La mirada de Zeta, es la mejor forma de expresar su agradecimiento a esos humanos con los que comparte vida y hogar, alegrías y penas, paseos, comidas y dolores.
Al sentir la caricia de su humano, intentando tranquilizarla, Zeta trató de tranquilizarlo a él pero no supo articular más que gruñidos de complacencía, que su humano no terminó de comprender.
Vive con Felix y Laura. Dos artistas, ambos con espectacular talento pero cada uno en su especialidad y ella ha heredado de ellos el saber expresar sus sentimientos de forma poco convencional y los expresa mirando.
A Zeta le van a ingresar para someterle a una cirugía bastante agresiva, en la que los doctores, por evitar riesgos serios para su salud, le van a desproveer de su capacidad de traer al mundo pequeños pastorcitos alemanes. Y aunque sabe que ya no será madre natural, no le termina de entristecer porque ha volcado todo su amor y su instinto maternal sobre esa pareja de humanos con los que comparte la vida.
Los quiere mucho, la quieren mucho. Los protege y los cuida, la protegen y la cuidan. Los hace felices, le hacen muy feliz.
Zeta sabe que sus humanos van a sufrir y van a estar muy intranquilos durante su operación pero intenta transmitirlos que ella es una perra fuerte y que no tienen porque preocuparse. No va a pasar nada y todo va a salir bien. Ella podrá con eso y con más. Podrá con todo lo que pretenda separarla de ellos hasta el día en que se consuma la arena de su clepsidra.
Zeta sabe que Felix le escribirá que la quiere con su increíble y original caligrafía y que Laura le bordará una mantita cálida para tumbarse en el sofá junto a ella las noches de invierno.
La felicidad no entiende de especies, ni de géneros ni de razas, ni de ningún tipo de diferencias.
Ella es una perra. Ellos son humanos. Los tres son una verdadera familia.
Hoy solo puede mirarlos con el más inmenso amor y agradecimiento por ser. Y por estar.
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