Los miembros de la dotación de la Policía Nacional que atendieron la llamada a primera hora de la mañana, han tenido que solicitar refuerzos para controlar a los vecinos de la zona, y ya son media docena de agentes los que se esfuerzan en contener a los curiosos alimentados por el morbo feroz que se nutre del afán de realizar con sus teléfonos móviles fotos y videos para inundar redes sociales y conseguir likes. Los odiosos "me gusta" son las nuevas monedas con las que comprar ego. Más de medio centenar de ciudadanos tratan por todos los medios de saltarse el cordón policial y conseguir los post perfectos para sus perfiles en la red.
El juez de guardia y el secretario judicial están siendo informados por los agentes de la científica que han hecho un primer balance de la situación tras estudiar el cadáver, y más allá de la pintoresca imagen que ofrece el difunto, parece obvio que se trata de un suicidio.
El escenario no es en absoluto casual, todo está muy bien preparado y al parecer la nueva víctima de la desesperación alimentada por el colapso de unas emociones mal gestionadas, debía de ser una persona muy aficionada al teatro, al drama o a las tragicomedias, por lo particular de la escenografía que acompaña a su muerte.
El cuerpo rígido de un varón caucásico de edad comprendida entre los cuarenta y los cincuenta años, ataviado con levita, chaleco y pajarita, pende con la chistera aun cubriendo sus claros cabellos de una soga atada al extremo de la chimenea de la locomotora del tren burra que decora el apeadero de la línea en desuso que atravesaba el centro de la ciudad, y que desde hace ya casi un siglo, recuperado y mantenido por la concejalía de Turismo del ayuntamiento de la urbe castellana, sirve de decoración y de recordatorio de un tiempo en el que el ferrocarril era la mejor forma de unir la ciudad con el resto de municipios de la provincia.
Según el primer análisis el curioso suicida eligió para la puesta en escena de su último acto, una hora comprendida entre las once y media de la noche y la una de la mañana, pero el inspector Pinacho, uno de los mejores investigadores del grupo de homicidios que nada tiene que ver en este tipo de asuntos, y al que sus compañeros han pedido que se acerque a echar un ojo, se jugaría el salario del mes a que apretó el nudo en torno a su cuello y se dejó caer exactamente a las doce en punto. La hora perfecta para su fatal declaración de intenciones.
Las mayúsculas en caligrafía victoriana, escritas con spray de grafiti sobre la puerta de acero y madera de roble de la decorativa y turística locomotora, permiten leer una escueta y reveladora frase para la que las fuerzas del orden aún no han encontrado el sentido correcto, pero que el inspector Pinacho ha comprendido en la primera lectura: "AL FINAL... SI QUE ERA UNA OPCIÓN".
De entre sus frías y rígidas manos muertas, los miembros de la científica desplazados al parque del centro de la ciudad donde se halló el cadáver, extrajeron dos objetos tipificados como pruebas A y B. En la mano derecha sus dedos aferraban un carrete de hilo rojo y en la izquierda, una cuartilla en la que con letra menuda, y correcta caligrafía escrita a mano y seguramente con la pluma que guardaba en el bolsillo interior de la levita, podía leerse: "Sé que eres tú. Volveremos a encontrarnos, mi amor. Te querré el resto de mis vidas."
Pinacho sonríe con cierta tristeza nacida de la más absoluta empatía, y sus ojos azules y melancólicos se detienen en la expresión del finado al reconstruir en su mente los hechos, y los últimos minutos de vida de aquel anacrónico suicida. Dicen que el rostro es el espejo del alma, y el gesto en el que se detuvo para siempre el tiempo de aquel hombre, transmite de forma indescriptible paz. Y amor.
Camino de su despacho en la comisaria, respirando el frio aire que empuja y disipa la niebla que se enseñoreaba de los márgenes del rio de la ciudad castellana donde presta servicio, Pinacho no puede evitar pensar en el dolor que debía de haber sufrido el hombre que decidió que luchar ya no merecía la pena, que rendirse sí que era una opción, que el amor era algo que le estaba vetado y que el mañana no tenía sentido sin ella. Él también es un hombre muy romántico y sabe que mataría o moriría por la mujer que ama, y quizás un día tenga que hacerlo. Pero aún no. Rendirse aún no es una opción.
Antes de entrar en la comisaria, la pantalla del teléfono móvil que extrae con rapidez del bolsillo de los desgastados pantalones vaqueros, le indica que tiene una llamada de su compañera, la subinspectora Clara Nogueira. Puede que el rubio difunto del parque del centro de la ciudad no sea el único muerto que vaya a visitar hoy. En cualquier caso ningún juez dictaminará nunca que el hombre al que ya han descolgado de la soga y trasladado al depósito anatómico forense, falleció víctima de un homicidio. Y Pinacho tendrá que guardarse para él su verdadera opinión, pues cree firmemente que cualquier persona que decidide poner fin a sus días a causa de un amor no correspondido, ha sido asesinado por el sentimiento más hermoso y a la vez más despiadado que existe, pero al que nunca podrán llevar ante un tribunal.
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