No entiendo
que está pasando con este mundo pero cada vez me gusta menos.
Llevo
semanas tratando de llevar a mi familia a un lugar seguro donde establecernos
lejos de los bombardeos y en este viaje he descubierto que para aquellos que
llevan una vida normal, como la que yo mismo disfrutaba antes de la guerra, nos
hemos convertido en un problema que prefieren ignorar mirando para otro lado.
Tengo dos
hijas pequeñas que mi mujer y yo llevamos en brazos o a hombros durante
cientos de kilómetros y han sido muy
pocas las personas que nos han ofrecido ayuda.
Hoy he visto
como el mismo europeo orondo y rubicundo que ayer se alejó al vernos llegar
por si le pedíamos limosna, lloraba ante la visión de dos cachorritos que
trataban de amamantar de su madre atropellada por un coche. Mi mujer se
arrodilló y los alimentó con el biberón
que había preparado para la más pequeña y entonces pude ver como aquel hombre
enrojecía de vergüenza y se llevaba la
mano a la cartera para limpiar su conciencia.
Solo pareció
capaz de afligirse ante la desgracia de
unos cachorritos y al arrojar un billete de cinco euros a los pies de mi mujer,
parecía estar alimentando así a nuestras cachorritas aunque evitando ensuciarse
las manos.
Somos tan humanos como vosotros pero con peor fortuna y aviso, la vida
da muchas vueltas, ojalá no os alcance la guerra.
Este relato lo presenté a un certamen internacional donde había que escribir sobre la temática de los refugiados.
Una vez que he comprobado que no se encuentra entre los finalistas ya lo puedo publicar.
Espero que os guste.
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