jueves, 26 de mayo de 2022

Un tipo encantador


 Los vecinos del tirador, abatido por la policía  en el edificio de los más famosos grandes almacenes de la ciudad tras haber ejecutado a una veintena de personas entre clientes guardias de seguridad y distintos  empleados del centro comercial, no dudan en definir al autor de la matanza como un tipo encantador del que nunca habrían sospechado que fuera capaz de algo así. Y realmente era un tipo encantador, pero algo hizo que se le cruzaran los cables y cuando el profesional de la psiquiatría que lo trataba equivocó el cable a cortar, confundiendo el verde de la esperanza con el negro de las ilusiones perdidas, la bomba en su cerebro comenzó la cuenta atrás y horas después de la última sesión en la que trataba de superar con ayuda profesional sus traumas, y avanzar en la vida, estalló generando una salvaje y demoledora onda expansiva que se llevó por delante el futuro y los sueños de cuantos tuvieron la desgracia de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.

El autor de la matanza se había arreglado aquella mañana, se había puesto guapo por si ellas llegaban a ver vídeos o fotos de lo que se avecinaba y decidió que el azul, que resaltaba sus ojos y lo favorecía en gran medida, era el color ideal para vestir su cadaver. Porque iba a morir. De eso no tenía la menor duda. Y esperaba que las mujeres que más había amado y con las que fracasar le resulto demoledor, lo echaran de menos al velo muerto. Sopesó sus opciones y comprendió que aquella mañana terminaría todo y que pasara lo que pasara y le pesara a quien le pesara, la sociedad comprendería que conceder la oportunidad necesaria a quien la merece es algo que debería aprobarse por mayoría en el congreso de los diputados y convertirse en ley. En su torturado cerebro y en su roto corazón había fracasado como ser humano y ya nada tenía sentido. Ni su vida ni las de aquellos que se conformaban con la mediocridad de una realidad cotidiana en la que despreciar al derrotado aspirante a triunfador,  y agachar la cabeza sin abandonar el rebaño, eran la más aplaudidas actitudes.

Entró en los grandes almacenes sonriendo y saludando educadamente a los dependientes que lo atendieron en distintas plantas y con particular cariño a los habituales  de las secciones de libros y música, en las que lo conocían bien por ser un buen cliente cone el que gustaban tratar y charlar de novela negra y jazz . Esperó a que uno de los guardias de seguridad armados con un revolver que seguramente nunca utilizaría terminara su turno y fuera a cambiarse y a dejar uniforme y armamento, para seguirlo disimuladamente hacía la zona de personal y, antes de que pudiera reaccionar, lo apuñaló repetidamente en el pecho con el cuchillo de cocina japonés de amplia hoja y filo tallado al carbono que había adquirido de oferta minutos antes, y que aguardaba su momento en el fondo de una de las bolsas que llevaba en su mano izquierda. Tras limpiar la sangre de la afilada herramienta de cocina la guardó de nuevo en la bolsa y desarmó al cadaver, comprobando los proyectiles del tambor del arma y los que llevaba en el porta munición del correaje del uniforme. Sin llamar la atención subió en uno de los ascensores hasta la planta donde se encontraba la sección de deportes y se dirigió al mostrador tras el que un dependiente ataviado con funcional y elegante ropa de camuflaje, y  haciendo gala de una formación especializada, ofrecía al público armas de caza de diferentes tipos y precios. Le pidió que le enseñara dos modelos de gran calibre, uno de ellos de repetición, y cuando tras preparar dos cajas de cartuchos para las armas elegidas el empleado se frotaba las manos pensando que haría la venta del día, el ocasional asesino de mirada tan azul como fría le voló la tapa de los sesos de un único y certero disparo  con el revolver que había ocultado en una de las bolsas de la compra junto al cuchillo japonés. A partir de ahí comenzó el festival de la muerte y no dudó en abrir fuego contra todo aquel que se cruzó en su camino.

Era un tipo encantador, si, pero a veces aquellos de los que jamás esperarías las acciones más crueles pueden enseñarte de que está hecho el cerebro humano, y la fragilidad de la pantalla que separa a los monstruos de los ángeles.

Y todo porque el exceso de fracasos en su vida había llegado al límite, y la presión había agrietado el delicado recipiente del alma permitiendo fugas en forma de frustración y dolor, de desesperación y ansiedad, de enajenación y temor. Ya no fracasaría más, ni con sus proyectos profesionales, ni con los emocionales, ni con los artísticos. El mundo no lo  recordaría como un fracasado y nadie volvería a señalarlo con el dedo ni a mirarlo con condescendencia. Ya no.

Los agentes de los grupos especiales de operaciones de la Policía nacional, los famosos GEO, que lo consiguieron abatir atrincherado tras el mostrador de atención al cliente de la planta principal, hicieron constar en su informe que mientras el tirador recibía  los distintos impactos de bala que terminaron con su vida, sonreía como si estuviera agradeciendo algo tan esperado como deseado.

La sociedad produce monstruos y una confundida y excesivamente exigente conciencia los alimenta.


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