martes, 22 de junio de 2021

Si lo sé no vengo


 Lo cierto es que cuando se me dio la opción de reencarnarme y regresar a la vida en la tierra, debí habérmelo pensado mucho mejor. Pero siempre fui un tipo impetuoso y poco reflexivo y aunque esos dos rasgos de mi personalidad fueron los que me llevaron a cruzar navajas con aquel tremendo mulato de más de dos metros y ciento cincuenta kilos curtidos en peleas en el malecón de la Habana, parece que nunca terminaré de aprender de mis errores.

El destino, caprichoso y juguetón, me hizo elegir entre regresar a la tierra en el cuerpo de un colaborador del Sálvame de luxe o en el de un gato común europeo y uno, que siempre ha sido gatólico practicante, no se lo pensó dos veces. Quizás, visto lo visto, no me hubiera ido tan mal viviendo de airear mis miserias y de criticar a todo perro picha a cambio de cierta popularidad y unos cuantos ceros en mi cuenta corriente, pero es que uno siempre ha tenido su orgullo y su dignidad y seducido por la creencia popular de que los gatos tienen siete vidas, pensé que podría jugársela al fatun y salirme de rositas pillando un siete por uno, pero que va. Yo que fui un hombre culto debería haber meditado un poquito más la elección y haber descartado tópicos y creencias directamente opuestas al razonamiento científico. Pero ya veis. Así me las gasto.

Al optar por la felina apariencia, en menos de lo que canta ese molesto pájaro que no entiende de más horarios que los que le marca la salida del sol, me enviaron de vuelta a este valle de lágrimas convertido en un adorable gatito de gesto amable, afiladas uñas y corazón inquieto. A los pocos meses de despertar a la  vida, una vecina del humano que se ocupaba de mi preciosa madre de angora, me metió en una caja con agujeros, me llevó a un chalé cercano y me regaló a su hermano como presente en el día de su cumpleaños. Unas risas, oiga.

Mi humano de compañía era un tipo muy particular con el que sinceramente me sentía muy identificado. Era igual de impetuoso y poco reflexivo que yo, igual de amante de la cultura y de experto en  equivocarse de mujer una vez tras otra. Sé que en alguna ocasión también se vio obligado a tirar de faca y a hacer bailar el acero ante otro individuo, pero esa vez ninguna hoja se bañó en sangre y todo quedo en baladronadas, pintorescas coreografías más propias de una película de Carlos Saura, y en el consabido "sujetadme que lo mato" gritado por su oponente  y el agónico y lastimero "contente, Juan, contente", proferido por la garganta de la joven por la que se había producido la riña y que al final terminó mandando a la mierda a los dos contendientes.

Mi humano se pasaba el día leyendo, escribiendo y degustando vinos de distintas denominaciones de origen y whiskies de malta, y lo que él no sabía era que yo devoraba sus libros cuando se quedaba dormido, corregía y completaba sus relatos y novelas cuando no me veía y, daba buena cuenta de los restos de Ribera y escoceses de malta de más de doce años. Una vez incluso me zampé una de esas pastillas que se tomaba cuando la cosa se le había ido de las manos la noche anterior, o cuando algo no había salido como le hubiera gustado, Orfidal, creo que se llamaba. No veáis que riseras, de repente se me quitaron las ganas de salir por la ventana a hacer el gato, el mundo me parecía un lugar maravilloso y dormí como un bendito.

Conocí a algunas de las mujeres con las que fracasó al creer que estaba enamorado, y que eran las mujeres de su vida, e incluso llegué a compartir lecho con ellas, pues la mayoría aceptaban de buen grado que me acostase junto a ellos aunque claro, en cuanto veía que la cosa se animaba salía corriendo. Pasaba de ver a mi humano de compañía tratando de levantar aplausos y grandes ovaciones con desigual resultado.

Un día resulta que su prima favorita vino a buscarme y me llevó a su casa donde me instaló durante dos o tres meses junto a una gata algo arisca y muy territorial y una humana jovencita y encantadora. Resulta que el torpe de mi humano no había interiorizado eso de "si bebes no conduzcas" y el golpe contra el asfalto tras perder el control de la moto lo dejó en estado de coma durante una temporadita y luego en silla de ruedas. Cuando por fin vino a por mí con su bastón y una cojera de lo más sandunguera, yo salí por patas porque con esas dos humanas estaba encantado de la vida, y él se rayó y comenzó a decir estupideces como que yo me había ido corriendo porque al haber estado clínicamente muerto unos minutos, le había cambiado el aura o no sé que hostias y yo no lo había reconocido. Anda que...el tipo era majete pero muy peliculero. Yo corrí porque no quería que me devolviera a su hogar, no por tonterías metafísicas. Qué sabría él de la muerte y de auras y demás mandangas. Algún día le contaré como funciona esto.

La que me gustaba un rato y me caía genial era una amiga suya zamorana, una tal Estíbaliz de ojos de gata y sonrisa de diosa griega, a la que siempre le enseñaba fotos y vídeos míos y al parecer se encaprichó conmigo y me hubiera llevado con ella de buen grado, pero una vez más mi atolondramiento y mi falta de acierto me privó de semejante delicia. 

No recuerdo muy allá lo que sucedió cierta noche de verano, pero al salir por la ventana y pirarme del chalé para hacer el gato con mis nuevos colegas de la urbanización, maullando en los jardines de las gatitas más monas, haciendo rabiar a los perros encadenados en las casetas y, robando comida de aquellas cocinas que tenían las ventanas abiertas; en el camino de vuelta a casa de mi humano un coche me atropelló y me rompió la columna a la altura de esa vertebra que separa el rabo del resto del cuerpo. No tenia que haberme bebido aquel vaso de Cardhu con hielo que encontré en la mesa del porche del chalé de al lado, pero joder...la tentación era demasiado grande. La verdad es que la culpa fue mía porque volví a casa dando tumbos y sin reflejos de ningún tipo y claro, una cosa llevó a la otra.

Mi humano trató de ayudarme, me llevó de urgencia al veterinario y me pincharon todo tipo de medicación y me administraron pastillas de diferentes colores y un sabor nauseabundo, pero nada. No hubo nada que hacer y poco a poco me fui quedando inválido. Y comenzó a doler tanto que no pude disimular el sufrimiento y, mi humano me vio llorar y aquello le rompió el corazón. Y tomó la decisión acertada. Tras despedirse de mi con un discurso de lo más lacrimógeno y un montón de incómodos besos y achuchones, permitió al veterinario que me administrase la inyección letal y se acabó lo de ser un lindo gatito.

Y aquí estoy esperando. Parece que al cachondo que dirige el departamento de retornos en la sede celestial del destino ahora le ha dado por tocarme los cojones a mala leche, y me ha dado a elegir entre regresar como un radical del  independentismo catalán, como una lombriz de tierra o como una cebra de la sabana. De momento me inclino por lo de la cebra, porque siempre me gustó montar a caballo y además las rayas estilizan. Lo de que se me quieran comer todos los leones ya de por sí mola lo justo, y lo de que las hienas se puedan jugar  mis despojos a los dados me echa mucho para atrás. Pero como lombriz la verdad es que no me veo y como independentista catalán ni de coña, para que engañarnos. Da igual el tipo de gusano, no quiero volver  ni como lombriz ni como CDR. Creo que voy a rellenar la instancia por triplicado y volveré como una cebra. Esperemos que en mi próxima reencarnación pille con un jefe de departamento del destino menos cachondo que me proponga alguna opción más digna. Lo de gato no ha estado nada mal, Mi humano era majete, me lo he pasado pirata y dentro de lo que cabe y si no fuera por lo de castrarme y, por el ridículo tamaño de los penes de la especie, seguramente firmaría para repetir. 

De humano ya paso, solo trae disgustos, malos rollo, estrés y pandemias,

Volveremos  a vernos ( a no ser que regrese como topo, claro).


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