martes, 12 de julio de 2022

Pólvora entre majuelos



El sargento Alonso decidió que era el momento de terminar con el circo mediático y ordenó a dos de los agentes destacados para salvaguardar la escena del crimen que disolviesen a la multitud y procedieran a desalojar a los periodistas que se habían hecho eco de la noticia. No hizo falta hacer un uso excesivo de la autoridad dado que algunos de los más exaltados curiosos congregados allí eran conocidos del sargento. Alonso acostumbraba a compartir vinos y chascarrillos con más de uno en los distintos bares y mesones del pueblo al terminar su turno. y no fue necesario tan siquiera cambiar el gesto o levantar la voz.

Los agentes del SECRIM enviados por la comandancia se entregaron con vehemencia a su labor de criminalística para rescatar cuantas evidencias pudieran encontrar en la zona acordonada. Antes de que cayera el sol sobre las viñas todo estaba consumado y apenas quedaba algún curioso recorriendo las tierras cuyos majuelos habían ocultado el cuerpo de Roque “el lejía”, asesinado de dos disparos en el pecho, efectuados con una escopeta de pequeño calibre, del 12 para ser exactos.

Al llegar a la casa cuartel Alonso se preparó la cena y abrió una botella de sus caldo favorito de la zona que reservaba en la puerta del frigorífico pues disfrutaba siempre del verdejo bien fresquito.

Mientras apuraba un vaso del excelente vino de Rueda recordó la discusión con el cabo Izastegui, un bilbaíno encantador con el que solía salir de vinos y acudir a las bodegas cuando no estaban de servicio. Izastegui había sido trasladado y desde hacía un par de meses se ocupaba de la seguridad y el bienestar de los vecinos de un pequeño pueblo burgalés del condado de Treviño. Poco antes de despedirse de los compañeros de Rueda, Izastegui le había discutido la originalidad de la vendimia nocturna de una de las bodegas de la zona, aludiendo a que hacerlo a la luz de la luna era ya una práctica habitual en la antigua Grecia, cosa que Alonso le discutió con vehemencia argumentando que recolectar a mano y con la escasa luz que ofrece el blanco satélite comparado con vendimiar a la luz del sol no le parecía en absoluto productivo y que además este tipo de vendimia se había comenzado a realizar en los tiempos modernos gracias a los procesos mecanizados. Al no poder encontrar en Internet referencias a esta práctica en la Grecia milenaria, el cabo abandonó la defensa de su afirmación y se refugió en las ventajas de la vendimia nocturna por la rehidratación de la uva y por la menor temperatura de la noche y el ahorro en refrigeración. El vasco y el sargento pucelano habían forjado una sólida amistad compartiendo años de servicio, conocimientos sobre las beldades de las uvas y muchas copas de vino en los bares y las bodegas de la zona. La cena y los recuerdos de tiempos más tranquilos junto a su amigo y compañero de catas lo llevaron a relajarse y no tardó en conciliar el sueño.

A la mañana siguiente Alonso organizó la investigación con todos los medios a su alcance y ordenó a dos agentes que indagasen entre los vecinos si se conocía alguna diferencia entre el finado y la familia propietaria de la bodega entre cuyos majuelos se había cometido el crimen. Él mismo se ocuparía de interrogar a Justo, el capataz que dirigía las cuadrillas de temporeros. No tenía sentido investigar a estos pues los trabajadores llegaban con una mochila o una pequeña maleta en la que portaban recambios de ropa, artículos de aseo personal y como mucho algún libro, algún dispositivo tecnológico - tabletas u ordenadores portátiles- con los que navegar por la red o ver una película o el capítulo de alguna serie de moda, y poco más, nada de armas.

Encontró a Justo poniendo orden entre los temporeros. Al ver llegar a Alonso despachó los últimos asuntos y se prestó al coloquial interrogatorio. Tenía la coartada perfecta, pues el día

anterior había estado en Valladolid acompañando a su hijo mayor ingresado en el hospital Rio Hortega.

Tras descartar a Justo como sospechoso, Alonso centró su interés en Jonás, el pequeño de los Barrondo, la familia dueña de las tierras donde se halló el cuerpo sin vida del exlegionario. Roque había servido en el Tercio de Ceuta y había participado en innumerables misiones de paz. Su formación militar y su participación en arriesgadas misiones en distintos puntos del planeta no dejaban lugar a dudas de que en ningún momento había tenido la sospecha de enfrentarse a un peligro, por lo que obviamente el asesino debía de ser alguien conocido.

Jonás era un tipo trabajador y disciplinado, apenas se le conocían excesos más allá de las borracheras en las fiestas del pueblo y las juergas con su pandilla de amigos, pues había formado una camarilla de parranda con los hijos de otros acaudalados bodegueros de la zona.

Antes de hablar con Jonás decidió charlar con Fortu y con Abel, los díscolos hijos de otro bodeguero que formaban parte de la pandilla de Jonás y con quienes siempre se le veía de fiesta.

Los encontró el taller de Paco, el mecánico del pueblo. El Mercedes descapotable de Abel necesitaba una revisión y Fortu había acompañado a su hermano para luego llevarlo en su Audi hasta la finca familiar.

—Menudo marrón te ha caído con lo del Lejía, ¿Verdad, Alonso? –preguntó Abel a modo de saludo al verlo llegar al taller.

—No tan grande como el que le ha caído a él, ni como el que le va a caer a quien le metió los dos tiros en el pecho –contestó Alonso tras dedicar a los hermanos el reglamentario saludo oficial llevándose los dedos a la sien.

—¿Sabéis ya quien ha sido el hijo de puta que ha matado a Roque? –preguntó Fortu con verdadera curiosidad. Al igual que todos sus amigos había comenzado en el trabajo de la bodega a muy corta edad. Las bodegas y las tierras habían pasado de padres a hijos durante generaciones y el que ahora el mundo del vino haya reportado a los bodegueros grandes ingresos por su sacrificado trabajo no había variado un ápice su condición de esforzados trabajadores ni su apego a la tierra que los vio nacer.

—Aún no lo tenemos claro, Fortu, por eso quería hablar contigo.

—No jodas que sospechas de mi hermano –preguntó Abel –antes de ayer estuvimos en casa, Nuestros padres celebraron sus bodas de oro y montaron un fiestón en la finca. Se trajeron incluso a los Jean Blazer desde Canarias, el grupo ese que hace música para vinos. Fortu se ocupó de todo y se acostó de los últimos.

Alonso sabía lo de la fiesta e incluso había sido invitado junto al resto de las fuerzas vivas del pueblo, pero declinó la invitación porque al fin había conseguido cenar con la mujer de la que se había enamorado como un colegial y no quiso renunciar a ello. Supuso que la pandilla al completo habría estado en la finca bebiendo y comiendo a la salud de los homenajeados, por lo que no dudó en lanzar su pregunta a bocajarro.

—Imagino que Jonás pararía de empinar el codo antes de coger su coche. Ese bólido es perfecto para fardar en Puerto Banús, pero me temo que no está preparado para correr por los caminos rurales.

—Pues te equivocas, sargento –contestó Fortu –Jonás se mamó como un piojo y de hecho el Olegario, el chico de los Cataño se ocupó de llevarle en su coche hasta la bodega, que tenía que haber apagado el generador antes de venir a la fiesta y le dio miedo dejarlo encendido toda la noche.

Aquello ubicaba a Jonás en la escena del crimen la noche de autos.

—Hablaré con Olegario. Ese chico tiene antecedentes por delitos menores, pero no creo que haya sido tan imbécil de asesinar a un vecino como Roque, a quien no se le conocían enemigos ni problemas con nadie de la zona. Tened cuidadito –añadió jocoso cambiando de tema antes de abandonar el taller –el día menos pensado le vais a quitar protagonismo al rallye de Montecarlo.

—En Montecarlo se morirían de gusto por venir aquí a correr y a beber vino en condiciones –dijo con arrogancia Abel mientras le palmeaba la espalda despidiéndolo.

Alonso enfiló el todoterreno oficial en dirección a las tierras de Olegario. El joven había heredado los campos de cultivo de sus padres fallecidos unos años antes en un desafortunado accidente de coche al impactar de frente con una cosechadora. Una vez superó el trauma y el dolor del incidente, Olegario se hizo cargo de los huertos y los campos de maíz, y consiguió rentabilizar su herencia. Durante el periodo que transcurrió entre el fatal accidente y su recuperación emocional el chico había bebido en exceso, y había sido detenido un par de veces por peleas en los bares durante las fiestas del pueblo. En una ocasión los amigos no pudieron pararlo a tiempo y le rompió la cabeza de un botellazo al impresentable de un pueblo vecino que le tocó el culo a la chica que le gustaba al deprimido y bebido heredero.

Al llegar a la propiedad e Olegario vio el Todoterreno de última generación aparcado a la entrada y al joven vaciando el maletero.

—¿Necesitas ayuda con algo? –Pregunto el benemérito a través de la ventanilla bajada.

—Gracias, Alonso, pero ya he terminado. Solo tenía que sacar unas cajas de tomates excesivamente maduros que no me han aceptado en la frutería del Hipercor y se los he cambiado por otros hace un rato.

Alonso se bajó del vehículo y se acercó hasta el coche de Olegario y este al verlo aproximarse cerró el maletero con prisas sin disimular su nerviosismo.

—¿Pasa algo, Olegario? ¿Hay algo que no pueda ver? A ver si ahora te dedicas al narcotráfico y yo sin saberlo –añadió sonriendo para quitarle hierro a las preguntas.

Entonces sucedió algo inesperado. Olegario salió corriendo como alma que llevaba el diablo evidenciando algo que Alonso no era capaz de explicarse. Corrió detrás del agricultor y lo alcanzó a poco más de doscientos metros del lugar donde habían mantenido la conversación.

—¡Se lo estaba buscando! –confesó entre sollozos Olegario –Le avisé de que se alejase de mi chica y él se río de mi delante de los de la partida en el Órdago, y me dijo que semejante hembra no era para mí. Jonás me ayudó a preparar la sorpresa citándolo en su bodega para ofrecerle unas hectáreas de cultivo que él ya no quería trabajar, y todo pasó muy deprisa. Le juro que no quería matarlo, solo iba a asustarlo, pero el muy gilipollas se puso en modo Rambo y trató de quitarme la escopeta con una llave de esas que aprendió en la Legión, pero en el forcejeo la paralela se disparó y me asusté. Al ver el lio en el que me podía meter y que si me denunciaba me podía joder la vida me asusté y lo rematé.

—¡No me jodas, Olegario! –alcanzó a decir Alonso mientras lo esposaba con los grilletes que sacó del cinturón –Acabas de joder dos vidas, la del Roque y la tuya. Por muy bueno que sea el abogado que puedas pagarte te aseguro que veinte añitos de cárcel no te los quita nadie.

En el coche de Olegario encontraron el arma del crimen y, esa misma tarde detuvieron a Jonás acusado de complicidad en el delito. En cuestión de horas la noticia de las detenciones de dos de los vecinos acusados de la muerte del exlegionario corrió por la comarca como la pólvora.

Alonso levantó la copa de verdejo brindando al aire por el alma del difunto y recordó lo que le dijo su instructor el primer día de academia, “las armas las carga el diablo y se les disparan a los gilipollas, a los borrachos y a los despiadados”.

viernes, 8 de julio de 2022

Ser y no ser...esa es la cuestión

Jugar con la frase más conocida del monólogo de Hamlet, mi obra preferida del bardo inmortal,  y con el título de este tema de El Chojin que encabeza la entrada, me ha resultado tan sencillo como divertido.

Obvia comentar la influencia de Hamlet en mi literatura, pues he tomado prestados una y otra vez a don William Shakespeare el pasaje de los consejos de Polonio a su hijo Laertes, y la composición moral que atribuyó al propio Laertes, para ese asesino homónimo que he creado como alter ego en mis textos más duros y más violentos y desagradables; en aquellos que han nacido del rencor y del odio, y que en la necesaria catarsis que es para mí la literatura, me han ayudado a vomitar todo lo que me estaba envenenando el alma.

Aquellos que leéis este blog con asiduidad os habréis percatado de que entre la música con la que suelo encabezar los textos de un tiempo a esta parte me decanto por la de esos poetas urbanos que son los raperos, y que de entre ellos escojo a los que suelen escribir temas con los que me siento muy identificado, y que no dudo en compartir con vosotros, pues en muchas ocasiones me lamento de no haber sido yo el que escribiera las letras de unas canciones que me describen y me representan. 

Rayden, Residente, El Chojín...para mi son los rapsodas de esta historia por fascículos que son mis vidas. 

Rayden ha sabido escribir mis momentos más dulces, más románticos, más irónicos y más sinceros. De hecho frases como "te comería a versos" ya las escribí yo hace muchos, muchos años, y por supuesto no me atrevería a acusar al de Talavera de plagio, simplemente de ahondar en las mismas emociones que yo y de compartir mi pasión por la literatura. Una cosa lleva a la otra.

La autobiografía de Rene, cantante portorriqueño más conocido como Residente, sirvió para acompañar mi propia autobiografía en este blog y para demostrarme que lo que yo siento y sufro lo sienten y sufren otras personas a miles de kilómetros de mi querida Invernalia.

El Chojín ha sido un descubrimiento más reciente y desde hace pocos meses no dejo de escucharlo pues tiene temas como este sobre el que estoy construyendo hoy la entrada, que de alguna manera parece que yo mismo le hubiera dictado palabra por palabra. Y escucharlo me ayuda, porque me sirve para darme cuenta de que no soy el único que se arrepiente de todo lo que no ha hecho, ni el único  que sueña con todo lo que quiere hacer y aún no se atreve. No soy el único que reconoce tener momentos de bajón ni que trata de explicar que no hay belleza en el dolor, aunque pueda convertir ese dolor en un texto hermoso. El Chojín también describe que se siente diferente y asegura no culparse por ello. 

Yo aún me culpo por no ser como los demás, por no pasar desapercibido cuando debería intentar llamar menos la atención y cuando mi forma de sentir y de vivir las emociones se considera intensidad, y termina resultándole molesta a algunos. 

Siempre hay una canción para cada momento, para cada sentimiento, para cada emoción y para cada persona. He encontrado las canciones perfectas que he asociado sin dudar a las mujeres que han marcado mi vida y que he podido escuchar junto a ellas. y al hacerlo reconocer en sus ojos , en sus caricias y en sus besos que en efecto, había dado con la banda sonora de nuestra historia de amor, de nuestro comienzo y de nuestra despedida.

Y estoy muy cansado ya de tener que despedirme, de perder con cada adiós un buen  trozo de ese músculo que bombea la sangre que corre por mis venas, y de creer que el amor que tanto ansío aún está por llegar, cuando realmente sé que me miento y que ese amor ya llegó y no supe estar a la altura. Y se convirtió en otra pérdida. 

Cada vez sé más de pérdidas y menos de victorias. Cada día coloco un nuevo fracaso en la vitrina de mi alma y cada día tengo menos ganas de volver a sufrir una derrota. Pero me conozco y sé que aunque en ocasiones se me pase por la cabeza el tirar la toalla, nunca lo haré porque llevo grabado a fuego en lo más profundo de mi  espíritu que rendirse no es una opción, y porque quiero creer que un día volverán a mirarme como me miraron una vez, a sonreírme con los labios y los ojos a la vez , y a besarme y a  acariciarme con la maestría de la artesana que al hacerlo está modelando mi ilusión y mi felicidad.

Creo en el amor como cura de todos los males que me llevan afligiendo desde que descubrí que había nacido para amar, pero no para ser amado. Quizás un día la mujer que amo, amé y amaré siempre, me quiera entregar su corazón a cambio de este pequeño músculo remendado y lleno de cicatrices, que pese a todo, a pesar de todo, sigue latiendo. 

martes, 5 de julio de 2022

Aplastar gusanos


 Laertes lo tiene más que claro, no va a haber piedad.

Ha tardado en hacerse de forma discreta con lo  necesario para este trabajo, pero desde que conoció a aquella sabandija humana algo le hizo ponerse en alerta y desconfiar de su falsa sonrisa, de sus palabras embaucadoras y de sus intentos de manipulación. Desde el primer momento supo que un día habría de cerrar para siempre aquella bocaza embustera.

Los capos del cartel que van a pagar su trabajo le han dejado bien claro que quieren que sufra y que no escatime en dolor. De hecho le han ofrecido un plus para que con el último adiós le administre una buena dosis de dolor y sufrimiento extra.  Desconoce las razones de los despiadados narcotraficantes para pagar la agonía del que fue su principal distribuidor en la montaña, pero este encargo que ha aceptado de buen grado, será más ocio que trabajo. Y piensa disfrutarlo.

Como ha planeado, aquel miserable gusano, creyendo que va a entregarle un nuevo cargamento, lo espera confiado tras la barra del bar del refugio de montaña que regenta y desde el que distribuye la cocaina a los pequeños camellos que surten a los consumidores de los más de cien pequeños núcleos urbanos establecidos a lo largo de la cordillera y de las faldas del macizo rocoso. Al ser una zona principalmente minera, hay mucho trabajador con buen sueldo dispuesto a enchufarse el achuchón necesario para aguantar con química y falsa firmeza el duro trabajo en las galerías. El negocio está garantizado y el dinero entra a raudales y con él, la avaricia y la ambición de quien lo recoge con una mano para entregarlo con la otra a los verdaderos amos. Y la ambición lo llevó a perder el norte y junto con la adicción al producto que distribuía, aquella rata terminó de cavarse su propia tumba.

Laertes espera a que baje las persianas del local y apague la luz del luminoso que anuncia la presencia del establecimiento. Una vez ha comprobado que no hay manera de que nadie pueda ser testigo de lo que va a suceder allí dentro, se relaja y se permite aceptar un vaso de whisky escocés con hielo. Saborea el primer trago mientras acaricia la culata de su Pietro Beretta de 9 mm y mientras apura el contenido del vaso que se lleva a la boca con la mano izquierda, con la derecha extrae el arma de la funda sobaquera y antes de que el asqueroso gusano pueda reaccionar le descerraja un disparo en el estómago.

Ha apuntado bien. Le ha perforado el intestino pero sin afectar a órganos vitales, por lo que el miserable que se retuerce de dolor en el suelo aún está consciente y tardará un buen rato en morir. Laertes guarda la pistola y se hace con la afilada navaja automática que porta siempre en su bota derecha. Se arrodilla junto a él agonizante despojo humano y sujetándole firmemente la cabeza le raja el cuello procurando no abrir demasiado la yugular para no acelerar el final. El angustiado y dolorido objetivo no puede gritar pues la sangre que mana en abundancia se lo impide.

Como regalito a los contratantes perfora ambos ojos con la punta de la navaja automática esmerándose en no alcanzar el cerebro. Que sufra, pero que aún no muera.

Este será su trabajo número treinta y dos. Bonito número. El rubio asesino de bigote bicolor se precia de no haber aceptado nunca eliminar menores ni mujeres, excepto a aquellas que amparándose en unas bonitas caderas o en unos labios seductores habían obrado como demonios escapados del averno. En esas circunstancias se debe a la paridad y no será él quien haga del suyo un ejemplo para el dominante patriarcado. Al fin y al cabo tanto los hombres como las mujeres que acepta eliminar son de todo menos personas, y entonces el género no es un elemento diferenciador.

Nota que su víctima comienza a respirar muy despacio y apenas puede moverse. El final está cerca. Pero aún no ha terminado con él. Que se lleve un buen recuerdo al círculo del infierno donde deberá cumplir eterna condena. Apoya la punta de la navaja entre sus costillas y va haciendo fuerza para que poco a poco se vaya abriendo hueco entre ellas y penetré de la manera más dolorosa posible. Ya está. No respira. No obstante vuelve a sacar su pistola, le apoya el cañón en la frente y de un solo disparo se asegura evitarse posibles sorpresas de último momento. 

Hacía tiempo  que no disfrutaba tanto al incrementar con unos cuantos ceros la cifra de su cuenta corriente.

Limpia todas las huellas que ha podido dejar en el vaso y en la barra, en el pomo de la puerta y en el cenicero donde apaga el pitillo de después de un trabajo bien hecho. Se asegura de no dejar rastro y abandona el local por la puerta del almacén. `

Previsor, antes de alejarse de la zona prende fuego al bidón de gasolina que ha vertido empapando lo más inflamable del mobiliario, de las puertas y las paredes exteriores, y del interior del local.  Desde la carretera que comunica la zona de montaña con la autovía del norte puede verse el impresionante fuego que arrasa el establecimiento y devora los restos de aquella cucaracha. Dios castiga sin piedra ni palo, para eso tiene a Laertes.

lunes, 27 de junio de 2022

De pendientes pronunciadas y buenos amigos


 Ayer y como hago en cuanto tengo ocasión, disfruté de unos cuantos kilómetros de ruta senderista por los campos de Castilla. Una vez más caminé en compañía de mi amiga y editora, Eva, con quien disfruto de cuanto comparto, porque es sin duda la mejor amiga que un eterno aprendiz de escritor con excesivos problemas emocionales y de autoestima puede encontrar. Eva es una amiga increíble porque jamás me ha regalado el oído gratuitamente y siempre ha sido absolutamente sincera conmigo, tanto en lo literario como en lo personal, rozando incluso la dureza cuando ha sido necesario, pero sé que siempre desde el mayor de los cariños, porque me quiere y se siente orgullosa de mi pese a mis continuos errores y fracasos. He compartido con ella lecturas, películas, conciertos viajes, excursiones, vinos, confidencias, desamores y más de una lágrima, pero ayer viví a su lado un momento tan hermoso como metafórico.

Como vengo haciendo de un tiempo a esta parte acudí a buscarla al pueblo vallisoletano donde reside para embarcarnos en una larga caminata por el campo, descubriendo parajes interesantes y curiosidades de la fauna y la flora del entorno, haciendo piernas, tonificando los músculos  y compensando el exceso de cigarrillos en los pulmones.

Tras más de hora y media de ruta alcanzamos la cumbre de un monte desde el que contemplamos una excelente panorámica y donde disfrutamos de un trago de agua fresca, un sabroso melocotón y un pitillo previo a comenzar el camino de regreso. Y ahí es donde comenzó mi particular infierno.

A raíz de la hemiplejía producida por la lesión cerebral derivada de cierta catastrófica desdicha,  tuve que rehabilitar y trabajar durante mucho tiempo con profesionales que me ayudaron a volver a hacer de mi cuerpo el vehículo necesario, y lo conseguí, pero por desgracia perdí el control sobre el equilibrio, y en muchas ocasiones debo tener especial cuidado para no caer. Obviamente después de haber subido hasta la cumbre, tocaba descender, y el sendero de bajada era demasiado vertical para mi, o eso creía. A punto estuve de echarme atrás y de deshacer lo andado para volver por el mismo camino hasta el punto de partida. Dudé, pero Eva una vez más estuvo junto a mi para convencerme de que si quiero, puedo. Y que afrontar y superar es parte de mi nueva vida y que si no me atrevo, pierdo. Y me atreví.

Eva caminó conmigo, ofreciéndome apoyarme en su hombro y sujetar su mano durante el descenso. Adecuó su paso a la velocidad absurda que marcaba mi inseguridad, y pisaba siempre fuerte para que yo no tuviera más que pisar sobre lo andado por ella, que en su avance comprobaba era seguro. No obstante y para mi vergüenza inicial perdí el equilibrio en un tramo y caí derribándola también en mi caída. En un pasado no muy lejano enfrenté pruebas mucho más duras, hice rapel, montañismo,  descenso de ríos y trepé sin problema por muros, balcones y troncos de árbol, pero ayer caí durante el descenso de un montecito castellano, y lo único que se me rompió fue el orgullo. Y Eva no tardo en levantarse, en tirar de mi, en ponerme en pie y en quitarme la tontería al explicarme que si había caído era porque me había atrevido a intentarlo en vez de darme la vuelta y, que tan solo había sido un traspiés, no habíamos sufrido el menor rasguño y las caídas a veces forman  parte del camino hacia la meta. Y así fue. Con precaución y habilidad completamos el descenso y recorrimos el camino hasta el municipio donde celebramos lo vivido con un buen vino verdejo de la zona. Después de doce kilómetros de paseo el primer trago me supo a gloria. Y el recuerdo de mi amiga apoyándome, animándome y ofreciéndome su hombro pese a poner en riesgo su seguridad personal, fue el mejor maridaje para acompañar loa copa de vino.

Yo, que soy como soy y no puedo evitar analizarlo todo y buscarle la parte emocional, ratifiqué la idea que me inculcó mi padre durante años, que no es otra que los amigos son la familia que elegimos, y que como aconsejó Polonio a su hijo Laertes, en Hamlet, a los buenos amigos debo sujetarlos al alma con anilla de acero.

Sé que Eva no leerá esta entrada porque no le gusta que comparta a través de este blog mi sentir más personal, pero no obstante no voy a dejar de dedicársela con todo mi cariño, que es mucho. Tampoco dejaré de salir a caminar ni de enfrentar cuantos retos se me presenten, porque la vida, como les digo a los chavales en mis charlas, es identificar, afrontar y superar. Y rendirse nunca será una opción, por mucho que pueda llegar a dudar y por mucho que me asalte el temor en ocasiones. Vivir es un ejercicio de valentía y saber dejarse ayudar cuando es necesario, un ejercicio de madurez.

jueves, 23 de junio de 2022

Alta sensibilidad


 No puedo evitar analizar desde mi particular óptica todo lo que me sucede, todo lo que me rodea, todos mis fracasos y mis escasos triunfos. No puedo evitar llevármelo todo  a lo personal y más en concreto a lo emocional.

Hace unos años un profesional de la siquiatría me diagnosticó como PAS, que son las siglas para denominar economizando lenguaje a las personas de alta sensibilidad. Y discrepo. No renuncio a esa sensibilidad que condiciona mi vida, pero lo que no termina de convencerme es que se me tenga que catalogar por sentir como siento y hacer de esa intensidad emocional una anormalidad. Todos somos PAS en según qué momento. Todos, y el que diga lo contrario es un embustero o un psicópata, sufrimos con las pérdidas y nos abandonamos al dolor más brutal que es el que nace y crece en el corazón y para el que aún no se ha inventado un analgésico efectivo.

No me atribuyo una sensibilidad especial ni diferente al del resto de la humanidad.  Quizás cuando se me diagnosticó esto fue porque atravesé una mala racha en esta partida que jugamos con el destino a la que llamamos vivir, y mis cartas no fueron las mejores durante demasiadas manos seguidas. Pero como todo hijo de vecino, hay manos en las que por simple azar o por haber sabido defender la jugada,  tus naipes son ganadores y tras aguantar los envites y levantarlos, para sorpresa de todos te haces con las fichas y crees ser feliz.

Luego viene eso de que los PAS somos personas muy intensas, y eso de que me llamen INTENSO como si me llamaran apestado o idiota, me toca mucho los cojones. Bastante difícil es vivir con ello, porque las personas que no gestionamos con facilidad nuestras emociones, atravesamos demasiados momentos difíciles nacidos de lo cotidiano. En ocasiones quisieras que alguien te extirpara el corazón y te adormeciera el alma, que te sedara con un gramo de la droga que te ayudará a ignorar la realidad y a permanecer pasivo ante cuanto te hace daño. Que te aplicaran electrodos en el espíritu y así no poder apreciar esa  melancolía que te devora por dentro. Pero que va. tienes que enfrentar cada momento, cada situación adversa, cada traición, cada fracaso, cada abandono. Y terminas agotado, y entonces, solo entonces, lloras y quisieras embarcarte en la nave que te llevará hasta una galaxia muy muy lejana. Pero no encuentras billetes o el único billete que puedes adquirir implica hacer mucho daño a la gente que te quiere. Y renuncias a su dolor incrementando el tuyo.

El destino tiene muy mal perder, pero aún es peor ganador, ya que acostumbra a burlarse de tus derrotas y se divierte recordándote lo imbécil que fuiste al no descubrir sus faroles y al no atreverte a jugártelo todo a la última carta. Lo que no sabe es que mientras mis torres de fichas disminuyen incrementando las suyas, yo voy fijándome en todo lo que hace, en sus gestos, en sus movimientos, en su forma de echarse hacía atrás cuando le reparten buenas cartas, y en como sonríe de medio lado como un marrajo cuando nadie le ha aguantado el farol. Y me quedo con ello. Y  poco a poco voy recuperando lo perdido y desmontando su estrategia.

Estoy en un momento crucial en mi vida y acabo de hacer un all in. Me lo he jugado todo en esta última mano porque se me dio el más hermoso de los naipes, un comodín sonriente que hará de mi jugada la triunfadora y que cuando todo parecía perdido, le dará la vuelta por completo a lo esperado y habré ganado la mano más importante.

Y entonces disfrutaré de esa alta sensibilidad, de esa intensidad que hace que lo bueno sea más bueno, que lo placentero me de mucho más placer, y que lo agradable roce lo delicioso y me lleve hasta el éxtasis. Porque como buen INTENSO que soy, lo bueno lo recibo mucho más bueno, y entonces, al verme terriblemente feliz y satisfecho, el que ayer me criticaba y se mofaba mañana me envidiará y preferirá mirar hacia otra parte a reconocer que igual no soy un apestado ni un idiota. 

Y no hablemos de los orgasmos. No sé como serán los del resto de los mortales, pero a mi particularmente me llevan casi al desmayo y me hacen rugir con intensidad. Otra vez la intensidad. Bendita intensidad. Bendita dulzura.

Maldita dulzura la mía cuando la confunden con debilidad, cuando se muestra en un momento amargo y estalla en las papilas arrasándolo todo, o cuando aparece de repente para convertirme en el que no debiera ser. Pero bendita dulzura la nuestra cuando nos juntamos tu y yo, cuando descubrimos que teníamos que encontrarnos y cuando somos conscientes de  que en efecto, esto que nos sube a los cielos se llama amor. Porque a ti sirven las mismas siglas que definen mi personalidad y porque compartimos intensidad. Y quizás por eso me chifles y me vuelvas loco. Y quizás por eso sentimos que nos implantaron imanes en las pupilas y que al cruzarlas sentimos la irrefrenable necesidad de acercarnos y encontrarnos en los labios. Y nuestros besos saben a futuro, a mañana, a lo bueno que ha de llegar y a todo lo que podremos compartir.

 Aunque será mejor que me tranquilice y me concentre, le toca hablar al destino.


lunes, 20 de junio de 2022

Corderos, zorros, elefantes, baobabs, vanidosos y rosas. Siempre una rosa.


 No contento con planear aprovechando las corrientes de aire del cielo de mi propio universo, acostumbro a pilotar en otros cielos, en otras realidades, en otros mundos. Generalmente esos mundos los encuentro al abrir las paginas de un libro, o al escribir los míos. 

Suelo armarme de valor y en mi arrogancia e imprudencia no abandono la costumbre de volar sin paracaídas, por eso cuando el viento cambia de repente y amenaza con derribar mi aeroplano, me angustio y me revelo, me asusto y me entristezco. 

Pero nunca abandono la nave. Me estrellaré con ella si ha de ser así, y moriré satisfecho de haberlo hecho en el intento de ser feliz, y no sentado en una esquinita llorando, maldiciendo mi suerte y abrazándome las rodillas.  

Quizás el verdadero problema radica en que busco incansablemente la pista de aterrizaje segura en el corazón de la mujer que conquistó mi razón y mi ilusión y creo que allí estaré a salvo. Pero desde la torre de control de la realidad no se me da permiso para aterrizar en la pista elegida.  Al menos no todavía, y me contentaré con sobrevolar en círculos su aeropuerto confiando en que no se agote el combustible que me mantiene en el cielo antes de que me conceda la licencia y se ilumine la señalización de la pista que me lleve hasta sus labios.

El pequeño príncipe que conocí en un gran libro se ha instalado en la cabina junto a mi, me da conversación, me habla de su rosa, me dibuja corderos y elefantes y me explica porqué un zorro busca ser domesticado, porqué el vanidoso necesita ser reconocido y porqué debo evitar que crezcan los baobabs en mi jardín. Al igual que aquel rey que conoció en uno de sus viajes tenía la imperiosa necesidad de reinar y ser obedecido, yo tengo la necesidad de amar y ser amado, pero he comprendido que como el borracho que bebía para olvidar que bebe, yo me obceco en compartir un amor que no soy capaz de entregarme, y me embriago con el amor que destilo pero no consumo. Y si no consigo amarme y perdonarme todos mis errores, no habré comprendido nada y la persona elegida por el destino tampoco querrá hacerlo. Y volveré a fracasar.

Aquel pequeño príncipe venido de un asteroide diminuto en busca de respuestas, sin saberlo me dio aquella que siempre he ignorado y no comprendí que al no aceptarla, me estaba negando a mi mismo.

Tengo que quererme. Y voy a hacerlo. Solo así todo fluirá, todo se colocará, y ella  podrá aceptar que en efecto, soy yo a quien esperaba, soy yo el que podrá compartir su alegría y su futuro, y quien contribuirá a que este sea el que los hados dibujaron para ambos. Al igual que el principito, he descubierto que hay otras rosas, pero ninguna como ella.

viernes, 17 de junio de 2022

Despierta


 El pequeño príncipe se prepara para afrontar el inesperado peligro al  adentrarse de lleno en una lluvia de meteoritos. Sujeta con fuerza los mandos de su nave, se cala el gorro de aviador y tras colocarse bien las gafas y respirar hondo, decide que este no será su fin. Ha sorteado peligros mucho mayores con acierto y fortuna y aunque no se siente tan fuerte como en el pasado, sonríe al imaginar sus restos adheridos a una de esas enormes moles de roca espacial compartiendo órbita junto a la silueta de una boa digiriendo a un elefante. La vida en ocasiones puede ser muy graciosa si se contempla con el alma despierta y la ilusión renovada.

Y es que un nuevo príncipe ha despertado. 

En sus viajes buscando las respuestas a preguntas que lo atormentaban había aprendido mucho y había descubierto lo peligroso de la ignorancia, de no atreverse a preguntar, de no buscar explicaciones, de no aceptar las verdades aunque dolieran mucho, pues como escribió aquel poeta español, "lo falso a lo verdadero lleva ventaja infinita, la mentira es más bonita y yo siempre la prefiero". Las verdades en ocasiones son menos hermosas al presentarse vestidas de realidad y no de artificio, y duelen.

Aquella rosa que crecía en el jardín de su pequeño planeta le había explicado la más importante de las verdades, le había dado la respuesta precisa a la pregunta que se repetía desde hacía mucho tiempo cada mañana al despertar. Le había aclarado que era eso del amor. El amor.

Una impresionante mole de piedra estuvo a punto de chocar contra él, pero en un acertado giro sabe esquivar una muerte segura y tras la salvadora pirueta endereza el morro y sigue adelante. Adelante. Ni un paso atrás. Aún tiene mucho mundo que descubrir. Y que amar.

La rosa le había mirado a los ojos y le había sonreído con cariño al notar que la verdad le dolía. Por unos segundos se vio tentada de abrazarlo y consolar su alma herida, pero no quiso atravesarle el corazón con una de sus espinas. Bastante herido lo tenía ya y seguramente aquel pinchazo fuera la última herida que podría soportar sin desangrarse.

El pequeño príncipe había subido muy triste al avión tras la conversación con su rosa. Ya sabe lo que es el amor, ya entiende la realidad de esa palabra, la realidad del sentimiento y la verdad de sus consecuencias. Y se quiso morir porque supo que como él deseaba con todas sus fuerzas, nadie lo amará jamás. 

Se había dormido en su tristeza, había sucumbido al desaliento y se había abandonado a la amargura, pero aquel sueño estuvo a punto de costarle la vida y lo introdujo de lleno en esa lluvia de asteroides que ahora trata de sortear. Y solo él podrá salir de aquello. 

Él. 

Aferrado con decisión a la palanca comprende que si no sujeta con firmeza los mandos y no enfrenta con decisión la oscuridad del cosmos, nunca llegará a ser quien quiere ser y nunca recibirá el beso soñado de los labios oportunos.

Otro arriesgado giro de 180 grados y de nuevo esquiva una muerte segura. Deja escapar un rugido de satisfacción y sonríe de oreja  a oreja. Es curioso...cuando se siente plenamente satisfecho, ruge y cuando se cree feliz ronronea. Quizás el creador del cosmos había introducido en su cadena de ADN una secuencia felina y por eso siente esa especial atracción por los gatos.

No va a rendirse, no permitirá que nadie le arrebate sus sueños. Un nuevo príncipe ha despertado y gracias a los hados el haber leído tanto desde que era muy pequeño lo ha ayudado en este renacer. Al igual que Atreyu salvo a Artax de sucumbir ahogado en el pantano de la tristeza, el recuerdo de la historia más real y más hermosa que había vivido nunca, lo salva de dormirse para siempre arropado por la colcha del llanto.

Consigue salir airoso de  aquella mortal tormenta de meteoros y decide que nunca volverá a dormirse en la amargura. Que pase lo que pase y le pese a quien le pese seguirá adelante. Que rendirse jamás será una opción y que se entregará a si mismo todo ese amor que le inunda el alma, que le desborda el corazón y que si no lo disfruta el mismo, podrá reventar las paredes de la presa de su pecho. Y va a disfrutarlo, a aceptarlo y a regalárselo antes de que se termine pudriendo. Y si un día encuentra a la persona adecuada estará encantado de compartirlo con ella. Pero no antes.

 A lo lejos ve brillar el sol y su luz le recuerda un pasado mejor, pero no tan bueno como el que está dispuesto a construirse. Los ojos del príncipe brillan con fuerza y solo entonces sabe que su luz le pertenece a él y solo a él. 

domingo, 5 de junio de 2022

Modo Umbral


 Parte de la labor de un escritor que quiere medrar y darse a conocer entre el público,además de tratar de mejorar y superarse cada día, es la de asistir a Ferias del libro y  a distintos actos literarios. Suseya ediciones, editorial con la que he publicado las dos primeras entregas de mi trilogía de novela negra, Crímenes de temporada, y con la que publicaré en unos meses Temporada de caza, la última entrega, es una editorial muy activa en cuanto a este tipo de eventos y me ha invitado a firmar ejemplares de Temporada de setas y de Temporada de sustos en sus casetas o stands en diversas Ferias del libro a lo largo de la geografía española. 

Recuerdo que tras presentar mi primer libro, Historias para según qué días, fui invitado por Cuatro y el gato, la editorial que lo publicó, a firmar ejemplares en el stand de firmas de la Feria del libro de Valladolid, y en aquella ocasión pude compartir espacio con el televisivo y encantador Cristian Gálvez, que firmaba ejemplares de su libro sobre Leonardo Davinci. Desde la organización de la Feria del libro de Valladolid se decidió que podríamos estar a gusto compartiendo horario y espacio. Y en efecto ambos nos encontramos muy cómodos en aquel stand de firmas y nos divertimos charlando entre dedicatoria y dedicatoria,  y comentando lo estimulante y enriquecedor de conversar con lectores desconocidos que adquieren tu obra con interés y curiosidad. Obviamente él tenía un tirón muy grande y atrajo a multitud de lectores y curiosos y yo, ejercí mi papel de escritor primerizo e ilusionado, que acariciaba de refilón las mieles de la fama. En cualquier caso fue mi primera participación como escritor en una feria del libro y fue algo muy especial.

Ayer acudí a la cita de mi editorial para firmar ejemplares de las novelas en su caseta de la feria del libro de mi ciudad y pasé un rato francamente agradable. Firmé ejemplares de las dos entregas a conocidos y desconocidos que se acercaron hasta allí durante las dos horas de firmas que anunciaba la convocatoria en carteles y en redes sociales y disfruté muchísimo hablando con los que se detuvieron a adquirir ejemplares o simplemente a charlar conmigo.

A veces lo de ponerse en modo Umbral es algo muy bonito.



lunes, 30 de mayo de 2022

Feminista


 Una vez más este artista de Talavera, este impresionante letrista y acertado prestidigitador de la palabra, ha compuesto una canción con aquello que me toca la fibra, sacudiendo mi alma con cada estrofa y evidenciando una realidad que me asquea y me descompone.

Tengo tres hermanas y mi familia es un matriarcado en el que mi madre se vio obligada a coger la batuta y a dirigir una orquesta en la que muchas veces las distintas secciones tocan a ritmos distintos y a intensidades diferentes, por lo que debe dirigir con acierto para que al interpretar esta partitura que es vivir, no se desvirtúe la línea melódica. Estoy seguro de que el día que abandone el atril y salude  despidiendo el recital recibirá una infinita ovación de un entusiasmado público puesto en pie.

Mi padre me educó en el respeto y jamás me dio a entender que yo podía ser mejor que una mujer por el mero hecho de ser hombre. Es cierto que tengo cuarenta y siete años y he crecido en una sociedad abiertamente machista, y que desde que era niño he vivido en un entorno sociológico difícil para la igualdad. Pero no me avergüenza decir que pese a todo lo heredado de mis circunstancias y de las influencias externas que contaminaban mi evolución, la mujer siempre ha sido para mi el pilar fundamental sobre el que cimentar mi vida. Y no hablo solo de factores románticos o emocionales, sino también de camaradería e increíble amistad, de apoyo y de admiración. Admiro a tantas y tantas mujeres que me han demostrado su impresionante valía y su fuerza pese a todo, que sería muy estúpido si no reconociese lo obvio. Las mujeres que han marcado mi vida y la marcan a fecha de hoy me han educado y me educan en eso que acostumbro a escribir de que rendirse no es una opción. Ellas jamás han tirado la toalla y no dejan de superar escollos, de avanzar nadando contra corriente y de ganar un asalto tras otro a ese púgil sin corazón que se calza unos guantes con pesos y afiladas cuchillas para infringir el mayor daño posible, que es el de la sinrazón y el de la injusticia. En igualdad de condiciones y si el árbitro fuera correcto ya estaría mordiendo la lona y ellas se ceñirían el cinturón de campeonas entre los aplausos y los vítores de la grada.

Todas las personas tenemos el mismo derecho a intentar ser felices, a esforzarnos para medrar y a conseguirlo atendiendo únicamente a nuestra valía y a nuestros méritos, y no a si se sangra y se  sufre  una vez al mes, o a si nos afeitamos el rostro y nos golpeamos el pecho cuando apuramos de un trago el contenido de un vaso de chupito.

Y por descontado nadie tiene el menor derecho a reclamar lo que no le pertenece por mucho que lo desee, a tomar posesión por la fuerza de lo anhelado y a destrozar la belleza con el pisotón de la egoísta y condenable barbarie. Ningún ser humano que se precie de tal puede imponer su voluntad a otro por la fuerza y someter corazones o cuerpos escudándose en derechos inexistentes auto atribuidos por la mentira y el descaro. No seré yo el que lo consienta y quien mucho menos vaya a sumarme a la desfachatez de creerme con derecho a ello.

Pues si...aunque aún cometa errores que me señalen como el hombre torpe que puedo llegar a ser, me esfuerzo en aprender a hacerlo mejor y me declaro feminista porque busco la igualdad, quiero la igualdad y sueño con ella. Porque mis amigas y las mujeres que amo valen tanto como yo (y en muchas ocasiones mucho más) y porque merecen disfrutar como mínimo de las mismas oportunidades y los mismos derechos.

Y ahora el que quiera que me critique por enarbolar una bandera que no debemos dejar que caiga al suelo en este campo de batalla. Porque pueden criticar, insultar o reírse que francamente, me importa un bledo. 

jueves, 26 de mayo de 2022

Un tipo encantador


 Los vecinos del tirador, abatido por la policía  en el edificio de los más famosos grandes almacenes de la ciudad tras haber ejecutado a una veintena de personas entre clientes guardias de seguridad y distintos  empleados del centro comercial, no dudan en definir al autor de la matanza como un tipo encantador del que nunca habrían sospechado que fuera capaz de algo así. Y realmente era un tipo encantador, pero algo hizo que se le cruzaran los cables y cuando el profesional de la psiquiatría que lo trataba equivocó el cable a cortar, confundiendo el verde de la esperanza con el negro de las ilusiones perdidas, la bomba en su cerebro comenzó la cuenta atrás y horas después de la última sesión en la que trataba de superar con ayuda profesional sus traumas, y avanzar en la vida, estalló generando una salvaje y demoledora onda expansiva que se llevó por delante el futuro y los sueños de cuantos tuvieron la desgracia de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.

El autor de la matanza se había arreglado aquella mañana, se había puesto guapo por si ellas llegaban a ver vídeos o fotos de lo que se avecinaba y decidió que el azul, que resaltaba sus ojos y lo favorecía en gran medida, era el color ideal para vestir su cadaver. Porque iba a morir. De eso no tenía la menor duda. Y esperaba que las mujeres que más había amado y con las que fracasar le resulto demoledor, lo echaran de menos al velo muerto. Sopesó sus opciones y comprendió que aquella mañana terminaría todo y que pasara lo que pasara y le pesara a quien le pesara, la sociedad comprendería que conceder la oportunidad necesaria a quien la merece es algo que debería aprobarse por mayoría en el congreso de los diputados y convertirse en ley. En su torturado cerebro y en su roto corazón había fracasado como ser humano y ya nada tenía sentido. Ni su vida ni las de aquellos que se conformaban con la mediocridad de una realidad cotidiana en la que despreciar al derrotado aspirante a triunfador,  y agachar la cabeza sin abandonar el rebaño, eran la más aplaudidas actitudes.

Entró en los grandes almacenes sonriendo y saludando educadamente a los dependientes que lo atendieron en distintas plantas y con particular cariño a los habituales  de las secciones de libros y música, en las que lo conocían bien por ser un buen cliente cone el que gustaban tratar y charlar de novela negra y jazz . Esperó a que uno de los guardias de seguridad armados con un revolver que seguramente nunca utilizaría terminara su turno y fuera a cambiarse y a dejar uniforme y armamento, para seguirlo disimuladamente hacía la zona de personal y, antes de que pudiera reaccionar, lo apuñaló repetidamente en el pecho con el cuchillo de cocina japonés de amplia hoja y filo tallado al carbono que había adquirido de oferta minutos antes, y que aguardaba su momento en el fondo de una de las bolsas que llevaba en su mano izquierda. Tras limpiar la sangre de la afilada herramienta de cocina la guardó de nuevo en la bolsa y desarmó al cadaver, comprobando los proyectiles del tambor del arma y los que llevaba en el porta munición del correaje del uniforme. Sin llamar la atención subió en uno de los ascensores hasta la planta donde se encontraba la sección de deportes y se dirigió al mostrador tras el que un dependiente ataviado con funcional y elegante ropa de camuflaje, y  haciendo gala de una formación especializada, ofrecía al público armas de caza de diferentes tipos y precios. Le pidió que le enseñara dos modelos de gran calibre, uno de ellos de repetición, y cuando tras preparar dos cajas de cartuchos para las armas elegidas el empleado se frotaba las manos pensando que haría la venta del día, el ocasional asesino de mirada tan azul como fría le voló la tapa de los sesos de un único y certero disparo  con el revolver que había ocultado en una de las bolsas de la compra junto al cuchillo japonés. A partir de ahí comenzó el festival de la muerte y no dudó en abrir fuego contra todo aquel que se cruzó en su camino.

Era un tipo encantador, si, pero a veces aquellos de los que jamás esperarías las acciones más crueles pueden enseñarte de que está hecho el cerebro humano, y la fragilidad de la pantalla que separa a los monstruos de los ángeles.

Y todo porque el exceso de fracasos en su vida había llegado al límite, y la presión había agrietado el delicado recipiente del alma permitiendo fugas en forma de frustración y dolor, de desesperación y ansiedad, de enajenación y temor. Ya no fracasaría más, ni con sus proyectos profesionales, ni con los emocionales, ni con los artísticos. El mundo no lo  recordaría como un fracasado y nadie volvería a señalarlo con el dedo ni a mirarlo con condescendencia. Ya no.

Los agentes de los grupos especiales de operaciones de la Policía nacional, los famosos GEO, que lo consiguieron abatir atrincherado tras el mostrador de atención al cliente de la planta principal, hicieron constar en su informe que mientras el tirador recibía  los distintos impactos de bala que terminaron con su vida, sonreía como si estuviera agradeciendo algo tan esperado como deseado.

La sociedad produce monstruos y una confundida y excesivamente exigente conciencia los alimenta.