Mientras coloca la alianza de plata en el dedo de su sonriente prometida, y tras escuchar que puede pronunciar sus votos matrimoniales, el emocionado novio traga saliva y clavando su mirada azul en los ojos de la mujer que ama, consigue vencer la emoción y le dice con absoluta sinceridad, "te juro ante los hombres y ante nuestro Dios, que pase lo que pase y le pese a quien le pese, te amaré con toda el alma el resto de mi vida, y todas las vidas que pase junto a ti. Te amaré con distintos nombres, con distintos cuerpos, pero con el mismo corazón, en distintas épocas y en distintos lugares. En este planeta o en mi asteroide que ya es tuyo. Y siempre te seré fiel, siempre. No concibo una existencia sin mirarme en tus ojos. Y es que sé que eres tu, lo tengo muy claro. Te he vuelto a encontrar y no quiero perderte de nuevo, ya que no hay ninguna otra mujer en el universo conocido que sea capaz de aportarme lo que tu me aportas, de despertar en mi lo que tu despiertas. Y es que creo en ti, y si tu no estás, nada me importará, nada tendrá sentido, nada merecerá la pena. Estaré junto a ti siempre, o al menos mientras quieras que caminemos juntos. Me tendrás a tu lado en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza, hasta que la muerte intente separarnos, porque no habrá muerte capaz de desatar el hilo rojo que une nuestras almas. Esto te lo prometo con el corazón, y ya sabes que siempre cumplo mis promesas."
La hermosa mujer le sonríe con los ojos, con la boca y con el corazón y, haciendo de él el hombre mas feliz de cuantos han habitado la tierra, coloca en su dedo la alianza que simboliza la unión ante la ley, y antes de besarlo con pasión pronuncia una única palabra, "ven".
Ambos dejan en la orilla el equipaje acumulado a lo largo de sus trayectorias vitales y se entregan el uno al otro con decisión y alegría, y con la absoluta certeza de que el destino ha decidido concederles una nueva oportunidad para darle el más intenso y pleno de los sentidos a la palabra amor. Entonces suena el vals más hermoso a través de la megafonía de la sala, y siguiendo el ritmo que marcan los Vetusta Morla, comienzan a bailar. Todo es absolutamente perfecto. Todo.
La luz que entra por las rendijas de la persiana despiertan al enamorado y romántico escritor que descansa tras otra noche llenando páginas con ilusión y esperanza y, al despertar, se gira buscando a su esposa. Pero ella no está. Solamente ha sido un sueño y el único anillo que luce en su mano, no es una alianza, ni se lo colocó la hermosa mujer vestida de blanco que hace tan solo unos segundos le había jurado amor eterno.
Antes de levantarse de la cama enciende un cigarrillo y conecta el equipo de música que sobre la mesilla de noche reproduce el vals que instantes antes bailaba abrazado a la mujer con la que los hados en un alarde de infinita crueldad decidieron cruzarlo para luego separarlo rompiéndole el corazón y haciéndole perder al razón. No puede evitar que una enorme, cálida y salada lágrima resbale por su mejilla, pero antes de dejarse llevar por la desesperación, se repite en voz alta el mantra al que se agarra cuando toma conciencia de la realidad más allá de sus novelas, "todo termina llegando, incluso lo bueno."
Bajo el chorro de agua fría de la ducha que desentumece los músculos, pone en marcha los sentidos y lava su llanto, se promete a si mismo intentar controlar esa intensidad que marca su vida, que inunda su pecho y que le impide escribir sobre cosas banales.
Hoy es tan solo un día más, otro día más.