lunes, 7 de mayo de 2012

Sin mácula


Dicen los entendidos que el principio de una buena historia debe ser, al menos, tan brillante como el final.
La suya pudo haber sido una de las mejores pero se quedó en otra historia más.
Su madre lo parió en menos de diez minutos, a la sombra de una de las moreras que se encontraban antaño en la ribera del Pisuerga.
Tras arrancarse ella misma el cordón umbilical y la placenta, lavó al recién nacido en las aguas del río y aunque no era una mujer creyente, los miedos ancestrales y las costumbres de la época se impusieron a su odio a todo aquello que oliese a sotanas, y de aquella manera, torpe y ausente de toda fe, bautizó al pequeño. Por si acaso.
Durante unos cuantos años madre e hijo malvivieron de la caridad de los vallisoletanos que paseaban por los jardines de la rosaleda.
En ocasiones, cuando acuciaba la necesidad, aquella mujer, algo ajada por la mísera  vida que llevaba, pero aún hermosa y apetecible, aliviaba las necesidades más íntimas de algún solitario paseante a cambio de unas monedas.
El muchacho creció sano y fuerte, libre, como los gorriones que pululaban entre las ramas de los árboles; tímido y curioso, como los ratoncillos que infectaban las riberas.
Nadie como él conocía las orillas del Pisuerga.
Los gendarmes acudían en busca de su ayuda cuando desaparecía alguna persona, sabedores de que aquel rapaz encontraría el cuerpo del accidentado o del suicida porque, durante una larga temporada, a los desesperados de la ciudad les entró la fea costumbre de arrojarse a las aguas turbulentas y gélidas que parecían insinuar a aquellos que quisieran decidirse a saltar un futuro sin miserias.
Miguel (así se llamaba aquél muchacho de corta estatura, cabello oscuro y ojos claros) buceaba entre las raíces podridas, entre los restos fosilizados de toda clase de enseres, entre los pecios  fantasmales de chalupas y barcazas.
Buceaba como una nutria.
Mientras los gendarmes liaban cigarrillos y requebraban a las jovencitas que paseaban en la seguridad de la tierra firme, Miguel lograba vislumbrar una silueta atrapada entre líquenes.
Al principio, cuando comenzaron a encargarle estas misiones de búsqueda recompensadas generosamente por las familias de los fallecidos, Miguel aún quedaba impresionado por la expresiva mirada de los ahogados.
Ahora ya casi podía ignorar aquella sensación extraña que emanaba de los cuerpos sin vida y que era como una presencia, como un grito, como si el cadáver le sostuviera la mirada solicitando otra oportunidad, a él, que no era más que un niño.
Haberlo pensado antes- Le hubiera gustado decir a Miguel, pero sabedor de que sus palabras ya no serían escuchadas, ahorraba oxigeno y energía para la vuelta a la superficie.
Miguel solo debía señalar el lugar donde se encontraba el cuerpo, de lo demás ya se encargaban los gendarmes, que hacían descender a un par de hombres sujetos con cuerdas y armados con extraños balones de oxígeno y hachas y herramientas de todo tipo, quienes recuperaban el cadáver, mordisqueado por los peces y las ratas.
En ocasiones, si se había notificado la desaparición tardíamente, el difunto presentaba un aspecto terriblemente desagradable.
Hinchados por los gases de la putrefacción, amoratados por la falta de oxígeno, y con las extremidades semiamputadas por los mordiscos de carpas, lucios y barbos, aquellos sacos de carne vestidos con lazos y chorreras resultaban a un tiempo ridículos y terribles.
No había excepción. Al identificar al familiar, el pariente encargado de ello, terminaba arrojando el desayuno o el almuerzo por encima del murete de contención, cosa que los patos agradecían enormemente, dando buena cuenta de los restos deglutidos y regurgitados.
Miguel entendía aquello como el ciclo de la vida.
En una ocasión, a finales de la primera década del siglo, siendo Miguel ya un joven hecho y derecho, los gendarmes se acercaron a buscarle acompañados de un caballero de impecable apariencia y, a tenor del trato que le dispensaban los uniformados, aquel señor debía ser alguien realmente poderoso.
Le explicaron a Miguel que aquel señor era ni más ni menos que el gobernador civil y que tenía la triste sospecha de que su hija, a quien había prohibido tajantemente cualquier contacto con un escritor de la villa de quien estaba enamorada, podría haberse lanzado a las aguas del río, en una suerte de postrera acción poética.
Miguel nada sabía aún del amor.
Despojándose de la ropa, estudió por unos instantes la dirección del viento, la fuerza de la corriente y el tamaño de los remolinos.
De un salto se zambulló en el río y su instinto y la interpretación de diferentes señales le llevaron a sondear una zona determinada, junto al puente mayor.
El día era soleado y las aguas corrían más limpias de lo que era habitual en aquella ciudad, donde los vecinos consideraban el río como su estercolero particular.
No tardó demasiado en dar con lo que buscaba y ojalá no lo hubiera hecho nunca.
Los rubios y largos cabellos de la muchacha, se extendían hacia la superficie, como una flor buscando los rayos de sol.
El vestido, de fina gasa, empapado, se ceñía al cuerpo oprimiendo unas formas que se mostraban absolutamente deliciosas.
Parecía como si la muerte hubiese querido dejar a aquella chiquilla allí, sin tocar apenas, en una suerte de homenaje o de monumento a lo absurdo del ser humano.
Ni los peces ni ninguno de los voraces animalillos que pueblan el río habían degustado aún aquella carne blanca y firme.
En los ojos de la muchacha, solamente una inmensa tristeza.
Miguel salió a por aire fresco y tras unos segundos, volvió a sumergirse.
Era preciosa, era el ser más hermoso que había visto en su vida y en aquel mismo instante decidió consagrarse a aquella diosa y si fuera necesario, llegado el caso, morir por ella.
Con serenos embustes, aseguró al señor gobernador que, de haberse arrojado al Pisuerga su hija, él la hubiera encontrado, cosa que corroboraron los gendarmes, gustosos de darle al caballero alguna esperanza.
El gobernador, de su mismo bolsillo, hizo entrega a Miguel de una considerable cantidad en agradecimiento por sus servicios, y ordenó que se detuviera al joven poeta y se le interrogara con cualquier medio, hasta que confesara donde se encontraba su hija.
Los ojos del gobernador, otrora poblados de desesperación y de dudas, se tornaron glaucos e inmisericordes, como los de un marrajo.
Miguel lamentó lo que le pudiera suceder al poeta, pero su sentimiento de culpa tan solo duro unos instantes, ya que en cuanto se quedó de nuevo solo, volvió a sumergirse.
Los días pasaban y la joven seguía permaneciendo milagrosamente incorrupta.
Miguel no encontraba más explicación a aquel suceso que la fantasía de que Dios había puesto a aquella muchacha en el río para que fuera amada en su muerte, más de lo que fue amada en vida.
Y él la amó.
La amó hasta la desesperación y la locura.
Poco a poco dejó de comer.
Pasaba más tiempo en el lecho del río que en la superficie, su piel se cuarteó, agrietada por la excesiva humedad.
Se abrazaba al cadáver y permanecía así hasta que los pulmones parecían estallar, entonces volvía a la superficie a recobrar el aliento y una vez que se había alimentado del oxígeno necesario, volvía a descender.
Miguel enloqueció de amor.
En su locura, entablaba largos y apasionados diálogos con la hija del gobernador.
Miguel no conocía ya ni quería más vida que la ausencia de luz al lado de su amada.
Y una mañana, Miguel decidió quedarse para siempre a su lado.
Se lastró las ropas con tanto peso como pudo acarrear y, echando un último vistazo a su alrededor, repudió la vida en la superficie y se dejo arrastrar junto a la joven de cabellos rubios, ojos tristes y labios húmedos.
Meses después, un remero que trataba de recuperar el abanico de su joven prometida, dio con los dos cuerpos, llevándose tal susto que casi fallece ante el macabro descubrimiento.
Cuando los gendarmes consiguieron subir a la superficie los cadáveres, la gente se arremolinó para deleitarse con el morbo de aquel espectáculo.
Ambos cuerpos estaban absolutamente destrozados, corrompidos por el paso de los meses bajo el agua, pero lo más curioso es que se encontraron fundidos en un abrazo que ni la fuerza de las aguas había podido separar porque, aunque la carne termina siempre por corromperse, el amor, en ocasiones, sobrevive.


martes, 1 de mayo de 2012

Alitas de plumón blanco.

Aunque la mayoría de las personas no pueden verlas.
Mi hermana pequeña tiene los ojillos azules, rasgadillos, como si fuera oriental.
Tiene los rasgos más bonitos del mundo, porque son absolutamente limpios.
Si te mira y sonríe, te das cuenta de que solo unos pocos pueden mirarte y sonreír desde esa distancia, desde un lugar con el que soñamos y al que muy pocas veces podemos acceder.
Cuando mi hermana pequeña ve en la pantalla de la tele algún tipo rubio con patillas, señala y dice "es Juan" y se ríe.
Se ríe porque es feliz, aún sabiendo que no soy yo, es feliz porque ve a personajes que se me parecen y le recuerdan a mi.
Y eso es genial.
Es genial que alguien sonría al recordarte.
El día que nació, los doctores no pudieron ver sus alas y procedieron a dictaminar que padecía "Síndrome de Down", que es la denominación que la medicina ha inventado para los ángeles.
Vivimos en un mundo que inventa nombres nuevos para bondades antiguas.
Yo tenía doce años y mentiría si no os dijera que me enfurecí con Dios o como quiera que se llame el tipo que maneja los hilos ahí arriba.
Pero eso es porque en mi ignorancia, asocié su alteración genética con la desgracia y la vergüenza.
Y durante años, no fui digno de su amor desmesurado, porque al caminar con ella por la calle sentía que otros niños nos miraban y hacían muecas.
A mi madre, muchas señoras de misa diaria con abrigos de animales muertos y restos de ostras colgadas del cuello le aseguraban condescendientes lo "cariñosos" que son "estos niños" y la suerte que tenia porque "estaría siempre a su lado, haciéndola compañía".
Estimulación precoz y colegios especiales, aulas de integración y trabajo en casa.
Y mi hermanita coloreando sin salirse, los dibujitos de un cuaderno Disney.
Y poco a poco, descubrí que mi hermana vino a este mundo para que la familia permaneciera unida.
Yo, que soy un tipo egoísta y que suelo anteponer mi placer personal al resto de necesidades familiares, he aprendido que no hay nada mas hermoso que el cariño de los tuyos.
Ver como se le ilumina la cara cuando nos sentamos todos a la misma mesa es un espectáculo.
Consigue con un gesto apaciguar las discusiones y rescatar lo más puro de cada uno de nosotros.
Ver a mis padres, esforzarse día tras día para que siga siendo la niña más feliz del universo, anteponiendo por encima de cualquier otra cosa la sonrisa de mi hermana me reconcilia con el género humano.
Ver al resto de mis hermanos desvivirse para que no se le apague el brillo de los ojos me reconcilia con el género humano.
Saber, que por muchas puñaladas que me de la vida, por muchas noches que pase sentado ante este teclado, con un vaso en la mano y una lágrima en los ojos, preguntando que coño he hecho mal y hasta donde seré capaz de aguantar, al día siguiente iré a casa y mi hermana me cogerá la mano y me curará al sonreír. Como en el anuncio de la Mastercard, no tiene precio.
Y anoche, en una de las noches donde más cerca he estado de pedir que se parara el bus, que me bajaba, ante la desesperación que produce el sentirse perdido, no tuve más que cerrar los ojos para ver las alitas de plumón blanco de mi hermana.
Yo no se como hacerlo mejor, pero para ella siempre está bien.
No se como despojarme de todo lo que me sobra, pero eso a ella no le importa, porque luego ve en la pantalla de la tele un tipo rubio con patillas y sonríe.
Solo se que tengo suerte, porque en el reparto, a mi me ha tocado un ángel.





jueves, 26 de abril de 2012

Con la frente marchita

Como en el tango...pero sin un pañuelo blanco al cuello, ni traje de rayas, ni sombrero ladeado.
Tan solo eso, la frente marchita y el pitillo en la boca.
Volver.
Arrabalero y ebrio de perfumes diversos.
El tuyo se mezcla con el de otras y de alguna manera me resisto a que se pierda ese aroma entre todos los demás.
Si te digo la verdad, no se cuantos han impregnado mi cama.
Las nieves del tiempo platearon mi sien, cubrieron el tejado y convirtieron la calle en una pista para que se deslicen juguetones todos y cada uno de los recuerdos.
Si consigo levantar la vista del mármol blanco de la mesa pediré otro trago y con suerte, como en aquella canción, me lo servirán en una copa rota.
Así me siento esta noche.
Solo, en un bar de solitarios que se sientan ante lápidas pringosas de coñacs baratos que no saben más que a tristeza y a tangos.
Se que a veces me pongo de lo más funesto, pero que quieres que le haga...no todo van a ser palmas y pitos.
Ayer tocaba reírse entre un asalto y otro, comentando los mejores momentos del lance recién finiquitado y hoy toca rememorar el momento en el que supe que como tantas otras, tu historia se llevaría un pedacito más de mi.
Quisiera ser díscolo, pero puede que para eso también requieran una estatura mínima.
Me doy, porque no se hacerlo de otra manera, con cada jadeo que se me escapa del cuerpo y espero impaciente los frutos de la respiración entrecortada, los ojos entornados y la espalda arqueada.
Y no soy capaz de darme cuenta de que nada crece en este terreno baldío.
Pensar, que es un soplo la vida, que veinte años son nada, que febril la mirada, errante en la sombra te busca y te nombra, y te nombra y se resiste a dejar de hacerlo.
Y veinte años es demasiado tiempo.
Veinte años son suficientes para que fermente una amistad mentirosa, un cuerpo bonito y una promesa de amor eterno.
La camarera me juzga con cada mirada de reproche y trastabillando llego hasta la puerta.
En la calle me espera un coche verde bajo la lluvia, con las luces del warning parpadeando un temita de Gardel.
Me da igual si el agua cae de arriba abajo o de abajo arriba. Me empapa el abrigo y hace que se formen charquitos donde ahogarte sin remedio.
Quizás no es la persona más adecuada para escapar de los coches patrulla, pero la mujer que conduce tiene una nariz bastante bonita y la conversación adecuada en el momento en el que me siento más necesitado de escuchar a una mujer con la nariz bonita con la conversación adecuada.
Quien sabe si supieras, que nunca te he olvidado, volviendo a tu pasado, te acordarás de mi.
Hoy es una noche perfecta para reventar un bandoneón a martillazos, para bailar con la más hermosa y para apurar botellas mirándome al espejo.
Que el mundo fue y sera una porquería ya lo se...
Por favor, llévame a mi casa: Corrientes 348, segundo piso, ascensor.






martes, 17 de abril de 2012

Más jodido que Drácula con caries.

Así me encuentro desde hace unos cuantos días.
En el lugar donde otrora se encontró un excelente molar, hoy tan solo hay un cráter de proporciones bíblicas.
Semejante parcela virgen, tan bien situada, rodeada de agua y con excelentes vistas a la lengua no podía pasar inadvertida por las bacterias de urbanismo y allá que se han ido las muy hijas de puta, a recalificar y a plantar sus banderolas de resort en construcción.
Hace un par de jornadas han debido comenzar las obras y con el remover de tierras, las acometidas y demás, no pego ojo por las noches.
Lógicamente he tratado de detener semejante barbarie urbanística presentando la correspondiente denuncia en forma de antibiótico a las autoridades de mi boca, pero aún teniendo la ley de costas de mi parte, ya saben ustedes como funciona esto.
Lo peor ha llegado esta noche.
Se conoce que una gran masa de bacterias jipis, han decidido hacer frente a la sinrazón y apelando a lo profundo de las raíces que nos unen ( que por cierto...estan al aire), se han encadenado a los restos de hueso y han plantado allí sus tiendas.
Un no parar.
Desde las once de la noche con los bongos y los djembees, las guitarritas y las cariocas de fuego, venga a fumar canutos, a beber "salibotxo" y a ponerse hasta el ojete de ibuprofeno mientras gritaban consignas del pelaje de: "del cráter de juanete, no nos moverán" o "las caries para los que las disfrutan", "toma las caries" y "no nos mires, unete".
Hay que joderse.
A eso de las cuatro de la mañana la guardia urbana ha debido cargar, utilizando esos métodos tan amables por los que se caracterizan las fuerzas de orden público al servicio de los intereses económicos y, aquello ha sido un dislate, un caos y un chocho malagueño.
Mientras yo rezaba a todos los santos pidiendo aplacaran semejante dolor, los agentes del orden bucal han soltado ostias como si no hubiera mañana.
Todo ha sido un correr de jipis magullados de un lado a otro, arrojando flores y sandalias de esparto.
Lo peor es que cuando las unidades de intervención ya tenían acorralados a los últimos grupúsculos "power-flower" han aparecido las bacterias antisistemas, perfectamente organizadas y utilizando tácticas de guerrilla urbana y vuelta la burra al trigo.
Los guardias se han replegado hasta la encía, donde han repelido como podían la lluvia de cascotes óseos que los antisistema han arrancado a lo bestia de todas partes, hasta que han llegado refuerzos con mangueras y material antidisturbios.
Ha cobrado hasta la prensa y las imágenes de una pobre bacteria melenuda aporreada en el suelo van a dar la vuelta al mundo.
Como es lógico, yo no puedo soportar semejante injusticia y he elevado mi queja hasta el tribunal supremo, es decir...a las doce tengo hora en el dentista.
Se van a ir a tomar por el mismísimo, los jipis, los guardias, los antisistemas, las excavadoras y toda la flora que habita en mi cavidad bucal y que me tiene hasta la punta del pijo.
Tanta tontería ya...coño!!!!

jueves, 12 de abril de 2012

Se sentó

en el borde justo de la cama, allí donde los pliegues de las sábanas forman gigantescas cordilleras rocosas y poquito a poco comenzó a despojarse de la ropa, de los miedos y de las historias pasadas.
No de todas, obviamente, tan solo de aquellas que le llevaron a tatuarse una enorme lágrima negra en el pecho.
Mientras dobla con esmero la camisa blanca, imagina lo sencillo que es convertirse en otra persona.
Uno, puede transformarse en cualquiera, incluso en aquella mujer que decidió no volver a leer un periódico, ya que gracias a tanto dolor impreso con tinta sucia, había dejado de creer en la poesía.
Dejar de creer en la poesía es dejar de creer en los besos, en los ocasos, en los niños yunteros, en las cebollas que lloran y tienen cien cañones por banda y vientres de luz y canciones desesperadas.
En los corazones más abiertos y en las mentes más torturadas.
Él prefiere imaginar vivencias.
Puede imaginar que es una muchachita llena de inseguridades que se pregunta porque coño trabaja en esta hamburguesería grasienta, después de haberse pasado media vida estudiando. ¿Quizás porque el destino no le reserva nada más?
Ni de coña.
Él, que ahora es también ella, va a demostrale y va a demostrarse que los sueños se envuelven en torno a un largo bastón blanco, como el algodón de azúcar de la feria.
Mastica todo lo que le queda por hacer y disfruta de los recovecos del futuro.
Es y será un ente pleno limitado únicamente por su ego, no por las circunstancias del mercado laboral, ni por esos ángeles sospechosos que la aman encerrándola en un armario, restringiendo las visitas y supeditando los " te quieros" a los terrores del macho dominante.
Caen los pantalones como en una de esas comedias italianas, de repente, con solo desabrochar un botón.
Y abandona los peligros de ser ella para volver a convertirse en él.
Por un momento se excita al descubrirse medio desnudo y acaricia la idea de dedicarse un ratito.
Y vaya si lo hace, se dedica cientos de reproches, los que caben en un dormitorio en penumbra y eyacula excusas que no sirven para nada.
Pero a él lo reconforta.
Vivir en ocasiones es una gran jodienda, pero de pronto aparece algo o alguien que dota de significado real a la V a la I a la D y a la A...y silbando la canción de moda en "radio tira palante" comienza a recoger las prendas que hace tan solo unos minutos o unos recuerdos, le resultaban tan húmedas.
Ahora están calentitas y amorosas y se viste como quien hace el amor con alguien inesperado.
Sonriendo.
Puede ser quien le apetezca porque puede escribirse la vida que se le ponga en la punta de la pipa, pero le pese a quien le pese, le gusta ser simplemente
YO.

viernes, 6 de abril de 2012

La nieve

ha decidido caer durante el mes de abril y ante semejante suceso, Campanilla ha aprovechado para blanquear la fachada de la casa y que haga juego con el jardín.
Pliega sus alitas a la espalda y se recoge los negros cabellos en un moño alto, porque aunque a Disney le resultara más comercial teñirla de rubio, Campailla es morena, como su madre y como la madre de su madre.
Peter está fuera, hoy tenía sarao con los guerreros indios y seguramente vuelva tarde.
Lo más normal es que a media noche reciba uno de esos sms a los que es tan aficionado el señor Pan, en el que de la forma más elegante y más bonita, le diga que se va a liar, que la noche estará llena de estrellas y que ella será siempre la más hermosa, y de paso, que no lo espere despierta.
Y no va a esperarlo...estaría bueno.
Pero lejos de amargarse, Campanilla está de un humor estupendo.
Al fin y al cabo, ella es un hada y está llena de luz, de fantasía y de magia y poquitas cosas la sacan de sus casillas.
Solo Peter... y la píldora anticonceptiva
Tuvo que dejar de tomar la píldora porque con tanta hormona se le revolucionaba la imaginación y siempre terminaba fantaseando con que era una mujer feliz. Además las rutinas no son muy del gusto de las hadas y lo de tomarse la pastillita todo los días era un Cristo del copón.
La mitad de los días olvidaba hacerlo y en más de una ocasión se encontró temblando de miedo con la primera falta.
Quiere horrores a Peter pero es plenamente consciente de que sería un padre espantoso.
Que coño, es Peter Pan...el ejemplo eterno de la falta de madurez.
Una vez le insinuó que le encantaría tener una niña y en su vida lo vio volar más alto, ni más rápido.
Es un tipo encantador, muy simpático y muy cariñoso, pero bastante egoísta.
Lo que ella no sabe, es que Peter vive en una lucha eterna con esa personalidad que tanto daño le ha hecho.
Muchas noches se hace el dormido en la cama y la escucha revolverse entre las sábanas, sin pegar ojo.
A Peter le encantaría abrazarla y decirla que todo esta bien, pero lejos de eso, alza un poquito el vuelo y cacarea.
Obviamente no es la mejor de las maneras de decirle a alguien lo mucho que le quieres, aunque ese alguien sea un hadita de ojos verdes que brilla en la oscuridad.
Peter aporrea el teclado de su ordenador tratando de escribirse un personaje a medida de todo lo que ama y con cada página tan solo consigue un fracaso más.
Peter está lleno de amor, y no sabe como hacérselo ver.
Peter también llora cuando se queda solo y traza figuras en el aire con la punta de su daga.
Todas se parecen a ella.
Todas son las más hermosas.
Una vez se lo dijo. Una vez escribió que a pesar de todo, ella era la mujer más maravillosa y más bonita de cuantas se habían cruzado en su vida, y que por eso mismo tenía que aprender a salir corriendo.
Cojones...mal que le pese, es Peter Pan.
Campanilla está dejando la casa preciosa, con las paredes remozadas, las ventanas impolutas y el espejo del baño calibrado de tal forma que al encender los farolillos, la imagen se refleja más nítida que nunca.
Todo está perfecto, la alcoba huele a sándalo, la cocina a leña y el aire a despedida.
Ha puesto las maletas de él junto a la puerta y ha doblado muy despacito las calzas verdes y el jubón.
Ha recogido todos sus libros y sus juegos de la "play" y ha hecho media docena de bolsas con las fotos de sus ex.


Peter volverá tarde esta noche.
Esta noche, sin embargo, volverá demasiado tarde.
Al llegar a casa comprenderá. Sin hacer ruido tomará sus pertenencias y sin pararse siquiera a dedicarle una lágrima, se echará a volar muy despacito, tan despacito que ni su sombra podrá alcanzarlo.

martes, 3 de abril de 2012

Color de esperanza.

Supongo (porque el suponer siempre lleva implícito un elemento de duda) que pintar la vida color de esperanza, como dice la canción, es la mejor de las opciones a la hora de poner un pie en el suelo a las ocho de la mañana y darte cuenta de que las cosas cada día están más jodidas para todos.
Siempre he sido un tipo de lo más optimista, incluso cuando algunos decidieron hacer de mis entrañas un hermoso alfiletero, por lo que no tengo costumbre de rasgarme las vestiduras, arrancarme los cabellos entre gritos y vaticinar la llegada del fin del mundo, cual maya puesto hasta las cejitas de ayahuasca.
Yo soy más de los que ven brotes verdes donde otros solo ven escapes de gas, suicidas en potencia y amapolas marchitas.
Imagino que la vida es como los juegos de azar, si uno piensa que va a ganar, si está convencido de que se avecina una buena mano, tiene más posibilidades de que los cuatro ases se acerquen cariñosos y decidan pasar un ratito a tu lado.
El poder de la ilusión es maravilloso.
Proyectar con fuerza los deseos ayuda a conseguir lo que uno se propone.
También es cierto que esta regla no se cumple cuando pretendes pasar del metro sesenta y ocho al metro noventa, o de los quince centímetros a los veintidós, pero bueno...al fin y al cabo eso no son más que naderías, comparado con alcanzar la felicidad.
Y la felicidad está ahí, esperando que nos dejemos caer por el salón de su casa.
Se que habrá quien me diga que "una mierda va a estar ahí", pero yo a estos los invito a bucear un poquito en la amargura y preguntarse que es lo que realmente les haría felices.
Yo me contento con poco, y puede que esa sea una de las claves para pasarme el día sonriendo.
Esa...y las inyecciones de colágeno.
Hay que tener ambición, en eso no entra ningún tipo de duda, pero debe de ser una ambición positiva y asequible.
Soñar con imposibles solo lleva a desesperarse.
Os estaréis preguntando a que cojones viene toda esta chapa que os estoy soltando: pues simplemente a que esta mañana ha comenzado una pelea entre mi cuenta corriente y mi frigorífico, para ver quien de los dos está más vacío y he decidido que lejos de arrojarme al tren, le voy a poner al mal tiempo buena cara...a ver que pasa.
Y seguiré sembrando, porque espero cosechar algún día.
Y pintando la vida color de esperanza.
Es un color bien chulo y no se va con el agua.

jueves, 29 de marzo de 2012

Desde la nube más alta

y es mala suerte, porque solía posarse en un nube barrigona y oscura, mucho más cerca del suelo.
Pero cuando las cosas están por salir mal, terminan saliendo mal...o peor que mal.
El caso es que Peter voló hasta la nube más alta y se sentó a pasar el rato, a meditar, a maldecir y a cortarse las uñas de los pies con la daga recién afilada, que será Peter Pan, pero no puede descuidar ciertos detalles.
Culpa suya, porque si estuviera a lo que tiene que estar, tendría que haberse dado cuenta de que se le terminó el polvo de hadas, lo consumió todo ascendiendo, pero como tiene la cabeza en un millón de cosas, ironías de la vida, por una vez en su vida no pensó en los polvos.
La del dedo gordo del pie izquierdo se le resistió y en la pugna, perdió el equilibrio y cayó.
Probó a pensar en algo encantador como dice la puta canción de Disney, y por mucho que le diera a aquella navidad, en que vio al despertar, juguetes de cristal, rápidamente se dio cuenta de que se iba a pegar la gran ostia.
Joder...que mierda de muerte para un tipo que era el paradigma de la inconsciencia.
De haberlo sabido se hubiera dejado traspasar por el acero de Garfio, o se hubiera casado con la petarda puritana de Wendy que será rubia y tendrá los ojos azules, pero se empeña en apagar la luz del dormitorio mientras él la desnuda de inocencia.
O se hubiera dejado morir de algo mucho peor.
Pero nada...iba camino de espachurrarse la pluma del sombreo y los sesos contra los adoquines de Londres.
Hizo un rápido balance de su vida y descubrió que a pesar de todo, había estado bastante bien y no la cambiaría por ninguna otra vida.
Siglos desflorando sirenas y princesas indias y gritándole a Campanilla lo imposible de todo.
Siglos quitándole la pasta del bocata a los niños perdidos y contando chistes de marineros borrachos.
Ahora que había decidido enamorarse hasta las trancas, colgar las calzas, madurar y quedarse dormidito después de hacer el amor, va y se cae de la puta nube.
Todo va cobrando forma rápidamente ahí abajo.
Antes de hacer un hermoso collage contra el asfalto con los restos de sus dudas, Peter cierra los ojos y la imagina pidiendo otra caña.
Entonces sucede: un golpe seco y en medio de la calle un muchacho que se levanta sorprendido, sacude los restos de asfalto del sombreo y comienza a caminar en su búsqueda.
Peter se hace mayor.

domingo, 25 de marzo de 2012

Pólizas.

En ocasiones me quedo sentado en silencio pensando en ella y los recuerdos cortan como navajas de barbero.
La sangre cae despacito poniéndolo todo perdido y no puedo evitar preguntarme que cojones pasó, para que aquello que relucía hasta fundirme las corneas, se terminara oxidando.
Supongo que las historias de amor tienen fecha de caducidad, como los yogures del Alimerca.
Supongo que hay noches en las que uno no debería quedarse en casa.
Supongo que hay mujeres que no entienden a la primera las caídas de ojos y los folios en blanco como el puto SOS que son.
Me paso la vida rellenando botellas con mensajes absurdos, y con cada marea mi playa se llena de irónicos vidrios recubiertos de coral.
En ocasiones me quedo sentado en silencio maldiciendo su cintura, su mirada, su discurso ambiguo, su llanto embustero y su puto afán por pasar la carne una y otra vez por la picadora, hasta hacer de aquel romance un faraónico filete ruso.
Y de aquellas noches una colección limitada de películas para adultos.
Nada más.
Porque todo lo demás se fue al carajo el día que decidió buscar una cerveza más fresca en otra nevera.
Y me veo relegado a preguntarme si hago bien en volver a rellenar las cámaras.
El caso es que ahora, que me encuentro vislumbrando el vaso medio lleno de nuevo, me da miedo que venga otro hijo de puta y lo apure de un trago.
Pero claro, tampoco vamos a quedarnos aquí esperando a ver si asoma la patita por debajo de la puerta.
Y tampoco vamos a tocar la campana de la barra libre, otra vez.
No se si sentirme dichoso o contratar una póliza que lo cubra todo, si existe tal póliza.
Que cubra lo que quede de sonrisas, por si vuelven a mutarse en monosílabos.
Lo que quede de aventura, por si decidimos ser normales.
Que cubra los silencios que se generan cuando levantamos demasiado la voz y solo sabemos despedirnos a gritos.
No estoy muy puesto en seguros, ni muy seguro en mi puesto.
Me dan ganas de arrojar el fusil y abandonar la posición.
Aunque tampoco estoy en posición de abandonar nada.
Puede que lo que tenga que hacer es seguir aquí preguntándome que coño es lo que tengo que hacer.
O salir corriendo, quemar el móvil y tratar de encaramarme a los tacones de la mujer que me roba el sueño.
Y dejarme llevar sin sopesar las consecuencias.
Y tatuarme de una vez a Peter Pan atrapado en un tintero.
Y esperar a que decida que esta noche es la perfecta para dormir conmigo, sin que yo se lo pida, sin que la insista, sin que se sienta presionada.
Seguiré despierto, con el teléfono a mano, por si me echa de menos y pretende algo más que un mensaje de texto.

viernes, 23 de marzo de 2012

Barbecho

Mi colega se ha cortado las rastas a escondidas, el solito, con sus tijeras de andar por casa, frente al espejo del cuarto de baño.
Supongo que se le escapó alguna lágrima o algún recuerdo o algún deseo, pero eso no me lo va a contar, ni falta que hace, porque ese momento es solo suyo.
Hace exactamente ocho años que me corté las mías, eran tan solo dos, y una de ellas adherida, pero eran mis rastas.
Mi colega piensa que ya ha vivido lo suficiente y que los años le han dado un ultimátum.
Que gilipollez.
Porqué es la clase de persona que te levanta cualquier lunes gris.
Un animal social, un trocito de película de los setenta.
Mi amigo vuela cometas porque al dejar resbalar el sedal entre las manos está proyectando su propio yo, que no es ni más ni menos que un alma que se resiste a permanecer anclada en una realidad que se le queda pequeña.
Claro que si...suelta carrete.
Vespas, cometas, rastas...
Al carajo con lo convencional, que la vida no son formalismos.
Ahora lo ves todo de color Violeta, violeta, violeta. Y es un color precioso.
Te queda mucho por hacer y me apunto.Me apunto a cualquier sueño que te apetezca porque nos forjamos con sueños y con cervezas oportunas y fresquitas.
Me apunto a los buenos ratos.
Me apunto a los ratitos de dudas y de miedo también, que para eso estamos los colegas.
En el fondo los dos sabemos que hay algo acojonante que está escondidico por ahí, esperando.
Tómatelo con calma.
Termoescud, guantes de invierno y parca.
Un perro pulgoso en el cófano.
La última caña en el bar donde aún te sirva la camarera más dócil.
Y la certeza de saber que la mujer que te aguarda es aquella que elegiste de entre todas las mujeres donde podías elegir.
Bien hecho...muchacho.
Pero no se te ocurra olvidar que fue ella la que te eligió a ti, no te engañes.
Te lo digo yo, que siempre fui el sobrante de los equipos del patio del colegio.Entiendo de esto.
Mientras ellos soñaban con ser Butragueños yo embestía molinos, gobernaba el Pequod y descendía al centro de la tierra.
Pasa del colesterol, cambia la bujía y prepara la mochila.
Nos vamos a vivir.