sábado, 2 de abril de 2022

¿Qué quiero? ¿A quien quiero?


 A veces me desespero, pero no pienso tirar la toalla porque cada día tengo más claro lo que estoy haciendo aquí, lo que tengo que hacer, porqué se me ha permitido quedarme, para qué se me dejó regresar de allí a donde todos tendremos que comprar un billete solo de ida y donde asusta tanto trasladarse.

Me esfuerzo en aprender a escribir, en mejorar cada día, con cada relato, con cada novela, con cada poema, con cada texto. Me defino como el eterno aprendiz de escritor y sueño con llegar a ser el escritor que me gustaría llegar a ser, pero hoy he despertado sabiendo que equivoqué la meta.

Llevo unas semanas compartiendo mi experiencia vital con alumnos de institutos de toda Castilla y Leon, y aún no he terminado, todavía me faltan cuatro capitales de provincia y algunos pueblos.

En mi confusión y dada mi extrema sensibilidad diagnosticada por profesionales médicos, creía que debía aprender a escribir para poder cantar al amor de la mejor manera posible, para conseguir hacer de ese sentimiento que me domina y me ahoga el texto perfecto, el poema perfecto, la perfecta conjunción de letras y recursos que plasmar en negro sobre blanco. Pero hoy he amanecido sabiéndome equivocado. Llevo más de la mitad de mi primera vida y buena parte de esta segunda cantando al amor romántico, al ideal de pareja a la belleza de lo que despierta en mi una mujer. Y resulta que de unos días a esta parte he descubierto que el amor se encuentra en otros muchos lugares y es aún más potente que el que he encontrado al acariciar la piel desnuda de la mujer amada y al haber sido invitado a entrar en ella.

El amor también nace y crece en el deseo de ayudar, en la necesidad de aportar cuanto pueda dar de mi y en el firme convencimiento de que un día sere realmente suficiente para mi mismo y para aquellos a los que quiero llegar.



Cuando interactúo con los jóvenes durante mis charlas, descubro en sus ojos sensaciones y sentimientos que me golpean directamente en el pecho, y que me descolocan y me hacen sentir de nuevo inseguro porque temo fallarlos y no servirlos de ayuda. Me asusta no llegar a convencerlos de los increíbles  beneficios de la literatura, y aunque aporto informes médicos y evidencias científicas, puede que algunos pasen por encima de ello sin darse cuenta de que les estoy proporcionando una herramienta brutal para conservar sus vidas en caso de enfrentarse a algo como a lo que me enfrenté yo, y a llenarlas de ocio, de pasión, de conocimientos y de libertad, porque nadie será nunca un esclavo con un libro en la mano. Temo no ser capaz de convencerlos de que las cosas pasan y que no solo les pasan a los demás, que también te pueden pasar a ti, Temo no encontrar las palabras adecuadas, como cuando escribía mis primeros poemas de amor buscando con mis versos alcanzar los labios de la chica que me robaba el sentido. Me aterra que me ignoren y que renuncien a la terrible verdad de  lo que la vida me ha enseñado. Y es que cómo decía mi padre que en paz descanse, la juventud es más atrevida que la ignorancia. Pero yo también fui joven una vez, y ahora pese a los cuarenta y siete años que confiesa mi D.N.I, de alguna manera soy joven de nuevo.

Hace unos días al terminar mi charla en un instituto palentino, varios alumnos se acercaron a hablar conmigo, cosa que ya se ha convertido en habitual y no me sorprendió en exceso, pero lo que casi me hizo perder el sentido, fue escuchar a una estudiante de quince años que avergonzada y pasándolo realmente mal, hizo el esfuerzo de sacar fuerzas de flaqueza, de intentar no tartamudear  y de sostenerme la mirada para decirme que le había gustado mucho mi exposición, y que le parecía una persona muy valiente y muy motivadora. Y en esa valiente felicitación me demostró que el amor se alimenta en muy distintos pastos.

A ver, el que nace lechón muere cochino y renace más lechón que nunca, es decir, nunca dejaré de buscar la felicidad en los ojos y en los labios de una mujer, pero ahora sé cual es el precio a pagar por esta segunda oportunidad que me concedió el destino. Y no se me ha ido la olla, no soy ningún mesías ni ningún tipo bendecido por los hados, sino un perfecto gilipollas, que sin saberlo había ido construyéndose un yelmo y una cota de mallas, forjando e hilvanando el más resistente metal  extraído de las mejores obras de la literatura universal y gracias a tan necesarios elementos de defensa pude volver a levantarme un día tras haber caído en ese letargo del que casi nadie logra despertar. Tengo que conseguir que los chavales para los que hablo sepan llegar hasta el taller y la forja, y les apetezca construirse sus propias corazas y sus propios yelmos, para no matarse al caer del caballo, 

La vida da tantas vueltas que es mejor agarrarse bien en las curvas, porque vivir duele a veces, pero siempre merece la pena.

Carpe diem, pero con cuidadito.


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