—¡En pie!–ordena el alguacil en la sala anunciando la entrada del celestial magistrado y pidiendo que los asistentes a la vista muestren el debido respeto a la autoridad legal –Preside la sesión su señoría Fatum Iustus, juez del tribunal supremo del destino, cuyo veredicto será inapelable.
El reo traga saliva y nota como una gruesa gota de sudor frío resbala por su mejilla hasta detenerse en el peculiar bigote bicolor. Cuando el togado personaje ocupa su lugar presidiendo la sala, él hace lo propio sentándose en la bancada reservada a los acusados y cruza una mirada con la atractiva mujer que desde la primera fila le guiña un ojo de complicidad y le dedica una de sus hermosas sonrisas.
—En esta causa se juzgara la demanda interpuesta por el mundo contra el acusado, Don Laertes Fenix, de oficio escritor , de pasado convulso y de futuro incierto, quien ha renunciado a ser asistido por un abogado y se ocupara él mismo de su propia defensa. Se le acusa de haber errado en distintas ocasiones poniendo en peligro su propia integridad emocional y física y de haber reincidido en el contrabando desmedido de emociones sin adulterar en redes sociales y blogs, sin atender a la seguridad de otros usuarios y consumidores, con el consiguiente perjuicio que pudiera ocasionar a quienes adquirieran su producto. El acusado puede comenzar con su defensa. Tiene la palabra.
—Con la venía, señoría. En primer lugar quiero explicar ante este tribunal que he renunciado a la asistencia de un letrado del turno de oficio, pues el que fue mi mejor abogado y aquel de quien aprendí cuanto sé, ha prometido asesorarme desde el lugar que ocupa a la derecha del padre, por lo que en ocasiones y con la venía del tribunal él será quien hable por mi boca.
—Proceda pues –concede el juez Iustus.
—Se me enseñó a amar, se me educó en el respeto y en la igualdad entre todas las criaturas de Dios, venenosas víboras, traicioneros escorpiones y adorables felinos incluidas, y jamás pretendí con mis palabras ni con mis escritos despreciar a ningún espécimen de cuantas especies abundan en la creación, fuera del género que fuera.
También se me alentó a poner por escrito cuanto necesitase compartir mi alma y se me instruyó en el noble arte literario, ayudándome a hacer de esta necesidad vital un medio de vida, un diario de mi existencia y la indispensable catarsis mediante la cual sobrevivir al corazón defectuoso debido a su alta sensibilidad y a las secuelas de cuantas heridas se me infringieron en el alma, que late cada día acompasando su ritmo con cada beso y con cada caricia que el destino ha tenido a bien concederme, y que desde hace poco tiempo a esta parte, son de la mayor calidad a la que un simple mortal como yo podría aspirar. No se me previno de la terrible maldad a la que habría de enfrentarme, ni de la envidia y el rencor que quienes han interpuesto la demanda albergaban en sus almas, y es por ello, por lo que he sido preso y expuesto al escarnio público–. El reo hace una pequeña pausa y vuelve a girarse para mirar a los ojos de la mujer amada y buscar en su sonrisa la fuerza necesaria para terminar su exposición. —Me declaro inocente de los cargos de los que se me acusa y en todo caso solo podría declararme culpable de haber confundido en exceso mis sentimientos, y de haber creído amar cuando en realidad aún no conocía el significado de ese verbo. De haber puesto estos sentimientos por escrito y de haberlos compartido públicamente a través de distintas publicaciones físicas y virtuales, de haber podido crear adictos a la droga más potente que es aquella cuya ingesta actúa sobre el alma, y de haber sentido en cada palabra, de haberme vaciado en negro sobre blanco y edulcorado en exceso mis metáforas, con el consiguiente perjuicio para los posibles consumidores diabéticos. Pero –finaliza con rotundidad–no voy a renunciar a aquello que me hace sentir realmente vivo, ni a aquella a la que durante mis dos últimas vidas estuve buscando y por fin encontré. Sea pues lo que el tribunal sentencie, y si he de ser ajusticiado en la via pública para servir de escarmiento a otros corazones sensibles, ruego a este tribunal que no se me venden los ojos durante el tormento y que se me permita clavar en las suyas mis pupilas azules y decirla con la mirada que la querré siempre, pase lo que pase y le pese a quien le pese.
—En virtud de que la acusación no ha presentado ninguna evidencia o prueba con la que sostener su demanda ante este juzgado de instrucción, la causa queda vista para sentencia. El acusado será devuelto a los calabozos de la amargura hasta que falle al respecto en un plazo no superior a tres suspiros–expresa el juez con voz serena y potente mientras golpea la mesa con su maza de ilusiones rotas–. Alguacil, el público puede abandonar la sala.
Dos custodios armados con flamígeras hojas acompañan al acusado a la puerta que comunica directamente con el pasillo que lleva hasta los citados calabozos, y este, antes de abandonar la sala vuelve a mirar a su amada, quien forzando una sonrisa pues sabe que alimentan el coraje del hombre que supo conquistar su inmenso corazón, lo besa en la distancia y le desea la mayor de las fortunas.
Sin perder un ápice de dignidad y con el corazón sanado y desbordante del amor que se le había vetado en el pasado, Laertes sonríe también y sus labios pronuncian un silencioso y comedido te quiero que solo ella puede apreciar.
CONTINUARÁ
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