El joven príncipe casi olvida guardar en el hatillo las ilusiones y la esperanza. Decide que pase lo que pase y le pese a quien le pese, siempre viajarán con él. No va a renunciar, no va a darse por vencido, un día sabrá encontrar el camino de regreso y el destino realizará los cambios oportunos en las cartas de navegación, y podrá entonces introducir las coordenadas adecuadas que le llevarán de nuevo hasta el lugar donde siempre quiso estar. No se permitirá perder el rumbo.
No quiere irse, pero debe hacerlo. La marcha le rompe el alma en dos, en tres, en diez...en un millón de pedazos, pero no permite que nadie, ni siquiera el zorro o el cordero, se percaten de que a trasluz es evidente el surco que han dejado las lágrimas en sus mejillas.
Partir, como reza la sabiduría popular, es morir un poco, y al preparar el equipaje se ha sentido morir. Hoy sobre su asteroide no brillan ninguno de los soles que le calentaban el corazón. Hoy ni siquiera la luna ha decidido salir a caminar siguiendo sus pupilas. Hoy B 612 se le antoja yermo, vacío y gris, como su vida.
Puede que lo echen de menos los baobabs y los volcanes, puede que hagan una fiesta el día que intuyan su vuelta, puede que nunca se marche del todo, porque dejará junto a ellos lo más dulce de su esencia, sus metáforas más fecundas, las sombras de la catarsis de los textos escritos mojando la pluma en el tintero del alma, y el dibujo a carboncillo de la silueta de una serpiente engullendo un elefante.
El joven príncipe se ha visto obligado a crecer, y llora porque nunca quiso hacerlo, pero ha llegado el momento, y en su credo personal rendirse no es una opción, así que si tiene que crecer, dejará al niño que fue y será el adulto que esperan que sea. Puede que todo tenga un sentido. Hace ya un tiempo que aprendió que las cosas nunca pasan porque sí, que pasan porque tienen que pasar, aunque duelan, aunque marquen , aunque escuezan y calcinen sus entrañas, aunque le impidan dormir y suturen con un mágico hilo rojo las heridas que nunca supo ni pudo cerrar.
No se atreve a decirle adiós a su rosa. Hay otras muchas rosas, pero solo ella le enseñó lo que significa amar, y le descubrió que lo esencial es invisible a los ojos. Por eso teme que aunque pretenda disimularlo, ella pueda ver que con la partida se está clavando un puñal de fracaso en las entrañas. Por eso no reúne el valor suficiente para la despedida.
Se sube los cuellos del gabán y se anuda un pañuelo azul profundo, como su mirada, alrededor de la garganta. Le da miedo dejarse llevar al apretar el nudo, y terminar con otra de las vidas que los hados le entregaron para que hiciera de ellas el aprendizaje necesario para curtirse en humanidad, limpiarse de impurezas y avanzar hacia aquella que siempre fue, que siempre será y que un día volverá a sonreírle con los ojos. Alguien le cantó una vez que el secreto estaba en reír cuando pudiera y en llorar cuando lo necesitase, pero no termina de entender como hacerlo sin abandonarse a lo peligroso de una intensidad en la emoción que sabe que muy pocos comprenden y que en el futuro podrá terminar con él.
Tiene frío, mucho frío, demasiado. Y ya no puede acudir en busca del calor necesario en esas píldoras de felicidad que le templaban el pecho, que lo ayudaban a resistir los envites de las circunstancias adversas, que lo mantenían en pie a pesar de todo. Para evitar la adicción le han retirado el tratamiento, y el síndrome de abstinencia le ha hecho emprender la marcha. Se ahoga en el asteroide que ayer era el lugar más hermoso del universo conocido, y del que queda por conocer. Viajará a otros mundos, a otros planetas, a otras realidades. Y buscará una existencia en la que todo tenga sentido y pueda ser feliz a su lado, por fin. Y cuando la encuentre recorrerá el camino de regreso y volverá a ser EL para poder ser con ELLA, junto a ELLA, para ELLA .
No piensa mirar atrás. No va a dejar que le devore la nada que está engullendo toda la fantasía. No se atreve a darse cuenta de que ya ha comenzado su viaje. Simplemente parte, huye, escapa, navega.