendo esa  destilada y efímera sensación de confort por todo su cuerpo.

Apenas le queda un cuarto de litro en la botella de Cardhu gold reserve y cuando se sentó en la cama con la cabeza entre las manos estaba llena. Apenas le quedan sentimientos en el interior del pecho y cuando aparcó junto a la puerta de la casa de su última víctima, hace tan solo unos días, estaba lleno.

Fue algo rápido, discreto, efectivo y muy profesional. Abrió la puerta con una llave maestra, localizó a su víctima en su dormitorio y antes de que pudiera suplicar clemencia siquiera, le descerrajó dos balazos en la frente con su Walter PK con silenciador. Hasta ahí hubiera sido un trabajo más, un éxito más, unos cuantos ceros más en su cuenta bancaria, pero al escuchar un ruido a su espalda la cosa cambió por completo. Mierda. No contaba con que el marido de su víctima no se hubiera llevado al pequeño al colegio como cada mañana. El niño no debería haber estado en casa. No debería haber visto morir a su madre. No debería haberle visto la cara. Supo lo que como profesional debía hacer y antes de que el niño rompiera a llorar le apoyó el cañón en el pecho y cerrando los ojos apretó el gatillo. Murió en el acto. Y el alma de Laertes también. Acababa de saltarse una de sus reglas de oro, nada de menores. Esa norma, junto a la de solo eliminar a aquellas mujeres que se hubiera demostrado con pruebas reales  que habían participado a su vez en un crimen, eran las dos premisas que habían marcado su carrera. y que le habían permitido dormir y vivir con la culata llena de muescas.

Nunca se había visto en la tesitura de tener que eliminar a un niño, pero no le había quedado más remedio. Aquel pequeño lo habría identificado en una rueda de reconocimiento sin dudarlo. A los niños siempre les había llamado la atención su bigote bicolor, y aunque había pensado un millón de veces en afeitárselo, el poderoso ego que le hacía conservar esa seña de identidad como algo mucho más allá que un rasgo de distinción, siempre se había opuesto a ello. Y el niño había muerto. Su madre merecía morir. Aquella arpía ambiciosa había contratado a dos sicarios colombianos para acabar con los socios de su marido y que este obtuviera el pleno control de la empresa y las acciones familiares subieran como la espuma permitiendo pagar sus caprichos más absurdos, su deportivo descapotable, su yate de recreo con helipuerto y su residencia en la costa azul. Pero el niño tan solo tenía seis años y hoy debería haber estado en ese colegio elitista en el que lo matricularon sus padres, donde en el recreo jugaba al futbol con los hijos de los delanteros del Real Madrid. Y ya no volverá a jugar al futbol. Ni a nada.

Apuró el contenido de la botella bebiendo directamente de ella hasta que tragó solamente aire y al vaciarla la arrojó furioso contra la pared rompiéndola en mil pedazos.

Laertes es un asesino a sueldo. Eligió esa profesión como medio de vida al estar muy capacitado para ella y al haber demostrado que podía vivir y permitir morir sin el menor reparo. Pero siempre había jugado según sus propias reglas y eso le había llevado a construirse un código de honor en el que terminar con otras vidas estaba justificado, siempre y cuando sus víctimas fuesen escoria de la sociedad. Y hasta este trabajo lo habían sido todas.

Había estrangulado, apuñalado, disparado y envenenado a cerca de ochenta blancos en total. Y cada noche dormía como un niño pequeño. Un niño pequeño. La razón es muy irónica. Y produce monstruos.

El rubio asesino cogió la el revólver que guardaba en el cajón de la mesilla de noche. Un Astra del 38, el arma que utilizaban las fuerzas de seguridad del estado y que estaba completamente limpio y no dejaría pistas en caso de tener que utilizarlo. y se planteó usarlo. Contra él mismo.

Se dio cuenta de que esta era la segunda vez que había empuñado un arma con la idea de quitarse la vida. Y en ambas ocasiones se debía a que se le había roto el corazón. La primera vez fue por una mujer a la que había querido hasta la saciedad y no supo demostrárselo, perdiéndola sin remedio. Poco antes de volarse los sesos recibió la llamada de un ángel que lo salvó, y le permitió seguir existiendo, pero en esta ocasión no habría ángel capaz de salvarlo. Cinco días antes había perforado el corazón de un simpático querubín con los ojos llenos de lágrimas al ver a su madre muerta en la cama y al atravesarlo con una bala de nueve milímetros, impidiéndole desplegar sus alas y salir volando, Laertes se había convertido en lo que nunca quiso ser.

Sin pensarlo más abrió la boca e introdujo el cañón del revolver en ella, provocándose una arcada salvaje que a punto estuvo de hacer que vomitase por toda la cama el whisky de a cien euros la botella, pero pudo controlarla y amartilló el arma con el pulgar de su mano derecha.

En ese instante, justo antes de que terminase con todo, los Radio Head volvieron a cantar Creep  en el teléfono móvil que había abandonado junto a la almohada. Su felina curiosidad lo hizo girar la cabeza con el arma aún en la boca y lo que vio en la pantalla estuvo a punto de hacerle perder el conocimiento.

En efecto la vida pasa y pesa, pero a veces también sabe sorprender y compensarte de todo lo malo.

Tenía que llamarlo ahora, justo ahora. Se sacó el arma de la boca y descolgó tragando saliva. 

—Pensé que nunca volvería a saber de ti –dijo con un hilo de voz.

—Pues aquí me tienes –contestó la voz al otro lado del teléfono –y te necesito.

 

viernes, 14 de mayo de 2021

Dejármelas largas


 Hace ya unos cuantos años que llevé a escena en un par de ocasiones el espectáculo que diseñé y protagonicé junto al pianista internacional Oscar Lobete, en el que él revisaba las partituras y yo las letras de aquellas canciones que nos torturaban a lo largo de muchas noches sin dormir.

Yo, que he creído morir de amor millones de veces, tenía tendencia a querer cortarme las venas cada vez que se terminaba una historia de amor. Y ahora he aprendido a dejármelas largas, porque con el tiempo he descubierto que la vida, o el destino, o Supergato o quien sea el que dirija este show, te cruza a veces con la persona adecuada que te apoya, te ayuda, te inspira y te regala su tiempo, su cariño y su ternura, y como Mary Poppings, un día coge su paraguas y su bolsa de viaje y tiene que irse a ayudar a otras personas. Pero si has sabido estar a la altura de todo lo que te ha aportado, y has correspondido con la misma actitud y con los mismos sentimientos, siempre seguiréis juntos aunque ya no compartáis cama ni divertidos y placenteros roces. He aprendido que de una verdadera historia de amor se puede alcanzar una gran amistad y que de una gran amistad se puede llegar a disfrutar de una verdadera historia de amor. A veces compartes rellano con la persona adecuada y un día decidís subir juntos un escalón, para con el tiempo volver a bajarlo de la mano y compartir de nuevo conversación, cariño, apoyo y abrazos en el rellano.

Hace ya unos meses que una gran mujer y yo bajamos el escalón, y a fecha de hoy más allá de querer cortarme las venas o llorar por las esquinas, me siento feliz y con muchas ganas de vivir, porque la vida sigue y sé que aún nos unen muchas cosas, precisamente aquellas que no se desvirtúan con la falsa idea de posesión (pues nadie pertenece a nadie), con las peligrosas rutinas o con las incompatibilidades de proyectos de futuro.

Aquí os dejo el texto que escribí para acompañar a la revisada partitura de Oscar durante ese espectáculo. Cómo podréis ver, aun tenía mucho que aprender.

Frente a frente


Queda, que poco queda de nuestro amor.
Como hemos consentido esto, apenas queda nada.
Solo el silencio en la noche fría y larga en la noche que no acaba, en la noche que me destroza el alma y me viste de fría oscuridad y me cala los huesos con lágrimas dulces y espesas.
Frente a frente bajamos la mirada, pues ya no queda nada de que hablar, pero te juro que hay tanto que quisiera decirte…y no me atrevo.
Queda Algo más que las ganas de llorar al ver que nuestro amor se aleja, pero ten un gesto amable, uno de esos tan tuyos, de los de antes, de los que me hacían la vida soportable.
A cambio prometo ayudarte a buscar lo que quede, que siempre que se ha amado como nos hemos amado nosotros, queda algo, te lo aseguro.
Quedará algo de ternura, la justa para la locura de un beso, aunque sea a la fuerza, por Dios…haz el esfuerzo.
No vuelvas a decir que solo quedan las ganas de llorar, no quiero oírlo, no quiero oír como te rindes a la pena.
Te quiero, y me quieres, lo sé.
No te vayas.

martes, 11 de mayo de 2021

¿Bailas?


 Me he hartado de parafrasear al genial Norman Mailer diciendo y escribiendo una y otra vez que "los tipos duros no bailan". Y me he hartado de esperar en la barra, y de sujetar las consumiciones mientras mis parejas y mis amigas bailaban y daban rienda suelta a su necesidad de expresar la libertad y la alegría por medio de rítmicos movimientos en las pistas de baile, o en cualquier rincón de una discoteca, una sala, un bar musical o incluso en el salón de casa.

Siempre he amado la música. Toco diferentes instrumentos (aunque no sea un virtuoso de ninguno) tengo ritmo (entre los instrumentos que toco se encuentran distintos instrumentos de percusión) canto, y en verdad se me van solos los pies cuando escucho una melodía, pero algo me lleva a contenerme y ha impedido siempre lanzarme a la pista de baile, y solo lo he hecho en ocasiones contadas, bien por haberme dopado con unos cuantos vinos o con un buen whisky de malta, o bien por haberme dejado arrastrar por las caderas adecuadas.

Y esta es otra de esas cosas que quiero mejorar en mi vida. Voy a aprender a renunciar a esa estúpida vergüenza (o timidez) que me lleva a pensar que todos los ojos del local estarán fijos en mis movimientos y a esa absurda idea de que si me muestro al son de la música como alguien natural, alegre y divertido, seré el objetivo de aquellos que creerán identificar en mi un blanco fácil para las burlas o las provocaciones.

El baile es algo atávico y desde que el ser humano comenzó a enseñorearse del planeta, las danzas eran parte importante de todos los rituales. Nuestros ancestros bailaban invocando a la lluvia, a la fertilidad, a la abundancia, e incluso al valor y a la destreza al cargar contra sus enemigos o al defender al clan.

Es curioso el que nosotros mismos castremos muchas posibilidades de disfrutar y nos privemos de ellas voluntariamente, sujetándonos a estúpidas escusas y a justificaciones banales. Pero solo hay que ver las sonrisas y observar los rostros de aquellos que bailan y permiten que la música se adueñe de sus movimientos.

Y por descontado debo aprender a eliminar todas las connotaciones machistas que me impiden dejarme llevar por la música. Bailar no es cosa de chicas y de afeminados, es cosa de personas sin perjuicios y con ganas de disfrutar, Y quiero unirme a ese club.

Puede que al principio me cueste abandonar ciertas rutinas, pues soy un animal de costumbres y ya comienzo a peinar canas, por lo que permitirme ciertas licencias no será demasiado fácil al principio, pero sé que una vez rompa con las poses de tiempos más limitados, todo fluirá.

Bueno, pues eso...que hoy solo quiero bailar. Y quizás un día llegar a ser la mejor pareja de baile para aquella que de forma felina (cual pantera de la selva o lince de la montaña) no puede contenerse al escuchar una canción y, con elegancia, elasticidad y una enorme sonrisa, regale sus movimientos más hermosos.


viernes, 7 de mayo de 2021

Cosas que pasan


 Hoy os dejo aquí el relato con el que gané el premio del certamen literario Literatura Exprés en el año 2017, celebrado en la Casa Museo de José Zorrilla de Valladolid. Acudes al lugar indicado por la organización del certamen armado de un bolígrafo y tu DNI, te entregan un número, pasas a una sala con otros escritores y la organización escoge un tema  para el relato que debe servirte como motor de creatividad. Te dan unos folios en blanco con el sello de la institución, y te dicen el tiempo con el que cuentas para escribir el relato. Te permiten utilizar un diccionario y un libro de sinónimos que generosamente dejan en la sala para su consulta y, si así lo deseas, puedes servirte un café o un zumo cortesía del certamen.

Aquella noche, en apenas una hora (siempre me levanto mucho antes de que termine el plazo para la entrega) salió esto, y parece que al jurado le resultó cuando menos interesante. 

Espero que a vosotros también.


Relato Nº 26  (No le puse título ni lo firmé, tan solo el número de participación)


26: [SIN TÍTULO]

Desde el mismo instante en que se acercaron a mí, intuí que aquella noche tan sólo sería otra de las peores noches de mi vida.

Las dos amigas eran francamente bonitas (hermosas, podría afirmarse). Como canta la zarzuela: “una morena y una rubia, hijas de…” No del pueblo de Madrid, precisamente. Más bien hijas predilectas del infierno más espantoso. Dos besos de rigor para comenzar (uno por mejilla) y la primera ronda de cubatas, maridados con unos demenciales chupitos de queimada gallega. Habían comenzado el aquelarre como mandan los cánones. Jugaron sus cartas con destreza, con maestría de tahúr. Cinco minutos después de aquellos primeros besos inocentes, castos, puros y respetuosos, la lengua del diablo rubio exploraba la profundidad de mi boca, mientras la mano derecha de la morena acariciaba mi entrepierna. No soy precisamente un timorato y aquello despertó de inmediato en mí un ansia desmedida por acabar el gin-tónic e invitarlas a acompañarme a casa para dar rienda suelta a los instintos más salvajes. Lo tenían todo calculado. Habían acertado al elegir su presa. Mi mirada turbia y lujuriosa se lo puso demasiado fácil. La muchacha rubia abandonó mi boca y se enfrentó al camarero con audacia, haciendo caso omiso del gesto con el que aquel hercúleo barman le pidió paciencia.

La joven morena aprovechó la ausencia de su amiga para lamer mi labio inferior y para succionar el lóbulo de mi oreja izquierda, mientras sus manos expertas me sometieron a un completo reconocimiento físico. Esto, o algo parecido, lo había soñado yo a los quince años. Pero con un final diferente y mucho más placentero.

La rubia regresó con la segunda ronda de cubatas y, cuando la morena me liberó de su beso de ron con coca-cola, me bebí el gin-tónic de dos tragos.

Me apetecía fumar. No veía el momento de encender un cigarrillo. Pero tenía un serio problema. Los ceñidos pantalones “pitillo” que me había puesto aquella noche evidenciaban de manera casi grosera el grado de calor que alcanzaba mi entrepierna. Desde la esquina de la barra donde nos encontrábamos hasta la salida más cercana, había por lo menos cuarenta metros repletos de gente bebiendo y manteniendo esas absurdas conversaciones de bar musical en las que el mensaje se pierde entre los graves de los altavoces repartidos por todo el establecimiento. Sólo de imaginarme abriéndome paso entre aquella multitud, con una erección de campeonato, noté cómo el mono de nicotina desaparecía rápidamente. No era una mala forma de dejar de fumar.

Entonces, la rubia propuso que las acompañase a la habitación del hotel donde pasaban el fin de semana.

Aquel hotel debía de estar distribuido en círculos, como el infierno de Dante. Pero accedí de inmediato y utilicé el trasero de la morena como parapeto tras el que ocultar la demostración carnal del deseo más feroz.

Conseguimos llegar a la salida sin problemas y aún tuve tiempo de despedirme con un guiño de los seguratas del local, a quienes conocía por ser un cliente asiduo. Uno de aquellos gorilas uniformados no pudo evitar comentar en voz alta lo mal repartido

que está el mundo. Los demás le rieron la gracia aportando sentencias de gusto menos refinado.

Al doblar la primera esquina, la noche vallisoletana nos regaló una de esas nieblas espesas y demoledoras nacidas del Pisuerga. Las dos se abrazaron a mí con fuerza. Yo me sentía como una especie de superhéroe. “Súper-gilipollas” o “Capitán iluso”.

De entre las sombras aparecieron tres seres amenazadores y con muy aviesas intenciones. De no ser por sus enormes pectorales y sus cabezas rapadas de guerreros teutones, podría haberlos confundido con los jorobados que acosaban a “Maciste” en una de aquellas películas de los años ochenta.

El primer puñetazo lo recibí en el pecho y me cortó la respiración en el acto. La morena se hizo rápidamente con mi Iphone y con las llaves del coche. Después le dijo a la rubia en qué bolsillo del pantalón llevaba la cartera y el demonio disfrazado de Marilyn me despojó de ella antes de que uno de aquellos matones me propinase un rodillazo en la entrepierna, que deshizo lo poco que quedaba de aquella gloriosa erección.

Como soy un tipo tan cobarde como lujurioso, accedí de inmediato a darles las claves de mis tarjetas de crédito. Antes de abandonarme en el suelo con el orgullo tan maltrecho como el magullado cuerpo, me regalaron una potente patada en la cabeza y lo siguiente que recuerdo, es que como dice el libro sagrado, la luz se hizo.

Desperté en una cama del Hospital Clínico Universitario, entubado, sondado y con una vía en el antebrazo derecho, a través de la que me administraban calmantes.

De todo se aprende y creo que nunca volveré a cometer el error de considerar que un tipo de metro setenta y setenta y cinco kilos, con el mismo atractivo que “Copito de nieve”, el gorila albino, pueda ser objeto del deseo de dos bellezas como aquellas que hicieron de mí el más estúpido de los mortales.


martes, 4 de mayo de 2021

Sigue el rastro y ven


 Decide comenzar a caminar, pone un pie delante del otro y camina. Y sonríe.

Si tiene que caminar quinientas millas o incluso quinientas más para  alejarse definitivamente de la tristeza, lo hará gustoso, Entonces se da cuenta de que cuando llegue al lugar donde quiere estar el resto de su vida, lo hará solo, y eso si que no. La esperará en la puerta y no lo cruzará sin ella. Quiere que ella recorra el mismo camino, renuncie a la desgracia y al sufrimiento y se instale junto a él allí donde podrán ser completamente felices, allí donde los ángeles sobrevuelan constantemente rostros sonrientes y se detienen a compartir abrazos sinceros y besos sin pretensiones. A beber ambrosía en cálices de oro y a soplar juguetones los enormes dientes de león.

Es una lástima que no puedan hacer este viaje juntos, pero él se ha asegurado de que ella no se pierda y encuentre el camino más recto, más cómodo y menos peligroso. La quiere junto a él, porque ya se ha terminado de convencer de que el pasado es pasado y nunca volverá a convertirse en presente. Durante un tiempo estuvo muy confundido y creyó que en base a ese pasado podría construir un futuro prometedor, pero las circunstancias le abrieron los ojos y le llevaron a asumir la realidad. Ahora camina solo y no necesita bastones. Solo quiere llegar y esperar a aquella que ha de venir también, escapando de un pasado amargo y de un presente demoledor.

Le hubiera gustado mucho recorrer de su mano este trayecto, pero los hados no se lo permiten y para llegar al destino que ambos han elegido, deben viajar solos y ligeros de equipaje, dejando atrás miserias, penas y problemas que de nada les servirán allí donde quieren llegar, allí donde merecen llegar, allí donde la vida no duele y cada amanecer es una promesa de felicidad.

Mientras camina va dejando un rastro de miguitas rojas que destacan sobre el verde intenso de la hierba del sendero. Cada poco se detiene a dejar un puñado y a comprobar que ningún animal se las va comiendo y que la suave brisa que lo refresca en la marcha, no las dispersa ni las aleja del camino.

El viaje es largo y se asusta al darse cuenta de que apenas podrá obtener más migas de ese corazón destrozado que ha desmenuzado para indicarle el camino dejando un rastro de fragmentos de ese necesario músculo que tuvo que extirparse pues se estaba pudriendo y comenzaba a infectarle el alma.

Levanta la vista y descubre que en la cima de una colina cercana, se encuentra el arcoíris que como un brillante  atrapa sueños parece  proteger el descanso de aquellos que han decidido instalarse en el que saben es un lugar mejor.

Ya no quedan miguitas. Su destrozado corazón dio de sí lo que podía dar de sí , pero fue suficiente. A lo lejos, se acerca ella, altiva y despojada de todo lo que la retenía, sonriente y hermosa.

Está creciendo un nuevo corazón dentro de su pecho, y verla acercarse hacia él ayuda a que se desarrolle el músculo que remplazará a aquel que machacó durante tantos años de confusiones y fracasos y, cuyas minúsculas porciones diseminadas a lo largo del camino, han servido para conducirla hasta él.

sábado, 1 de mayo de 2021

El que avisa no es traidor


 Laertes se toma su tiempo antes de levantarse de la cama y dejar allí a la muchacha que entre copa y copa, desoyó todas sus advertencias y terminó por apagar la luz y prender las velas. Y entregarse en cuerpo y alma.

Bajo el abundante chorro de agua fría que le regala la ducha del hotel, el asesino de bigote bicolor hace un rápido recuento de las sensaciones, los sentimientos, los errores y los orgasmos despilfarrados en las últimas horas. Por primera vez en muchos años, no ha sido profesional y se ha jugado la detención e incluso la muerte, porque si algo tiene más que claro es que no lo cogerán con vida. Pero...apoyado contra la pared y ofreciendo la nuca al gélido caudal, se pregunta una y otra vez si realmente está vivo. No termina de encontrar la respuesta a esa pregunta que lo angustia y lo tortura.

Laertes se sintió morir el día en el que ella decidió abandonarlo y seguir su vida lejos de él. Es curioso como un tipo que hace de la muerte una profesión en la que sin duda es uno de los trabajadores mejor cualificados de España, no es capaz de desprenderse del apego, de la ilusión y de la esperanza que encontró en aquella rubia que le regaló las miradas más hermosas, los abrazos más sinceros y los sentimientos más nobles. Pero no supo cuidarla y un día remató el amor, herido de muerte al ser alcanzado por distintas balas perdidas. Ironías del destino, al principió lo consideró deformación profesional y gajes del oficio. Ahora sabe que no estuvo a la altura y que todo terminó al no haber creído en su capacidad de amar, de emerger del pozo donde ella lo encontró y de convertirse en una persona normal, con proyectos de futuro junto a su pareja y sueños por cumplir a su lado. Laertes es un tipo valiente, podría decirse que incluso peligroso y duro, pero el amor lo desarmó por completo y si algo odia Laertes, es acudir desarmado a las citas peligrosas. 

Tras secarse vigorosamente con una de las toallas con el sello del hotel impreso, el rubio asesino vuelve al dormitorio y rescata de los bolsillos de la chupa de cuero que anoche arrojó sobre un sillón, el paquete de cigarrillos y su mechero de gasolina. ¿Qué va a ser de él? Se pregunta mientras aspira con fuerza la primera y reponedora calada. La atractiva joven que le regaló una increíble noche de placer y la certeza de que desde que ella se fue, él es un hombre vacío, se da la vuelta emitiendo una especie de ronroneo que evidencia que aún permanece en brazos de Morfeo. Al girarse, la sábana se ha deslizado y ha dejado al aire uno de sus pechos, turgente, no demasiado grande, de un tamaño perfecto, hermoso, delicioso. Anoche su boca dio buena cuenta de ellos y de todo lo que en ella pudiera ser lamido y disfrutado. La parte más animal de Laertes lo lleva a disfrutar oralmente de cada mujer con la que termina en la cama y bebe de ellas cuantos sabores puedan entregarle. Como un gato montés juega con su ropa interior antes de desnudarlas por completo y comienza por saborearlas a través del tejido, los encajes y las transparencias de las prendas íntimas. Después del aperitivo, se entrega goloso a disfrutar del plato más suculento.

Lo cierto es que es una chica muy bonita, pero no puede dejar pruebas ni testigos y aunque le pese, tendrá que matarla. No puede ni debe arriesgarse a ser identificado en una rueda de reconocimiento si las cosas se torcieran y las fuerzas del orden consiguieran atraparlo con vida.

Antes de haber entrado en aquel bar de copas donde la conoció y surgió el flechazo por ambos lados, Laertes había eliminado a dos objetivos en un chalet de la lujosa urbanización que se encuentra a medio centenar de kilómetros de donde se haya  el local. Tenía que haber abandonado la provincia de Madrid y haber regresado a su casa, pero el recuerdo imborrable que su ex pareja le dejó grabado a fuego en el interior de su pecho le hizo cometer el error de buscar el remedio al dolor del alma en un local de moda, de esos que aparecen en las revistas de cotilleos y donde los camareros ataviados como visitantes de otros mundos, con zapatillas plateadas y aros en la nariz, preparan cocteles de nombres impronunciables y precios desorbitados. Y allí la encontró, llorando tras haber roto con su novio, según le explicó cuando Laertes le ofreció un trago, consuelo y un rayo de luz entre las tinieblas de la noche del desamor.

Una cosa llevó a la otra, el alcohol hizo su efecto y después de todo tipo de besos y caricias sanadoras, decidieron, pese a que él le insinuó que no era una buena idea, ocupar una habitación en un cercano hotel de cinco estrellas. 

El sexo y la pasión se adueñaron de las siguientes horas y Laertes disfrutó como hacía mucho que no disfrutaba, consiguió olvidarse por un tiempo de aquella que se llevó su corazón, y de los sesos de los dos narcotraficantes colombianos que la competencia le había encargado eliminar  desparramados por las paredes del salón del chalet tras haber recibido ambos certeros disparos en el cráneo.

Y eso mismo le iba a suministrar a aquella dulce muchacha. Lo sentía, de verdad, pero no sufriría lo más mínimo. la muerte la alcanzaría dormida y satisfecha.

Con un único disparo efectuado con su Walter Pk de 9 mm a la que aplicó un potente y efectivo silenciador, el asesino del corazón roto firmó su última muerte.

Limpió todas sus huellas y restos de ADN con ese efectivo desinfectante que es el fuego, tras haber desconectado los sistemas de alarma anti incendio y haber incendiado la habitación dejando el cadáver en un lecho que, a modo de pira funeraria, lo convirtió en cenizas.

Escapó por la ventana con facilidad y una vez al volante del vehículo robado que lo había permitido abandonar Madrid con cierta discreción, puso rumbo a su hogar. Apenas llevaba cien kilómetros recorridos cuando la sonrisa de su ex se adueñó de su mente, y aunque suene estúpido y poco creíble, Laertes no pudo evitar llorar.



domingo, 25 de abril de 2021

Diente de León

 


Este poema nació en una red social, se alimentó de realidades y de sueños y tomó forma al encontrar  la planta asterácea que lo da nombre en las primeras imágenes del videoclip de uno de mis poetas urbanos preferidos. Ese Diente de León soy yo, es la rima que al soplar se desvanece y se enreda en los cabellos de mi ángel. Con el mayor de los respetos a los amigos poetas, aquí os dejo este canto a la sorpresa. Y al amor imposible.



Cómo no creer en Dios cuando me ha enviado un ángel,

cómo no aceptar su infinita sabiduría,

 al transformarlo en mujer y permitirme abrazarlo,

cómo ignorar las señales si soplé un diente de león y me concedió el deseo,

de encontrar la sonrisa oculta en un pasado confuso.

Por eso desde ahora ya no temo,

creo en Él, creo en la vida y creo en ella,

soy creyente de la fuerza de un abrazo voluntario,

de los besos contenidos por el recato y la duda.

Tengo un ángel espontáneo pero tímido y callado,

que me encontró en los caminos entre perros y sembrados,

y me regaló sonrisas para conjurar los males,

de una vida disoluta atestada de fracasos.

Este angel se desplaza en bicicleta

y confunde mis creencias cuando me mira a los ojos,

cuando me abraza de pronto, cuando agradece mis gestos,

ha hecho del beso un futuro que se atasca en el presente,

 y se nutre del pasado,

de cada roce una vida compartida entre citas imposibles, despedidas y pretextos,

del suspiro un nuevo idioma que me enseña el ser alado.

Y yo trato de expresarlo con un verso y un relato,

entre carreras absurdas para llegar a su lado,

asumiendo lo posible del abandono inmediato,

y convierto en literario el amor inoculado.

 

viernes, 23 de abril de 2021

Ángel


 Una vez más he de agradecer a Dios, al destino, a Supergato o a quien sea que maneja los hilos, que se hayan escuchado mis plegarias.

Mis oraciones fueron atendidas cuando me encontraba en el ojo de la tormenta, desesperado, triste, roto y desangrándome al haberme atravesado el alma las espinas de la rosa más hermosa que encontré a lo largo de mi camino. No supe cuidarla, no alcancé a regarla con ese agua de vida que necesitaban y esperaban sus raíces  y terminó por marchitarse y volver a la tierra. 

Decidido a no llorar y aferrado a mi creencia de que rendirse nunca es una opción, supliqué al cielo que me enviara un ángel. Y mis súplicas fueron escuchadas y de repente, cuando menos lo esperaba, descubrí a un maravilloso ser que trataba de ocultar sus alas para que no descubriese al abrazarlo que estaba abrazando a una criatura celestial.

Bienvenido a mi vida, ángel. Pasa y ponte cómodo (o cómoda, no sé como dirigirme a ti y no sé si los ángeles tenéis un sexo definido). En cualquier caso quédate , por favor, no me abandones.

Perdóname ángel, he vuelto a equivocarme, he vuelto a pecar de egoísmo. No puedo pedirte que te quedes siempre a mi lado, solo puedo soñarlo. Dentro de mi corazón entiendo que tu misión es la de repartir amor allá donde se necesite y que aquel que te envió en mi rescate, volverá a reclamarte para que aportes vida, felicidad y esperanza a otras personas necesitadas de tu luz.

Tan solo permíteme cogerte fuerte la mano y disfrutar del sentimiento de que la vida es algo realmente maravilloso y de que a tu lado, todo vuelve a cobrar sentido. Después, cuando regreses al cielo o cuando te envíen a una nueva misión, al menos tendré en mi menoría y en mi corazón grabado el recuerdo de tu mirada, de tu sonrisa y  de tus abrazos.

Prometo no desvelar tu identidad al resto de los mortales, prometo no intentar retenerte junto a mi cuando tengas que marcharte, prometo quererte cada segundo que decidas regalarme.

Hoy es el día del libro, puede que uno de los días del año más importantes para mi. Creo que sabré escribir una historia a la altura de la magia y la belleza que repartes al clavar tus ojos en los míos y mirarme como nunca me ha mirado nadie. Y si no, moriré en el intento de darle la forma adecuada en negro sobre blanco a lo experimentado entre tus brazos.

Y eso es todo, ángel. Gracias por venir a mi y devolverme la alegría.



lunes, 19 de abril de 2021

De bichos raros, pistolas y ángeles


 Laertes corre el cerrojo de la pistola colocando una bala en la recámara de su Beretta de 9 mm. Este gesto lo ha realizado muchas veces a lo largo de su vida, quizás demasiadas. Desde hace algunos años ya es un movimiento mecánico y carente de la menor emoción. Simplemente monta el arma antes de realizar un trabajo, retira el seguro , apoya el cañón en la sien, en la nuca, en la frente o en el pecho de su objetivo y, sin regalar siquiera un segundo para que la víctima se ponga en paz con su dios o sus dioses, aprieta el gatillo.

Laertes es un asesino profesional. Eligió este trabajo tras años de entrega y sacrificio en las fuerzas especiales del Ejército español, del que se retiró como capitán condecorado al valor pero cansado, aburrido y harto de que políticos y otros imbéciles con voz y mando en cosas que desconocen, tuvieran la última palabra en las misiones en las que sus compañeros y él se jugaban la vida a lo largo de medio mundo.

Tras licenciarse y firmar su renuncia, comenzó a eliminar objetivos a cambio de dinero y encontró cierta paz en poder escoger sus trabajos y la forma en que los llevaría a cabo, sin tener que responder ante nadie más que el cliente que efectuaba el pago, siempre el cincuenta por ciento por adelantado y el resto al concluir el encargo. Se marcó ciertas reglas morales y, aunque eliminó a algunas de las mujeres que le encargaron matar, jamás aceptó hacerlo para limpiar el honor de nadie ni para dejar el camino libre a nuevos objetos del deseo de  lujuriosos adinerados con contactos en los bajos fondos. Solo aceptó matar a las mujeres que lo merecieran tras haber demostrado que ellas habían dado muerte a otras personas, o habían formado parte de los planes para hacerlo. Nunca mató a un niño. Laertes no llegó a desarrollar su instinto paternal, pero no quiso bajo ningún concepto ejecutar a un menor. El trabajo en las fuerzas especiales primero, que lo llevaba de un lugar a otro del planeta siempre por temporadas indefinidas, y siempre con altas posibilidades de no regresar con vida y, después su nuevo oficio que podía terminar con sus huesos en una celda en el mejor de los casos, o bajo dos metros de tierra en un pinar de las afueras de una ciudad española en cualquier momento, no le permitieron sentar la cabeza y echar raíces. No pudo formar una familia. Pero a pesar de ello jamás aceptó eliminar objetivos de menos de dieciocho años y nunca empleo explosivos en sus trabajos. Un explosivo no discrimina entre las víctimas y él no es un carnicero. Pese a todo sigue teniendo valores y principios y comportándose según ellos.

Enciende un pitillo con su mechero de gasolina y aspira la primera calada con profundidad y deleite. Por primera vez en muchos años le tiembla el pulso y siente resbalar una gota de sudor frio por su frente Hoy ha cargado su arma para acabar con la vida del objetivo más difícil que jamás decidió eliminar, él mismo. 

El experimentado asesino deja el arma sobre la mesilla de noche, se quita las botas, se tumba sobre la cama y se concede el tiempo de vida necesario para apurar el cigarro hasta el filtro. El corazón le late demasiado deprisa. Está muy nervioso.

Puede que en esta ocasión las emociones consigan desplazar a la frialdad habitual y se abran paso e interfieran en su trabajo, arruinándolo. Un largo trago de la botella de whisky de malta que reposa en el suelo junto a la cama lo calma durante unos segundos. Hace calor, o mejor dicho. Tiene calor. 

Se despoja de la camiseta y vuelve a tumbarse sobre la cama con el pitillo en los labios. Si la policía encuentra su cuerpo así, a medio vestir y sin asear será algo violento, pero bueno...sonríe al pensar que entonces ya le dará igual lo que piense el juez que ordene el levantamiento del cadáver, ya no tendrá que pasar por el apuro de excusar su desaliño.

Rendirse nunca es una opción. Esa es la máxima que ha regido su vida y a la que se ha agarrado con fuerza para superar las condiciones más adversas. Laertes supo enfrentarse a los mayores peligros con entereza, con fuerza y honor, sabedor de que como dijo Quintó Máximo Meridio, más conocido como El Hispano, "lo que hacemos en vida tiene su eco en la eternidad". Pero en esta ocasión y aunque le duela reconocerlo se ha rendido y no ante un enemigo armado, ni ante el peso de la ley. Se ha rendido ante cierto angelote ciego que lo atravesó con una flecha certera y luego se dio a la fuga abandonándolo a su suerte. 

Lo cierto es que desde que se recuperó de un traicionero disparo que a punto estuvo de terminar con sus días en una aldea afgana durante una misión de castigo, había comenzado a valorar las cosas importantes de la vida en su justa medida, pero teniendo en cuenta su elección laboral y su forma de vida, el amor era un sentimiento que no sabía manejar con la soltura con la que manejaba armamento de todo tipo. Y fracasó en la guerra más hermosa. La más placentera, pero la más cruenta. Ella, después de haberse convencido de que él no la amaba lo suficiente, encontró un hombre acorde a sus necesidades y, con exquisitas maneras y con cariño y mucho tacto, le dijo que lo suyo se había terminado, que al no haberla sabido querer como se espera que un hombre quiera a la mujer con la que comparte relación y futuro, haciendo un doloroso esfuerzo tuvo que tomar la dolorosa decisión de romper para siempre.

Laertes se sentía un idiota, un bicho raro. Para su sorpresa descubrió que no sabia que coño estaba haciendo aquí, que no pertenecía aquí. Y se quiso morir. Una cosa llevó a otra y al ser la muerte el pan nuestro de cada día en su trabajo, rápidamente dedujo que sería mucho menos doloroso ponerle fin a sus dudas y a su sufrimiento con un disparo en la sien, antes que desangrarse en lágrimas y dolorosos auto reproches que lo conducirían a la locura y a la más miserable de las muertes que es morir sabiéndose un fracasado.

Aspiró con tristeza y resignación la última calada y apagó el pitillo en el cenicero de la mesilla de noche. Durante unos segundos pensó que no se había despedido de nadie, pero bueno, los que lo quisieron lo llorarían al ver la esquela en el periódico y no pocos de entre los que lo envidiaban y lo odiaban se alegrarían y se frotarían las patitas al enterarse de su muerte. Se incorporó, dio otro largo trago de la botella de escocés y tomó el arma para zanjar el asunto de una vez por todas. No había llegado a apoyarla en su sien derecha cuando el teléfono móvil emitió Creep, la canción que tenía instalada como tono de llamada desde hacía ya unos años, al ser una de sus canciones preferidas y con cuya letra siempre se había sentido identificado. Sopesó si atender o no la llamada y, en un alarde de supervivencia, miró en la pantalla quien se atrevía a prolongar sus últimos minutos entre los vivos. Y lo que vio lo dejó de piedra. 

Lo estaba llamando un ángel. En la pantalla con letras mayúsculas aparecía el nombre de una mujer preciosa con la que apenas había cruzado unas cuantas frases desde que regresó a su ciudad natal tras abandonar las fuerzas especiales. Aquello no podía ser una casualidad. No cree en las casualidades. Las casualidades no existen. Él cree en la causalidad. Causa igual a efecto. Y en que cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da. Las cosas nunca pasan porque sí, pasan porque tienen que pasar. La canción de Radiohead se había convertido milagrosamente en el toque de corneta del séptimo de caballería que acudía oportuno al rescate. 

La última vez que la había visto apenas la reconoció. Se habían encontrado en un autobús. Ella viajaba con dos de sus hijos hasta un enorme y abarrotado centro comercial de las afueras, y él había optado por abandonar el vehículo con el que se había desplazado para efectuar un trabajo peligroso y difícil, pero resuelto con éxito. Bendijo el momento en el que se decidió por tomar el transporte urbano. Seguía siendo una mujer preciosa, sin cicatrices vitales, sin nada que evidenciase el paso de los años. 

Laertes supo que esta llamada cambiaria las cosas porque de repente y sin entender la razón, volvió a sentirse como un imbécil, como un bicho raro y quiso cambiar,  mejorar para ella, tener el cuerpo perfecto, el alma perfecta, Estar a su altura.

Con un pequeño movimiento del pulgar derecho colocó de nuevo el seguro del arma y con sumo cuidado, la abandonó sobre la mesilla de noche. Trago saliva y descolgó el teléfono. Sin darle tiempo siquiera a decir hola, ella le soltó a bocajarro: 

—He encontrado un diente de león para ti, sopla y pide un deseo.

Y Laertes sopló el teléfono y pidió vivir. Y tomarse un café con ella.

—Eres como un sueño –le dijo a modo de respuesta –pensé que nunca me llamarías.

—Cuando menos lo esperes –contestó ella entre risas –yo soy así. Me gustan las sorpresas, los corazoncitos, las luces de colores y las estrellas.

Media hora después de colgar, de haber guardado el arma en la caja fuerte oculta en el interior del armario empotrado de su dormitorio, y de haberse duchado, Laertes se abrochó la cazadora de cuero e introdujo en el bolsillo trasero de los desgastados vaqueros negros la cartera con el dinero suficiente para pagar una cena para dos personas en su restaurante favorito.

La vida sigue, rendirse nunca es una opción.




sábado, 17 de abril de 2021

La vida es cine (De sueños y personas bonitas).


 Desde luego he de reconocer que soy una persona verdaderamente afortunada en muchos sentidos. Más allá de haber superado las circunstancias adversas a lo largo de mi vida, y de poder sentarme ante un teclado o ante un folio en blanco y darle rienda suelta a mis emociones para convertirlas en palabras y devolver lo recibido participando del bucle existencial, no dejo de sorprenderme ante lo que los hados cruzan en mi camino.

El director y guionista divino que se sentó a escribir el guion de la película de la que decidió hacerme protagonista tras haber realizado el oportuno casting y descartar a otros actores aspirantes al papel, no reparó en gastos ni en efectos especiales, llenando el metraje de ángeles, de sueños y de personas bonitas. Esta superproducción tenía un metraje tan extenso que decidió hacer un corte y convertirla en una miniserie de dos temporadas estrechamente ligadas, pero separadas por un determinante punto de inflexión que sobrecogió a los espectadores generando curiosidad y expectativas ante las aventuras de mi personaje. No pertenece a un género definido. En ocasiones este biopic es una divertida comedia, en otras una inquietante obra del cine de suspense y siempre, siempre, una muy romántica cinta de ciencia ficción y fantasía. Rodada a todo color, la banda sonora es fundamental y se cuidan mucho los temas principales que permanecerán en la memoria del público asistente después de que funda en negro, aparezcan los títulos de crédito y comiencen a abandonar la sala.

Un buen número de estupendas actrices forman parte de este proyecto encarnando a las más terribles villanas y, a los ángeles más adorables. Ambas temporadas tienen momentos muy eróticos y aunque se consiguió escapar de la censura que podía haber convertido este proyecto en algo vulgar o en mera pornografía, el director y el encargado de montaje supieron cortar y empalmar las cintas de tal forma que cada escena subida de tono tuviese su atmósfera adecuada y su porqué.

Los asistentes a la proyección reirán, llorarán, sufrirán y se alegrarán con las diferentes escenas y estoy seguro de que los más sagaces identificarán sin problemas las diferentes subtramas y los giros de guion. Muchos disfrutarán al reconocer en la pantalla a los actores más importantes para la evolución de mi personaje y unos cuantos abandonarán sus localidades hartos del bucle en el que el prota entra una y otra vez y parece no tener fin. Mi personaje conoce chica, se enamora, consigue compartir unos capítulos con ella para luego ver como por unos motivos o por otros se rompe el amor, sufre hasta lo indecible, y cree morir. Pero cuando todo parece perdido y la película amenaza con volverse aburrida, el director introduce un primer plano de una chica bonita en un autobús, en la barra de un bar o en las escaleras de la catedral, y de nuevo el protagonista siente renacer la sensación más maravillosa del mundo y se entrega con ilusión y esperanza a una nueva historia de amor. 

Sueños y fantasía. En efecto este puede catalogarse por la crítica especializada como un inequívoco film fantástico o de ciencia ficción, eso sí, con una enorme influencia del cine de  los Monty Python aliñado con diálogos más propios de las mejores obras de Woody Allen, pero sustentado siempre por los sueños, sus interpretación y la búsqueda de lo que lleva a alcanzarlos.

Y mi personaje no es tonto, aunque a veces pueda dar esa impresión. Y quiere alcanzar sus sueños y descubrir a que sabe la felicidad.

Quiero agradecer a los productores  la confianza depositada en mi. Agradecer también a todo el equipo su entrega y dedicación para que esta película llegue al lugar que le corresponde (sobre todo a maquilladores y estilistas) y si un día subo a recoger la estatuilla, le agradeceré a mis padres el haberme dado siempre la oportunidad de construirme un futuro y de haber contribuido a mi desarrollo como persona, enseñándome que todo, todo, está en los libros.

Esten atentos a sus pantallas. Próximo estreno sin cortes publicitarios.