La reunión se celebró en torno a la mesa de la sala del hotel donde acostumbran a quedar un par de veces al mes para trazar sus planes.
Hoy se les ha unido un nuevo miembro, reclutado por la jefa del clan. Contando con el novato eran siete, como los siete magníficos; los siete hermanos bailarines del salvaje oeste que buscaban novia, los siete vampiros de oro y los siete pecados capitales.
Habían desarrollado el plan perfecto. Asaltarían la reserva nacional de metáforas y construirían con ellas el puente hacía la libertad de expresión. Los siete son adictos a la misma droga, necesitan expresarse, necesitan poner por escrito todo lo que bulle en el interior de sus cabezas y de sus pechos.
Cinco mujeres y dos hombres. En esta ocasión la paridad no ha terminando de ceñirse a sus preceptos y, lo femenino le ha vuelto a ganar la partida a lo masculino. Pero lo masculino lleva años llenando sus silos a costa de lo cosechado por las manos femeninas. Las manos, que no los manos.
Cada uno de los miembros de la banda tiene una especialidad. Hay una muchacha experta en lanzamiento de ironías, otra de ellas es la coartada perfecta, el testigo oportuno y el más pelígroso cómplice. Los dos hombres tienen demasiado en común, incluso la velocidad a la hora de desenfundar, aunque uno de ellos insiste en que es rápido tan solo escribiendo. La jefa de la banda domina absolutamente todas las habilidades necesarias para llevar a buen término el atraco. Es rápida de ingenio y una auténtica tiradora de precisión con su carabina de palabras. Además ha pasado mucho tiempo documentándose para que no haya fallos al dar este golpe.
Hay de todo, incluso un demonio disfrazado de ángel y una belleza eslava.
El novato ha salido satisfecho de la reunión. Sabe que está entre sus iguales y que Dios los cria y el destino los termina de juntar. Imagina lo que le deparará el futuro si consigue hacer de esta oportunidad, el colofón de su búsqueda.
Lo que nadie sabe es que hoy entre ellos hay un topo. Un delator que entregará a todo el clan al implacable Profesor Montoro, el archienemigo de la razón que hace mucho tiempo ya, decidió que la palabra es un artículo de lujo.
Se acerca el día del asalto y todos saben bien lo que tienen que hacer, además de cortarse las uñas, repartir abrazos cálidos, desear cosas imposibles y dar de comer al cocodrilo antes de salir de su guarida.
Todo termina llegando, incluso lo bueno.
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