lunes, 20 de junio de 2022

Corderos, zorros, elefantes, baobabs, vanidosos y rosas. Siempre una rosa.


 No contento con planear aprovechando las corrientes de aire del cielo de mi propio universo, acostumbro a pilotar en otros cielos, en otras realidades, en otros mundos. Generalmente esos mundos los encuentro al abrir las paginas de un libro, o al escribir los míos. 

Suelo armarme de valor y en mi arrogancia e imprudencia no abandono la costumbre de volar sin paracaídas, por eso cuando el viento cambia de repente y amenaza con derribar mi aeroplano, me angustio y me revelo, me asusto y me entristezco. 

Pero nunca abandono la nave. Me estrellaré con ella si ha de ser así, y moriré satisfecho de haberlo hecho en el intento de ser feliz, y no sentado en una esquinita llorando, maldiciendo mi suerte y abrazándome las rodillas.  

Quizás el verdadero problema radica en que busco incansablemente la pista de aterrizaje segura en el corazón de la mujer que conquistó mi razón y mi ilusión y creo que allí estaré a salvo. Pero desde la torre de control de la realidad no se me da permiso para aterrizar en la pista elegida.  Al menos no todavía, y me contentaré con sobrevolar en círculos su aeropuerto confiando en que no se agote el combustible que me mantiene en el cielo antes de que me conceda la licencia y se ilumine la señalización de la pista que me lleve hasta sus labios.

El pequeño príncipe que conocí en un gran libro se ha instalado en la cabina junto a mi, me da conversación, me habla de su rosa, me dibuja corderos y elefantes y me explica porqué un zorro busca ser domesticado, porqué el vanidoso necesita ser reconocido y porqué debo evitar que crezcan los baobabs en mi jardín. Al igual que aquel rey que conoció en uno de sus viajes tenía la imperiosa necesidad de reinar y ser obedecido, yo tengo la necesidad de amar y ser amado, pero he comprendido que como el borracho que bebía para olvidar que bebe, yo me obceco en compartir un amor que no soy capaz de entregarme, y me embriago con el amor que destilo pero no consumo. Y si no consigo amarme y perdonarme todos mis errores, no habré comprendido nada y la persona elegida por el destino tampoco querrá hacerlo. Y volveré a fracasar.

Aquel pequeño príncipe venido de un asteroide diminuto en busca de respuestas, sin saberlo me dio aquella que siempre he ignorado y no comprendí que al no aceptarla, me estaba negando a mi mismo.

Tengo que quererme. Y voy a hacerlo. Solo así todo fluirá, todo se colocará, y ella  podrá aceptar que en efecto, soy yo a quien esperaba, soy yo el que podrá compartir su alegría y su futuro, y quien contribuirá a que este sea el que los hados dibujaron para ambos. Al igual que el principito, he descubierto que hay otras rosas, pero ninguna como ella.

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