Era ya esa hora en la que muchas personas abandonan las compras para tomar un vermut en los bares que ha nacido como setas junto al Corte Inglés y yo me decidí por unos tejanos pitillo azul marino y tras pedir mi talla a la dependienta de la sección de moda vaquera, me dispuse a probármelos y entré con ellos en los probadores más cercanos.Eran mi talla, al parecer los excesos navideños no habían causado demasiados estragos en mis medidas por lo que me entró un momentáneo subidón de autoestima.
Estaba quitándomelos cuando alguien llamó a la puerta y contesté con un escueto y rotundo "ocupado". Para mi sorpresa volvieron a insistir por lo que entreabrí la puerta lo justo para asomar el rostro y decirle al pesado o pesada de turno que debería esperar a que terminase de cambiarme y abandonase el probador para utilizarlo. Al abrir aquella puerta y asomarme en busca del impaciente usuario me encontré con la sonrisa de la dependienta que me había atendido.
Era una atractiva pelirroja que tras colocarme el índice de su mano derecha en los labios sugiriéndome silencio, me empujo hacia dentro del probador con su mano izquierda y entrando de forma sigilosa y sorprendentemente felina tras de mi, cerró echando el pestillo.
Era tan solo unos tres o cuatro centímetros más bajita que yo por lo que no le costó lo más mínimo recorrer la distancia hasta mi boca y en cuestión de segundos sentí su lengua buscando la mía.
Mientras me besaba con ardor, terminó de desabrocharme los pantalones de los que yo mismo había comenzado a despojarme antes de abrir la puerta e introdujo sus manos en ellos acariciándome allí donde las caricias son más placenteras.
No podía creerlo. Había oído hablar de sexo en los probadores de los grandes almacenes y en alguna ocasión me había servido de ellos para besarme con compañeras de clase con las que había faltado a las horas de las materias más aburridas pero aquello se escapaba a mis sueños más húmedos.
No soy feo pero tampoco soy Brad Pit por lo que no terminaba de creerme aquello, aunque cuando se arrodilló ante mi poderosa y rápida erección para regalarme una impresionante sesión de sexo oral, busqué inconscientemente la cámara oculta pensando que era objeto de alguna terrible broma de mis maquiavélicos amigos.
Nada de cámaras. Aquella sugerente dependienta de acento andaluz y sonrisa pícara se despojó de la falda y de la ropa interior, me sentó en el típico taburete que hay en todo probador que se precie y comenzó a cabalgarme enterrando mi cabeza entre sus pechos.
Doy fe de que aquello ha sido hasta la fecha lo más impresionante que he vivido nunca y es que , como dice la canción, la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida.
Desde entonces me he convertido en un comprador compulsivo y me he dejado los ahorros en la sección donde trabaja esta señorita, acudiendo puntualmente lunes, miércoles y viernes a las dos de la tarde al probador número cuatro.
Y yo caí, enamorado de la moda juvenil, de los chicos de las chicas de los maniquís, enamorado de ti.