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martes, 18 de julio de 2023

Raíces profundas


 Que nacen desde ese corazón que necesita una nana como respirar para que el fruto crezca sano y prospere. Y aquí os dejo esta preciosidad de nana que precisamente lleva por título Nana para el corazón.

Descubrí a estos artistas el pasado sábado en uno de los conciertos que la diputación provincial organiza en los castillos de esta tierra mía. Y con su talento, su arte y su maravilloso directo me ganaron para la causa.

Es curioso, nunca los había escuchado antes. Solo sabía que los producía un artista al que aprecio mucho, Diego Galaz. Diego es burgalés, como los componentes de este grupo, y además de una gran persona es un músico talentoso, innovador en lo tradicional y virtuoso en la evolución, como los integrantes de este grupo, por lo que si él andaba de por medio ya de por si era señal de calidad cuando menos.

La música de El nido nace de unas raíces profundas que riegan y cuidan a diario. Unas raíces de las que se sienten tremendamente orgullosos y que llevan por bandera a la hora de componer música y de tañer sus instrumentos, templar las voces y emocionar al público de sus conciertos.

Soy vallisoletano de "binacimiento". La vida me ha llevado por distintos lugares de España y del mundo y he amado, rezado y comido en distintas ciudades y distintos países a veces durante meses, a veces durante años, pero siempre he vuelto a mis orígenes.  En las dos ocasiones de las que tengo evidencias científicas he nacido en Valladolid, y la única vez que recuerdo haber muerto lo hice también en la ciudad del Pisuerga, un lugar para morir tan bueno como cualquier otro.

Desde muy jovencito toco (o agredo más bien) distintos instrumentos musicales y aunque he pasado por todos los estilos en mi afán de torturar a familiares y amigos con mis ejecuciones musicales (a pesar de mis limitaciones como instrumentista, clementemente no llegaron a pedir la ejecución, tan solo la cadena perpetua) nunca me llamó particularmente la atención la música castellana. Digamos que puestos a jugar con el folclore, preferí hacerlo con el de influencias celtas como el gallego (para espanto y tortura de los  perros del vecindario, toco la gaita) el vasco o el asturiano. Las jotas, los paloteos y la música tradicional castellana nunca me sedujeron, pero en el concierto de El Nido descubrí que algo dentro de mi se  agitaba y pugnaba por brotar. Y no era otra cosa que mis raíces reivindicando su espacio natural que de alguna manera se hacian eco de mi historia personal.

Jamás bailé una jota. Soy urbanita y aunque durante casi un año residí con la que fue mi única esposa en un pueblo de Valladolid, y ahora resido en una urbanización de otro pueblo del alfoz, podría decirse que cuando escucho dulzainas y tamboriles salgo corriendo en la dirección opuesta a la música. Pero el pasado sábado os aseguro que me entraron ganas de levantar los brazos y moverlos de lado a lado con una cedencia y un ritmo similares a los que imprimo a mi famoso "baile del teleñeco", ese baile que acostumbro a ejecutar cuando el alcohol me desinhibe o cuando estoy de un particular buen rollo.

Durante cuatro años la vida me llevó a tocar en una banda de gaitas acompañando con música al grupo de danzas tradicionales de la Casa de Galicia de Valladolid, y con ese grupo viajé además de por muchos enclaves españoles, por Francia y la Bélgica fronteriza tocando mi instrumento ataviado con el traje tradicional de gala de los músicos de Galicia. Quizás lo de ser rubio y tener los ojos azules acompañaba ese aire celtiña de las interpretaciones, pero he de reconocer que lo hice única y exclusivamente (como la mayoría de las cosas que hago), por una mujer. Ella era la profesora de canto y percusión tradicional en ese centro regional y una de las integrantes más reconocidas y aclamadas.

De haber sido vasca, seguramente habría acabado tocando el txistu o la txalaparta vestido de marinero bermeano, o de haber sido catalana tocando la gralla ataviado de payes, pero era natural de Pontedeume (A coruña), así que tocó aprender el conxuro de la queimada y falar un pouquiño do galego.

Y no es que tenga poca personalidad, es que tengo muchas y todas ellas supeditadas a mi terriblemente enamoradiza condición.

Pero una vez más me estoy yendo por las ramas.

El caso es que sin esperarlo y sin premeditación ni alevosía (aunque si con cierta nocturnidad) me encontré disfrutando de la música de mi tierra y regando con agua clara y fresca las raíces que me atan a los campos de Castilla.

He de decir también que Nacho Prada, el vocalista de esta formación de la que os hablo me despertó de inmediato muchas de las sensaciones que me embargan cuando escucho a Pucho, el cantante de Vetusta Morla, pues de alguna manera y salvando las distancias, compartía con él además del timbre de voz y la elegancia en el canto, letras llenas de metáforas y alegorías, de sensibilidad y belleza, y una simpatía casi excéntrica, pero cautivadora sobre el escenario.

Entré el el patio de armas del castillo de Tiedra como ciudadano del mundo y al abandonarlo crucé el puente sobre el foso como castellano de pro.

Hay que ver...de lo que es capaz la fuerza y la magia de la música.

Buscad El Nido en plataformas o haceros con sus discos. Os aseguro que os sorprenderán.