A veces trato de condensar las emociones en relatos de tan solo cien palabras. Obligarme a no sobrepasar ese límite es un ejercicio que implica esfuerzo y concreción en la creatividad, en la emoción y en la contención de mi natural intensidad.
Espero que os guste.
La última nota.
Anhelina tiene once años, aunque este último año quisiera borrarlo de su existencia.
Sus padres no llegaron a verla al piano en el teatro Lesya Ukrainka. El misil que destrozó la casa terminó con sus vidas y sus ilusiones. Se ha escapado del refugio y se ha colado en el Lesya por una grieta para dedicarle a sus padres un concierto a la luz de la luna en el aniversario de su muerte. Interpreta un nocturno de Chopin cuando una bomba cae sobre el teatro estallando en do menor. Anhelina muere y entonces escucha sus aplausos.
Con la excusa de ir en busca de tranquilidad y de aire puro, de hacer un poco de ejercicio y de relajar mente y alma, Laertes se puso unos vaqueros viejos, desgatados y cómodos, escogió una negra camiseta con el dibujo de un lobo aullando a la luna, sujetó sus cabellos en un moño alto, metió en la pequeña mochila que utilizaba para sus rutas senderistas una petaca llena de whisky escocés, un paquete de cigarrillos rubios, una libreta y un bolígrafo, se calzó las botas de montaña y tras despedirse del gato con el que compartía piso, vida y noches de angustia y dolor escuchando una canción tras otra, abandonó el hogar en busca de su pequeño utilitario.
Poco más de una hora después aparcó en una calle del pueblo desde donde emprendería su camino encendió un cigarrillo y comenzó a andar.
La primavera había llegado con todo sus esplendor y en un alarde de belleza parecía haber decidido regalar al inseguro y atormentado escritor el día más hermoso de cuantos pudiera ofrecerle y así reconfortar su alma y consolar su espíritu,
Tras alejarse un par de kilómetros de las viejas casas derruidas de aquel pueblo vaciado en una cada vez más vaciada España, Laertes alcanzó los lindes del hermoso bosque que aún resiste los envites de la civilización y de la mano del hombre, que durante siglos fue nutriéndose del regalo de los troncos de los arboles centenarios que lo conforman.
Al adentrarse entre la vegetación que crece generosa y exuberante a ambos lados del arroyo que nace en la cima de una de las montañas que constituyen la cordillera que da nombre a la zona, y donde el deshielo y las últimas nieves alimentan su cauce, Laertes sonríe emocionado, pues entre los castaños y las hayas cree haber visto la silueta de un animal que corre a esconderse de él. "No voy a hacerte nada", grita Laertes consiguiendo al hacerlo justo lo contrario de lo que pretendía pues su grito pone en fuga a cuantos pequeños animales del bosque circulaban sigilosos y cautos por las inmediaciones.
Después de un buen rato de paseo los rayos de sol que se cuelan entre las frondosas ramas calientan su cuerpo cansado demostrándole que esta primavera será tan cálida como los sentimientos que inundan su pecho y decide sentarse a la sombra de un enorme castaño, beber un trago del escocés de malta que guarda en la mochila, encender un cigarrillo y sacar el bolígrafo y la libreta.
Si en algún lugar podría soñar con encontrar la inspiración necesaria para escribir ese poema que sueña con escribir algún día, sin lugar a dudas no habría mejor entorno que aquel.
Laertes lleva muchas noches seguidas tratando de coser las heridas del alma con versos y con palabras adecuadas, pero hay una que no parece cerrar por muchas estrofas de sutura que le aplique. Y esa herida cuya sangre no cesa de manar en forma de lágrimas, le impide dormir bien, sonreír como desea y concederse la oportunidad necesaria para avanzar ligero en busca de la respuesta a la gran pregunta que lleva haciéndose mucho tiempo y cuya explicación parece estarle vetada. ¿Porqué duele tanto amar, si el amor es en verdad algo maravilloso?
El canto de un pájaro cortejando a la hembra con la que desea perpetuar sus genes arropa su momento de introspección. La intensidad que alimenta el alma de confundido escritor agita una vez más su corazón y su cerebro, las palabras comienzan a brotar a borbotones y de forma casi automática transcribe sobre las hojas en blanco de la libreta los primeros versos que como otros muchos versos nacidos de la angustia y del dolor terminaran formando parte de la pira donde quemará sus sueños.
Pensaba que me querías, soñaba que eras sincera,
pero mintieron tus labios,
me besaron con mentiras...
Se detuvo a leer lo escrito, y presa de la desesperación, arrancó las páginasy con extremo cuidado las rodeó de las piedras que encontró en el suelo junto a él y las quemó con el mechero de gasolina que siempre lo acompaña, cuidándose mucho de no provocar un incendio. Está cansado de escribir desde el dolor, desde la angustia y desde la certeza de que por mucho que suplique, el destino se negará a concederle consuelo a su corazón y a permitirle ser feliz junto a ELLA, junto a la única mujer que ama, que representa a todas las que una vez creyó haber amado y que reúne lo que espera, admira y desea en una mujer. Junto a ese ideal de mujer que creyó merecía encontrar.
Durante unos minutos su cerebro lo golpea con recuerdos que creía haber enterrado bien hondo, lo acuchilla con momentos espantosos en cinemascope, y le traspasa el pecho de parte a parte con la realidad en fotogramas a todo color de una vida de errores y de fracasos. Y a pesar de haberse detenido a relajarse y a escribir en aquel verdadero paraíso en la tierra, Laertes quiere morir. Y se dispone a hacerlo. Sopesa distintas opciones y tras desechar las más complejas opta por buscar una rama accesible y robusta, y extrayendo los recios cordones de las botas de montañas y anudándolos entre si, consigue construir la soga que habrá de ayudarlo a abandonar la tristeza.
Estaba dispuesto a trepar hasta la rama y a colgarse en aquel improvisado cadalso cuando escuchó unos pasos y unas voces que se acercaban hacia él.
Laertes se ocultó tras el grueso tronco del castaño y vio llegar a una acaramelada y jovencísima pareja que cogida de la mano caminaba disfrutando de la belleza del entorno. Había algo de angelical inocencia en la expresión de sus rostros en el brillo de sus rasgados ojos y en su forma de caminar acompasando los latidos del corazón con los pasos torpes e inseguros.
_¡Andrés, Marta!- gritó una voz a lo lejos–no os separéis del grupo, que si os perdéis u os pasa algo me van a echar del colegio y luego vuestros padres me van a matar....como poco–concluyó riendo la voz del responsable del grupo.
Laertes comprendió entonces. Aquellos seres que irradiaban paz eran dos niños de un colegio de educación especial que habían ido de excursión a aquel bosque encantado, y el monitor les pedía que regresaran junto al grupo.
En la forma de caminar de la mano, de cruzar miradas entre aquellos dos seres de luz y en las sonrisas que se dedicaban, Laertes adivinó que el amor no es solo aquello sobre lo que ha tratado de escribir sin encontrar jamás la rima perfecta. El amor, también puede gestarse en una alteración genética y es el sentimiento puro y real que no entiende de convenciones, de límites y de valoraciones humanas. El amor tiene más de inocencia divina que de prejuicios humanos.
El amor es mucho más que un beso. El amor...no está al alcance de todos.
Al regresar junto a su gato y tras pegarse una ducha, Laertes enciende el ordenador, abre un nuevo documento y comienza a escribir reconfortado un texto que lleva por título, ¿Algún día aprenderé?
Y dando rienda suelta a las emociones que lo embargan recupera la ilusión, la esperanza y el coraje para enfrentar la vida como sea que llegue, como Dios quiera ofrecerle, como el destino decida que ha de vivirla y como su extrema sensibilidad le permita afrontar.
Dejó los cincuenta euros sobre el mostrador de recepción del gabinete psicológico y la recepcionista le entregó la factura a cambio. La última de muchas, pero la última al fin y al cabo.
Marcos encendió un cigarrillo nada más salir a la calle y se encaminó a por el coche para regresar a su casa en las afueras y hacerse con todo lo necesario para aquella noche. Cuando hubiese regresado al centro de la ciudad, estacionaría el vehículo en un parking público junto a la catedral y se tomaría una última caña en el bar donde había quedado con una amiga. Ya no temía ir a los bares, ya no temía dejarse ver públicamente, ya no temía a la gente que le rodeaba o con la que se cruzaba al caminar por la ciudad que lo había visto nacer.
Una vida de excesos, un sinfín de errores y las más tortuosas y destructivas relaciones sentimentales, habían dado al traste con sus nervios, con su seguridad y con su autoestima y había pasado los últimos años entre psiquiatras y psicólogos. Entre las muchas alteraciones que le diagnosticaron, se encontraban dos que le llamaron especialmente la atención: agorafobia y fobia social.
Marcos, profano en conocimientos psiquiátricos, pero hombre leído y culto, identificaba la agorafobia con su natural traducción etimológica, es decir, odio o miedo a los espacios abiertos. Y él amaba la naturaleza y pasear por el campo y la montaña.
Según le explicó uno de los especialistas a los que acudió en busca de ayuda, realmente ese diagnóstico asociado a sus problemas, provenía del miedo a moverse libremente de un lado a otro, a visitar establecimientos donde pudiese encontrar a personas a las que no quería ver o donde se sentía inseguro. Le había costado mucho, pero consiguió darle carpetazo a ese diagnóstico y empezar a frecuentar locales y salas de conciertos de nuevo.
Marcos nunca fue un cobarde. Desde muy joven había practicado deportes de contacto y artes marciales, había participado en peleas de todo tipo y se había formado en la utilización de diferentes tipos de armas. Le gustaban tanto las armas que terminó sirviendo voluntario en una unidad operativa del ejército español, donde cada mañana al ponerse el uniforme, le entregaban un subfusil ametrallador y dos cargadores de munición de combate completos. Aprovechó los años en los que sirvió en esa unidad del ejército para obtener todas las licencias necesarias y se hizo con su propio fusil de asalto, un modelo ligero del nuevo Cetme de las tropas españolas al que acopló una mira telescópica. Además de con ese particular capricho, se hizo con una pistola automática de la casa italiana Pietro Beretta. Una automática de nueve milímetros fiable y robusta que era especialmente disuasoria con solo mostrarla ante un agresor o un enemigo.
Marcos dominaba también el manejo del cuchillo y durante estos años de inseguridad y miedos injustificados, cada vez que salía a la calle llevaba un afilado cuchillo oculto en el interior de la bota izquierda.
A la fobia social, un problema sicológico diagnosticado por haber desarrollado un terror total a coincidir con las personas que le habían hecho daño a lo largo de su vida, también terminó dándolo carpetazo el día que decidió que ya estaba bien, que ya había sufrido suficiente y que el mundo era suyo, las calles eran suyas y la decisión de terminar con todo también era suya. Y solo suya.
La ropa conjuntada con acierto, el aspecto limpio y aseado, sus perfectos modales y su amable sonrisa le flanquearon el acceso a las escaleras que conducían al campanario de la torre de la catedral de su ciudad, a la que llegó tras ascender con el pesado maletín negro a la espalda. Era Viernes Santo y el encargado de seguridad de la cofradía penitencial de la catedral, no puso ninguna objeción a su falsa acreditación de reportero gráfico.
Ya en la torre eligió la mejor posición desde donde controlar todo el perímetro procesional y tras abrir el maletín, montó el subfusil, le acopló la mira telescópica y un silenciador, e introdujo un cargador. Dejó la pistola a mano por si algún inoportuno miembro de la parroquia asomaba por allí. Al ver el cañón del arma apuntándolo saldría corriendo sin más, no tendría siquiera que disparar al aire. El aire. El aire de Valladolid estaba impregnado del olor de la cera de las antorchas de los cofrades, de incienso y del sudor de los penitentes que llevaban horas procesionando de un lado a otro, algunos de ellos cargando pesadas cruces de madera.
Escuchó las cornetas y los tambores que indicaban que se acercaba la procesión más famosa de la ciudad y se dispuso a elegir los blancos oportunos.
Esperó pacientemente a que se acercase hasta la puerta de la catedral y cuando vio reunidos varios pasos penitenciales de la impresionante imaginería de los mejores escultores de la historia del arte español, abrió fuego.
La muchedumbre asistió sorprendida al espectáculo de ver como una a una, volaban las luces que iluminaban los pasos. Nadie podía explicarse que estaba sucediendo y algunos pensaron que simplemente estallaban las bombillas por el exceso de potencia o por el contraste entre la gélida temperatura de aquella noche y el calor animal generado por la enfervorecida, curiosa y devota multitud.
Una vez hubo eliminado todos los blancos y se hubo demostrado a si mismo que tenía el poder para derribar a cuanta persona había convertido en un desastre su vida, apoyó el cañón de la automática en su sien y sonriendo y sabiéndose completamente recuperado e incapaz de arrebatar una vida humana, por muy miserable que fuera y por mucho que mereciera la muerte, apretó el gatillo y le dio carpetazo también a una existencia excesivamente compleja y triste.
La prensa divagó teorizando, hipotetizando y tratando de explicar al publico que fue lo que llevó a aquel misterioso tirador a terminar con su propia vida de aquella forma tan teatral. No se encontró junto a su cuerpo carta de despedida, ni tan siquiera hallaron post en redes sociales anunciando sus intenciones, ni la más mínima pista en la que se pudiera adivinar o intuir el deseo de morir. Y es que lo que nadie supo nunca fue que morir se había convertido en la única salida a una vida sin ella. Que Marcos sabía que al apretar el gatillo terminaría con su desgraciada envoltura mortal, pero que regresaría con otro cuerpo, con otro nombre, con otras circunstancias y volvería a encontrarla y la reconocería en otro cuerpo, en otro nombre, en otras circunstancias. Y quizás en la próxima reencarnación por fin el destino los permitiera ser felices juntos. Y entonces ya no querría morir nunca más.
Mientras coloca la alianza de plata en el dedo de su sonriente prometida, y tras escuchar que puede pronunciar sus votos matrimoniales, el emocionado novio traga saliva y clavando su mirada azul en los ojos de la mujer que ama, consigue vencer la emoción y le dice con absoluta sinceridad, "te juro ante los hombres y ante nuestro Dios, que pase lo que pase y le pese a quien le pese, te amaré con toda el alma el resto de mi vida, y todas las vidas que pase junto a ti. Te amaré con distintos nombres, con distintos cuerpos, pero con el mismo corazón, en distintas épocas y en distintos lugares. En este planeta o en mi asteroide que ya es tuyo. Y siempre te seré fiel, siempre. No concibo una existencia sin mirarme en tus ojos. Y es que sé que eres tu, lo tengo muy claro. Te he vuelto a encontrar y no quiero perderte de nuevo, ya que no hay ninguna otra mujer en el universo conocido que sea capaz de aportarme lo que tu me aportas, de despertar en mi lo que tu despiertas. Y es que creo en ti, y si tu no estás, nada me importará, nada tendrá sentido, nada merecerá la pena. Estaré junto a ti siempre, o al menos mientras quieras que caminemos juntos. Me tendrás a tu lado en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza, hasta que la muerte intente separarnos, porque no habrá muerte capaz de desatar el hilo rojo que une nuestras almas. Esto te lo prometo con el corazón, y ya sabes que siempre cumplo mis promesas."
La hermosa mujer le sonríe con los ojos, con la boca y con el corazón y, haciendo de él el hombre mas feliz de cuantos han habitado la tierra, coloca en su dedo la alianza que simboliza la unión ante la ley, y antes de besarlo con pasión pronuncia una única palabra, "ven".
Ambos dejan en la orilla el equipaje acumulado a lo largo de sus trayectorias vitales y se entregan el uno al otro con decisión y alegría, y con la absoluta certeza de que el destino ha decidido concederles una nueva oportunidad para darle el más intenso y pleno de los sentidos a la palabra amor. Entonces suena el vals más hermoso a través de la megafonía de la sala, y siguiendo el ritmo que marcan los Vetusta Morla, comienzan a bailar. Todo es absolutamente perfecto. Todo.
La luz que entra por las rendijas de la persiana despiertan al enamorado y romántico escritor que descansa tras otra noche llenando páginas con ilusión y esperanza y, al despertar, se gira buscando a su esposa. Pero ella no está. Solamente ha sido un sueño y el único anillo que luce en su mano, no es una alianza, ni se lo colocó la hermosa mujer vestida de blanco que hace tan solo unos segundos le había jurado amor eterno.
Antes de levantarse de la cama enciende un cigarrillo y conecta el equipo de música que sobre la mesilla de noche reproduce el vals que instantes antes bailaba abrazado a la mujer con la que los hados en un alarde de infinita crueldad decidieron cruzarlo para luego separarlo rompiéndole el corazón y haciéndole perder al razón. No puede evitar que una enorme, cálida y salada lágrima resbale por su mejilla, pero antes de dejarse llevar por la desesperación, se repite en voz alta el mantra al que se agarra cuando toma conciencia de la realidad más allá de sus novelas, "todo termina llegando, incluso lo bueno."
Bajo el chorro de agua fría de la ducha que desentumece los músculos, pone en marcha los sentidos y lava su llanto, se promete a si mismo intentar controlar esa intensidad que marca su vida, que inunda su pecho y que le impide escribir sobre cosas banales.
Y en realidad sirven y protegen. Y se juegan la vida por nosotros, sin importarles nuestro color de piel, nuestra condición social o nuestro credo.
Ayer conocí a un inspector de homicidios del cuerpo nacional de policía y por esas cosas de la vida, compartí mesa con él y con su familia, y disfruté de una conversación muy interesante, de un buen vino de la Ribera de Duero y de un entrecot al punto (al del cocinero, no al mío).
Tengo la suerte y el orgullo de conocer a muchos miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado. Conozco miembros de la policía científica, de la brigada de información, del SEPRONA e incluso, una mujer con la que viví un delicioso romance de juventud, es desde hace unos años miembro de la unidad de Caballería de la Policía Nacional.
Lo siento mucho, pero para aquellos que se empeñan en vendernos que todos los policías, guardias civiles y militares, son unos fascistas represores, levanto mi dedo mientras les dedico la más perfecta y contundente peineta. Y de paso los mando a disfrutar de una abundante ración de sexo anal sin caricias previas ni palabras bonitas. Ojo, que de todo habrá en la viña del señor, pero generalizar es de mediocres, y os aseguro que en esta ocasión pagan muchos justos por muy pocos pecadores.
El servidor público al que conocí ayer es un tipo realmente agradable y muy comprometido con su labor. Ha servido en distintas unidades del cuerpo nacional de policía, se ha jugado la piel como escolta de autoridades durante esos tiempos en los que los etarras disparaban en la nuca en vez de apoyar propuestas del gobierno en el congreso, y ha hecho muchos kilómetros a lomos de una moto de gran cilindrada antes de unirse al grupo de Homicidios.
Mientras charlábamos y compartíamos vino, daba gusto verlo pendiente de que a su mujer y a sus hijas adolescentes no les faltara absolutamente nada, y de que estuvieran a gusto en una mesa donde nos reunimos 12 personas para celebrar el cumpleaños de una de mis hermanas.
Por avatares de la vida me senté junto a este ángel de las calles y desde el primer minuto conectamos y mantuvimos una conversación cordial, amena y muy entretenida y edificante.
Ha sido compañero y es amigo de algunos de mis conocidos en el cuerpo, y fue muy fácil conectar con él, pues también disfruta de la novela negra y ha leído a algunos de los autores que yo respeto y admiro.
La conversación fue derivando por diferentes puertos y arribamos al de la situación actual de aquellos que como él están dispuestos a recibir un disparo por nosotros o a matarse en la carretera persiguiendo a delincuentes o acudiendo en nuestra ayuda. Me asombró saber por su boca de que en una pequeña capital de provincias como Valladolid, se hayan intervenido un impresionante número de armas de fuego y no hablo de escopetas de caza, sino de armas automáticas y semiautomáticas. De armas de combate como el AK 47 con el que un vecino del barrio de Pajarillos disparó una ráfaga, atravesando las carrocerías de varios vehículos aparcados junta a su casa y estando a punto de herir a un taxista. O de la Pietro Beretta de 9 mm que utiliza el inspector Pinacho (protagonista de mi trilogía de novela negra distópica) y con la que él mismo fue encañonado por un delincuente vallisoletano con antecedentes penales durante una identificación rutinaria en la ronda de circunvalación de la ciudad.
Este padre de familia, enamorado de su mujer y entregado custodio de sus hijas, está dispuesto a todo con tal de garantizar la seguridad incluso de aquellos que sin tener la más remota idea de las condiciones laborales de los servidores públicos, no dudan en calumniarlos y difamarlos, aferrándose a un malentendido derecho a la libertad de expresión.
Cuando este servidor de la ley se ve obligado a sacar su arma para defender su vida o la de un ciudadano, lo hace con el temor de verse obligado a utilizarla, pues sabe que además del nada desdeñable daño moral y sicológico que puede sufrir si la dispara, correrá un grave riesgo al verse sometido a una presión judicial y social inmerecida y realmente abusiva.
Desde aquí quiero levantar mi copa por todos aquellos hombres y mujeres que en un acto de generosidad están dispuestos a morir o a matar por nosotros.
Desde este humilde blog aplaudo y agradezco su valor y su entrega, y pido respeto y consideración con quienes eligieron cuidar del ganado y protegernos de los lobos, que gracias a la incompetencia de los legisladores y a la necesidad de mantener la poltrona de aquellos que nos gobiernan, cada día que pasa agrandan la manada y se vuelven más voraces y mas sanguinarios.
Escribir sobre un tiroteo con bajas es fácil, vivirlo tiene que ser una pesadilla.
Tras haber compartido mi experiencia y lo aprendido de ella con miles de estudiantes, mediante la charla/coloquio La literatura salva vidas, que pude desarrollar en institutos de todas las provincias de mi comunidad gracias al apoyo de la Consejería de Educación de la Junta de Castilla y León, he dado forma a este taller trimestral homónimo en el que con la colaboración de escritores, blogueros, periodistas, editores, músicos y social media managers, voy a tratar de orientar a aquellos jóvenes con inquietudes literarias en su relación con esa literatura presente en todo cuanto los rodea, y en la creación literaria de aquellos que sienten la necesidad de expresar su mundo interior mediante la escritura.
A raíz de una dura y desagradable experiencia personal que me llevó a pasar por unos minutos de muerte clínica y una semana en estado de coma, descubrí gracias a los neurólogos y profesionales médicos que trataron mi caso, que mi sorprendente recuperación contra todo pronóstico de la lesión cerebral más grave de cuantas existen, se debió a tener el cerebro fuertemente entrenado gracias a ser un lector empedernido desde mi más tierna infancia y a escribir un relato tras otro y un poema tras otro, y a publicar un libro tras otro al haber recibido la orientación adecuada en mi creación literaria. Esta recuperación, me ha llevado desde que desperté del coma hace ya más de ocho años, a ganar distintos premios literarios, a publicar cuatro libros y a estar trabajando al tiempo en tres novelas distintas.
Me he documentado y he investigado sobre los aspectos neurológicos de la influencia de la literatura, y de su importancia para prevenir el deterioro cognitivo y poder superar el daño cerebral adquirido, y he llegado a la conclusión de que como afirman prestigiosos y refutados neurólogos, el fomento de la lectura desde edades tempranas llevaría a disminuir la necesidad de ingresos por problemas cerebrales en hospitales, residencias geriátricas y centros de día.
Conozco también en primera persona lo incómodo de sentirte diferente al encontrar en los libros un lugar seguro y una fuente de diversión, y al escoger la lectura frente a otro ocio alternativo, sin haber renunciado en su momento a la diversión y a la fiesta propias de una adolescente y de un joven de mi entorno sociocultural. Pese a haber viajado cuanto he podido y a haber residido en distintas ciudades españolas y del extranjero, los libros siempre ocuparon un lugar en mi vida y a ellos debo el poder seguir despertándome cada mañana y el querer aportar cuanto esté en mi mano a las personas que quieran escucharme y aprender de mi experiencia.
Me defino siempre como el eterno aprendiz de escritor porque aún no he llegado a ser el escritor que me gustaría ser. Y puede que no lo consiga nunca, pero rendirme nunca será una opción y gracias a la incansable lectura, y a la ayuda de editores y de profesores de cursos y talleres literarios, aprendo a darle una forma más adecuada a lo que me inunda el cerebro y el alma, y a poder compartirlo con compañeros, seguidores, lectores, críticos y alumnos.
El ayuntamiento de Simancas ha decidido apostar por esta actividad y ofrecérsela a los jóvenes que se residen en su municipio.
El próximo día 8 de febrero explicaré a los que así lo deseen en que consistirá este taller, y lo que vamos a ver en cada una de las 12 sesiones que lo conforman. Les invitaré a disfrutar de la literatura como medio de expresión, y como fuente de conocimientos y a desarrollar su criterio personal. Les hablaré también de la lectura y la escritura como el necesario gimnasio en el que entrenar el músculo más importante, el cerebro.
Otros municipios como Medina de Rioseco, Mojados o Arroyo de la Encomienda están estudiando ofrecer esta actividad a los jóvenes que residen en ellos. Y yo estoy deseando seguir compartiendo esas charlas con los estudiantes de institutos de mi comunidad y llevar este taller a cuantos lugares lo soliciten, pues sé que las segundas oportunidades nunca son gratuitas, y quizás esta es la manera de saldar mi deuda con mi Dios, o con el destino.
Hazlo, por favor. Y que no te tiemble el pulso. Esto no será en absoluto un crimen, será un acto de amor porque muero lentamente entre terribles sufrimientos, y cada día me desangro en las lágrimas que no puedo contener. Así que por favor, si alguna vez me quisiste, y me consta que así fue, mátame rápidamente y permíteme escapar de esta condena. Apoya el cañón en mi frente y aprieta el gatillo con la certeza de que estarás realizando una buena obra, sin duda una acción terriblemente compasiva pues se me ha llenado de llagas el corazón y no te imaginas cuanto sufro cada vez que cierro los ojos y mi inconsciente te busca.
No te preocupes, digamos que tu colaboración será una suerte de eutanasia, la más generosa de las respuestas a mi llamada de auxilio y a mis súplicas implorando clemencia, pues me desgarran la carne los recuerdos de las noches a tu lado, y me arden en la piel los restos de tus caricias. Será un acto de suprema bondad , de infinita generosidad y de extrema dulzura. Así lo comprenderán quienes deban juzgarte en la tierra y en el cielo, y te prometo que nadie podrá acusarte de mi muerte, porque llevo muerto mucho tiempo ya, y ningún juez se ha personado para certificar la defunción, firmar docenas de tristes y fríos papeles que obvian el verdadero motivo ni ordenar el levantamiento del cadáver. Morí el día en que cortaste el hilo rojo que unía nuestras almas y me abandonaste tras besarme por última vez. Y en ese mismo instante supe que había muerto porque una vida sin ti es la mayor de las tristezas, un desierto abrasador, una ciénaga insalubre infestada de caimanes, un precipicio infinito. Todo ello incompatible con la vida. Al menos con la mía.
Si he de subir al parnaso quisiera alternar con todos esos poetas que cantaron al amor a lo largo de los siglos. Y pedirles explicaciones y responsabilidades. Y si el destino decide volver a enviarme a este valle de lágrimas, solo espero que una vez más decida cruzarme contigo y permitir que te encuentre de nuevo, como llevo haciendo desde que el mundo es mundo y el creador quiso que una criatura bípeda y torpe habitara el planeta y jugara a ser dios, creyera ser dios y diseñara y ejecutara sin remedio su propia extinción. Un siglo tras otro he muerto y he vuelto a ti, y un siglo tras otro se me ha permitido hallarte, porque en efecto dios existe y se lo pasa genial con nosotros.
No temo que se me arroje al infierno porque vivir si ti es el peor de los infiernos y ya lo he conocido, ya se me ha recluido en él, y ya lo he sufrido cada mañana que he despertado, he podido abrir los ojos y he tomado consciencia de no hacerlo a tu lado.
Por eso, mi vida, te pido que lo hagas ya. Mátame rápido, permíteme entrar de nuevo en ti y bucear en tu humedad, hacer el amor lentamente, por última vez, y volver a sentir que al vaciarme entre tus brazos, todo habrá merecido la pena, incluso el dolor de volver a perderte.
—No hay nada que hacer –dijo el cardiólogo cuando revisó las pruebas que se le habían realizado al paciente que dormía sedado en la habitación situada dos pisos más abajo en el hospital donde se le ingresó de urgencia unas horas antes– su corazón ha decidido que ya no puede más, que ya ha tenido suficiente. Esto no es habitual, un caso así solo lo he visto en otra ocasión hace muchos años ya, pensé que nunca volvería a tratar a un paciente con el síndrome Capuleto, pero los electrocardiogramas y el tac con contraste no dejan lugar a dudas.
—Nunca ha sufrido del corazón –le explicó la hermana del paciente sollozando –fuma, si, pero lleva un par de años cuidándose mucho y sé que al menos hace algo de deporte a diario.
El doctor vuelve a ponerse las gafas y le echa otro vistazo a los resultados de las distintas pruebas y análisis. Las evidencias son claras y en momentos como ese es cuando se le hace un mundo ser absolutamente sincero con los familiares de los pacientes que le toca tratar en urgencias. A urgencias no suelen llegar tipos sanos y en perfectas condiciones. Más allá de infartos y anginas de pecho, a veces le toca enfrentarse a situaciones mucho más delicadas incluso, y entonces es cuando debe hacer un verdadero esfuerzo para presentarse como el profesional que es y dejar de lado frases vacías e inútiles que ni consuelan no alivian. El doctor Gómez De la Finca sabe que al paciente de la 211 apenas le quedan unas horas de vida y tiene que decírselo a los familiares que asustados y muy impresionados ocupan las sillas frente a la mesa de la consulta.
La luz de la sala aporta una fría calidez al momento del comunicado y el poto que cuelga de la librería tras la mesa y el ficus que reposa en una de las esquinas de la consulta tratan de darle algo de humanidad a la estancia, pero noticias como la que tiene que transmitir al matrimonio que aguarda el dictamen no resultan menos duras ni aún comunicándolas en un parque de atracciones.
—Lamento comunicarles que Iván se está dejando morir. La ciencia aún no se explica cómo, pero los pacientes afectados por este síndrome encuentran la manera de convencer a sus corazones de que la vida no tiene sentido y consiguen que el músculo obedezca a la mente y paulatinamente va deteniendo su camino decelerando el bombeo de la sangre hasta que el ritmo de los latidos se detiene y se produce ese fallo cardiaco que es incompatible con la vida.
La hermana de Iván no puede controlar el llanto y rompe a llorar desconsolada. Su marido la abraza y trata de mantener la compostura pero el asombro y la incredulidad se reflejan con claridad en su semblante.
Y ¿No hay ninguna forma de devolver la función al músculo? No sé...con química o mediante electrochoques o algún tipo de tratamiento agresivo –pregunta el afectado y sorprendido cuñado mientras abraza a su esposa.
—Lo siento, de verdad –contesta con verdadera sinceridad el abrumado galeno –pero si el no quiere vivir no hay nada que hacer, y parece que hace ya unos meses que comenzó el abandonó y el declive. Los enfermos del síndrome de Capuleto no reaccionan ante ningún estímulo ni a ningún tratamiento, por agresivo que resulte. Si me aceptan la analogía es como si hubiesen decidido desenchufarse de la máquina que los mantiene con vida, y la muerte es su único deseo.
—¿Esta sufriendo?–pregunta la hermana con un hilito de voz.
—No físicamente, eso se lo garantizo. No hay dolor de ningún tipo más allá del dolor emocional y del sufrimiento anímico. En efecto su hermano no padece de ninguna dolencia ni de ninguna afección que pueda acarrearle algún tipo de molestia, de dolor o de malestar. Los compañeros de siquiatría definen el síndrome de Capuleto como una depresión extrema. Lo llaman "la muerte amada".
El compungido matrimonio abandona la consulta del doctor Gómez De la Finca y bajan a la habitación donde mantienen a Iván sedado y conectado a distintas máquinas.
Iván está consciente y cuando los escucha entrar abre los ojos y les dedica una mirada azul con os ojos brillantes y acuosos.
—Lo siento mucho, tesoro –dice con voz queda –no quería haceros sufrir y no quiero que sufráis por mi. Entiéndeme, hermanita, mi vida sin ella no tiene sentido y me voy feliz porque sé que el destino volverá a juntarnos en otro momento, con otros nombres, con otros cuerpos, pero la reconoceré y me reconocerá.
—Siempre dijiste que rendirse no era una opción...que nunca tararías la toalla–protesta su cuñado mientras apoya una mano sobre el hombro del moribundo escritor. –Sé que eres católico. Tu dios es el único que podría quitarte la vida. Según tu fe él te la dio y solo él puede arrebatártela. Si te dejas morir por voluntad propia será un suicidio y condenarás tu alma inmortal Y de alguna forma al hacerlo estarás negando la existencia de dios y renegando de tu fe.
—Dios existe, cuñado. Y se lo pasa genial con nosotros. No reniego de él ni lo culpo de mi pena. Todo está escrito y quizás él decidió que en esta ocasión ella quisiera dejarme ir, que no le importara perderme, que aún queriéndome, porque sé que me quiere, prefiriera esperar a otro momento, a otra vida a otra realidad en la que podremos ser felices al fin.
—Eres un romántico, Iván. Y lo vas a ser hasta el final. ¿No te das cuenta de que al dejarte morir vas a destrozar el corazón de los que te queremos? –le increpa su hermana verdaderamente enfadada.
—Ya te he explicado que me voy feliz, porque sé que volveré a verla. Este no era nuestro momento, pero nos amamos, la amo, la he amado a lo largo de muchas vidas y sé que la amaré hasta que el universo deje de existir. Y más allá todavía. He atravesado galaxias de cariño y he cruzado océanos de amor para encontrarme con ella. Este Iván que hoy morirá no es más que el envoltorio que recubre el sentimiento más hermoso, tan hermoso que solo puede nacer de dios. ..del único dios, del dios verdadero. Sin duda fue ese dios quien la creó a ella, pues solo dios pudo tallar en una mujer a una criatura tan adorable, con un corazón tan bello, con un rostro tan hermoso, con un espíritu tan puro.
—¡Vale ya!–grita la desconsolada hermana de Iván tan enojada como desesperada al ver que su hermano tiene perfectamente claro que no quiere vivir sin aquella que simboliza todo lo que llevaba años soñando en una mujer, sin aquella musa que inspiró sus mejores novelas y sus poemas más armoniosos.
—No te enfades, nena. Ahora soy feliz. Me voy sabiendo que algún día volveré a ser un hombre feliz y pleno y que todo terminará llegando. Incluso lo bueno.
Y diciendo estás últimas palabras cerró los ojos y expiró. Las maquinas que recogían sus constantes vitales comenzaron a emitir un desagradable y estruendoso pitido que alertó al personal de guardia y aunque en cuestión de segundos se presentaron en la habitación médicos y enfermeras provistos de desfibriladores y demás aparatos concebidos para obrar milagros, el único milagro que sucedió allí fue la paz y al felicidad que se reflejó el rostro del difunto.
Sé que a estas alturas de la película y en la sociedad actual, si se te ocurre declararte católico te expones a que te miren con condescendencia, con incredulidad, con lástima o incluso con desprecio, pero parafraseando a Red Butler una vez más, "francamente, querida, me importa un bledo". Tengo mis motivos para no renegar de mi fe y que nadie se piense lo que no es; cualquiera que me conozca sabe que no soy precisamente un beato, ni una hermanita de la caridad. Soy un pecador de manual y aunque no me considero una mala persona el que este libre de pescado, que tire la primera raspa.
A ver...aun no he matado a nadie, ni he cometido pecados que puedan considerarse delitos o estén tipificados en el código penal, pero soy muy humano y aunque intento aportar y ayudar a quien me lo pide y trato de comportarme con la mayor corrección, también la cago ( qué se le va a hacer).
La vida me ha llevado de un lado a otro, me ha cruzado con personas adorables, de esas que en efecto debieron ser hechas a imagen y semejanza de mi dios, pero también con seres demoniacos, con auténticos demonios que ratifican la existencia del maligno. Y el haber conocido a todo tipo de pecadores y pecadoras y a auténticos ángeles me ha enseñado que la humanidad tiene mucho de celestial y de infernal. Como acostumbro a decirle a una persona adorable a la que quiero hasta la extenuación, Dios existe, y se lo pasa genial jugando con nosotros.
He visitado la exposición The Mystery Man en la catedral de Salamanca y sigo impresionado con lo que he visto y ratificado allí.
Conocía ya la existencia de la Síndone, la sábana santa, la reliquia más importante e impresionante de las que conserva el cristianismo, pero al recorrer las distintas salas de esta exposición en la que pude ver piezas asombrosas de todo tipo y escuchar las explicaciones mediante la voz que narraba la audio guía, casi me da un ataque de ansiedad (bueno...la verdad es que esos me dan con facilidad por lo que tampoco hubiera sido algo reseñable). La ciencia aún no ha podido demostrar muchas cosas que rodean a esta reliquia y aunque suene acojonante en pleno siglo XXI, esta reliquia es mucho más que una prueba, una evidencia y un desafío a los avances técnicos y científicos.
Pese a ser una exposición ofrecida por el Vaticano, dejan una puerta abierta a la posibilidad de que esta no sea la demostración más evidente de la existencia de un ser supremo. Ni tan siquiera a la demostración de la existencia del personaje histórico de Jesucristo, personaje por otro lado que encontramos en distintos textos recogidos por historiadores de su época y por los registros de distintas instituciones romanas y hebreas.
A mayores de poder plantearte dudas sobre la autenticidad de la sábana santa, lo que no deja lugar a duda alguna es la crueldad de la especie humana y la barbarie con la que se torturó y ajustició a aquel personaje histórico, para mi el hijo de Dios, para el islam un profeta, para los sacerdotes judíos de sus tiempos un taradito, un blasfemo y un hereje y, para el procurador romano Poncio Pilato, el hombre cuya muerte garantizaría su estabilidad en el puesto. Para muchos agnósticos, ateos, punkis y colegas de noches de parranda, Jesucristo fue sin dudas el primer anarquista de la historia.
Yo en mi particular concepción del cristianismo, hago un remix con todas estas posibilidades y pese a saber que fue un agitador, un revolucionario, un perseguido y un alborotador, para mi Jesucristo fue el hijo de Dios que se hizo hombre y habitó entre nosotros, porque quedan testimonios de que en efecto fue un hombre bueno, porque su palabra sigue removiendo los cimientos de la civilización y porque para aguantar lo que aguantó y soportar lo que soportó, solo podía ser el hijo de Dios. Cualquier otro la hubiera liado parda al manejar como manejaba a la multitud y al contar con una legión de seguidores entre los que había incluso zelotas (los terroristas hebreos de la época) prostitutas, trabajadores del campo y del mar, e incluso funcionarios de hacienda (esos si que han acojonado a lo largo de los siglos).
La exposición me llevó ante auténticas interrogaciones cuya respuesta solo podía encontrar en la fe y ante conclusiones que hombres más inteligentes y más buenos que yo han ido cosechando a lo largo de más de dos mil años de errores continuos en los que hemos preferido ignorar el mensaje.
Yo no le voy a dar la chapa a nadie con lo que tiene que creer o no, lo que si que voy a hacer es recomendaros que visitéis esta expo, y que leáis cuanto podáis al respecto. Ya sabéis, todo está en los libros y la literatura salva vidas y ayuda a mejorarlas. Es posible que también pueda salvar algún alma. O al menos la mía.
En esta expo encontré también mucha documentación para distintos momentos de la trama de Inocentes esa que creo puede llegar a ser mi mejor novela y que he ambientado en la Judea del siglo primero.
Espero conseguir aportar a este libro la belleza, la originalidad, la intriga y cuanto sea necesario para hacer de él lo que quisiera conseguir al volcar toda mi creatividad, mi esfuerzo y mi amor en sus páginas.
Aplaudías desde el público congregado en la
presentación de mi nueva novela. Soñé que estabas feliz, orgullosa, y que en la
sonrisa que me regalabas desde tu localidad, se reflejaba la certeza de que lo
nuestro había conseguido trascender en negro sobre blanco.
Soñé que había escrito una novela diferente. Tal vez
no la mejor, ni la peor, pero en cualquier caso era una nueva novela y era mía.
era tuya, era nuestra.
La novela llevaba por título el nombre de aquel
restaurante donde comimos en nuestra primera cita y en cada página, le di forma
a nuestra historia de amor. Solo podía ser un libro precioso y dada la cantidad
de gente que aplaudía en el evento que organizó mi subconsciente, había tenido
muy buena acogida.
Puede que en el mundo real aún quede algún romántico, por lo
que me pegaré una ducha y me sentaré a escribir.
Dormir, soñar, tal vez morir
de amor por ti, da igual lo que me reserve esta noche, pero quiero escribir esa
novela con la que soñé. Y volver a soñar contigo. Y dedicártela con todo mi cariño, que es mucho.