Ayer durante la sesión del taller literario que imparto los jueves en Valladolid, una de las integrantes de este grupo de amantes de la literatura que no deja de sorprenderme al ver como trabaja, avanza ,y se esfuerza en sacar todo lo que lleva dentro y en aprender a limpiar sus textos de errores y de excesos, me dijo que le gustaría crearse un alter ego literario y que al haber leído mis libros y mis novelas, sabía que yo había conseguido crearme el mío. Le expliqué que no tengo un alter ego, que tengo muchos. Y es verdad.
Mis alter egos nacen y mueren con la realidad diaria y las circunstancias cotidianas.
Más allá de ese Peter Pan que utilicé durante años para expresar mis emociones y mis anhelos, me he escondido bajo otros alter egos prefabricados, como el caso de El Principito, o extraídos de la naturaleza, como ese pequeño Diente de león que me sirve para hablar de la superación personal.
Utilicé a Peter y al pequeño príncipe porque forman parte del imaginario popular y quien más o quien menos los conoce y no es un problema asociarlos a lo que quiero expresar en mis textos. Y porque además me siento muy identificado con ambos, con sus errores y sus aciertos. Pero evolucioné, y comencé a crearme alter egos a medida, que no solo piensan como yo, sienten como yo y se me parecen físicamente, sino que dependiendo de lo que quiera expresar en mis escritos, se turnan para representarme.
Bajo Laertes, el rubio asesino a sueldo de bigote bicolor, escondo mi maldad, camuflo mi rabia y mi ira y trato de que la necesidad de hacer justicia con quienes me han engañado y maltratado o con quienes me han arrebatado algo, al menos consiga ejecutar la sentencia en mi universo paralelo y paguen por sus actos y sufran lo indecible en negro sobre blanco. Porque en la vida real no puedo causarles el dolor que quisiera que experimentasen. O quizás no quiero (o simplemente no me veo capaz).
El caballero andante que llevo dentro, el enamoradizo irredento, el confiado y afable seguidor de las normas sujeto a un código moral más estricto y a unos valores a los que no puede renunciar, lleva placa y pistola, sirve a la ley y es inspector del Grupo de Homicidios de la Policía Nacional de Valladolid, Casualmente también tiene los ojos azules, el pelo rubio y el bigote de dos colores. No es el agente más alto de su promoción, y por casualidad es un fumador empedernido, muy cafetero y de gustos exquisitos en cuanto a vinos y a whiskies. Tampoco suele acertar con las mujeres y tiende a permitir que le rompan el corazón y que le llenen el trastero de ilusiones perdidas. Acostumbra a créese esos te quiero embusteros que se utilizan como moneda de cambio y a disfrutar de esos cuerpos que se entregan como parte de este emocional trueque en el que se ha convertido la vida. Pero cumple con su cometido y me sirve de representante y fiel servidor en novelas y relatos exponiendo lo más noble que aun conserva mi esencia y que nutre muchas de las páginas de mis textos.
Cuando se me propuso el reto de contar una buena historia desde fuera de mi realidad, desde otra época, en otro continente y en otras circunstancias, .me convertí primero en el teniente de la Caballería de Carolina del sur, John Dumas y después en el Optio de las legiones de Roma, Lucio Galvano.
Aunque ninguno de los dos elegidos habla como yo ni actúa como yo, el oficial sudista y el legionario romano aman con la misma intensidad a la misma mujer, que también viaja en el tiempo y en el espacio y renace una y otra vez en este universo literario.
Escribir es la forma más hermosa de mimetizarte con el entorno y de pasar desapercibido y soportar lo triste, lo cruel, lo difícil y lo amargo. Quizás por eso necesito escribir. Quizás por eso tengo que escribir a diario.
Quizás por eso un día aprenda a hacerlo bien.