jueves, 23 de junio de 2022

Alta sensibilidad


 No puedo evitar analizar desde mi particular óptica todo lo que me sucede, todo lo que me rodea, todos mis fracasos y mis escasos triunfos. No puedo evitar llevármelo todo  a lo personal y más en concreto a lo emocional.

Hace unos años un profesional de la siquiatría me diagnosticó como PAS, que son las siglas para denominar economizando lenguaje a las personas de alta sensibilidad. Y discrepo. No renuncio a esa sensibilidad que condiciona mi vida, pero lo que no termina de convencerme es que se me tenga que catalogar por sentir como siento y hacer de esa intensidad emocional una anormalidad. Todos somos PAS en según qué momento. Todos, y el que diga lo contrario es un embustero o un psicópata, sufrimos con las pérdidas y nos abandonamos al dolor más brutal que es el que nace y crece en el corazón y para el que aún no se ha inventado un analgésico efectivo.

No me atribuyo una sensibilidad especial ni diferente al del resto de la humanidad.  Quizás cuando se me diagnosticó esto fue porque atravesé una mala racha en esta partida que jugamos con el destino a la que llamamos vivir, y mis cartas no fueron las mejores durante demasiadas manos seguidas. Pero como todo hijo de vecino, hay manos en las que por simple azar o por haber sabido defender la jugada,  tus naipes son ganadores y tras aguantar los envites y levantarlos, para sorpresa de todos te haces con las fichas y crees ser feliz.

Luego viene eso de que los PAS somos personas muy intensas, y eso de que me llamen INTENSO como si me llamaran apestado o idiota, me toca mucho los cojones. Bastante difícil es vivir con ello, porque las personas que no gestionamos con facilidad nuestras emociones, atravesamos demasiados momentos difíciles nacidos de lo cotidiano. En ocasiones quisieras que alguien te extirpara el corazón y te adormeciera el alma, que te sedara con un gramo de la droga que te ayudará a ignorar la realidad y a permanecer pasivo ante cuanto te hace daño. Que te aplicaran electrodos en el espíritu y así no poder apreciar esa  melancolía que te devora por dentro. Pero que va. tienes que enfrentar cada momento, cada situación adversa, cada traición, cada fracaso, cada abandono. Y terminas agotado, y entonces, solo entonces, lloras y quisieras embarcarte en la nave que te llevará hasta una galaxia muy muy lejana. Pero no encuentras billetes o el único billete que puedes adquirir implica hacer mucho daño a la gente que te quiere. Y renuncias a su dolor incrementando el tuyo.

El destino tiene muy mal perder, pero aún es peor ganador, ya que acostumbra a burlarse de tus derrotas y se divierte recordándote lo imbécil que fuiste al no descubrir sus faroles y al no atreverte a jugártelo todo a la última carta. Lo que no sabe es que mientras mis torres de fichas disminuyen incrementando las suyas, yo voy fijándome en todo lo que hace, en sus gestos, en sus movimientos, en su forma de echarse hacía atrás cuando le reparten buenas cartas, y en como sonríe de medio lado como un marrajo cuando nadie le ha aguantado el farol. Y me quedo con ello. Y  poco a poco voy recuperando lo perdido y desmontando su estrategia.

Estoy en un momento crucial en mi vida y acabo de hacer un all in. Me lo he jugado todo en esta última mano porque se me dio el más hermoso de los naipes, un comodín sonriente que hará de mi jugada la triunfadora y que cuando todo parecía perdido, le dará la vuelta por completo a lo esperado y habré ganado la mano más importante.

Y entonces disfrutaré de esa alta sensibilidad, de esa intensidad que hace que lo bueno sea más bueno, que lo placentero me de mucho más placer, y que lo agradable roce lo delicioso y me lleve hasta el éxtasis. Porque como buen INTENSO que soy, lo bueno lo recibo mucho más bueno, y entonces, al verme terriblemente feliz y satisfecho, el que ayer me criticaba y se mofaba mañana me envidiará y preferirá mirar hacia otra parte a reconocer que igual no soy un apestado ni un idiota. 

Y no hablemos de los orgasmos. No sé como serán los del resto de los mortales, pero a mi particularmente me llevan casi al desmayo y me hacen rugir con intensidad. Otra vez la intensidad. Bendita intensidad. Bendita dulzura.

Maldita dulzura la mía cuando la confunden con debilidad, cuando se muestra en un momento amargo y estalla en las papilas arrasándolo todo, o cuando aparece de repente para convertirme en el que no debiera ser. Pero bendita dulzura la nuestra cuando nos juntamos tu y yo, cuando descubrimos que teníamos que encontrarnos y cuando somos conscientes de  que en efecto, esto que nos sube a los cielos se llama amor. Porque a ti sirven las mismas siglas que definen mi personalidad y porque compartimos intensidad. Y quizás por eso me chifles y me vuelvas loco. Y quizás por eso sentimos que nos implantaron imanes en las pupilas y que al cruzarlas sentimos la irrefrenable necesidad de acercarnos y encontrarnos en los labios. Y nuestros besos saben a futuro, a mañana, a lo bueno que ha de llegar y a todo lo que podremos compartir.

 Aunque será mejor que me tranquilice y me concentre, le toca hablar al destino.


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