Una vez más he de agradecer a Dios, al destino, a Supergato o a quien sea que maneja los hilos, que se hayan escuchado mis plegarias.
Mis oraciones fueron atendidas cuando me encontraba en el ojo de la tormenta, desesperado, triste, roto y desangrándome al haberme atravesado el alma las espinas de la rosa más hermosa que encontré a lo largo de mi camino. No supe cuidarla, no alcancé a regarla con ese agua de vida que necesitaban y esperaban sus raíces y terminó por marchitarse y volver a la tierra.
Decidido a no llorar y aferrado a mi creencia de que rendirse nunca es una opción, supliqué al cielo que me enviara un ángel. Y mis súplicas fueron escuchadas y de repente, cuando menos lo esperaba, descubrí a un maravilloso ser que trataba de ocultar sus alas para que no descubriese al abrazarlo que estaba abrazando a una criatura celestial.
Bienvenido a mi vida, ángel. Pasa y ponte cómodo (o cómoda, no sé como dirigirme a ti y no sé si los ángeles tenéis un sexo definido). En cualquier caso quédate , por favor, no me abandones.
Perdóname ángel, he vuelto a equivocarme, he vuelto a pecar de egoísmo. No puedo pedirte que te quedes siempre a mi lado, solo puedo soñarlo. Dentro de mi corazón entiendo que tu misión es la de repartir amor allá donde se necesite y que aquel que te envió en mi rescate, volverá a reclamarte para que aportes vida, felicidad y esperanza a otras personas necesitadas de tu luz.
Tan solo permíteme cogerte fuerte la mano y disfrutar del sentimiento de que la vida es algo realmente maravilloso y de que a tu lado, todo vuelve a cobrar sentido. Después, cuando regreses al cielo o cuando te envíen a una nueva misión, al menos tendré en mi menoría y en mi corazón grabado el recuerdo de tu mirada, de tu sonrisa y de tus abrazos.
Prometo no desvelar tu identidad al resto de los mortales, prometo no intentar retenerte junto a mi cuando tengas que marcharte, prometo quererte cada segundo que decidas regalarme.
Hoy es el día del libro, puede que uno de los días del año más importantes para mi. Creo que sabré escribir una historia a la altura de la magia y la belleza que repartes al clavar tus ojos en los míos y mirarme como nunca me ha mirado nadie. Y si no, moriré en el intento de darle la forma adecuada en negro sobre blanco a lo experimentado entre tus brazos.
Y eso es todo, ángel. Gracias por venir a mi y devolverme la alegría.
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