No siempre el destino reparte los naipes más favorables y, en esta mano, Laertes sabe que tendrá que jugar muy bien sus cartas o se verá obligado a abandonar la partida.
Revisa la munición que le queda y al margen de la bala alojada en la recámara y las cuatro que aún conserva el cargador del arma, tan solo cuenta con otro cargador completo en el bolsillo interior de la chupa de cuero. Pocas botellas para una fiesta en la que los invitados sorpresa se han presentado en manada. Pero qué se le va a hacer, la vida es así y como jugador, sabe bien que hasta que no están todas las cartas boca arriba aún queda mucha partida.
Duda por unos segundos entre abandonar su posición de seguridad tras el enorme y macizo contenedor de obra y enfrentarse al descubierto a la media docena de sicarios que han enviado para eliminarlo, o si por el contrario tratar de hacerse fuerte allí y resistir hasta que el tiroteo atraiga a las fuerzas del orden, con todo lo que eso conlleva. Finalmente descarta esa opción por lo arriesgado de las consecuencias aún en el caso de que pudiese mantenerse con vida hasta la irrupción de los agentes de la ley. Dos y dos son cuatro de toda la vida, aún con las últimas reformas educativas, la LOGSE y todas esas mierdas en la que debes subrayar la palabra patata y comentarla con tus compañeros, por lo que hasta el más garrulo de los uniformados procedería a su inmediata detención, o incluso puede que un agente precavido con un poco de experiencia en las calles se asegurase la vuelta a casa metiéndole un tiro en la sesera tras el correspondiente disparo al aire.
Traga saliva, cambia el cargador sustituyendo el mediado por el completo, se persigna encomendando su alma a Dios y calcula la distancia hasta la columna más cercana de los soportales que engalanan la plaza del pueblo al que se desplazó para completar su último trabajo. Si no lo aciertan al salir de su puesto de tirador, puede que aun tenga una oportunidad.
Como último capricho se permite el lujo de dedicar unos segundos al recuerdo de la mujer que de un tiempo a esta parte lo trae por la calle de la amargura y a la que llama cariñosamente ángel, pues realmente se lo parece. Pensar en su sonrisa, en lo intenso de sus abrazos y en lo hermoso de su boca le aporta la energía suficiente para echar un repentino órdago a los pares abandonando su segura posición y enfrentándose a cuerpo descubierto con los que pensó eran sicarios colombianos. Se conoce que estos deben de ser de Móstoles o de Cuenca, pues al verlo avanzar hacia ellos apuntando con precisión y abatiendo un blanco tras otro, los matones que aún siguen en pie se dejan llevar por los nervios y evidenciando su falta de profesionalidad y su afición por el cine de serie B, los que no salen corriendo abren fuego sin molestarse siquiera en apuntar y vaciando los cargadores como los niños que aburridos y hartos de todo despilfarran gusanitos en un cumpleaños infantil.
Uno a uno va acabando con los matones de saldo y tras tomarse su tiempo y apoyar el cañón de su Pietro Beretta sobre el dorso de la mano izquierda, fija la espalda del último que aún corre tratando de salvar la vida entre el alza y la mira del arma, y tras mantener la respiración efectúa un único disparo que da en el blanco poniendo fin a la carrera. Ya está. Todos han caído. Ahora lo inteligente es abandonar la plaza donde se ha celebrado la improvisada verbena lo antes posible, porque por pequeño que sea el pueblo, los paisanos que lo espían a través de los visillos tras las ventanas cercanas no tardarán en dar su descripción y en contar lo sucedido a la Guardia Civil con todo lujo de detalles y algún dato de propia cosecha.
Al volante del pequeño y fiable descapotable automático con el pitillo humeante entre los labios, Laertes reparte sus pensamientos entre la forma de acabar con la vida del cliente que le encargó el trabajo, y que sospecha está en nómina de cierto rencoroso y tuerto criminal que se la tiene jurada, y el ángel al que sin lugar a dudas entregará lo mejor de cuanto anida en su pecho. Porque pese a todo y para sorpresa de aquellos que lo han podido conocer bien, Laertes sigue siendo un romántico empedernido. Y un excelente jugador de Mus.