lunes, 7 de marzo de 2022

Hazlo, aunque duela. (primera parte)


 Laertes, Hermes, Romeo...el asesino a sueldo con principios, valores morales y tendencia a tropezar por lo menos media docena de veces con la misma piedra, se detuvo unos instantes antes de decidirse a llamar a la puerta de la preciosa agente de la CIA enviada a Valladolid para acabar con la vida del rubio sicario. Adán no tardó en abrir tras haber comprobado quien llamaba a través de la mirilla. Su rostro denotaba cierta sorpresa, pero también una mal disimulada satisfacción, el trabajo había venido a casa y sería todo mucho más sencillo. Con un pequeño movimiento realizado con la mano que sostenía la Smith and Wesson del 45 montada y lista para disparar, invitó a entrar a su objetivo. Laertes accedió a la vivienda y escuchó como se cerraba la puerta tras él, al mismo tiempo que sintió en su nuca el frio cañón del arma con la que la preciosa agente secreta no dudaría en quitarle del medio si se le ocurría hacer el menor movimiento en falso.

—Te lo he puesto demasiado fácil, Adán –comenzó a decir Laertes con esa calma que suele preceder a la tormenta en su oficio–cuando procedas a registrarme, te darás cuenta de que no voy armado. No he venido a matarte, aunque sé que debería haberlo hecho ya –añadió con sinceridad.

—Tan solo era cuestión de tiempo, Laertes. Más tarde o más temprano te habría encontrado y la verdad es que aún no tenía claro si te volaría la cabeza o te cortaría el cuello –apuntó Adán con ironía–en cualquier caso te garantizo que mi intención era que sufrieras lo menos posible. No es nada personal, ¿Qué te voy a contar a ti? es solo trabajo.

—¿También era trabajo lo que sucedió aquella noche en la que me ofreciste lo más delicioso de tus labios, lo más sabroso de tus pechos y lo más dulce de tu humedad?

—He de reconocer que al principio lo fue, encanto –contestó Adán con sarcasmo–pero al poco de comenzar a sentirte dentro de mi la cosa cambió y te prometo que cuando te fuiste lo primero que hice después de pegarme  una ducha fue llamar a Langley para intentar abortar misión, pero mis superiores fueron tajantes; eliminaste al blanco equivocado, no debiste aceptar aquel encargo, por muy bien que te lo hayan pagado.

—Por eso estoy aquí, Adán –dijo con dulzura Laertes mientras se volvía con lentitud y decisión para poder mirarla a los ojos. Hazlo. Termina con esto de una vez, cumple con tu misión y regálame ya esa bala en la frente, aunque me duela, aunque sea la única y necesaria medicina para curarme de este mal de amores del que sufro desde que me infecté al besar y lamer todo tu cuerpo.

Adán no pudo evitar estremecerse de placer al recordar aquella noche, pero consiguió mantener la compostura y no abalanzarse sobre su boca y comérselo a besos.

—Hay que ver que bonito hablas cuando te pones romántico. Estuvo bien, no te lo voy a negar, Laertes, pero ya sabes como funciona esto. Ahora mismo no es posible, no sería adecuado. Quizás en otra vida.

Laertes sonrió con melancolía y le dedico a la hermosa, disciplinada e implacable agente americana su última mirada. Siempre supo que moriría en unos ojos, igual que había encontrado la vida en ellos. 

La detonación del arma rompió el silencio del chalé escogido adrede por lo apartado de cualquier lugar habitado o de tránsito. El sonido del cuerpo al caer del suelo fue el último acorde de la canción más triste y aquella noche alguien maldijo su oficio mientras lloraba en la intimidad de su conciencia.



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