Siempre agradeceré el ser capaz de poder expresarme por escrito, de poder darle forma con palabras a lo que pienso, a lo que siento, a lo que me bulle en el cerebro, me late en el interior del pecho y me desborda el alma condicionando mi existencia. Siempre trataré de mejorar al sentarme ante un folio o ante el teclado de un ordenador. Pero aún me queda mucho por aprender.
Tengo a mi disposición multitud de recursos literarios, un buen número de puntos de apoyo en el verso y la prosa de autores de todos los siglos y la perfecta inspiración de cierta musa de ojos del color del sol que alimenta mi creatividad, mi vida, mi ilusión y mi esperanza en un mañana feliz lleno de folios en blanco para llenarlos con las metáforas que nacen de sus besos y de su mirada. Pero aún debo esforzarme en hilvanar correctamente las letras para tejer ese texto que cuando esté terminado hará justicia a lo que despierta en mi corazón y sabrá expresar de forma real, clara y sincera ese sentimiento al que siempre he querido cantar, pero no pasé de un ridículo tarareo.
Llevo mucho tiempo escribiendo, mucho. En ocasiones ser tan prolífico es contraproducente, pues si uno lo prolífico a lo confuso y lo desacertado de mis emociones en el pasado, me doy cuenta de que en muchos textos que escribí durante los años más difíciles no acerté al explicar el catálogo de sentimientos que trataba de exponer a mis lectores. Pero aunque sigo errando en la forma ya estoy seguro de acertar en el fondo.
En ocasiones cuando finalice un texto creyendo haber sido capaz de regalarle párrafos escritos por y para ella no me habré dado cuenta de haber suscitado una duda al excederme en los recursos. Con cada empírica declaración de amor por escrito estaré acercándome al texto ansiado. Ensayo error para llegar hasta ella, para lograr acariciarle el alma a kilómetros de distancia. La distancia. Esa distancia que al escribir disfrazo de social, de física, de impuesta, de obligada. Esa distancia que en la discreción de un texto que tan solo era un canto a sus labios y a mi nostalgia de ellos, sirvió para ratificarme que aún estoy lejos de lo que persigo como escritor.
Puede que llegue el día en el que consiga acompañar su desvelo en las noches más difíciles y que al releer las páginas que crearé para que se sienta feliz en negro sobre blanco, consiga dormir tranquila y segura, con la sonrisa en esos labios que me han vuelto loco, y liberada de las angustias y los problemas que han interrumpido su descanso. Y si consigo hacerlo, podré decir satisfecho que al fin soy el escritor que siempre he querido ser. Porque ahora sé que la literatura en mi tiene un único sentido, y no es otro que devolver a mi musa parte de lo recibido y aportarle lo necesario para que sus ojos siempre brillen y regalen vida pese a que las sombras del mundo pretendan adueñarse de lugares donde no han sido invitadas.
Y ya sabéis. En mi credo personal rendirse nunca es una opción y creo que ya he demostrado que no estoy dispuesto a tirar la toalla, ni a arrodillarme implorando clemencia. Prefiero equivocarme mil veces y morir en el intento antes de abandonar el deseo de ofrecerle lo que merece.
Y esta es la llama eterna que arderá en mi alma y se alimentará del oxígeno que me regaló al acariciarme y besarme por primera vez. En aquella ocasión estuve a punto de perder el sentido y ahora sé que lejos de perderlo, encontré el sentido a todo.
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