Tras haberlo
pensado durante casi cinco minutos apurando un cigarrillo frente a la puerta
del comercio, por fin se decidió a entrar.
Una
pizpireta pelirroja le recibió con la sonrisa más deliciosa que había visto en
su vida.
-¿Para
llevar o para tomar aquí?- le preguntó.
-Para tomar
aquí, gracias- respondió él sonriendo también, -Sinceramente, no sé cómo
resistiría el trayecto hasta mi casa. Es la primera vez que compro algo así. La
dependienta de ojos vivos y adorable sonrisa, le pidió que esperase un minuto
en lo que preparaba el artículo.
Frank
Sinatra cantaba My Way a través del hilo musical de la tienda. Sin duda aquella,
era la canción más bonita del mundo.
Al abandonar
el mostrado y situarse frente a él guiñándole un ojo, la dependienta le dijo
con firme dulzura, - cuando quiera-
Él abrió los
brazos y se dispuso a recibir su pedido.
La oferta
del cartel que atrajo su atención al escaparate de aquella tienda, no mentía en
absoluto. El abrazo más cálido e intenso del mundo, le había costado cinco
euros, IVA incluido. Al estar tan necesitado de aquel artículo de lujo que milagrosa y casualmente había encontrado de oferta, hizo un rápido cálculo mental y suspiró de placer al haberse dado
cuenta de que con el importe de la baja que cobraba mensualmente de la mutua de
su empresa tras aquél accidente, teniendo en cuenta los gastos fijos y
reduciendo el consumo de tabaco, podría permitirse dos abrazos diarios de lunes
a viernes.
-Perdona- Le
dijo a la dependienta. - ¿Abrís los sábados?
Ella no se
sorprendió con la pregunta, más bien la estaba esperando.
-Claro que
sí caballero. Solo por la mañana, de diez a dos y media. Algo me dice que le ha
gustado nuestro producto en oferta. –
-Me ha
encantado y no creo que pase nada si le confieso que soy adicto a este tipo de
artículos desde hace unos pocos años, después de haber pasado una serie de
catastróficas desdichas. -
-En efecto
no pasa nada. Sois muchos los adictos al abrazo y por eso me decidí a abrir
este negocio y a servir abrazos de calidad, a un precio asequible. –
Con el
espíritu renovado y el alma henchida, el torturado y melancólico escritor
abandonó el local sonriendo y con una expresión en los ojos que había perdido
hacía ya tres años, cuando comenzó la época más difícil de su vida.
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