Los asiduos a este blog no necesitáis que os recuerde que siempre me he declarado shakesperiano y que desde hace muchos años me entregué por completo a la obra del bardo inmortal. Para mi, Hamlet sea seguramente el mejor ejemplo de perfección literaria, pero claro, para gustos los colores y siempre habrá quien pretenda encontrarle fallos a este texto que considero absolutamente perfecto en su complejidad, en su trama y en la impresionante elaboración y definición de los personajes.
Shakespeare me parece el mejor escritor de la historia y aunque en ocasiones he encontrado alguna dificultad al leer su dramaturgia más densa, sin embargo me he sentido arropado y mecido entre sus brazos al enfrentarme a la lectura de La excelente y lamentable tragedia de Romeo y Julieta , que es el título original del impresionante drama conocido comúnmente como Romeo y Julieta.
Shakespeare bebió de la tradición de los grandes romances trágicos escritos ya en la antigua Grecia muchos siglos antes y a fuerza de leer y documentarse para su obra, llegó a ciertos cuentos italianos en los que podemos encontrar no solo los inconfundibles nombres de los amantes, la ciudad donde se ubica la tragedia o los apellidos de las dos grandes familias, sino elementos narrativos como la boda secreta, el veneno, el fraile bondadoso y otros muchos andamios con los que Shakespeare edificó su obra.
Pues bien, me he propuesto escribir un texto que rivalice en belleza y en sentimiento con los versos más conocidos de esta tragedia, y que pueda incluso superar en romántico sentir y en descarnada verdad a la declaración de Romeo de su amor por Julieta, Por supuesto no sueño en rivalizar con Mister William en calidad literaria (no se me ha ido la cabeza del todo...aún), pero sí creo poder sostener el pulso en cuanto a dar forma escrita a todo lo que la persona amada despierta en el corazón y es capaz de inspirar, porque a mis 47 primaveras el destino ha querido bendecirme con la llegada de la más adorable musa capaz de inspirar en mi las palabras más acertadas. Y puede que su venida tuviese este sentido, el dotarme de la fuerza, el deseo y la inspiración suficiente para convertir en un texto que me transcienda, todo lo que me colma el corazón y el alma desde que descubrí sus ojos del color del sol.
Y si al terminar ese texto debo enfrentarme a lo imposible de una vida sin ella, en la que no podré compartir futuro, amor y felicidad, sabré escoger con acierto entre el veneno que me retire del sufrimiento al asumir el fracaso, o la hoja de la daga que me atraviese este corazón rendido a la belleza de su sonrisa, a lo cálido de sus besos y a la magia de sus caricias.
Y es que todo termina llegando...incluso lo bueno.
Marcos era un tipo ambicioso e inconformista y siempre se había negado a seguir los
pasos de su hermano mayor, quien, tras más de quince años de formación, terminó
trabajando en la correduría de seguros de su padre.
Cultivó su cuerpo y su mente desde muy joven y a sus treinta y dos años era un
fornido rompecorazones, acostumbrado a conseguir cuanto se le antojaba. Bien de
una forma o bien de otra.
Al abrirse el semáforo, cambió rápidamente a segunda y
aceleró fuerte para pasar a tercera al escuchar rugir el motor. El bólido le
pedía que fuese subiendo de velocidad en la recta de la avenida principal de
aquella zona otrora marginal y problemática, pero que desde el boom de la
construcción y con el vertiginoso crecimiento de la ciudad, se había convertido
en una zona residencial bien comunicada. Contaba la zona con todos los
servicios para que el precio de la vivienda en ella se disparase como un
subfusil ametrallador, una de esas Uzis israelíes
disparando en modo ráfaga.
Al llevar la capota levantada, sintió como le golpeaban la
cara el aire y las miradas de envidia de aquellos vecinos que nunca apostaron
un euro por él y que ahora matarían por ocupar su asiento en aquel bólido. Bajo
las caras gafas de sol de marca que cubrían gran parte de su rostro, el orgullo
se adueñó de la expresión de su mirada.
Redujo con un suave toque de la palanca de cambios y frenó
a tiempo para detenerse ante el paso de peatones donde aguardaban prudentemente
una madre y su hija que agarradas de la mano se habían detenido al verle
acercarse a lo lejos. Tras frenar galantemente, les sonrió y les hizo un gesto
con la mano indicándoles que podrían cruzar sin riesgo alguno. Ello le hizo
merecedor de una sonrisa de la preciosa pelirroja que acompañada de la pequeña
cubrió casi a paso ligero la distancia hasta la acera del otro lado de la
calzada.
Durante una fracción de segundo, se planteó aparcar en el
primer hueco libre y buscar a aquella belleza en el parque infantil vecino,
pero el destino quiso que las cosas se torcieran y no hubiese tiempo para
perderlo en amoríos. Un coche patrulla de la policía nacional se detuvo justo a
su lado y el agente que conducía el Zeta,
atraído por el deportivo que aguardaba el paso de las peatonas.lo miró de arriba abajo y al
reconocerle, encendió las sirenas del patrullero.
Sin dar opción alguna a la policía, salió de allí a toda
velocidad y el deportivo descapotable de tapicería de cuero, le demostró de que
estaba hecho su interior. Los más de trescientos cincuenta caballos del motor de
ocho válvulas galoparon sobre el asfalto dejando atrás a los uniformados, que
lejos de tirar la toalla, emprendieron la persecución mientras pedían refuerzos
por radio.
Al ver que lo seguían a lo lejos y sabedor de que en breve
otros coches patrulla se unirían a la persecución, tomó la primera salida hacia
la autovía del Mediterráneo y se dispuso a vender cara su vida. De la guantera
extrajo la Piettro Beretta de 9 mm con cargador para quince proyectiles y la
amartilló soltando para ello el volante durante un par de segundos. Los
suficientes para que una moto se incorporase desde la calle contigua y no
pudiese esquivarla.
Al impactar contra ella, el cuerpo del piloto salió
disparado destrozando el parabrisas con el impacto y poniéndolo todo perdido de
sangre.
La elegante tapicería de cuero blanco se arruinó por
completo y Marcos perdió el control del descapotable que fue a estrellarse
contra el quitamiedos y dio cinco vueltas de campana.
Menos mal que el cinturón de seguridad y el airbag del conductor
cumplieron con su cometido y cuando llegaron los primeros coches de policía,
todavía pudo recibirlos a balazos, parapetado tras los restos del coche que
habría de sacarle del barrio que lo vio nacer y transportarlo hasta donde sus
sueños quisieran llevarlo. Honorio, el napolitano que había diseñado el golpe, le
había avisado del peligro de llamar la atención cuando repartieron el botín del
que fue el atraco más importante que se había realizado con éxito en España,
pero él no le hizo caso y creyó que con la cantidad de vehículos de alta gama
que estaban comprando constructores y promotores inmobiliarios, el suyo pasaría
prácticamente desapercibido. Nunca había sabido controlar sus caprichos y este
lo iba a llevar a la cárcel. O al cementerio.
La primera bala lo alcanzó en el pecho y le hizo gritar de
dolor. Dolía. Dolía mucho más que lo que le habían contado otros miembros que
se unieron a la banda tras haber luchado como guerrilleros en la guerra civil
de su país de nacimiento, la antigua Yugoslavia.
Iba a morir, pero prefería terminar allí que envejeciendo
en una cárcel donde seguramente se convertiría en el juguete sexual de alguno
de los reclusos. Su cabello rubio, su piel blanca, sus ojos azules y su rostro
aniñado serían un reclamo para aquellos desaprensivos que decidiesen saciar sus
apetitos sexuales con el recién llegado.
Un agente de los GEO
aparecido como por arte de magia lo encañonó con su subfusil y le gritó que
tirase el arma.
Marcos hizo un rápido repaso de su vida y tras recordar la
cara de su madre, la única mujer a la que había querido de verdad, echó un
último vistazo a los restos de aquel coche que, durante unos días, lo había
hecho sentirse un triunfador en la vida. Después, levantó la automática hacia
el agente del grupo de operaciones especiales y todo terminó para él. El juez
ordenó el levantamiento del acribillado cadáver de Marcos apenas una hora
después
Una grúa municipal llevó el vehículo destrozado en el
accidente al desguace del depósito.El
funcionario que se ocupó de recibir ese envío, le puso la etiqueta que
autorizaba la completa destrucción del deportivo para extraer las piezas que
aún pudiesen ser de alguna utilidad, pero al quedarse solo, la cambió por la de
“vendido” y se hizo con las llaves. Tras años de trabajo en el taller de
reparaciones de Mercedes, había conseguido ese puesto cómodo y aburrido para la
administración local, pero aún conservaba sus habilidades como mecánico. Desde
que era un niño, siempre quiso tener un deportivo elegante y descapotable, con
la tapicería de cuero blanco. Un modelo de esos que despertase la envidia de
todos los que al verlo circular por las calles del barrio comprendieran que lo
había conseguido, que había triunfado y que pronto se marcharía de allí para no
volver jamás.
Los faros delanteros del accidentado vehículo se iluminaron
unos segundos como por arte de magia y dentro del capó, se escuchó algo
parecido a una risa demoniaca. Aquel capricho de la automoción, acababa de
conseguir otra alma.
Imaginad una
mañana de finales de noviembre. Una mañana de comienzos de invierno, hace más
de veinte años. Pensad en la cocina de un viejo caserón de pueblo. Su principal
característica es una enorme estufa negra; pero también contiene una gran mesa
redonda y fue precisamente sobre esa mesa, sobre la que la hice mía por vez
primera. Acababa de
regresar del establo, de encerrar al noble potro pinto que había elegido ella
misma para montar mientras yo terminaba el artículo que debía entregar al jefe
de la redacción esa misma noche. Con los pantalones de montar, las botas y el
largo cabello pelirrojo recogido en una coleta, estaba preciosa. Había venido
a pasar el fin de semana conmigo, de visita informal. Era una compañera del periódico
con la que había comenzado una amistad con visos de convertirse en otra cosa
mucho más interesante pero jamás había pensado que fuésemos a dar el salto de
aquella manera. Cuando entró
en la cocina, donde yo acostumbraba a escribir al amor de la vieja
estufa, mis ojos no pudieron apartarse de los
suyos, tan verdes, tan hermosos, tan llenos de vida. Ella interpretó a la
perfección mi mirada y sonriendo se acercó hasta mí y antes de que pudiese
pronunciar palabra, sus labios se posaron en los míos y su lengua comenzó a
abrirse paso en mi boca. Al
estrecharla entre mis brazos, sentí los frenéticos latidos de su corazón y los
acompasé con los míos propios, que habían alcanzado su mismo grado de
intensidad. Mi mano izquierda dibujó un corazón en su espalday mi mano derecha se entretuvo deshaciendo su coleta y solté aquella melena que me cautivó desde el primer día en que
coincidimos en el despacho del director. Lo demás fue la crónica de una muerte
anunciada. Tras
derribar cuanto había sobre la mesa, sin importarme que el ordenador pudiese
estropearse con el golpe y perder el artículo aún por terminar, la coloqué en
su lugar. Le ayudé a despojarse de la blusa con impaciente deseo. Al terminar de hacerlo, la arrojé sobre la sillamás cercana, ella hizo lo mismo con
mi suéter y, nos regalamos cientos de apasionados besos. El tiempo se me hizo
eterno hasta que conseguí quitarle las altas y engorrosas botas, no había forma
de terminar de desnudarla con ellas puestas. Mis zapatos
volaron hasta el extremo opuesto de la cocina y tras ellos, los pantalones. La vida da muchas, muchas vueltas; tantas, que si no te agarras bien en las
curvas puedes salir despedido. Y a punto estuve de estrellarme contra el muro
de mis principios morales al reparar en el enorme anillo de pedida que adornaba
el anular de su mano izquierda. Al preguntarle por él, respondió de forma
nerviosa y confusa, lo que me dio a entender que yo no era más que un recuerdo
o una muesca para la culata de su revolver emocional.Una gélida mañana de comienzos de
invierno puede convertirse en el día de calor más intenso y una anodina
relación laboral, en la historia de amor más hermosa sobre la que escribir la
novela perfecta, pero en esta ocasión a punto estuvo de convertirse en la
historia más vieja del mundo y sobre ella hay demasiados libros y multitud de
canciones y películas. Emma puede
que se termine marchando de mi vida, como sus otras cincuenta predecesoras en
mi corazón, pero lo que no se irá nunca, es el recuerdo de sus besos, el aroma
de su perfume y la profunda huella que me ha dejado en el alma. Y su forma de
respirar en mi oído y de decirme que soy suficiente.
Hermes se levanta de la mesa de reunión exhibiendo su encantadora sonrisa y estrecha las manos de los diplomáticos que han participado en el encuentro. Uno a uno los va marcando con el contacto y la mirada y al hacerlo se siente como un Cesar en el coliseo. La intensidad de apretón de manos a cada uno de los que se la tienden le recuerda inconscientemente a aquel que dependiendo de la inclinación de su pulgar decidía entre la vida y la muerte.
El estado español había vuelto a enviar a su mejor y más completo diplomático a tratar un asunto de vital importancia para la comunidad internacional. Aquel servidor público de rubio cabello recogido en un moño alto, tatuajes en los brazos y piernas ocultos por un ajustado traje negro de Armani, y vacíos agujeros en lóbulos, ternilla, ceja y nariz que en ocasiones cubre con aros de plata o pequeños y solitarios brillantes, es mucho más que el mensajero de los dioses y el negociador del estado.
Hermes consiguió decidir su futuro durante los años de formación en las distintas academias militares y policiales, tras haberse doctorado en Historia y en Filología Hispánica. En un tiempo todo era rápido, todo debía hacerse con prisa, todo era fugaz y ardía con velocidad, pero esa misma aceleración constante que terminó costándole lo que más quería, casi lo lleva a la muerte y al despertar confuso y dolorido en la cama de la UCI de un hospital, decidió frenar y olvidarse de la velocidad como forma de vida. Durante el tiempo que pasó enchufado a distintas máquinas en estado de coma, realizó un interesante viaje interior que lo acercó peligrosamente a los dominios de Hades, pero del que regresó más sabio, más prudente y mucho más ingenioso aún de lo que era de por si. Se le concedió la vuelta, el despertar, el manejo de la palabra y la oportunidad de encontrar aquello que siempre había buscado y que consiguió identificar en los ojos del color del sol que luce la mujer más increíble de cuantas ha conocido jamás. Pero a cambio los dioses le impusieron el castigo de tener que someterse a diario a un férreo dominio de las emociones, al freno de su naturaleza impulsiva y a largos periodos de introspección en los que identificar los errores y las posibles soluciones.
Al reincorporarse a su formación como agente secreto del estado español, concluyó su adoctrinamiento en la unidad de información y relaciones diplomáticas, trabajando la templanza, la paciencia y el ingenio. Fue sin duda el mejor de su promoción y los mandos disfrutaban al ver con que parsimonia podía poner fin a una guerra geo política en el tercer mundo, mientras con un simple guiño de ojos o un apretón de manos decidía que blanco sería eliminado sin compasión para que una vez más el fin justificase los medios. Y todo lo hacía con calma, con cabeza y con corazón.
Hermes se convirtió así en una pieza clave del juego de poder en el que España había recuperado posiciones.
Al abandonar en helicóptero el palacio de congresos del país sudafricano donde Naciones Unidas decidió reunirlos, escucha la tremenda explosión del pequeño misil lanzado por el dron que han enviado los oficiales de inteligencia, quienes al identificar las señales estipuladas por la intensidad de los saludos de despedida al haber podido ver y grabar la reunión gracias a la cámara oculta en las gafas de sol de Hermes sujetas por una patilla del cuello de la impecable camisa blanca, eliminan los objetivos señalados para mantener la paz y la estabilidad en el mundo. Y para defender los intereses de España.
He vuelto a disfrutar de un hogar y a asegurar los pies en el suelo porque agarrado a tu mano no volveré a caer. Mi hogar eres tu, y está allí donde tu estás.
Como canta Mikel Izal, desenvuelvo nuevos recuerdos que aún no tengo, pero que me regalas cada día, cada noche, cada segundo que se me ha concedido en esta segunda temporada para disfrutar de ti y dejo atrás los viejos malos sueños, dejo atrás un pasado turbio, un montón de dolor y de desengaños, de fracasos y de continuos errores, porque eso ya se conjuga en pretérito y ahora solo hablo, vivo y amo en presente y en futuro, el pasado lo he enterrado bajo un túmulo decorado con dientes de león y otras flores pequeñitas y simbólicas.
He encontrado algo mágico pero real al tiempo y al fin puedo abandonarme a vivir lo que siempre soñé porque llevo soñándote todas mis vidas, y el destino permitió que nos encontrásemos un 24 de julio durante el concierto de alguien que solo me aporta belleza y amor, y entre toda esa belleza y todo ese amor tenías que aparecer tu, que eres la personificación de ambas cosas. Y junto a los amigos presentes en el concierto y que me ayudaron a llegar a ti, te hiciste hogar.
Desde aquella noche hemos ido construyendo el más maravilloso de los espacios, porque juntos creamos el lugar donde poder mirarnos a los ojos sin más preocupación que los incómodos parpadeos que interrumpen ese momento de adoración, en el que soy feliz al bañarme en la luz que desprenden tus ojos del color del sol.
Por primera vez en mis vidas me hinco de rodillas para agradecer a los hados el haber mezclado materia, polvo de estrellas y esencia divina, y haberme asignado una casilla en ese tablero de juego donde los dioses se enfrentan en una eterna partida y que los mortales llamamos existencia.
Me culpo por mi confuso pasado desde las alturas donde ahora se encuentran mi conciencia y mi razón y trato de que todo ese bagaje personal, del que apenas rescato media docena de sonrisas y un centenar de libros, sirva al menos para decorar este hogar donde has plantado tu bandera y donde desde luego eres la reina, la única diosa y la melodía que embellece el silencio de mi espíritu asustado.
Gracias, eterna, gracias por haber llegado, por haberte detenido a mi lado, por haberme acariciado como nadie me acarició jamás y por haberme llevado al límite al posar tus labios sobre los míos. Gracias por inspirarme las frases más hermosas y los más hermosos deseos. Gracias por ser y estar, pese a que creía que nunca conjugaría el verbo to be de esta manera tan especial.
Pongo mi mundo en tus manos y mi ilusión en tus brazos, pero por favor, no te sientas responsable si en algún momento te vence el peso y permites que se caigan, porque estos son los únicos regalos que puedo hacerte ahora para completar y decorar el estuche forrado de terciopelo negro donde he guardado todo mi amor para que lo dejes sobre tu mesilla de noche y lo abras cuando te apetezca. Y cuando te apetezca lo bebas a sorbitos o de un trago, como prefieras.
Mi hogar está entre tus brazos y allí quiero que entierren las cenizas de esta increíble historia si un día decides que mi literatura no está a la altura de tus sueños.
Pero mientras tanto prometo disfrutar de cada instante compartido, de cada roce, de cada fantasía y de cada realidad.
Apuró los restos del café con leche largo de café y, al hacerlo, descubrió que debía llevar un largo rato dándole vueltas a la cabeza, pues ese último trago de lo que acababa de beber estaba lo suficientemente frío como para resultarle desagradable.
Tenía que hacerlo ya. No podía perder más tiempo con su filosófica introspección, aquello debía terminar de una u otra forma, pero en este mismo momento. Al final las cosas podrían torcerse y no es descabellado pensar que cualquier rescoldo de bondad o de clemencia le impidiesen apretar el gatillo.
Pero no habría clemencia, solo tuvo que mirar una vez más al despojo humano que solloza sobre el sofá con los labios sellados con esparadrapo y las muñecas y los pies sujetos con bridas. Se conoce que trata de decirle algo, seguramente de implorar por su vida, de pedir perdón y piedad, pero no quiere escuchar ni una sola palabra de su boca traidora y falsa. No se molestaría en arrancarle el esparadrapo para concederle la oportunidad de ablandar su corazón. Hace tan solo unos meses puede que lo hubiera perdonado, pero ya no. Ahora no hay nada que hacer. Que se lo hubiera pensado mejor antes de traicionarlo y destrozar su alma. Si hay algo que Laertes no perdona es la traición. Y precisamente una traición lo ha devuelto a su antigua vida, lo ha liberado de ese nuevo hombre en que había pretendido convertirse. Lo ha rescatado de una vida normal y anodina, de un futuro cómodo y de un día a día intentando borrar de su memoria los rostros de aquellos que ejecutó en los últimos años.
Pocas horas antes ha desenterrado el contenedor oculto bajo cemento y tierra en un cercano y discreto pinar, y recuperó sus armas y su pasado, todo junto. Dos por uno.
Invitó a aquel que un día consiguió convencerlo de que era su amigo a tomar una copa en casa, sabedor de que aquel indeseable no rechazaría un baso de buen whisky gratis. Y así fue.
Hace años no hizo lo que debía haber hecho y lo permitió vivir, lo indultó pese a su traición y dejó que continuara con su asquerosa existencia. Su hora ha llegado. Laertes se concede un segundo de buen corazón al desear que haya disfrutado de esta prórroga, de este tiempo de descuento. Tras volver a la realidad de su atormentada conciencia se levanta decidido, apoya el cañón del arma con silenciador sobre el pecho de su víctima y efectúa dos disparos con la pistola semi automática de 9 mm. Las dos heridas son mortales de necesidad. Ambas balas han atravesado el corazón de aquel indeseable y lo han reventado por dentro haciéndole sentir por un único segundo lo que Laertes sintió durante muchas noches en vela años atrás, cuando con su traición le reventó el corazón destrozándolo por completo. La única diferencia es que en la espalda de Laertes no quedó cicatriz de los orificios de salida. Las enormes cicatrices que jamás podrá ocultar son las que le decoran el alma.
Ya está. El rubio asesino de bigote bicolor limpia las pequeñas salpicaduras de sangre que han escapado de la zona de contención y los restos de carne y de hueso del sofá, y envuelve el cadaver con la sábana con la que había cubierto el confortable sillón de piel con la escusa de que el gato se lo llenaba de pelos. A su gato nunca le ha puesto restricciones ni normas, es libre de hacer lo que le venga en gana. Como ahora vuelve a serlo él.
Laertes ha vuelto y sonríe con una sensación de que todo irá mejor desde ese momento. Pese a todo.
Al terminar de leer los textos que Anya había inspirado en aquel escritor de pasado melancólico y amartelada sonrisa, Gala y Beatrice se abrazaron sollozando al comprender que nada tenían que hacer al lado de aquella mujer de ojos del color del sol, que había conseguido aportar a un talento en desarrollo la suficiente belleza como para que este terminara de escribir el texto más hermoso de cuantos se habían escrito hasta la fecha, y que lleva su nombre, su olor, su sonrisa y el brillo de su ojos.
Para ello, Anya no tuvo que hacer otra cosa que acariciarle el rostro y besar sus labios, mirarle con esos ojos de vida eterna y decirle que a pesar de sus miedos, sus traumas y sus complejos, era suficiente.
El limerente escritor se entregó por completo a su musa y tanto la aprendió a querer que no necesitó siquiera de corrección en sus textos, pues nacían plenos de cuanto le desbordaba el alma y sujetos al ardor más puro y más sincero.
Durante sus primeros años de creación se había ido haciendo un nombre poco a poco, pues siempre fue de esos autores que mojan la pluma en el tintero de las emociones, pero desde que una noche de verano ella se cruzó en su camino, la literatura cobró un nuevo sentido en él.
Cada segundo junto a ella, cada conversación telefónica, cada mensaje a través de las redes sociales, hacían nacer en negro sobre blanco las más acertada metáforas y las palabras adecuadas para trasladar a un texto, a un poema o a la letra de una canción todo aquello que jamás pensó que mereciera conocer, pero que gracias a Anya se había instalado en su día a día. Y por ello además de un inmenso amor, sentía un eterno agradecimiento.
Anya pasó a formar parte de ese selecto grupo de deidades que habitan entre nosotros y que son capaces de demostrar que los mortales y Dios, a veces se mantienen unidos por un vínculo muy especial.
Anya es eterna, él la querrá el resto de sus vidas y jamás dejará de escribir por y para ella, de respirar por y para ella y de sonreír por y para ella.
Laertes enciende un pitillo con su viejo mechero de gasolina, sabedor de que será el último que fumará en esta vida. Y no piensa morirse, no. Al menos no de momento. Piensa vivir y disfrutar tanto como pueda de su nueva existencia, que comenzará en el momento en el que cubra por completo y asegurándose de que nadie podrá encontrarlo, el contenedor de aluminio y metal donde ha enterrado sus armas, sus distintos pasaportes, toda la documentación falsa y aquello que podría relacionarlo con su anterior vida. Había pensado conservar su fiel y fiable Pietro Beretta de 9 mm y un par de cargadores por si algún fantasma del pasado lograba localizarlo, pero en esto como en otras muchas cosas decidió cortar por lo sano y de la forma más radical posible.
Tras asegurarse de que nadie ha podido verlo cavar el agujero donde enterrará un pasado que recibió una herida mortal de necesidad al mirarse en unos ojos del color del sol, introduce el cofre con los restos del Laertes que fue y lo cubre con el cemento que ha terminado de mezclar unos minutos antes.
Ella le ha descubierto que hay una vida más allá de la muerte, que hay futuro lejos del incierto pasado y que el amor es mucho más que compartir fluidos, soportar embustes y medias verdades, repetir frases manidas, pagar cenas, y dejar billetes sobre una mesilla de noche.
El rubio asesino de bigote bicolor ha hecho bien las cosas. Antes de tomar la decisión más transcendental de cuantas ha de tomar a lo largo de sus años, supo construirse una nueva realidad con un trabajo digno, unos ingresos aceptables y una discreta identidad . Ella no necesita nada de él ni lo quiere, ni lo ha pedido nunca, pero Laertes piensa ser suficiente para ofrecerle un futuro sin miedo a nada, una existencia placentera y todo el amor que siente en el interior de su alma, alma que creyó haber perdido años atrás cazando en los dominios del angel caído, y que de forma inexplicable ella encontró y le devolvió con el primero de sus besos.
En la cuenta personal del profesional sicario hay más de cuarenta personas, objetivos de todo tipo, entre hombres y mujeres. Nunca aceptó eliminar a niños, de alguna manera trató de ser fiel a sus principios y aunque nunca quiso aceptar objetivos femeninos, mató previo pago a aquellas mujeres que habían hecho de la traición, la maldad, la avaricia y la crueldad, su campo de trabajo.
Va a amanecer en unos minutos y todo está listo. Su pasado sepultado bajo cemento, grava y tierra, su mañana esperándolo acurrucada bajo las mantas en un piso de la cercana ciudad donde lo espera agotada por la jornada laboral, pero dispuesta a regalarle toneladas de esperanza con cada caricia y con cada beso.
Al haber renunciado por completo a aquel que fue, Laertes siente por primera vez en su vida que es un hombre plenamente feliz. Puede que esta vez las cosas resulten más complicadas de lo que planea, pero le da igual, porque ella merece la pena. La quiere y por amor acaba de enterrar al único hombre al que teme y que podría descerrajarle un tiro en la sien, él mismo.
Trató de atender a razones, de controlar el galope, de sujetar bien las riendas y dominar a la desbocada bestia, pero no hubo manera. Ese caballo salvaje que pasta en el interior de su pecho y que se alimenta de emociones y sentimientos, decidió emprender la más veloz de las carreras persiguiendo un sueño, una sonrisa y una ilusión, cegado por el brillante sol que resplandece en los ojos de la mujer más bonita del mundo.
Al comenzar el poderoso sprint, el amartelado escritor acarició el cuello de la montura que lo ha llevado de un lado a otro a través de las bastas praderas literarias donde quiso instalarse desde que descubrió que la razón le había cedido unos cuantos acres allí, y que aquella extensión de terreno virgen y fértil le permitiría sobrevivir en un mundo donde no acaba de encontrarse a gusto al saberse distinto a todos.
Atrapado en el caos de una brutal limerencia, solo puede respirar para ella, existir para ella y escribir su nombre oculto tras cada frase romántica, tras cada metáfora acertada y tras cada sinónimo de belleza. Ha aprendido a nadar en un océano infestado de mundanos adjetivos calificativos que pretenden devorarlo, y cada vez que se sumerge en las aguas del recuerdo, la fuerza de sus brazos aún lo mantiene a salvo del mordisco fatal. Llegó a sentirse tan débil que pensó en abandonarse a la normalidad y sumergirse sin remedio, pero tras haber tocado fondo y haber inundado sus pulmones lastrando la oportunidad de ser feliz, acertó a descubrir su pelirroja sonrisa entre la bruma, y en un último y desesperado esfuerzo, emergió poderoso y desafiante, y el propio destino se hizo a un lado y lo permitió vivir.
Hoy el rojo alazán pura sangre que golpea las aurículas con sus cascos herrados corre más que nunca en dirección hacía ella. Sujeto a la silla y apretando bien las rodillas para evitar la caída, él se deja llevar sonriente ignorando el bocado que podría detener aquella frenética marcha y renunciando a la fusta y las espuelas, pues ese salvaje animal que un día trató de ser domado en el picadero de la mentira, no merece sufrir más golpes ni más castigos.
Hoy se sabe suficiente y bienvenido, y el aire que le golpea el rostro al galopar hacia el destino más placentero y necesario, lo despierta a la realidad de un futuro posible, difícil, pero real y maravilloso.
En la foto que encabeza este texto se aprecia el momento de la presentación inmersiva de mi novela Temporada de sustos, acaecido durante el vino español que se ofreció al término del evento. Mientras estaba dedicando ejemplares a los lectores que abarrotaron la sala de Cultura de Simancas, el escritor Gustavo Gonzalez Gallego y su novia la poeta Ruth Iglesias, protagonizaron una escena teatral sorpresa para terminar de sumergir a los asistentes en las peripecias de mi alter ego, el inspector del Grupo de Homicidios de la policía de Valladolid, Iván Pinacho.
Todo comenzó junto al Archivo General de Simancas donde recibí a un centenar de personas allí convocadas, y donde tres actores vallisoletanos escenificaron como primera sorpresa de la tarde, una escena de la novela que acontece allí mismo. Los lectores que se acercaron a la presentación comenzaron a entender de que iba eso de una presentación inmersiva.
Desde allí bajamos hasta la comisaría de la Policía Local de Simancas, de vital transcendencia en la novela y donde trabaja mi amigo, el subinspector jefe Ibón Otxoa, quien además de asesorarme en las páginas que allí se desarrollan me facilitó desde la uniformidad completa para uno de los actores, al acceso y el tránsito por el municipio de cara al transporte de todo lo necesario para la presentación editorial.
Una vez entramos en la Sala de Cultura de Simancas el público se fue acomodando al ritmo de la música de Cosmic Birds, Jean Blazer, Dieddro y el resto de artistas que componen la BSO de la trilogía Crímenes de temporada, que sonó en la sala hasta que Alberto, el alcalde de Simancas presentó el acto con unas cariñosas palabras que evidenciaron nuestra afinidad en lo cultural y su apoyo sin fisuras a esta iniciativa.
La editora Eva Melgar y yo hablamos de las dos primeras entregas de la trilogía, Temporada de setas y Temporada de sustos, de la evolución de su protagonista y de la mía propia como escritor. A la charla se sumó durante unos minutos el pintor Pepe García, autor de la acuarela para la cubierta de la novela y padre de la ilustradora Eva García cuyas ilustraciones para Temporada de sustos se fueron proyectando en bucle en una pantalla tras la mesa de presentación.
Todos los presentes disfrutamos de las intervenciones musicales en directo de mis buenos amigos Darío Martín H, Pablo Acebal, Ángel Lévid... quienes fueron intercalando sus actuaciones con nuestra conversación y regalándonos su talento y su arte en las canciones que acompañan al Inspector Pinacho durante las páginas de las distintas novelas.
Una vez terminó el acto de presentación en el interior de la sala, la editorial Suseya ediciones, bajo cuyo sello se publica la trilogía completa, ofreció a los asistentes un delicioso y generoso vino español con los caldos que Pinacho bebe cuando no está de servicio y con las delicatessen que el rubio policía de bigote bicolor disfruta cuando tiene ocasión a lo largo de las aventuras narradas en estas novelas.
Los vino de Bodegas Yllera, Bodegas Valdehermoso y Bodega las tres jotas, y los botellines de cerveza, y agua mineral para quienes no beben alcohol, armonizaron a la perfección las espectaculares creaciones dulces de Dasilva Gastronomía, los increíbles bombones de morcilla con mermelada de vermú rojo y naranja, obra del chef Pablo Scarfone del Vayco Valladolid, y las empanadas y deliciosas tortillas variadas del Vintage 10 Sotoverde.
Durante ese ágape cortesía de la editorial, dediqué docenas y docenas de ejemplares de las dos primeras entregas de mi trilogía y charlé con los lectores aprendiendo de sus críticas constructivas y agradeciendo sus felicitaciones y sus palabras positivas con respecto a mi literatura.
La escena interpretada por mis dos compañeros de trinchera literaria cuya foto encabeza esta entrada puso fin a una presentación tan arriesgada como especial, que fue un éxito absoluto a todos los niveles y en la que además pude contar con la discreta presencia de la musa que inspira mi obra, y cuyos ojos del color del sol han hecho crecer en mi las ganas de avanzar, de afrontar cualquier peligro y de ser la mejor persona que pueda llegar a ser y el mejor escritor que consiga ser, para ofrecerle el mejor Juan que pueda ofrecerle y compartir con ella el resto de mis vidas.
Todo salió mejor que bien, fue una noche preciosa y después de casi ocho años de dolor, miedo y tristeza, esta mañana me he despertado absolutamente feliz y sabedor de que las cosas por fin han comenzado a cambiar. El destino ha decidido que la sonrisa sea un atributo permanente en mi, y no un complemento ocasional o postizo.
Gracias a los hados y a Supergato, conocí a la mujer más maravillosa y más bonita, que es maestra en el ajedrez y en el esgrima dialéctico. Ella me ha enseñado lo que quiere decir la palabra amor. Gracias a ella comienzo a levantarme de nuevo y a sentir que soy suficiente. Gracias a mis amigos, a mis lectores y a todos los que me apoyan, habrá Juan para rato y muchas, muchas páginas llenas de vida. Y de las muertes necesarias.