Laertes espera en el rellano de la escalera con su Walter PK montada y sin seguro en la mano derecha. Para su sorpresa identificó al rubio policía de homicidios en el club de golf donde debía reunirse con el cliente que le había solicitado que eliminase a su socio en una conocida empresa inmobiliaria, de forma que pareciese un accidente y nadie pudiera relacionarlo con su muerte. Tras recibir una copia de la llave del coche de empresa del objetivo y un talón al portador por setecientos mil euros, Laertes abandonó el complejo deportivo cercano al hermoso pueblo de Peñafiel y enfiló rumbo a su casa. Entonces vio como el concienzudo y metódico policía lo seguía con disimulo, esta vez sin la compañía de su compañera, la subinspectora Clara Nogueira, una atractiva y resuelta agente de la ley de la que Laertes sabe a ciencia cierta que podría llegar a enamorarse si antes no termina metiéndole una bala en la cabeza.
No le cae nada mal el tal Pinacho, incluso le recuerda mucho a su yo del pasado. hubo un tiempo en el que Laertes cumplía escrupulosamente la ley, hubiera dado sin dudar hasta la última gota de sangre por España e incluso en un par de ocasiones había colaborado en misiones secretas con el CNI, que lo reclutó para que dada su valía como tirador de élite y su impecable expediente donde destacaban las misiones internacionales y la capacidad del joven capitán de bigote bicolor para pasar desapercibido, alcanzase los blancos señalados sin implicar a su país y sin generar conflictos diplomáticos.
El bigote bicolor. La falta de pigmentación en el lado derecho del rostro hacía que le creciera el bigote de un blanco impoluto, mientras en el lado izquierdo le crecía del mismo tono rubio pajizo del abundante pelo que poblaba su cabeza y que acostumbraba a cortar al cepillo. Durante años se sintió un tipo original y tomó aquella anomalía como un rasgo de distinción y de identidad personal, pero aquel madero que estaba a puntito de entrar en el edificio lucia un bigote exactamente igual al suyo, y también consideraba aquella falta de pigmentación conocida técnicamente como vitíligo, como la particular marca de la casa que lo hacía distinto al resto de maduritos rubios con barba y bigote.
¡Manda cojones. lo que es la vida! Quizás aquella extraña particularidad física de alguna manera los hermanaba y quizás eso, más el saber que aquel poli era un honrado servidor público fiel a sus valores morales, a sus principios vitales y a su patria, le llevará a perdonarle la vida hoy.
Pinacho abrió la cerradura del portal con una llave maestra que siempre lo acompañaba entre sus herramientas habituales de trabajo y entró en el portal del edificio decimonónico de la céntrica calle vallisoletana que moría en la Plaza de José Zorrilla. No tardó en encontrar la luz y al presionar el botón apenas tuvo tiempo para reaccionar antes de que el asesino de bigote idéntico al suyo le apoyase el cañón de su automática en la sien y le arrebatase el arma oculta inútilmente bajo la chaqueta de ante, regalo de su última ex novia.
—Hazlo rápido, Laertes –pide Pinacho sabedor de que con este tipo de profesionales no hay segundas oportunidades.
—Hoy es tu día de suerte, Pinacho –responde en voz queda el asesino a sueldo –no voy a matarte. Tu y yo –añade convencido de la veracidad de su discurso –somos dos caras de la misma moneda, y nos necesitamos.
—Pues ya me dirás para qué –suelta Iván sorprendido de seguir aún con vida.
—Yo sigo al igual que tú un código ético que marca mi profesión y que me impide acabar con la vida de nadie que no lo merezca y que no haya cometido crímenes o importantes delitos aprovechando su posición, su poder, su belleza personal o cualquiera de las armas con los que fue dotado por el destino. De hecho mi próximo objetivo acaba de arruinar a docenas de jóvenes parejas que confiaron en sus promesas tras entregarle todos sus ahorros, créeme, la sociedad ganará con su muerte. Yo también ganaré, pero entiende que el buen vino de la Ribera, el whisky escocés y el tabaco rubio se han subido al guindo y de alguna manera tengo que costearme los vicios.
—Joder, Laertes...hasta en eso nos parecemos –contesta Iván sorprendido–ahora dime que te gustan las mujeres creativas y te invito a una copa en el bar más cercano.
—Bueno –responde Laertes–lo cierto es que me gustan prácticamente todas. Eso si –añade sincero –todas las que no utilicen el sexo como moneda de cambio para conseguir lo que desean y todas las que sean sinceras y fieles. Y ahora, si no te parece mal –dice entre risas –voy a tener que golpearte esa cabeza rubita para que pierdas el conocimiento y pueda abandonar este edificio sin que insistas en llevarme detenido o cualquier otra cosa que tuvieras en mente. Y piénsalo bien –concluye antes de golpear a Pinacho con su arma y dejarlo inconsciente en el suelo– si tu me dejas tranquilo yo te dejaré tranquilo a ti, e incluso podré ayudarte cuando necesites de apoyo extra legal.
Pinacho apenas tiene un segundo para pensar su respuesta antes de perder el conocimiento por el golpe, pero al despertar en una camilla del hospital donde lo traslado la UCI móvil a la que llamó una asustada vecino tras encontrar su cuerpo y su arma en el portal de casa, ni duda en contarle a su compañera y al comisario Estévez, su superior directo, que tras haber entrado en aquel portal tras una elegante señora a la que creyó que seguían dos hombres con intención de robarla el bolso o incluso obligarla a dejarlos entrar en su casa para desvalijarla a gusto, bajó la guardia pensando que los habría ahuyentado y al darse la vuelta recibió un inesperado golpe en la cabeza. Puede –concluyó en el relato de los hechos –que hubiera un tercer hombre implicado en el asunto y que al ver que un policía de paisano había tomado cartas en el asunto no se lo pensara dos veces. No obstante hablaría con el Inspector Roldán, de la unidad de delitos contra la propiedad y le daría las descripciones de los hombres de aspecto caucásico que pudo ver .
Aunque Clara no terminaba de creer que su compañero y amigo hubiera bajado la guardia hasta el extremo de ser puesto fuera de combate por unos vulgares ladrones, es cierto que con la llegada de delincuentes del este de Europa, las cosas estaban cambiando, y el trabajo se estaba volviendo mucho más peligroso.
Laertes y Pinacho habían firmado un convenio de colaboración con aquel golpe en la cabeza. La cicatriz de los doce puntos de sutura que adornarían para siempre el cuero cabelludo de Iván Pinacho así lo ratificaba.