Ayer tuve la ocasión de volver a ver sobre las tablas de un escenario a un elenco de actores representando el libreto inmortal que escribió Fernando de Rojas hace más de quinientos años, y más allá de apreciaciones personales sobre la dramaturgia y la escenografía de esta versión, pude ratificar que esta obra esconde la declaración de amor más hermosa y potente de cuantas he leído, y que de hecho he adaptado, versionado y utilizado en alguna ocasión en estos últimos años.
Calixto, presa de amor y deseo por Melibea, dice a su criado Sempronio, "Melibeo soy, a Melibea adoro, en Melibea creo y a Melibea amo", y realmente creo que con estas palabras describe a la perfección lo impresionante del sentimiento que puede despertar en tu corazón una persona.
Cuando se ama con tanta intensidad realmente sientes que más allá de sus mirada, de su sonrisa, de sus besos y de sus caricias todo lo demás no importa y no merece la pena, y te sientes absolutamente poseído por su esencia y entregado en cuerpo y alma a su realidad, a su presencia y a su capricho.
Puede que con los años, las experiencias, los fracasos, las decepciones, la perdida de ilusiones y esa fijación que tiene el destino con ponerme palos en las ruedas y hacérmelo difícil, haya aprendido a conservar en el interior de mi pecho el germen del sentimiento más hermoso, esa semilla que ELLA plantó en mi pecho y que pese a todas las adversidades y dificultades creció embelleciendo el jardín de mi alma.
Puede que dentro de quinientos años alguien recurra a mis palabras para describir ese huracán de pasión y ese torbellino de emociones que lo sacude por dentro y lo lleva a un universo donde solamente la existencia tiene sentido para prescribir en los labios de la persona amada las píldoras de felicidad que apaciguan su mal.
Puede que dentro de quinientos años no resulte un problema ni sea motivo de vergüenza ser un romántico empedernido entregado por completo al fuego que todo lo quema.
De momento seguiré ocultándome de las saetas empapadas en curare y esgrimiendo mi pluma como única arma para plantarle cara al fatun.
De momento seguiré siendo yo, pase lo que pase y le pese a quien le pese.
Que nacen desde ese corazón que necesita una nana como respirar para que el fruto crezca sano y prospere. Y aquí os dejo esta preciosidad de nana que precisamente lleva por título Nana para el corazón.
Descubrí a estos artistas el pasado sábado en uno de los conciertos que la diputación provincial organiza en los castillos de esta tierra mía. Y con su talento, su arte y su maravilloso directo me ganaron para la causa.
Es curioso, nunca los había escuchado antes. Solo sabía que los producía un artista al que aprecio mucho, Diego Galaz. Diego es burgalés, como los componentes de este grupo, y además de una gran persona es un músico talentoso, innovador en lo tradicional y virtuoso en la evolución, como los integrantes de este grupo, por lo que si él andaba de por medio ya de por si era señal de calidad cuando menos.
La música de El nido nace de unas raíces profundas que riegan y cuidan a diario. Unas raíces de las que se sienten tremendamente orgullosos y que llevan por bandera a la hora de componer música y de tañer sus instrumentos, templar las voces y emocionar al público de sus conciertos.
Soy vallisoletano de "binacimiento". La vida me ha llevado por distintos lugares de España y del mundo y he amado, rezado y comido en distintas ciudades y distintos países a veces durante meses, a veces durante años, pero siempre he vuelto a mis orígenes. En las dos ocasiones de las que tengo evidencias científicas he nacido en Valladolid, y la única vez que recuerdo haber muerto lo hice también en la ciudad del Pisuerga, un lugar para morir tan bueno como cualquier otro.
Desde muy jovencito toco (o agredo más bien) distintos instrumentos musicales y aunque he pasado por todos los estilos en mi afán de torturar a familiares y amigos con mis ejecuciones musicales (a pesar de mis limitaciones como instrumentista, clementemente no llegaron a pedir la ejecución, tan solo la cadena perpetua) nunca me llamó particularmente la atención la música castellana. Digamos que puestos a jugar con el folclore, preferí hacerlo con el de influencias celtas como el gallego (para espanto y tortura de los perros del vecindario, toco la gaita) el vasco o el asturiano. Las jotas, los paloteos y la música tradicional castellana nunca me sedujeron, pero en el concierto de El Nido descubrí que algo dentro de mi se agitaba y pugnaba por brotar. Y no era otra cosa que mis raíces reivindicando su espacio natural que de alguna manera se hacian eco de mi historia personal.
Jamás bailé una jota. Soy urbanita y aunque durante casi un año residí con la que fue mi única esposa en un pueblo de Valladolid, y ahora resido en una urbanización de otro pueblo del alfoz, podría decirse que cuando escucho dulzainas y tamboriles salgo corriendo en la dirección opuesta a la música. Pero el pasado sábado os aseguro que me entraron ganas de levantar los brazos y moverlos de lado a lado con una cedencia y un ritmo similares a los que imprimo a mi famoso "baile del teleñeco", ese baile que acostumbro a ejecutar cuando el alcohol me desinhibe o cuando estoy de un particular buen rollo.
Durante cuatro años la vida me llevó a tocar en una banda de gaitas acompañando con música al grupo de danzas tradicionales de la Casa de Galicia de Valladolid, y con ese grupo viajé además de por muchos enclaves españoles, por Francia y la Bélgica fronteriza tocando mi instrumento ataviado con el traje tradicional de gala de los músicos de Galicia. Quizás lo de ser rubio y tener los ojos azules acompañaba ese aire celtiña de las interpretaciones, pero he de reconocer que lo hice única y exclusivamente (como la mayoría de las cosas que hago), por una mujer. Ella era la profesora de canto y percusión tradicional en ese centro regional y una de las integrantes más reconocidas y aclamadas.
De haber sido vasca, seguramente habría acabado tocando el txistu o la txalaparta vestido de marinero bermeano, o de haber sido catalana tocando la gralla ataviado de payes, pero era natural de Pontedeume (A coruña), así que tocó aprender el conxuro de la queimada y falar un pouquiño do galego.
Y no es que tenga poca personalidad, es que tengo muchas y todas ellas supeditadas a mi terriblemente enamoradiza condición.
Pero una vez más me estoy yendo por las ramas.
El caso es que sin esperarlo y sin premeditación ni alevosía (aunque si con cierta nocturnidad) me encontré disfrutando de la música de mi tierra y regando con agua clara y fresca las raíces que me atan a los campos de Castilla.
He de decir también que Nacho Prada, el vocalista de esta formación de la que os hablo me despertó de inmediato muchas de las sensaciones que me embargan cuando escucho a Pucho, el cantante de Vetusta Morla, pues de alguna manera y salvando las distancias, compartía con él además del timbre de voz y la elegancia en el canto, letras llenas de metáforas y alegorías, de sensibilidad y belleza, y una simpatía casi excéntrica, pero cautivadora sobre el escenario.
Entré el el patio de armas del castillo de Tiedra como ciudadano del mundo y al abandonarlo crucé el puente sobre el foso como castellano de pro.
Hay que ver...de lo que es capaz la fuerza y la magia de la música.
Buscad El Nido en plataformas o haceros con sus discos. Os aseguro que os sorprenderán.
Aunque les pese a los de siempre, aunque les joda a los mediocres, a los envidiosos y a los que desde un equivocado criterio disfrazado de razón pretendan desmontarme, cabalgo.
Y cuanto más cabalgo más ladridos tengo que escuchar, y más debo picar espuelas para alejarme de los mordiscos de colmillos infectados por la rabia que envenena el ego y corrompe la conciencia.
Pero no desmontaré ni tan siquiera para arrojar una piedra al animal sarnoso que lanza dentelladas contra los flancos de mi montura. Un día se morderá la lengua y perecerá envenenado retorciéndose entre atroces dolores y ahogándose con sus propios vómitos.
Nos soltaré las riendas ni sacaré los pies de los estribos. No detendré mi corcel mientras el animal resista, pues el camino es largo y la senda ardua.
No alimentar al troll fue la primera de las recomendaciones que aprendí en el curso de Social Media al enseñarnos como afrontar los ataques a través de las redes sociales. En ellas y ocultos tras un supuesto anonimato, los haters o mejor dicho y hablando en la lengua de Cervantes, los "odiadores", escupen su rabia, su frustración y sus celos contra quienes pretendemos hacer de la red un lugar de encuentro, una mesa de dialogo, un portal de información y un jardín de descanso.
Tengo la mala costumbre de dar la cara, aunque puedan rompérmela, pero lo que nunca podrán quebrar será mi dignidad ni mis principios. Mantengo lo dicho, mantengo lo escrito y esgrimo la pluma como el arma escogida para afrontar cada duelo que me lleva a luchar por mi honor o por el honor de mi dama en el campo de Marte.
Y no dejan de ladrar. A veces con estruendosos ladridos, a veces con ladridos imperceptibles pero igual de emponzoñados.
Quizás debería tener cuidado con ciertas películas y evitarme aquellas que me revuelven por dentro y me llevan a momentos del pasado a los que sería mejor no regresar. Pero lo cierto es que soy un romántico empedernido y ese es uno de los síntomas que ayudan a reconocer la dolencia que me enferma el alma.
Ayer vi en compañía de una buena amiga, a la que he tomado mucho cariño, una película de título más que sugerente, "Almas perdidas". Ya me conocéis y aunque en la sinopsis pude leer que se trataba de un drama, di por sentado que a estas alturas de la vida, los supuestos dramas de las pelis románticas no serían no con mucho tan dolorosos como algunos de los experimentados en primera persona, por lo que me presté encantado a ocupar mi puesto en el tendido de sombra. Pero no me di cuenta de mi facilidad para saltar a la plaza como el típico espontaneo que se cree que el toreo es solo echarle un par de cojones y coger un capote. .
Y una vez más esa arrogancia al esconderme tras el burladero de argumentos equivocados me llevo a sufrir una nueva cogida emocional. Y aunque la película me gustó, por un lado me dolió ser testigo del absurdo en las decisiones de la pareja protagonista y por otro me terminó de confundir, llevándome a ocupar el puesto del astado que recibió la puntilla con esa odiosa frase que se rotula a traición sobre la pantalla en muchos filmes: To be continued.
Es la historia de una joven pareja enamorada hasta las trancas o algo parecido. Pero muy de este tiempo, una pareja de las de ahora, de esas que anteponen sus ambiciones personales, laborales y de éxito, a construir un futuro codo con codo con la persona amada, renunciando pase lo que pase y le pese a quien le pese a ciertas cosas en las que uno de los dos se convertirá en un seguro perdedor.
Ella acepta una interesante oferta de empleo en una ciudad lejos de él y él se niega a viajar con ella y a instalarse a su lado. Ella no renuncia a su trabajo y ahí me clavaron la primera banderilla, al recordarme la frase de una mujer con la que compartí años de relación, vida, casa, viajes y supuesto proyecto de futuro, y que me dijo literalmente "no me pidas que elija entre mi trabajo y tú, porque voy a elegir mi trabajo", y se marchó a trabajar a otra ciudad regresando a casa únicamente un día a la semana. Eso fue el principio del fin. Yo no supe ni quise estar solo y busqué cariño en otros brazos y en otros labios. Mal. Porque lo que mal empieza mal acaba y ese cariño sustituto se tornó contra mi y me produjo una de las heridas más graves que he sufrido nunca. El karma existe y cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da.
Un poco más adelante en el metraje y en uno de esos gloriosos e intensos polvos de reconciliación, él le dice a ella que su hogar está a su lado. Y esa frase me abrió en canal pues no hace mucho le dije una de las mujeres que más he querido, y de la que me enamoré como un colegial apostando todo y cometiendo en mi confusión uno de los errores más grandes que he cometido, que mi hogar estaba entre sus brazos y, luego le escribí uno de los textos más hermosos que he escrito nunca y que llegué a colgar aquí, aunque al romperse el amor eliminé del blog todas las entradas que hablaban de nuestra historia, aunque soy incapaz de eliminarlos de mi corazón y de mi mente, porque de alguna manera nunca he dejado de quererla.
Después de tragar saliva, disimular las lágrimas por aquello de mantener el tipo , fumarme un pitillo , beber un trago de gintonic (lástima que lo hubiera preparado con ginebra sin alcohol) y sentarme de nuevo en el sofá a continuar con el visionado, se presentó de golpe ese momento en el que él se da cuenta de que al no haberla sabido mantener a su lado, la perderá en los brazos de otro, y el rejoneador escondido tras las páginas del guion de la película, me atravesó el lomo de parte a parte. Durante esas escenas se rebeló y vino a mi, la que quizás ha sido la historia de amor que más ha marcado mi vida y que la sigue marcando, al perder por estúpido y favorecer que terminara en brazos de otro, a la mujer con la que descubrí el significado de muchas palabras, de muchas emociones y de muchos sentimientos y a la que querré el resto de mis vidas.
Y es que la vida es complicada, el destino se lo pasa pipa complicándola aún más y yo soy carne de matadero emocional ,y entro al trapo siempre que salgo al ruedo y me encuentro con una mujer capaz de despertarme fuego en el alma, mariposas en el estómago y versos en el corazón.
Pero como ya os he dicho muchas veces, el que nace lechón, muere cochino y renace más lechón que nunca. Y aunque Cupido me espere a porta gayola tras la salida de toriles, agacharé la testuz, cogeré fuerzas y volveré a embestir con todas la ganas creyendo que esta vez podré salir airoso y me ganaré el indulto del presidente entre vítores y pañuelos blancos. Imbécil de mi. Esos blancos pañuelos será únicamente el reconocimiento al matador que podrá cortarme las dos orejas. Y mucho me temo que también el rabo (que se le va a hacer, total, ya ha vivido lo suyo).
En el que no puedo evitar jugar a ser el único Dios y así todo es mucho más sencillo y todos somos mucho más felices (yo incluido).
Es mi universo, y allí las cosas funcionan siempre como yo quiero que funcionen. Todo es perfecto, las sonrisas iluminan las mañanas y las noches y, el sol solo se eclipsa cuando ELLA me besa administrándome una de sus prodigiosas píldoras para mantenerme en pie, o cuando se cubre todo el firmamento con la sombra de un abrazo cálido, sincero y reconfortante. Y nada sale mal, ni nada termina de repente entre lágrimas, sino siempre de la mejor de las maneras que soy capaz de imaginar y de escribirme. La luna sale a pasear siguiendo unas hermosas pupilas y en ocasiones baja a la fragua con su polisón de nardos, y brinda con aquel poeta que descubrió que la voluntad del blanco satélite plagado de cráteres en vez de volcanes como aquel que habito, contralaba la cordura de mi especie alterando su razón o expandiendo sus mentes, y también las mareas, bañando las playas con olas de esperanza. Él convirtió su hallazgo en versos antes de caer bajo el fuego de la confusión de los hermanos enfrentados, regalándonos una eternidad de romances gitanos y de versos en Nueva York.
La única pega que encuentran aquellos que se rigen exclusivamente por la diosa cordura, es que mi universo es paralelo y no real.
Mi universo está situado poco más o menos en el punto medio entre el lugar que visualizo al cerrar los ojos y el lugar donde quisiera vivir junto a ELLA el resto de mis vidas, una detrás de otra, y en todas enamorados, satisfechos y felices sanando nuestras heridas y cauterizándolas con saliva, con caricias oportunas y con copas de vino. Está lejos, muy lejos , y a salvo de catástrofes, de invasiones, de imposiciones y de crueldad. Al entrar hay un mostrador donde los alérgicos a los gatos pueden recoger tantos antihistamínicos como necesiten, pues los felinos proliferan Por eso es imaginario, porque en la vida real los gatitos mueren abandonados, atropellados o perseguidos, todo es jodidamente complicado y el destino se entretiene poniéndonos palos en las ruedas y viéndonos tropezar (ya podía comprarse un libro bien gordo de sudokus y de sopas de letras). En este universo real y en ocasiones implacable, hay un verdadero Dios, existe, y se lo pasa genial con las personas como yo, como nosotros. Pero no le culpo por ello porque sus caminos son inescrutables y acostumbra a escribir recto con renglones torcidos.
Si me paro a pensar me doy cuenta de que en realidad no necesito ver para creer, sino creer para ver y no rendirme ante la oscuridad, ni desesperarme al no enfocar bien por culpa de las incómodas dioptrías emocionales que crecen alimentadas por las ilusiones perdidas que todo lo destruyen.
En mi universo encuentro esas ilusiones que despisté por el camino o abandoné sobre la barra de un bar, sobre la cama de una mujer o sobre la tapa de un piano, y vuelven a tener sentido y futuro. A veces me retiro allí a descansar y me relajo ausente de las complicaciones de una realidad plagada de circunstancias difíciles o adversas. A veces prefiero que me llamen loco, iluso o ingenuo. Y es que a los locos nos verán bailando cuando todo esto se termine yendo a la mierda y el mundo tangible se resquebraje. Entonces habrá cola en la puerta de acceso a mi universo y muchos se sorprenderán al darse cuenta de que está restringido el derecho de admisión. Solo entrarán aquellas personas que yo considere buenas y necesarias, y en él habitan las buenas y necesarias personas que ya se marcharon del mundo real.
Mi universo es mi casa. Si te digo que pases y te pongas cómodo, entiendo que no querrás ensuciarla ni desordenarla, sino compartir conmigo momentos de necesaria liberación y de eterna lectura del libro adecuado.
En mi universo cada edificio es una biblioteca y cada negocio una papelería; cada tormenta una tormenta de ideas, cada incendio un fuego de pasión, cada terremoto una fiesta y cada muerte una pausa.
En mi universo no tengo que ponerme gafas de sol para ocultar esta mirada azul y cuando comparto palabras azules los invitados las comprenden a la primera, aunque comiencen con R.
No hay miseria, no hay dolor, no hay traición y no hay aceitunas, pero a cambio tenemos todas las variedades de vino, todas las viandas elaboradas por los maestros artesanos que me hacen feliz en el mundo real, y todos los caprichos que pueda imaginar, que consideres imprescindibles y que te ayuden a sonreír.
En mi universo cada ruido es una nota musical y el estruendo es una sinfonía, las amenazas son poemas en versos de arte mayor y los golpes orgasmos terriblemente placenteros.
Un día os invitaré a venir. De momento os cuento como es, por si os apetece incluirlo en vuestro mapa de galaxias.
La cartografía de los sueños imposibles le dedica varias páginas y fotos a todo color.