Se acerca al
micrófono y tras comprobar su correcto funcionamiento, comienza a leer el
discurso que había tomado la precaución de traer por escrito:
«Entre todos
salvamos el planeta. O quizás debería decir que conseguimos salvar el planeta
entre todos y todas, y ya puestos, añadir también lo de todes, para no dejarme
fuera a nadie y ser completa y absolutamente inclusivo, aunque a mi se me
enseñara desde pequeño que, en castellano, el plural se construye en masculino.
He sido
elegido por la Organización de las Naciones Unidas para ponerle voz al conjunto
de la humanidad, que supo reaccionar ante lo esgrimido por quienes encontraron la respuesta a la gran pregunta que se
formulaban incansablemente los habitantes de los cinco continentes: ¿Hasta
cuándo? Y es que el planeta Tierra no dejaba de dar señales de que su paciencia
había llegado al límite y no tardaría demasiado en sacudirse del lomo a la
especie humana, que como un feroz y peligroso parásito no dejó de esquilmar los
recursos naturales y de enfermar y destruir los ecosistemas, agotando de paso
las reservas de la biosfera al no tener un depredador que pudiera controlar su
población y sus perniciosos hábitos.
El aumento
de los terremotos, los tsunamis, las erupciones volcánicas el calentamiento
global, el peligroso deshielo de los polos, el peligrosísimo cambio climático,
la desaparición de algunas especies animales y vegetales, y la aparición de
nuevos virus y bacterias, fueron tan solo algunos indicadores de que habíamos
traspasado todos los límites y habíamos cruzado cuantas líneas rojas se
trazaron al principio de los tiempos.
Durante muchos
años la humanidad decidió hacer oídos sordos, mirar hacia otro lado y enterrar
la cabeza en un mullido y confortable agujero en el suelo para no ver que el
tan perseguido progreso había conseguido ser al mismo tiempo principio y fin de
una nueva era.
Somos
animales inteligentes, y hace ya mucho que nos atribuimos el arrogante título
de “especie superior”, pero cómo pude leer en el libro Vosotros, ¿especie
superior?, somos la única especie animal que destruye su propio ecosistema.
Y que además es capaz de matarse mucho y
desde muy lejos por avaricia, envidia, odio y rencor, e incluso en el nombre de
un ser superior al que se le atribuye la voluntad de predominar sobre cualquier
otra fuerza, o simplemente para la diversión de algunos enfermos especímenes
que consiguen infectar las voluntades de sus congéneres y embarcarlos en
abominables exterminios.
La Tierra no
lo soportó más y después de concedernos una oportunidad tras otra y de sufrir
una continua y desoladora decepción, hizo de tripas corazón y muy a pesar suyo,
recurrió a la única forma posible para librarse de nosotros, los seres humanos,
su vital y más encarnizado enemigo, y para ello permitió que enviásemos al
espacio la muestra de nuestra insensatez. Como especie ya habíamos demostrado
nuestra impresionante resiliencia, nuestra capacidad de supervivencia y nuestra
habilidad para afrontar cualquier desafío y para resistir todo tipo de pruebas
y de castigos. Es más, durante años perseguimos y estigmatizamos a aquellos
visionarios que comprendieron que la Tierra era tan solo una vivienda en multipropiedad,
que no nos pertenecía, y que debíamos compartir con el resto de las especies
animales y vegetales que disfrutaban del usufructo. Lejos de ser amables y
considerados inquilinos, dimos un golpe de estado y nos erigimos en
todopoderosos presidentes de la comunidad, instaurando milenios de un gobierno
de terror para todos los vecinos del inmueble, y haciendo callar a las voces
contrarias a los continuos desmanes, esas voces que trataron de avisarnos de
que un día llegaría una derrama de tamaña proporción que no había bolsillo
capaz de soportarla. Y sería la quiebra.
Algunos de
los inquilinos con más recursos y mayor poder en la escalera, comenzaron a
interesarse en futuras mudanzas y a investigar la oferta de edificaciones en
nuestro sistema solar. Pero el universo es sabio y de momento ha conseguido
mantener a salvo las urbanizaciones y los resorts en los que habitan seres con
más conciencia.
De no haber
sido por este muy necesario y universalmente beneficioso cambio de actitud en
el raciocinio humano, el 25 de octubre del año 2024, el terrible asteroide
Leviatán, de más de quinientos metros de diámetro y millones de toneladas de
peso habría impactado contra el planeta Tierra, al haber confundido los
científicos las mediciones y las casuales elipses de su órbita en el error
fatal que en un principio estipuló en mas de dos unidades astronómicas de
distancia de la Tierra.
Pero el
universo, el hado supremo, Dios o Supergato, lo que ustedes consideren que
decidió el fin de nuestra vida, reajustó las variables atendiendo a las
interferencia de distintos e inesperados campos gravitacionales y la suerte
estaba echada.
Tras meses
de angustia, de desesperación, y como no, de nuevas guerras fratricidas y, como
siempre absurdas y evitables, surgidas como respuesta a la certeza del
inevitable fin de los tiempos, algunos seres humanos decidimos asumir la culpa
y demostrar a quien sea que mueve los hilos nuestro verdadero propósito de
enmienda. Nos encomendamos al origen de la razón, a la microscópica e
infinitesimal molécula de bondad que forma parte de toda cadena de ADN de los
seres vivos, y trabajando mutaciones en el gen de la esperanza, encontramos la
manera. No fue fácil, en absoluto, y de hecho las primeras estimaciones sobre
la capacidad social y grupal para afrontar la necesaria acción común capaz de
detener el exterminio, indicaban variables casi imperceptibles entre lo
imposible y lo excesivamente poco probable. Pero lo conseguimos.
Si bien los
mejores y más capacitados científicos y biólogos españoles tuvimos que
desarrollar una vacuna contra la estupidez y el egoísmo, y se ordenó la
obligatoria vacunación universal de una única dosis a todos los seres humanos
del planeta, sin importar su origen, raza, credo o condición social, el momento
de la salvación llegó el 23 de noviembre, cuando según lo estipulado y
acordado, absolutamente todos , todas y todes los seres humanos, saltaron al
mismo tiempo y en el mismo ángulo , generando un minúsculo pero suficiente cambio
orbitacional en el planeta y librándonos de la extinción. Del mismo modo y
sujeto a las más exigentes garantías, todos los países del planeta firmaron su
adhesión a un contrato de respeto y cuidado por el medio ambiente con inmediata
aplicación de todas y cada uno de sus cientos de cláusulas que harán de este un
mundo mejor para todos, todas y todes los seres vivos».
Apenas tiene
tiempo para escuchar unos segundos de aplausos y ovaciones en el abarrotado
salón de plenos de la sede de las Naciones Unidas, cuando Juan abre los ojos y
comprende que todo ha sido un sueño.
Mientras
prepara el café con el que afrontar la jornada, asocia lo producido en la
fábrica del inconsciente con los visto en un documental antes de acostarse la
noche anterior.
El ser
humano en efecto está terminando con el planeta, pero también en efecto, es un animal
gregario, y cuando se lo propone es capaz de lo más hermoso atendiendo a esa
conciencia social, rozando la eusocialidad.
Juan apura el café de un trago y camino de la ducha decide que, desde aquella misma mañana, va a aportar cuanto esté en su mano para salvar al planeta, y para concienciar a todos en su entorno de hacer lo mismo.