miércoles, 22 de marzo de 2023

¿Algún día aprenderé?

Con la excusa de ir en busca de tranquilidad y de aire puro, de hacer un poco de ejercicio y de relajar mente y alma, Laertes se puso unos vaqueros viejos, desgatados y cómodos, escogió una negra camiseta con el dibujo de un lobo aullando a la luna, sujetó sus cabellos en un moño alto, metió en la pequeña mochila que utilizaba para sus rutas senderistas una  petaca llena de whisky escocés, un paquete de cigarrillos rubios, una libreta y un bolígrafo, se calzó las botas de montaña y tras despedirse del gato con el que compartía piso, vida y noches de angustia y dolor escuchando una canción tras otra, abandonó el hogar en busca de su pequeño utilitario.
Poco más de una hora después aparcó en una calle del pueblo desde donde emprendería su camino encendió un cigarrillo y comenzó a andar.
La primavera había llegado con todo sus esplendor y en un alarde de belleza parecía haber decidido regalar al inseguro y atormentado escritor el día más hermoso de cuantos pudiera ofrecerle y así   reconfortar su alma y consolar su espíritu,
Tras alejarse un par de kilómetros de las viejas casas derruidas de aquel pueblo vaciado en una cada vez más vaciada España, Laertes alcanzó los lindes del  hermoso bosque que aún resiste los envites de la civilización y de la mano del hombre, que durante siglos fue nutriéndose del regalo de los troncos de los arboles centenarios que lo conforman.
Al adentrarse entre la vegetación que crece generosa y exuberante a ambos lados del arroyo que nace en la cima de una de las montañas que constituyen la cordillera que da nombre a la zona, y donde el deshielo y las últimas nieves alimentan su cauce, Laertes sonríe emocionado, pues entre los castaños y las hayas cree haber visto la silueta de un animal que corre a esconderse de él. "No voy a hacerte nada", grita Laertes consiguiendo al hacerlo justo lo contrario de lo que pretendía pues su grito pone en fuga a cuantos pequeños animales del bosque circulaban sigilosos y cautos por las inmediaciones.
Después de un buen  rato de paseo los rayos de sol que se cuelan entre las frondosas ramas calientan su cuerpo cansado demostrándole que esta primavera será tan cálida como los sentimientos que inundan su pecho y decide sentarse a  la sombra de un enorme castaño,  beber un trago del escocés de malta que guarda en la mochila, encender un cigarrillo y sacar el bolígrafo y la libreta. 
Si en algún lugar podría soñar con encontrar la inspiración necesaria para escribir ese poema que sueña con escribir algún día, sin lugar a dudas no habría mejor entorno que aquel.
Laertes lleva muchas noches seguidas tratando de coser las heridas del alma con versos y con palabras adecuadas, pero hay una que no parece cerrar por muchas estrofas de sutura que le aplique. Y esa herida cuya sangre no cesa de manar en forma de lágrimas, le impide dormir bien, sonreír como desea y concederse la oportunidad necesaria para avanzar ligero en busca de la respuesta a la gran pregunta que lleva haciéndose mucho tiempo y cuya explicación parece estarle vetada. ¿Porqué duele tanto amar, si el amor es en verdad algo maravilloso?
El canto de un pájaro cortejando a la hembra con la que desea perpetuar sus genes arropa su momento de introspección. La intensidad que alimenta el alma de confundido escritor agita una vez más su corazón y su cerebro, las palabras comienzan a brotar a borbotones y de forma casi automática transcribe sobre las hojas en blanco de la libreta los primeros versos que como otros muchos versos nacidos de la angustia y del dolor terminaran formando parte de la pira donde quemará sus sueños.
Pensaba que me querías, soñaba que eras sincera,
pero mintieron tus labios,
me besaron con mentiras...
Se detuvo a leer lo escrito, y presa de la desesperación, arrancó las páginas y con extremo cuidado las rodeó de las piedras que encontró en el suelo junto a él y las quemó con el mechero de gasolina que siempre lo acompaña, cuidándose mucho de no provocar un incendio. Está cansado de escribir desde el dolor, desde la angustia y desde la certeza de que por mucho que suplique, el destino se negará a concederle consuelo a su corazón y a permitirle ser feliz junto a ELLA, junto a la única mujer que ama, que representa a todas las que una vez creyó haber amado y  que reúne lo que espera, admira y desea en una mujer. Junto a ese ideal de mujer que creyó merecía encontrar.
Durante unos minutos su cerebro lo golpea con recuerdos que creía haber enterrado bien hondo, lo acuchilla con momentos espantosos en cinemascope, y le traspasa el pecho de parte a parte con la realidad en fotogramas a todo color de una vida de errores y de fracasos. Y a pesar de haberse detenido a relajarse y a escribir en aquel verdadero paraíso en la tierra, Laertes quiere morir. Y se dispone a hacerlo. Sopesa distintas opciones y tras desechar las más complejas opta por buscar una rama accesible y robusta, y extrayendo los recios cordones de las botas de montañas y anudándolos entre si, consigue construir la soga que habrá de ayudarlo a abandonar la tristeza. 
Estaba dispuesto a trepar hasta la rama y a colgarse en aquel improvisado cadalso cuando escuchó unos pasos y unas voces que se acercaban hacia él.
Laertes se ocultó tras el grueso tronco del castaño y vio llegar a una acaramelada y jovencísima pareja que cogida de la mano caminaba disfrutando de la belleza del entorno. Había algo de angelical inocencia en la expresión de sus rostros en el brillo de sus rasgados ojos y en su forma de caminar acompasando los latidos del corazón con los pasos torpes e inseguros.
_¡Andrés, Marta!- gritó una voz a lo lejos–no os separéis del grupo, que si os perdéis u os pasa algo me van a echar del colegio y luego vuestros padres me van a matar....como poco–concluyó riendo la voz del responsable del grupo.
Laertes comprendió entonces. Aquellos seres que irradiaban paz eran dos niños de un colegio de educación especial que habían ido de excursión a aquel bosque encantado, y el monitor les pedía que regresaran junto al grupo.
En la forma de caminar de la mano, de cruzar miradas entre aquellos dos seres de luz y en las sonrisas que se dedicaban, Laertes adivinó que el amor no es solo aquello sobre lo que ha tratado de escribir sin encontrar jamás la rima perfecta. El amor, también puede gestarse en una alteración genética y es el sentimiento puro y real que no entiende de convenciones, de límites y de valoraciones humanas. El amor tiene más de inocencia divina que de prejuicios humanos.
El amor es mucho más que un beso. El amor...no está al alcance de todos.
Al regresar junto a su gato y tras pegarse una ducha, Laertes enciende el ordenador, abre un nuevo documento y comienza a escribir reconfortado un texto que lleva por título, ¿Algún día aprenderé?
Y dando rienda suelta a las emociones que lo embargan recupera la ilusión, la esperanza y el coraje para enfrentar la vida como sea que llegue, como Dios quiera ofrecerle, como el destino decida que ha de vivirla y como su extrema sensibilidad le permita afrontar.




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