martes, 21 de diciembre de 2021

Aportar


 Laertes enciende el que cree que será su último cigarrillo y aspira la primera calada con algo de sentimiento de culpa. Va a dejar de fumar, quiere hacerlo, puede hacerlo. Sabe que lo más seguro es que no llegué a la senectud, y que probablemente sepulten su cadaver con un par de agujeros de bala en la frente o en el pecho, pero no va a dejar de fumar por salud. Al fin y al cavo de algo hay que morir, y no será el tabaco el que termine con su vida. Lo va a dejar por ella, aunque ella no se lo ha pedido. Pero sabe que no le gusta que fume.

Es curioso. Mientras consume este último pitillo rubio cargado de recuerdos, viene a su mente la idea de que hasta hace más bien poco, nunca se había detenido a pensar en qué podría hacer para ayudar a una persona a ser feliz. Y es que debido a su profesión, el pensar profundamente en alguien conllevaba estudiar sus rutinas, sus horarios y sus puntos débiles para encontrar el mejor momento en el que terminar con su existencia sin testigos, sin complicaciones y sin dejar huellas, rastros o evidencias.

Dedicar toda su atención a una persona no era más que parte de la preparación del encargo y siempre iba asociado a la muerte. De un tiempo a esta parte no puede evitar pensar continuamente en ella y estos pensamientos son completamente opuestos a los que acostumbraba a dedicar a sus objetivos. Ahora solo piensa en vida, en su vida, en la vida en común, en proyectos de futuro. En todo lo que siempre pensó que le estaba vetado y que pertenecía únicamente a las letras de las canciones de amor, o al argumento de esas espantosas películas que ponen en Antena 3 los domingos después de comer, a esos poemas que  se escriben los adolescentes o la publicidad con la que te machaca El corte Inglés para aumentar las ventas en San Valentín. Pero no. Desde que conoció a esa hermosa y elegante pelirroja de dulces maneras y de ojos cargados de luz, algo cambió en el interior de su pecho y supo que sus días como profesional de la muerte estaban llegando a su fin. 

No ha sido en absoluto un cambio radical. Desde el día en que coincidió con ella en un concierto al que acudió realizando un seguimiento del objetivo al que debía eliminar, y que eliminó de dos certeros disparos en los baños del pabellón donde se celebraba el show, Laertes ha seguido siendo el más eficaz de los asesinos de la ciudad. A aquella víctima cuyos estertores fueron silenciados por las guitarras del grupo que levantó al público entre aplausos, le siguieron media docena más, todas eliminadas de forma impecable e inmisericorde, pero es cierto que a medida que su relación con esta maravillosa mujer fue creciendo, también crecieron en él distintos sentimientos a los que al igual que al amor, no estaba acostumbrado, y le confundían. No solo iba a dejar de fumar, también abandonaría su oficio. Quería aportar a la única mujer que consiguió conquistar su corazón y demostrarle que eso del amor es mucho más que una excusa para vender anillos, flores y cajas de bombones, todo cuanto estuviera en su mano para hacer de la vida un lugar a la altura de todo lo hermoso que había logrado despertar en él, y claro, esto de llenar  los cementerios y las portadas de los periódicos a costa de balazos y de puñaladas en la espalda precisamente hermoso no es que se diga.

El destino parece que le ha dado otra oportunidad, y esta vez va a seguir los neones de la vida que le indican el camino a tomar.

Arroja la colilla al rio desde el puente elegido para deshacerse del vicio, del paquete de tabaco con los restos de su adicción, del viejo y fiable mechero de gasolina, de su Pietro Beretta de 9 mm y de la afilada y eficaz navaja automática. Sonríe mirando al cielo donde luce un sol radiante que le recuerda a sus ojos y traga saliva antes de abandonar el lugar donde supo que un día tendría que venir para ponerle fin a todo. Y para comenzar todo.

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